Stephen Gibbs: “¿Una nueva crisis cubana para Biden?”

La llegada de una inusual flotilla al puerto de La Habana fue anunciada por el atronador sonido de cañonazos, cuando 21 cañones saludaron a un “grupo de ataque” ruso de buques de guerra, incluido un submarino nuclear.

Si los visitantes del corazón colonial de la ciudad llamaron la atención de los lugareños, también lo hicieron los estadounidenses que seguían de cerca a los buques en su visita a un antiguo aliado de la Guerra Fría, en un momento de intensificación de las tensiones entre Rusia y Occidente.

A la cabeza de la flotilla iba una fragata de 135 metros, el Almirante Gorshkov, que lleva el nombre del jefe de la otrora formidable Flota Roja de la Unión Soviética. No estaba claro si el buque de casco gris había sido equipado con los últimos misiles hipersónicos rusos Zircon, capaces de volar a una velocidad nueve veces superior a la del sonido, con un alcance máximo de 460 millas (740 km). 

El Gorshkov iba acompañado del Kazan, un submarino de propulsión nuclear capaz de lanzar misiles de crucero, así como de un buque cisterna de reabastecimiento y un remolcador naval. De camino a Cuba, la flotilla realizó ejercicios en el Atlántico, simulando un ataque con misiles contra un grupo de barcos enemigos, según el Ministerio de Defensa ruso, que difundió un vídeo del ejercicio.

El gobierno cubano, adelantándose a las inevitables comparaciones con la crisis de los misiles de 1962 —cuando las armas nucleares soviéticas colocadas en Cuba llevaron al mundo a lo más cerca que ha estado nunca de una guerra nuclear— ha intentado presentar la visita de cinco días como rutinaria y no agresiva.

Su Ministerio de Defensa emitió la semana pasada un comunicado inusualmente detallado en el que subrayaba que la flota no llevaría misiles nucleares. “Esta visita es coherente con las relaciones históricamente amistosas existentes entre Cuba y la Federación Rusa y se atiene estrictamente a las normas internacionales de las que Cuba es Estado parte”, declaró.

“Ninguno de los buques transporta armas nucleares. Su escala en nuestro país no representa ninguna amenaza para la región”.

Las autoridades de Estados Unidos han considerado que la concentración de buques de guerra rusos a menos de 100 millas de la costa estadounidense es “notable, pero no preocupante”. John Kirby, portavoz de seguridad nacional de la Casa Blanca, ha insistido en que la flota no representa una “amenaza inminente”. 

Sin embargo, Washington ha aprovechado la oportunidad para observar más de cerca el armamento que tiene a sus puertas. Cuatro buques de la marina de Estados Unidos, dos de ellos equipados con sonares, siguieron al submarino ruso mientras se acercaba a Cuba. 

Un destructor de Estados Unidos y un guardacostas siguieron a los otros tres buques rusos. En un momento dado, el remolcador pasó a menos de 30 millas de Cayo Largo, en Florida. Se espera que el despliegue ruso sea un anticipo de un ejercicio militar de mayor envergadura que realizará en el Caribe en las próximas semanas. Se especula con la posibilidad de que la flotilla también haga una parada secundaria en Venezuela, cuyo presidente, Nicolás Maduro, es otro aliado acrítico de Rusia en la región.

“Rusia necesita un poco de impulso a su imagen global, y estos ejercicios navales en el Caribe son una buena oportunidad para demostrar cierta proyección de poder limitada para un país que ha luchado por ganar terreno militar en Ucrania”, escribió James Bosworth, analista de riesgos políticos, en la revista World Politics Review.

El despliegue ha suscitado especial atención, y cierta alarma, tras las declaraciones realizadas la semana pasada por el presidente Putin, en las que indicaba que si Estados Unidos y otros países seguían suministrando equipos que permitieran a Ucrania atacar a Rusia, se reservaba el derecho de suministrar armas a países aliados de Rusia que pudieran atacar objetivos occidentales.

“Si suministran a la zona de guerra y piden el uso de estas armas en nuestro territorio, ¿por qué no tenemos derecho a hacer lo mismo, a responder de forma similar?”, afirmó.

El gobierno comunista de La Habana, supuestamente antiimperialista, indicó inicialmente que adoptaría una posición neutral en el conflicto entre Rusia y Ucrania, pero en los últimos meses ha pasado a respaldar a Rusia de forma mucho más evidente. Este enfoque se puso de manifiesto el mes pasado cuando Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, visitó Moscú.

“La Federación Rusa siempre puede contar con el apoyo de Cuba”, dijo el líder cubano a su satisfecho anfitrión, el presidente Putin. Y añadió: “Le deseamos a usted y a la Federación Rusa éxito en la conducción de la operación militar especial” —utilizando la terminología aprobada por el Kremlin para la invasión de Ucrania en 2022.

El año pasado, surgieron informes de que docenas, quizás cientos de cubanos se habían alistado para luchar por Rusia en Ucrania, aparentemente atraídos por un decreto firmado por Putin que ofrecía a los reclutas que sirvieran durante un año alrededor de 2.000 libras esterlinas al mes —una fortuna en Cuba, donde el salario medio del Estado es de apenas 10 libras esterlinas al mes— y una vía rápida para obtener la ciudadanía. Cuba alegó posteriormente que una “red de tráfico de personas” estaba detrás del alistamiento y dijo que había sido clausurada.

La visita de los buques de guerra ha traído a la memoria la relación de montaña rusa de ambos países. Desde mediados de la década de 1960 hasta finales de la de 1980, la Unión Soviética financió a Cuba con decenas de miles de millones de dólares mediante una serie de acuerdos enormemente generosos que incluían el trueque de azúcar por petróleo. El Lada pronto se convirtió en el vehículo por defecto de los funcionarios del gobierno en La Habana, y muchos bebés cubanos recibieron nombres rusos.

Pero cuando la Unión Soviética se derrumbó en 1991, la economía cubana hizo lo mismo y su PIB se redujo más de un 30% en cuestión de semanas. Fueron años de escasez y austeridad que el presidente Castro denominó, eufemísticamente, “periodo especial”.

En los últimos 24 meses, los recuerdos de aquellos tiempos desesperados han vuelto a atormentar a millones de cubanos, ya que varios problemas —como una economía mal gestionada, la reducción de los suministros de petróleo procedentes de una Venezuela en crisis, las sanciones de Estados Unidos y los bajos niveles de turismo tras la pandemia— se han combinado para hacer que la vida en la isla sea excepcionalmente difícil para todos, salvo para una pequeña élite. 

La emigración masiva ha alcanzado niveles nunca vistos desde los meses inmediatamente posteriores a la revolución de 1959 que llevó a Castro al poder. Alrededor del 5% de los 12 millones de habitantes de Cuba han emigrado desde 2021.

Ahora Rusia ha vuelto a ofrecer un salvavidas a su aliado caribeño, aunque nada parecido a la escala de los días soviéticos. 

Las entregas de petróleo ruso a Cuba son las más altas en décadas. Más de 66.000 turistas rusos visitaron la isla en los tres primeros meses de este año, el doble que en el mismo periodo de 2023. El año pasado se firmó un memorando de entendimiento entre ambos países en el que Rusia proponía invertir en las tierras agrícolas de Cuba para cultivar productos destinados al mercado ruso; aumentar los vuelos comerciales; reducir los aranceles; e incluso construir un hotel y un centro comercial totalmente rusos en la isla.

“Los cubanos hemos aprendido a aceptar de buen grado la ayuda venga de donde venga”, afirma Eugenio, ingeniero jubilado de La Habana. “Pero muchos también hemos aprendido a no creer ya en salvadores”.



* Artículo original: “A new Cuban missile crisis? Putin sends warships to Havana in sign of strengthening ties”. Traducción ‘Hypermedia Magazine’.





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Las diez sorpresas de la guerra 

Por Emmanuel Todd

Emmanuel Todd predijo 15 años antes la caída de la URSS. En su último libro vaticina, como un hecho inevitable y en curso, la derrota de Occidente.



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