“La violencia nunca la puso el pueblo”

Los días antes al 11 de julio el ambiente ya estaba tenso en la ciudad de Cárdenas. Las personas, en las esquinas, hablaban de la mala gestión del Gobierno con el tema de la alimentación y del coronavirus en la ciudad, con las tiendas que pusieron en divisas. La gente empezó a desprenderse del miedo a hablar. En todas las esquinas decían que Díaz-Canel y la Revolución ya no servían, que era una mentira, que hacía mucho tiempo que la Revolución tenía que haber acabado, que nos tenían sumergidos en la pobreza, que nos estaban matando. Y hablaban sin miedo.

Cárdenas, además, fue el epicentro del coronavirus en esa época en Cuba. No existió casa o familia que no fuese contagiada. Yo vi a personas durmiendo en el parqueo del hospital de Cárdenas, con sueros y oxígeno, porque el hospital estaba colapsado por completo. En el barrio donde vivo un vecino se subió encima de su placa y empezó a decir: “Mentiras, mentirosos, son unos mentirosos, todas las cosas que dicen en la televisión son mentira, porque yo vengo de un centro de aislamiento y delante de mí murieron muchísimas gentes sin atención médica y no reportaron ninguno de esos casos en el espacio de Durán en la televisión”.

El domingo 11 de julio estaba en la casa adelantando porque iba a ir en la tarde a Varadero, a bañarme en la playa, que es lo que acostumbrábamos a hacer nosotros casi todos los domingos. Me conecté a Internet y vi que ADN estaba reportando que San Antonio de los Baños estaba en la calle, reclamando. Yo no me lo creía. Sabía que el estallido social iba a pasar, pero no pensé que iba a ser tan rápido. 

Empecé a llamar a vecinos míos, a movilizar a la gente y a comunicarme con periodistas independientes que tenía en mis contactos. Todos me decían: “Está pasando”. Antes de que quitaran Internet, sobre las doce del mediodía, alguien que tenía mi contacto me incluyó en el grupo Cárdenas en la calle, en WhatsApp. Fue cuando me di cuenta de que el pueblo iba a salir porque empezaron a entrar mensajes en el teléfono y convocatorias de jóvenes que se estaban reuniendo en la avenida Céspedes, en la esquina de Real y Salud.

Yo, periodista al fin, me puse una muda de ropa cómoda, el casco de la moto y tomé mi teléfono; mi pareja me acompañó. Los dos salimos y empezamos a dar vueltas por toda la ciudad hasta llegar al punto de concentración que habían convocado. Había poquitas personas; nadie se decidía a romper el hielo. Como andaba en una moto, comencé a recorrer las calles de Cárdenas.

Ese 11 de julio estaba toda Cárdenas en los portales, en las puertas de sus casas; nadie quería romper el hielo. Había una sola patrulla frente a la casa donde vive una Dama de Blanco, impidiendo que pudiera salir. Pero la gente estaba a la expectativa. 

De pronto, sobre las 3:15 p.m., vi que por las calles Vives e Industria estaba saliendo un mar de pueblo, en busca de la calle Real. Me bajé de mi moto y me uní a la manifestación. Ahí pude ver lo que yo nunca había visto en el pueblo cubano: dentro de esa manifestación, todo el mundo estaba alegre, con sonrisas en sus labios. La gente llegó a pensar que ese día se acababa el comunismo en Cuba. Yo viví su felicidad, reportando como periodista, grabando sus rostros. La gente, sola, venía y me decía: “Yo quiero hablar, ¿tú eres periodista?”. Y se paraban delante de mi teléfono, con una alegría inmensa. “Se acabó”. “Basta ya”. “Somos libres”. “Ya se acabó toda la miseria, se acabó toda la represión, se acabó el hambre”. La gente tenía de verdad deseo de libertad y lo vivió por un momento el 11 de julio.

La manifestación fue interrumpida por varias patrullas que impidieron el paso a los manifestantes que pudieran tomar la avenida principal de la ciudad de Cárdenas, quienes estuvieron evitando ese conflicto con la policía hasta el último momento. Las patrullas se paraban y no permitían el paso, y la gente cogía rutas alternativas tratando de evadir el cordón policial. Así, lograron entrar a la calle principal de la ciudad y ponerse delante del Partido y del Gobierno, cuyas sedes quedan una frente a la otra. De una manera pacífica, empezaron a reclamar la libertad con sus consignas, a gritar “Patria y Vida”, a exigir la dimisión de Díaz-Canel y de toda su cuadrilla. Hasta ese momento, todo estuvo muy pacífico.

De repente se sintió un ruido muy fuerte. Eran unos camiones militares bien grandes que estaban doblando a mucha velocidad por la esquina de Real y Velázquez. La gente pensó que le iban a tirar los camiones encima y se dispersó hacia las aceras. Ellos aprovecharon y desplegaron un operativo de adolescentes, en edad de Servicio Militar. Empezaron a bajar de los camiones con escudos antimotines, con tonfas en sus manos, con cascos. Ahí pude ver la bajeza tan grande de ese Gobierno porque estuve todo el tiempo grabando esas imágenes delante de los escudos antimotines. Los policías vestidos de azul empujaban a esos niños hacia los manifestantes. “A ustedes no les vamos a hacer nada, ustedes son de los nuestros, ustedes son inocentes, el problema de nosotros es con el Gobierno, con el Partido, con Díaz-Canel, y con la policía si ellos ponen la violencia”, les decían los manifestantes.




Entonces, vi llegar a una madre en un carro; la mujer era de Boca de Camarioca. Su hijo, en el Servicio Militar, en una unidad en Cárdenas, estaba ahí como escudo antimotines. Al parecer, se había enterado de que Cárdenas se había tirado a la calle y sabía que a su hijo lo iban a coger para eso. Ella llegó a la manifestación, le arrancó el escudo antimotines a su hijo, le quitó el casco, le desprendió la camisa y se la rompió. Se viró hacia los policías y les gritó: “¡A mi hijo no lo mata nadie, coño! Ustedes son los culpables de esto, resuelvan ustedes este problema”. Caminó unos metros y el jefe intentó amenazarla. “Si lo meten preso a él, me van a tener que meter presa a mí, pero a mi hijo no lo mata nadie. Se va conmigo para mi casa”, le dijo. Y se lo llevó arrastrado.

Esa imagen quedó grabada en mi cabeza y en mi celular. Pero perdí todas las imágenes de la manifestación porque me lo decomisaron.




La violencia nunca la puso el pueblo, sino la policía, y principalmente, la Seguridad del Estado. A mí me detuvo un agente de la Seguridad del Estado porque grabé las primeras piedras que se lanzaron en Cárdenas contra los cristales de las tiendas. Después, cuando me llevaron hacia las afueras de la ciudad, a la concentración donde estaban todos los detenidos esperando a ver qué pasaba con nosotros, llegó la persona que tiró la primera piedra contra una vidriera, todo sucio, como mismo lo vi en la manifestación, empujando a muchos detenidos. Ahí me di cuenta de que él era un agente de la Seguridad del Estado infiltrado, gritando como un manifestante más. 

Eso fue una estrategia. La gente empezó a entrar a las tiendas porque había hambre, había necesidad, a tomar aquello de lo que nos han privado; pero ellos rompieron las tiendas para darle otra visión ante la opinión pública internacional de lo que era la manifestación del 11 de julio. Ellos pusieron esa violencia para quedar como héroes, mientras decían que la gente había salido a vandalizar, que éramos delincuentes, y todos los cartelitos que nos pusieron a los detenidos.

Estando preso me di cuenta de todas las artimañas y estrategias, principalmente de la Seguridad del Estado. Dentro de la manifestación, al lado mío, veía personas que decían a muchos jóvenes: “Oye, vámonos para la costa, que me llamó mi tío de los Estados Unidos, que van a entrar en lancha a recoger a todos los cubanos”. Me di cuenta después de que esos mismos que estaban diciendo eso, frente al Partido, eran agentes encubiertos, porque después los vi dando golpes a todos los jóvenes en ese lugar de detención. Esa fue otra estrategia para romper la manifestación: empezaron a decir a la gente joven que estaban entrando lanchas desde Estados Unidos. Para allá fueron corriendo casi todos los jóvenes. Después me enteré a través de mi pareja, porque ya yo estaba detenido, de que llevaron camiones a Playa Larga y golpearon a todos los que se encontraban ahí. De hecho, mataron a un muchacho; le dijeron a la familia, a los días, que había muerto por el coronavirus y la llevaron al lugar donde estaba enterrado supuestamente su cadáver.

Cuando el pueblo entró a las tiendas a buscar la comida que nos habían quitado y puesto en dólares americanos, un niño descalzo, de unos 9 o 10 años, sin camisa y en shorts, entró corriendo y empezó, como niño al fin, a tomar cosas que le llamaban la atención: galleticas, refresquitos y juguitos. Salió corriendo, puso todo al lado mío, me dijo: “Señor, cuídeme ahí” y entró de nuevo en la tienda. Detrás de la caja registradora había dos banderas: la cubana y la del 26 de Julio. Este niño, dentro de su inocencia, sin saber lo que estaba haciendo y quizás sin saber lo que significaba, arrancó la bandera del 26 de Julio y salió corriendo; la tendió en la calle y echó todo lo que había cogido, haciendo una especie de jolongo, se la tiró encima y salió corriendo de nuevo. 

En ese momento pensé en la lección histórica que estaba dando este niño. Su acción, con esa asquerosa bandera, baluarte del Movimiento 26 de Julio, que supuestamente luchó por un cambio en Cuba, por la igualdad, estaba mostrando que en realidad el 26 de Julio fue un movimiento terrorista que secuestró a Cuba y la ha tenido sometida a la pobreza, al hambre, a la miseria, la represión. Ese niño dijo mucho sobre lo que significa ese baluarte para las nuevas generaciones en Cuba. Esta es la anécdota que más me marcó dentro de esa manifestación.

Después, la manifestación se puso muy violenta en la zona del hospital de Cárdenas, en la intersección de Calzada y Palma. Ahí está el Servicentro de Palma, que tiene una tienda también en divisas. Ahí hubo un enfrentamiento porque la policía empezó a disparar a personas y el pueblo respondió a esa violencia.




En el hospital de Cárdenas no se tiró ninguna piedra. De hecho, la madre de uno de los que estuvo detenido conmigo estaba de guardia ese día en el hospital. Cuando me soltaron, fui a su casa a llevarle una carta de su hijo, que había quedado preso, y conversamos sobre eso. Ella me dijo: “¿En qué momento de la vida tiraron piedras en el hospital? Eso es una mentira”. Es incoherente, porque ellos dicen que fue agredida la sala de pediatría y esa zona no queda cerca de la carretera, hay un espacio de áreas verdes de más de quinientos metros.

Todos los periodistas de Telebandera estaban metidos en la manifestación como si fueran del pueblo, grabando a las personas que estaban participando. Después, supimos que la Seguridad del Estado recogió esos videos que hicieron sus infiltrados, esos periodistas y los de las Brigadas de Respuesta Rápida que tenían dentro de la multitud, y empezaron a localizar a las personas que aparecían en ellos, las arrestaban y las metían presas. 




Así fue como detuvieron a la gente en la provincia de Matanzas. Todos los matanceros de los municipios donde hubo estallido social estuvimos trancados en el mismo lugar. A todos nos tenían en el Centro de Operaciones de la Seguridad del Estado, en la Bellotex y en el Combinado del Sur.

En ese proceso conocí y supe del estado de varios de los manifestantes en Cárdenas. Por ejemplo, Yadiel Robaina Aranega es uno de los muchachos que sale en las fotos publicadas por el periódico Girón. Es barbero en Cárdenas. Cuando salí de prisión, su hermano me dio una entrevista para CubaNet. Sigue preso, con una petición fiscal de 9 años de privación de libertad por los delitos de desórdenes públicos y desacato.




Asimismo, vi a Lázara Karenia González, con petición fiscal de 8 años de privación de libertad por los delitos de desórdenes públicos, desacato y atentado. Al detenerme, me llevaron para el lugar donde estaba ella. Me tiraron de cabeza en el piso, me pusieron las esposas y me obligaron a estar acostado en el piso; no querían que levantara la cabeza. Había un militar al lado mío con unas botas muy grandes, quien me decía que, si yo la levantaba, me iba a caer a patadas por la cabeza. Yo veía a esa muchacha joven, Lázara Karenia, sentada delante de mí, llorando muchísimo. Lloraba como una niña, temblaba, se secaba las lágrimas. Lo recuerdo como si lo estuviera viviendo ahora mismo. Ella me miraba mucho, con mucho temor, y, cuando yo la miraba, evadía mi vista. Ella no sabía quién era yo ni por qué me estaban tratando así. Pude notar que sentía miedo de mirarme. 

Yo no conocía para nada a Lázara Karenia. Cárdenas es una ciudad muy grande, muy cosmopolita, y en mis diligencias en la calle nunca vi rostros repetidos de la cantidad de habitantes que tiene la ciudad. Durante la manifestación, yo estuve todo el tiempo reportando para CubaNet y siempre me acompañaba al lado una mujer con una blusa a rayas y una muchacha rubia con un pulóver rojo, un pantalón negro, de unos veinte y pico de años, con una bicicleta eléctrica en sus manos. Yo estuve todo el tiempo al lado de Lázara Karenia sin saberlo; incluso vi cómo la detuvieron. Yo grabé la detención, todos los planos donde estaba en la manifestación. Ella siempre estuvo pacíficamente gritando las consignas que gritamos todos: “Díaz-Canel singao”, “Patria y Vida”, “libertad”, “no tenemos miedo”, “lárguense del poder”. 




En un momento, una señora salió de las Brigadas de Respuesta Rápida y enfocó a Lázara Karenia, que andaba por la acera de la calle Real y la esquina de Calzada, frente a la tienda Agua y Jabón. Esa mujer, al parecer, tenía algún problema con alguien de su familia porque le fue arriba y le decía: “¡Gusana! ¡Tú eres una gusana! Tus hermanas están en Estados Unidos”. Lázara Karenia, con un tono muy acentuado, le decía: “¿Pero qué te pasa? ¿Qué te he hecho yo?”. Y ella, manotéandole, seguía: “¡Gusana! ¡Traidora! Toda tu familia está en Miami”. Hasta que Lázara Karenia le respondió: “Si porque mi familia, mis hermanas estén en Miami, yo soy gusana, pues sí, soy gusana, y quiero un cambio”. 

En ese momento se le acercaron varias personas de la Brigada de Respuesta Rápida convocadas por esa mujer, le hicieron un círculo y la dejaron a ella, a su mamá y a la bicicleta eléctrica dentro. Una “boina roja” la cogió por el cuello, otra policía le aguantó las manos y, por encima de la “boina roja”, llegó un policía vestido de azul que le puso una tonfa en el cuello y la apretó. Ella gritaba que la estaban asfixiando. 

Yo grabé toda esa detención. Recuerdo que vino un policía y me amenazó: “Baja el teléfono que te voy a caer a patadas”. Para evitar una confrontación y perder las imágenes, bajé mi teléfono. Después de que la arrastraron y la tiraron de cabeza dentro de la patrulla, me acerqué a la mujer que le estaba gritando gusana: “Señora, eso es una mujer”. Y ella me respondió: “Sí, pero es una contrarrevolucionaria, una gusana, y esta Revolución es de las mujeres, no de las gusanas. Y hay que darle golpes porque es una gusana”. Y yo le dije: “La Revolución suya siempre ha defendido a las mujeres. Cómo la Revolución va a mandar a darle golpes a una mujer porque piense diferente”. Entonces ella me dio la espalda, no me dijo más nada y se fue. 




Por las cosas de la vida, tuvimos el mismo abogado. Fue un abogado ejemplar. Tengo el mejor criterio de Nelson, no se ha dejado doblegar por la Fiscalía ni mucho menos por la Seguridad del Estado. Hizo una defensa espectacular de mi caso, sabiendo que yo era un opositor, un periodista independiente. No vaciló en defenderme hasta el último momento. Cuando me liberaron con la medida cautelar de prisión domiciliaria, me comuniqué con él y fui al bufete colectivo al otro día de haberme soltado de la prisión para agradecerle. Estando ahí, entró una llamada telefónica de la hermana de Karenia; le dije que yo tenía en mi teléfono todas las imágenes de todas las mentiras que estaban diciendo de esa niña, que es inocente. Y le serví de testigo a Lázara Karenia; me citaron en dos oportunidades para dar mi testimonio. En todo momento, cuando fui a la policía de Cárdenas a dar el testimonio ante la Seguridad del Estado, hubo policías que me intimidaron y trataron de extorsionarme para que yo no dijera las cosas que estaba diciendo sobre ella. Cada vez que daba mi testimonio, entraban los policías y decían: “No, eso es mentira porque la cogieron dentro de una tienda y la sacaron robando”. Y yo les decía: “Yo sigo sosteniendo que es mentira. Dentro de mi teléfono está la verdad. Devuelvan el teléfono y los videos para que vean”.

En el Combinado del Sur de Matanzas tuve el privilegio de compartir con Osain Denis Trujillo. Osain fue una víctima de la dictadura porque lo utilizaron cuando empezaron los reclamos frente al Partido. Le dijeron que subiera al balcón, que había un sistema de audio, para tratar de calmar a la multitud. Osain, como casi todos los que estaban ahí afuera reclamando, no sabía las intenciones de la dictadura. Estas personas de la sociedad civil no están acostumbradas, como nosotros, los opositores y periodistas, al acoso de la propia Seguridad del Estado. Él, inocentemente, subió y trató de dirigir unas palabras al pueblo, de hacerle entender de una manera muy diplomática que había que irse para la casa. El pueblo lo tomó como un chivato; yo vi como le gritaban “chivatón, chivatón”. 




Él me contó que lo fueron a detener el 12 de julio. Entró una cantidad de policías a su casa, boinas negras, como si fueran buscando a un cártel de la droga de México. Irrumpieron en su hogar con armamento, apuntaron, lo tiraron de cabeza en el carro, le encapucharon la cabeza, lo llevaron a la estación de policía de Cárdenas y le dieron golpes. Yo fui testigo de que Osain estuvo más de 21 días defecando sangre, no podía sentarse, agacharse, de la entrada de golpes que le dieron en el estómago. Yo lo vi llorar, como un niño, de dolor.

La dictadura también se está extremando con Osain porque el día 9 de julio murió su suegra en el hospital de Cárdenas con coronavirus y no había caja para el cuerpo. Después que lo mandaron para el Partido y lo pelotearon a esa hora de la noche, no le dieron respuestas. Él se paró en el parqueo del hospital e hizo una transmisión en vivo donde denunció lo que estaba pasando con la salud, con el hospital de Cárdenas. La prensa independiente, CubaNetADNCiberCuba, repostearon esa transmisión en vivo. 

Estando allí adentro, después de los interrogatorios, regresaba molesto porque lo estaban acusando de ser el líder de Cárdenas. Según la Seguridad del Estado, esa transmisión fue la que encendió la llama para que el pueblo de Cárdenas saliera a las calles el domingo. A él en todo momento le hicieron la vida un yogur.

Ahí adentro, todos los de Cárdenas nos hicimos una familia. A todas las personas de Cárdenas nos trasladaron juntos para el Combinado del Sur el mismo día. El primer saco de comida que entró al cubículo de nosotros lo mandó la esposa de Osain. En ese saco venía una carta de su familia. Osain la cogió, se sentó en su litera y lloró como un niño. La leyó en alta voz. Su mujer, Dayana, le puso: “No te preocupes, que tanto yo como nuestros hijos vamos a hacer lo posible y lo imposible porque tú salgas de allá adentro”. Y él lloraba y lloraba, porque tenía una familia muy bonita que separaron. Él es una persona muy emprendedora, tenía un taller de reparación de motos eléctricas, entre otras cosas. Osain compartió con todos nosotros su saco de comida. Es una persona muy solidaria, con unos valores enormes; una persona muy tolerante, muy inteligente, muy culta, con él yo hablaba de todo tipo de temas. Ahora tiene una petición fiscal de 7 años de privación de libertad por los delitos de desórdenes públicos y desacato.

Cárdenas fue el muchacho al que le dispararon dentro de la casa. Esa imagen recorrió el mundo, las principales cadenas de televisión pusieron el caso. Él no estaba en mi celda, pero sí en una que quedaba en el mismo pasillo donde yo estaba en el Centro de Operaciones, bajo tierra. 

Cuando se abrían las rejas entraban los militares con sus pasos y todos nosotros callábamos para escuchar lo que pasaba. Yo pude escuchar claramente a través de los pasillos que él lloraba, gritaba de dolor. Casi todas las noches sentía mucho dolor en la pierna. Dicen los que estuvieron con él que tenía un disparo en la pierna y una herida en la cabeza. Parece que la bala no perforó, pero sí rozó por el lado de su oreja. Es lo que me cuentan los muchachos que estuvieron en su celda, que después los pusieron en la mía. No le dieron atención médica en lo absoluto. Él estuvo tres días llorando como un niño, gritando del dolor. Uno de los que estaba en la celda con él me dijo que tenía el muslo como si tuviera gangrena, muy negro. 

Recuerdo que llegó un militar con grados de general, pasó por el pasillo, se paró en la celda y preguntó su nombre. “Acompáñenos”, le dijo. Lo sacaron y nunca más ni vi ni escuché la historia de Cárdenas. Después, personas que fueron entrando desde la calle me fueron diciendo y corroborando que había salido en el noticiero desmintiendo lo que había pasado con él. Lo chantajearon ahí dentro, jugaron con él, le prometieron que si hablaba y desmentía a la prensa internacional lo iban a tomar en cuenta y lo iban a ayudar en el juicio. Quizás él cayó en ese juego, por no tener ese vínculo tan cerca de nosotros, los opositores y los periodistas, con la Seguridad del Estado, por la cantidad de veces que nos interrogan. Al final lo sentenciaron a 15 años de privación de libertad por los delitos de sabotaje y desórdenes públicos.

Allá adentro había presas una madre y una hija de Jovellanos, a las que separaron. A Claudia Peña Márquez, la hija, la tenían en una celda y a su madre, Raquel Márquez, dos celdas más allá. Claudia se infectó de coronavirus porque había personas positivas dentro de los calabozos con nosotros y entró en un estado que no quería comer. Me zumba aún en mis oídos su madre, que es una señora mayor, diciéndole: “Claudia, por favor, come. Hazlo por mí, mi niña. No dejes de comer que tú estás enferma. Claudia, me vas a matar de un disgusto”. La Fiscalía les pide 2 años de privación de libertad por el delito de desórdenes públicos y 8 años por desórdenes públicos y atentado. 

Los primeros días, del 12 al 26 de julio, fueron los más tristes para todos los que estábamos allí. En esa fecha entraban muchos jóvenes a las celdas donde estábamos nosotros. Todos los días entraban cinco, seis, siete, que iban cogiendo en la calle. Yo, como periodista, los entrevistaba a todos y siempre insistía en saber lo que estaba pasando en la calle, qué se decía en las redes sociales. 

Las emociones eran fuertes. Nos veíamos como héroes de guerra, como soldados que salimos a defender una causa justa y fuimos apresados. Había un levantamiento armado en las calles y en cualquier momento iban a intervenir las prisiones y nos iban a sacar. Íbamos a salir con las banderas, a los parques, las plazas, y gritar “viva la libertad”, “somos libres”. Lloramos y sufrimos de alegría, de tristeza. Yo nunca pensé vivir eso, ver las ansias de libertad que teníamos todos los que estábamos ahí adentro; pero no de libertad personal, sino las ansias de ver a nuestra Cuba libre.

Las mayores torturas a las que me sometieron fueron psicológicas; también me negaron atención médica. Estuve durmiendo treinta y tres días en el piso, al lado del “turco”. La celda era dos metros de ancho por cuatro de largo y ahí estuvimos de unos diez a doce hombres. No había oxígeno, no había circulación de aire, nos quitaron el agua hasta tres días seguidos, nos daban una comida al día y mal elaborada. Yo me enfermé, cogí un estafilococo en la cabeza y sarna; pedí atención médica y me la negaron. A mí me torturaron. A través de una pequeña abertura que había en la puerta, por donde pasaban las bandejas de comida, cada vez que pedí atención médica me dijeron que yo era gusano y que, como la salud en Cuba es gratuita pero yo quería un cambio, para mí no había atención médica. Se me reventó la cabeza. Yo entré con 230 libras y salí de ese lugar con 160. Parecía un paciente de cáncer.

Ellos le tienen mucho miedo a la opinión pública internacional. Mi caso se hizo muy relevante después del 11 de julio porque fui el último periodista independiente encarcelado. Me tuvieron 37 días y, de esos, 10, desaparecido. Mi familia me buscaba y no me encontraba. Mi pareja me buscaba y no me encontraba, hasta que empezó a dar declaraciones a la prensa internacional. Fue entonces, a los diez días, cuando me dieron una llamada telefónica y yo pude hablar con él.

Muchas organizaciones internacionales hicieron presión por mi detención y mi excarcelación: Cubalex, Prisoners Defenders, el Comité para la Protección de los Periodistas, la ICLEP. Ellos se cuidan de que lo juzguen por la falta de libertad de prensa en Cuba. Entonces decidieron sacarme con una medida cautelar y me mantuvieron veintiún días preso en mi casa. Después me pusieron una multa por el Decreto-Ley 310, artículo 8, inciso 3, que faculta a la policía para imponer una sanción administrativa por un delito sin comparecer ante un juez, y me dejaron el expediente abierto. En el expediente hay varios delitos que acumulan treinta años de prisión.

La presión fue la que decidió mi sanción. Mi pareja nunca se calló y eso es muy importante. Siempre estuvo dando guerra a través de las redes sociales, de las cadenas de televisión, desde la prensa independiente. Si las madres de los presosentendieran que denunciar lo que están viviendo sus hijos los va a beneficiar, la historia fuera diferente.

Mi compromiso con el periodismo, con la verdad y con la democracia de Cuba es tal, que antes del 11 de julio yo era un periodista seguido, citado, amenazado con tonterías, pero después de ese día la persecución contra mi persona aumentó: amenazas de muerte, de prisión. Hasta el punto de que me hicieron irme de Cuba. Me chantajearon para que me fuera de Cuba y hoy estoy en un limbo migratorio.

Pero no me arrepiento, para nada, de haber hecho tanto tiempo periodismo, de haber salido a las calles el 11 de julio, de haber compartido con todos esos héroes que aún siguen en las prisiones. Y me siento orgulloso de cada uno de ellos que conocí porque todavía no he podido ver un video en las redes sociales que la dictadura les haya hecho donde muestren a un joven arrepentido por haber salido a protestar. Eso me llena de orgullo, porque los conocí en la caliente, siendo unos tipos cojonudos, y siguen siendo unos tipos cojonudos. Con esas causas de diez, quince, veinte años, siguen siendo firmes y creo que van a cumplir la promesa que me hicieron. Todos me decían: “Si yo tengo que cumplir veinte años los cumplo con el mayor orgullo de esta vida y cuando salga seré el opositor más grande que ha dado este país”.

Fue triste el 11 de julio, pero no un fracaso, aunque la propia dictadura quiera decirlo. Fue la demostración de que la sociedad cubana, la sociedad civil, no quiere a los dictadores en el poder. Ellos le dejaron ver al mundo que son una dictadura que tienen jóvenes y niños presos. Y le están diciendo al mundo que no van a entregar el poder por las buenas; que en Cuba tiene que haber un cambio porque la sociedad civil lo está diciendo: ya basta de represión, de maldad, de hambre, de miseria. El 11 de julio, para mí, es un día glorioso de la patria cubana.


© Imagen de portada: Orelvys Cabrera reportando para ‘Cubanet’, durante las protestas del 11 de julio de 2021, en Cárdenas.




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