Nunca me tomé en serio aquello de “comprar Groenlandia”. Sin embargo, puede que Trump hablara más en serio de lo que muchos piensan. Después de tuitear sobre esa posibilidad en 2019 y ser rechazado por la primera ministra danesa, llegó incluso a cancelar abruptamente un viaje previsto a Copenhague. Recientemente, Trump ha reiterado su deseo de adquirir el territorio, y Don Jr. acaba de hacer una visita sorpresa a la isla esta semana.
Cuanto más lo pienso, más creo que esto debería ser una prioridad del gobierno de Trump, y que no es del todo imposible. Mi estimación de que esto llegue a ocurrir ha pasado de menos del 1% a quizá un 2%, en un horizonte de unos treinta años. Pero eso ya es suficiente para que valga la pena considerarlo como experimento mental. Y, a este ritmo, será un hecho consumado el mes que viene.
Dinamarca se hizo con el control de Groenlandia a principios del siglo XVIII, cuando misioneros y comerciantes procedentes de Dinamarca-Noruega establecieron una presencia en la isla con el objetivo de convertir al cristianismo a la población inuit e integrar el territorio en su red comercial. Acabó convirtiéndose oficialmente en colonia danesa en 1814, tras la disolución de la unión danesa-noruega al final de las guerras napoleónicas. En 1979, Groenlandia obtuvo un régimen de autogobierno, y en 2009 logró una mayor autonomía, aunque sigue siendo parte del Reino de Dinamarca, con control sobre la mayoría de los asuntos internos, pero dependiendo de Dinamarca en defensa y política exterior.
Groenlandia es una tierra escasamente poblada, con unos 57.000 habitantes. Aproximadamente un 10% son europeos y el resto, población nativa. Su PIB per cápita es de 57.000 dólares anuales, lo cual no está nada mal a escala mundial, aunque es significativamente más bajo que en el resto de Dinamarca. Sin embargo, su nivel de vida está fuertemente subvencionado. Aproximadamente el 20% del PIB de Groenlandia —es decir, la mitad de su presupuesto gubernamental— proviene del gobierno danés. Se dice que el territorio avanza lentamente hacia la independencia, pero cuesta imaginar en qué podría consistir eso, dada su total dependencia económica de la metrópoli.
La escasa población se debe en parte a una geografía implacable. Alrededor del 80% de Groenlandia está cubierta por una auténtica masa de hielo conocida como la capa de hielo de Groenlandia, que abarca 1,7 millones de millas cuadradas y tiene más de tres kilómetros de espesor en sus puntos más profundos.
Los groenlandeses no parecen especialmente apegados a Dinamarca. La primera ministra del territorio declaró recientemente que deberían formar su propia nación, y las encuestas muestran que la mayoría respalda esa postura. Sin embargo, parecen ser un pueblo pragmático. En 2017, el 78% de los groenlandeses dijo que se opondría a la independencia si eso implicara una caída en el nivel de vida. Así que quieren ser su propio país, pero no asumir las responsabilidades que eso conllevaría. Al final, formar parte de Estados Unidos —el imperio más poderoso de la historia del mundo, donde todas las razas son bienvenidas por igual— puede empezar a parecer una perspectiva mucho más atractiva que seguir siendo una dependencia asistida de un país europeo pequeño y poco distinguido. Los groenlandeses parecen bastante apáticos y fáciles de moldear, desean la independencia, pero no lo suficiente como para hacer mucho por conseguirla, y convertirse en estadounidenses podría quizá aportar algo de emoción a lo que parecen vidas muy aburridas.
Debo decir que, en lo emocional, la idea me resulta atractiva. Los estadounidenses viven bien, pero son pesimistas respecto a su política. Las cosas que preocupan a los votantes son en su mayoría una tontería. Los inmigrantes no cometen muchos delitos y no están empeorando tu nivel de vida, sino mejorándolo. Cuando Kamala Harris se apartó del discurso woke, no tenía otro mensaje más allá de ser amable con la gente y bajar el precio de la insulina. Esto resulta más simpático que la política llena de odio de los republicanos, pero es demasiado pobre como para inspirar a nadie.
Si Estados Unidos tiene problemas, sigue siendo moral y culturalmente superior al resto del mundo. Su destino es disolver las fronteras y las culturas diferenciadas, que son molestas y estúpidas. Lo hacemos dando la bienvenida al mundo aquí y haciendo que el mundo, allá afuera, se parezca más a nosotros. La mayor parte de esto ocurre sin planificación alguna. La cultura pop estadounidense y su dinamismo económico son imanes para el capital humano de élite en todo el planeta, tanto si esas personas emigran como si se quedan en casa y simplemente encuentran nuestra sociedad mucho más emocionante que la suya.
Es inevitable que el proceso conlleve una buena dosis de dolor y destrucción. Pero no existe tal cosa como la preservación de culturas o naciones en el mundo moderno. Es como una persona que renuncia a mejorar y decide que hará lo que sea por mantener su vida exactamente como está ahora. Eso es imposible si uno quiere seguir llevando una existencia humana. Envejeces, la gente a tu alrededor muere, surgen nuevas oportunidades que debes aprovechar si quieres conservar alguna voluntad de vivir. Si te hundes en la rutina, el resultado será una existencia embotada. Todo lo que merece la pena —como formar una familia o alcanzar la realización profesional— exige un cambio constante.
Esto es aún más cierto en el caso de una nación, donde se requiere una dosis mucho mayor de coerción y hostilidad al progreso para intentar que todo siga como siempre. “El pasado es un país extranjero”. Vuelve a ver televisión estadounidense de los años cincuenta y compárala con lo que se produce hoy en algún país del Tercer Mundo. Probablemente compartas más valores con alguien de tu misma edad al otro lado del planeta que con tus propios bisabuelos. Solo en las zonas más atrasadas del mundo esto no se cumple. La cultura estadounidense volverá a cambiar en las próximas décadas, y la pregunta es si ese proceso estará guiado por personas optimistas, abiertas y dispuestas a aceptar lo que traen el progreso tecnológico y económico, o por quienes lo rechacen con amargura en nombre de una idea de estabilidad que, sencillamente, no puede existir.
Estados Unidos, de forma instintiva, entiende esto mejor que cualquier otra nación. Los amish no podrían existir en Europa. Ni siquiera puedes educar a tus propios hijos en casa en Francia o Alemania. Elon Musk tampoco podría haber nacido allí. Estados Unidos, en casi todos los aspectos, está más dispuesto a elegir la libertad incluso por encima de la vida misma, aunque nuestras retrógradas leyes sobre la eutanasia sigan siendo una vergüenza. Recientemente vi un anuncio en un centro médico de una clínica antienvejecimiento que prácticamente te invitaba a ir al médico e inventarte síntomas para que te receten testosterona y puedas seguir desarrollando tus bíceps bien entrada la madurez. Parecía un anuncio de deportes, con un hombre asiático mayor, en forma, con una camiseta ajustada, mirando pensativo hacia el horizonte. Permitimos que las farmacéuticas compren anuncios de un minuto durante los partidos de fútbol, con pícnics multirraciales, diciéndonos qué pastillas debemos exigirle al médico, y podemos conseguir una cita ese mismo día para probar lo que sea que nos hayan convencido de tomar. Prácticamente todos los países del mundo —excepto Nueva Zelanda— prohíben la publicidad directa de medicamentos al consumidor. Aquí, en lugar de planificación centralizada, el rey es el consumidor, y la información circula a través de los mercados y las señales de precios, por muy distorsionadas que estén por la intervención gubernamental en el sector sanitario.
La mejor razón para anexionar Groenlandia, entonces, es que sería una victoria para Estados Unidos y una derrota para Europa. Tal vez no en un sentido material estricto. Los 57.000 groenlandeses que dependen en gran medida de las ayudas sociales no son precisamente un tesoro en capital humano por el que valga la pena luchar. Pero a los hombres les gusta mirar mapas. El territorio estadounidense aumentaría un 20% de la noche a la mañana. En algunos mapas en dos dimensiones, Groenlandia parece incluso más grande que África. Niños como mis hijos crecerán sintiendo, en lo más profundo de sus huesos, que Estados Unidos es grande y Europa es pequeña. Por eso todo el mundo teme a Rusia, aunque sea débil. Tiene 11 husos horarios, y estoy convencido de que eso ha distorsionado el perfil psicológico de esa nación, haciendo que sus líderes crean que tienen derecho a un mayor protagonismo en el sistema global del que les correspondería según su fuerza objetiva y su nivel de desarrollo económico.
Ya averiguaremos qué hacer con Groenlandia más adelante. Que algunos tipos bien conectados del mundo tech alquilen la tierra al gobierno federal y veamos qué se les ocurre. Si resulta que hay recursos que merecen la pena extraer pese a los costos, es mucho más probable que las empresas estadounidenses descubran cómo hacerlo que las europeas, sin que las frenen las leyes laborales o unas regulaciones ambientales excesivamente estrictas. La idea general sería comprar la voluntad de los esquimales y luego usar el territorio como un laboratorio para experimentar con cosas nuevas.
Dinamarca, en la práctica, le paga a Groenlandia para que siga formando parte del país. Pero el PIB de Estados Unidos es 70 veces mayor. Podemos ganar cualquier guerra de ofertas. Para ponerlo en perspectiva: Elon Musk, él solo, vale más que el PIB anual de Dinamarca. Ya ha empezado a publicar sobre la adquisición de Groenlandia, y recordemos que así fue como empezó la compra de Twitter.
La existencia misma del dominio danés sobre Groenlandia es absurda. Un país nórdico paga a unos 50.000 esquimales para que sean sus amigos, y ni siquiera ha conseguido ganarse sus corazones y mentes. ¿Por qué exactamente? No hay ninguna buena razón —ni financiera, ni cultural, ni geopolítica— para ello. Los daneses se aferran a la unión simplemente porque ya existe. Su rey acaba de cambiar el escudo de armas para dar mayor protagonismo al oso polar y al carnero, otorgando a la diminuta población de Groenlandia tanta representación en él como al resto de Dinamarca. Se cree que el nuevo diseño podría ser una respuesta a lo que Trump ha venido diciendo en los últimos años, lo que, de ser cierto, volvería a demostrar que los europeos no tienen autonomía cultural y no hacen más que reaccionar al ciclo de noticias estadounidense. Si no están respondiendo a Trump y querían hacer esto de todos modos, es aún más extraño, pues indicaría un compromiso emocional con una población diminuta, desagradecida y completamente dependiente de ellos. Un apego al statu quo por el simple hecho de que existe resulta ofensivo para la sensibilidad estadounidense, y Trump debió captar eso cuando empezó a hablar de convertir el territorio en parte de Estados Unidos.
La nueva administración podría empezar por hacer una oferta generosa a los daneses. Las naciones suelen mostrarse tercas en lo que respecta a su territorio, así que puede que la rechacen. En ese caso, se podría intentar ganarse directamente la lealtad de la población. Podríamos pagar 100.000 dólares a cada residente de Groenlandia, y eso costaría solo 5700 millones de dólares, alrededor del 5% de lo que gastamos al año en cupones de alimentos. Sería difícil de gestionar, pero uno puede imaginar campañas de propaganda dirigidas a la población, incluida la compra de figuras locales influyentes, y un algoritmo en X (Twitter) que pareciera sospechosamente modificado para empujar propaganda proestadounidense a los usuarios esquimales. Aparecerían entonces grupos de rap MAGA-eskimal, inspirados en el fenómeno Forgiato Blow. Ya hay inuits pro-Trump con sobrepeso que se parecen a todos los raperos latinos por Trump.
La implicación de Musk añadiría valor propagandístico al golpe. En Europa, jamás permitirían que un ciudadano privado alcanzara suficiente poder como para influir en el resultado de unas elecciones, y mucho menos para emprender un proyecto geopolítico a gran escala. Nuestra disposición a permitir que individuos acumulen fortunas absurdas y, además, las usen para influir en el sistema político son dos rasgos únicos de nuestra sociedad frente al resto del mundo desarrollado. Los europeos no respetan la libertad de expresión política más de lo que respetan el derecho de las farmacéuticas a convencerte de que desafíes el envejecimiento. Basta con ver las estrictas limitaciones que imponen a la publicidad en campañas electorales.
Uno podría imaginar un ataque en dos frentes. Estados Unidos ejerce presión constante sobre Dinamarca para que renuncie a Groenlandia. Al mismo tiempo, se lanza una campaña para convencer a los habitantes de la isla de que su destino es unirse a América, que es mucho más rica y deslumbrante. Los groenlandeses empiezan a llamar colonizadores blancos a sus gobernantes actuales, mientras Trump les explica que les están estafando. Los daneses sienten la presión desde ambos lados. Finalmente, se les ofrece una vía de salida que les permita salvar las apariencias, y se permite un referéndum en Groenlandia para decidir si desea la independencia. La anexión no tarda en llegar.
No debería haber ni una insinuación de uso militar para presionar a los daneses. Esa es una línea que no debemos cruzar si queremos conservar la autoridad moral. Pero utilizar dinero y relaciones públicas para comprar un nuevo territorio en un acuerdo que tenga sentido para todas las partes implicadas es, en el fondo, coherente con los valores neoliberales. Y si la propaganda proanexión no funciona, será un resultado con el que simplemente tendremos que vivir.
Puede que digas que soy un soñador. Pero ¿es esto más descabellado que Donald Trump convirtiéndose en presidente? Si hay algo que nos han enseñado los últimos años, es que la realidad puede ser mucho más absurda —y divertida— de lo que jamás creímos posible, y que muchos de los acontecimientos que han hecho la vida más entretenida han sido resultado directo de que Donald Trump y Elon Musk usen su voz desproporcionada y su dinero para emprender proyectos que nadie más se atrevería a intentar.
No soy un MAGA, así que no voy a fingir que esto tenga muchas probabilidades de suceder. Pero aunque no acabemos comprando Groenlandia, el meme en sí puede servir como recordatorio de que, al final, todo el mundo tendrá que convertirse en estadounidense. No hay otro camino posible.
* Artículo original: “Should America Buy Greenland?”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.
Sobre el autor: Richard Hanania es presidente del Centro para el Estudio del Partidismo y la Ideología.

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