Un año en Miami; un lugar donde poner los pies


“Un año en Miami; un lugar donde poner los pies”, por Evelyn Sosa.


Cuando llegué a Miami hace un año, me vi flotando. No tenía casa, no tenía documentos, no tenía trabajo, no tenía dinero, no tenía amor y no tenía país.

No puedo bañarme descalza en casi ningún lugar. Si está sucio o limpio el baño, no importa. El único lugar donde me bañaba relajada, sin pensar en los pies, era en mi casa en La Habana, la casa donde crecí. 

Llegar a esa tranquilidad costó años. De niña, cuando mi mamá me bañaba, no podía moverme de los cuatro azulejos en los que yo me paraba, dos para cada pie, siempre los mismos. Cuando fui creciendo, los pies dejaron de caber en aquellos cuadraditos y, después de haberme bañado varias veces con los dedos engurruñados, tuve que asumir dos azulejos más. 

En algún momento después, en la adolescencia, decidí forzarme a ignorar todo aquello y comencé a pisar libremente la poceta, había cosas mucho más importantes.

Me bañé con chancletas en la beca, en todos los lugares por los que pasé, incluso en el último apartamento donde viví cinco años en El Vedado. Sólo cuando regresaba a mi casa podía volver a meterme al baño con los pies descalzos y en paz.

En algunos lugares me bañé descalza, a veces bajo total sensación de asco y martirio, y otras porque pasó espontáneamente. Como aquella noche en que salí de trabajar, me había pasado el día haciendo fotos en la calle, estaba sucia y cansada, pero con muchas ganas de verla. No nos conocíamos. Nos habíamos besado en una fiesta bajo los efectos del calor, el alcohol y algunas otras cosas. 



“Un año en Miami; un lugar donde poner los pies”, por Evelyn Sosa.


Cuando llegué a su casa le dije que quería bañarme. La bañadera blanca estaba limpia. Entré descalza, después de pensarlo un poco. Ella entró, se quitó la ropa, se metió junto conmigo y no me dejó hacer nada. No pensé más en los pies. 

En la mañana, al despertar, le hice el primer retrato. Más tarde, me enamoré.

Al salir de Cuba, vine a Miami. Me bañé descalza sin pensarlo. ¡Estaba tan enamorada! 

En ese baño siempre he pisado así, incluso cuando pasaba por allí algunas mañanas durante los días en que estuve durmiendo en mi carro. 

En Casa de María Antonia me bañé descalza. De ella, de alguna manera, también me enamoré. 

En mi renta en Brooklyn, chancletas los diez meses. En el estudio en Miami, chancletas. En resumen, he podido bañarme descalza en dos o tres lugares en toda mi vida y eso está directamente relacionado al amor y al sentido de hogar, sobre todo.

Regresé a Cuba hace poco. Cuando entré al baño de mi casa, estaba limpio como siempre, pero sentí el maldito impulso de ponerme unas chancletas para entrar a la ducha. Mi casa estaba dejando de ser mi casa. 

Me metí al baño descalza. No me voy a permitir perder esto también. Perdemos muchas cosas por dejárnoslas quitar. Hay una balanza que va de un lado a otro. 



“Un año en Miami; un lugar donde poner los pies”, por Evelyn Sosa.


Para un lado, tenía que ser así, sucede por una razón, no se puede forzar, fluir. Para el otro, no darse vencido, intentarlo otra vez y mil veces si realmente importa, aguantar, ser fiel. Se hace lo que se siente.

De vuelta a Miami, en un espacio nuevo. No sé cuánto va a durar. Trato de no pensar en ello.

Debía hacerlo mío, hacerlo rápido y continuar. 

Después de traer mis gatos y de armar el librero con los libros que llevo siempre, entro a la bañera, descalza, todos los días, tranquila y a veces hasta feliz. 

He aterrizado, aunque las cosas más importantes me sigan faltando. Se necesita un lugar donde poner los pies.





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