
Nada del otro mundo. Un misil. En pleno Domingo de Ramos, para ridiculizar los residuos religiosos de la civilización occidental. Hubo un par de tuits y otros tantos titulares. Ahora habrá que pasar la página, en aras de una prometida paz.
Олена Когут, una organista más o menos anónima, murió. Fue una de la treintena de víctimas mortales de esta embestida rusa contra la población civil ucraniana. Para cuando termines de leer esto, esos cadáveres serán ya historia antigua. Su barbarie habrá sido borrada por los próximos cadáveres.
Europa hizo todo lo que pudo, tal vez. Tal vez, los Estados Unidos no hicieron todo lo que hubieran podido. Unos y otros tenían algo más importante que hacer: caerse a mentiras y ofensas dentro de sus respectivas democracias, tildándose mutuamente de “fascistas” y “comunistas”.
Ni la actual administración republicana de Donald Trump, ni ninguna administración demócrata pasada o futura, han estado nunca en condiciones de detener esta masacre. Al respecto, nadie debe prestarle la menor atención a Washington. Las posiciones de Putin, que no necesita ganar la guerra para ganarla, cuentan en la praxis política con una perpetua impunidad.
Los ataques de Rusia contra Ucrania no buscan destruir un objetivo militar. Mucho menos al gobierno ucraniano, cuya existencia es clave para consolidar los objetivos globales del Kremlin. Aquí se está cauterizando el concepto mismo de ciudadanía. Aquí se va a demostrar la inviabilidad de un tiempo histórico ilusorio, donde la democracia venía siendo la opción más imperfectamente posible.
Antes de que sean asesinados por el Kremlin nuevos inocentes en Ucrania, el gobierno de La Habana le habrá estrechado tres veces las manos a los matones del zar. Que son los matones de la URSS. Que son los matones del Moscú eterno que, en efecto, no cree en lágrimas.
Los cubanos cargamos con esa condena. Desde enero de 1959 andamos aporreando las teclas que desafinan el órgano de la democracia planetaria. Es el precio de la sobrevivencia a ultranza. Ningún misil nos extinguió a tiempo.
Los misiles estuvieron siempre de nuestra parte.

Entrenamiento en el fin del mundo: el Ártico se convierte en zona de guerra
Por Helen Warrell
El deshielo del mar, el aumento de las tensiones y el redescubrimiento de lo que implica dominar el arte de la guerra en el Ártico.