El estadista que cede ante la fiebre bélica debe comprender que, una vez dado el aviso, ya no es el dueño de la política, sino el esclavo de acontecimientos imprevisibles e incontrolables.
Winston Churchill
En 1969, un golpe de Estado militar de inspiración izquierdista puso fin al experimento de democracia electoral en la Somalia recién independizada. El nuevo hombre fuerte fue Mohammed Siad Barre, quien al año siguiente proclamó el “socialismo científico” como ideología oficial, insistiendo en que era “plenamente compatible con el islam y con la realidad de la sociedad nómada”. Toda oposición política y cualquier mención pública de los clanes fueron estrictamente prohibidas.
Sin embargo, el régimen inicial de Siad Barre también trajo consigo reformas sociales importantes. Como ha explicado I. M. Lewis, el más destacado historiador de Somalia, el nuevo gobierno impulsó programas de salud comunitaria, educación rural y campañas de alfabetización, y animó a las comunidades locales a construir escuelas, hospitales y dispensarios. Se promovieron las cooperativas y la reforestación, y se adaptó el alfabeto latino a la lengua somalí.1
Por desgracia, Siad Barre era un nacionalista virulento y un irredentista convencido. El territorio nacional somalí había sido fragmentado en cinco partes por el colonialismo europeo y etíope. La independencia de Somalia en 1960 solo logró reunir las regiones que habían estado bajo control italiano (sur) y británico (norte). Y para Siad Barre, eso no era suficiente.
En Mogadiscio, intelectuales nacionalistas y élites políticas hervían de resentimiento mientras codiciaban las regiones de habla somalí en Kenia, Yibuti y Etiopía. En particular, querían el Ogadén, una región pobre, árida, escarpada y habitada por somalíes, que se adentra en Somalia desde Etiopía y da al país su característica forma de boomerang. Siad Barre prometió reunificar los fragmentos de la nación somalí, y cuando a mediados de los años setenta Etiopía entró en un período de inestabilidad política, vio en ello la oportunidad para poner en marcha su proyecto.
La historia del colapso de Somalia es una parábola sobre cómo las grandes ideas y las nobles alianzas de la Guerra Fría dejaron, con demasiada frecuencia, solo sufrimiento y desorden. En un sentido más amplio, esa dinámica es un elemento constitutivo de la convergencia catastrófica.
La caída del León
El mimado y autocrático emperador etíope Haile Selassie —aunque celebrado por las élites occidentales y, de forma insólita, adorado por empobrecidos rastafaris fumadores de marihuana en Jamaica— era cada vez más odiado en su país. Sus leones favoritos comían carne mientras el pueblo pasaba hambre. Cualquier forma de organización laboral estuvo prohibida hasta 1962.2 El emperador mantenía cálidas relaciones con Washington e incluso envió un batallón de sus mejores tropas para ayudar a Estados Unidos durante la Guerra de Corea. El ejército estadounidense tenía un puesto de comunicaciones en la Estación Kagnew y entrenaba a soldados etíopes. Entre 1953 y 1973, la mitad de toda la ayuda militar de EE. UU. destinada al África subsahariana fue a parar a la Etiopía imperial.3
Para 1974, el poder del emperador empezaba a tambalearse. La sequía del Sahel estaba diezmando a los agricultores etíopes, los precios del petróleo se cuadruplicaban y la economía mundial estaba estancada; la inflación y la subida del precio del combustible provocaron disturbios en Addis Abeba.
El emperador envió a su ejército para restaurar el orden, pero las tropas se amotinaron. El caos se apoderó del país, y en medio de ello surgió una junta revolucionaria de izquierdas compuesta por oficiales de bajo rango conocida como el Dergue, o “Comité”.
El nuevo régimen actuó con rapidez, emprendiendo la mayor reforma agraria del continente africano, nacionalizando toda la industria y estableciendo comités de trabajadores hasta en el nivel local. Pero, a pesar de su radicalismo bienintencionado, el Dergue se vio acosado por luchas internas feroces e intestinas. Mientras tanto, en las zonas rurales, se enfrentaba a la resistencia de los terratenientes y a múltiples revueltas oscurantistas.4
Al otro lado de la frontera, Siad Barre vio en el caos una oportunidad para apoderarse del Ogadén. Poco importaba que tanto Etiopía como Somalia fueran Estados socialistas, ambos proclamando su compromiso con el desarrollo económico, la solidaridad y el bienestar de las masas por encima de todo. El nacionalismo se impuso.
Un camino pavimentado con ayuda exterior
Siguiendo un patrón tristemente habitual en muchas partes del mundo, Siad Barre comenzó su guerra de forma encubierta, entrenando y armando a clanes somalíes radicados en Etiopía que acabarían conformando el Frente de Liberación de Somalia Occidental. Pero, como tantas veces ocurre, la acción encubierta pronto se descontroló.
Al mismo tiempo que este conflicto local se intensificaba, también aumentaban las tensiones de la Guerra Fría en toda la región. Las grandes estrategias de las superpotencias los llevaron a competir por influencia en el Cuerno de África, principalmente mediante el suministro masivo de ayuda militar a sus aliados locales.
Por su parte, la Unión Soviética buscaba crear una alianza prosoviética de cuatro Estados socialistas: Somalia, Yemen del Sur, Etiopía (que entonces incluía Eritrea) y, posiblemente, la inminente independencia de Yibuti.
Esta alianza era importante para el bloque socialista, en parte, porque en 1972 Egipto había expulsado a las tropas soviéticas y se había alineado esencialmente con el bloque liderado por Estados Unidos en la Guerra Fría.5
Una alianza socialista en el Cuerno de África permitiría a la URSS proyectar su poder sobre Oriente Medio y las rutas marítimas del mar Rojo, el mar Arábigo y el océano Índico. La importancia estratégica de esta región es considerable: el mar Rojo, vía de paso de gran parte del petróleo destinado a Occidente, está conectado con el Mediterráneo por el canal de Suez; Yemen comparte una larga frontera con Arabia Saudí; Somalia se proyecta hacia la boca del golfo Pérsico.6
Esta “Pax Sovietica” en el Cuerno de África, como la llamaban con preocupación los observadores occidentales, fue promovida en gran parte por Fidel Castro. De hecho, fue Castro quien arrastró por primera vez a la URSS al continente africano —sin pedir permiso, cabe añadir— al enviar tropas cubanas en apoyo del MPLA (Movimento Popular de Libertação de Angola–Partido do Trabalho), cuando fuerzas sudafricanas, mercenarios y asesores de la CIA invadieron Angola en 1975.
Los sorprendentes hechos de esta dinámica tan inusual fueron documentados por el historiador Piero Gleijeses en Conflicting Missions: Havana, Washington, and Africa, 1959–1976.7
Tras la victoria en Angola, Cuba presionó a la URSS para que se involucrara más profundamente en África. Castro se tomaba África muy en serio por varias razones: una de ellas era su compromiso ideológico.
En los documentos de la CIA y del Departamento de Estado citados por Gleijeses, Castro es descrito como “ante todo un revolucionario”, un “revolucionario compulsivo” con una “devoción fanática por su causa”, impulsado por un “sentido mesiánico de misión” y “entregado a una gran cruzada”.
También existían profundos vínculos culturales entre Cuba y África. Como declaró a Newsweek Andrew Young, embajador de EE. UU. ante la ONU durante la presidencia de Jimmy Carter y antiguo activista por los derechos civiles: “No cabe duda de que Cuba se percibe a sí misma como una nación afro-latina. […] No creo que Cuba esté en África por órdenes de los rusos. Creo que está allí porque comparte sinceramente una experiencia de opresión y dominación colonial”. Cabe señalar que Young no defendía la revolución socialista armada en África, y acabó criticando la cruzada cubana por “contribuir a la destrucción”.8
Finalmente, estaba la cuestión de la supervivencia. Como uno de los primeros Estados marxista-leninistas del Tercer Mundo, Cuba necesitaba aliados. Necesitaba un contrapeso de poder, un enjambre de pequeños Estados bajo la Bandera Roja. Igual que en Angola, también en el Cuerno de África Castro desempeñó un papel clave en el diseño y la diplomacia de la estrategia soviética. Hablaba de “un frente común antiimperialista” en el mar Rojo. Cuando el nuevo gobierno del teniente coronel Mengistu Haile Mariam, líder del Dergue, adoptó el socialismo, expulsó a los asesores militares estadounidenses y se volvió hacia los países del Pacto de Varsovia en busca de ayuda. Pronto, la Unión Soviética estaba asistiendo tanto a Somalia como a Etiopía. Esto enfureció a Siad Barre y a su círculo. Soviéticos y cubanos intentaron resolver la cuestión del Ogadén y construir la unidad entre todos los vecinos de África Oriental. Castro se desplazaba personalmente entre los dirigentes somalíes y etíopes en un intento de tender puentes.
No funcionó. En Mogadiscio, el socialismo mundial valía menos que la idea de una Gran Somalia. Las agendas locales descarrilaron el gran plan, y cuando la visión estratégica se vino abajo, gran parte de la región también lo hizo.
La guerra sin fin del Ogadén
En el verano de 1977, la pequeña guerra secreta en el Ogadén estalló por completo. El 13 de junio, unos cinco mil soldados somalíes regulares —sin insignias y en estrecha coordinación con los guerrilleros del Frente de Liberación de Somalia Occidental— cruzaron la frontera hacia Etiopía y lanzaron una ofensiva.8 En julio, ya habían tomado las ciudades de Jijiga y Harar, destruido varios puentes clave y cortado la línea ferroviaria entre Addis Abeba y el puerto del mar Rojo en Yibuti. Con ello, más del 40% de las exportaciones etíopes y el 50% de sus importaciones quedaron paralizadas.10 Todo esto mientras asesores y oficiales soviéticos y cubanos se encontraban tanto en Etiopía como en Somalia.
En noviembre de 1977, Somalia confirmó que fuerzas de combate cubanas no solo estaban en Etiopía, sino que estaban luchando del lado etíope. Ante ello, Siad Barre expulsó a los cuatro mil asesores soviéticos que entrenaban a sus tropas y mantenían su flota aérea. La mayoría de esos asesores se trasladaron directamente a Etiopía.11
En febrero de 1978, el ejército somalí dejó de fingir distancia con respecto al conflicto y se unió formalmente al Frente de Liberación de Somalia Occidental en una “guerra total y encarnizada contra Etiopía”. La nueva ofensiva permitió a Somalia ocupar vastas zonas del Ogadén.12
En Etiopía, el Dergue se enfrentaba a la calamidad: la pérdida de casi un tercio del territorio controlado por el Comité amenazaba con provocar el colapso nacional. Para frenar la sangría, la ayuda soviética y cubana comenzó a llegar masivamente a Etiopía. La URSS transportó por vía aérea material militar sofisticado por valor de millones de dólares, mientras que Cuba envió más infantería y pilotos —un total de veinticuatro mil soldados—.13 La contraofensiva, liderada desde el extranjero, aplastó al ejército somalí invasor e incluso llevó la guerra aérea al norte de Somalia.14
Ahora, Siad Barre estaba contra las cuerdas. Necesitando armas para contrarrestar a las fuerzas rusas y cubanas, acudió primero al tambaleante sha de Irán y luego pidió a Estados Unidos que “cumpliera su responsabilidad moral” ayudando a Somalia.
El presidente Carter había declarado que desafiaría “enérgicamente” la influencia soviética, y el conflicto entre dos Estados socialistas ofrecía a Estados Unidos una oportunidad para hacerlo. Junto con sus aliados regionales, Estados Unidos incorporó a la Somalia marxista en el llamado campo árabe moderado, aunque Siad Barre no era ni lo uno ni lo otro.16
La ayuda militar estadounidense durante la breve guerra superó los 200 millones de dólares, mientras que la asistencia económica sobrepasó los 500 millones.16 Con gran parte de esa ayuda, Somalia compró armas en Arabia Saudí, Egipto, Irán y Pakistán.
En 1980, Siad Barre había abandonado el socialismo científico, que, si bien había logrado cierta redistribución de la riqueza, no había generado un crecimiento económico acorde con el crecimiento demográfico.
A mediados de los años ochenta, el régimen de Siad Barre aplicaba una liberalización económica inspirada por el Fondo Monetario Internacional. Esto provocó un aumento considerable de las exportaciones de banano, cuyos beneficios recayeron principalmente en el principal exportador y en los allegados al régimen. La esposa y la hija de Siad Barre se convirtieron ambas en propietarias de plantaciones.18
Aunque la gran estrategia de Estados Unidos estaba, en última instancia, orientada a proteger las economías de mercado en todo el mundo, su interés específico en Somalia no era económico. La importancia de Somalia no radicaba en los modestos beneficios que pudieran obtener allí algunas empresas internacionales, sino en el hecho de que el país ofrecía una posición político-militar estratégica frente a África Oriental y el océano Índico.
Además, conquistar el “Paladín somalí” desbarataba la “Pax Sovietica” que se estaba gestando en África Oriental. La implicación estadounidense tenía que ver con el equilibrio de poder global entre Estados Unidos y la URSS, librado a través de aliados regionales.
Secuelas
Oficialmente, la guerra del Ogadén terminó en 1978 con decenas de miles de muertos. Sin embargo, durante toda la década de 1980, Etiopía y Somalia mantuvieron un conflicto de baja intensidad, y el Frente de Liberación de Somalia Occidental sigue combatiendo hasta el día de hoy.
El ejército estadounidense mantuvo al menos dos equipos de entrenamiento en Somalia, y Moscú inyectó 5.000 millones de dólares en Etiopía a lo largo de los años ochenta, creando el mayor ejército del África subsahariana. Los cubanos permanecieron en Etiopía, y durante la década, las tropas etíopes cruzaban ocasionalmente la frontera hacia Somalia o enviaban aviones a bombardear ciudades.18
Somalia nunca se recuperó de su asombrosa derrota en el Ogadén, y aquella catástrofe precipitó la desintegración nacional del país. Foreign Affairs resumió el impacto de la guerra de este modo: “El apoyo soviético permitió a [Mengistu] aplastar la agresión somalí, humillar a Siad Barre y enviar de regreso a más de medio millón de refugiados y guerrilleros a través de la frontera somalí, muchos de ellos portando una nueva ola de armas modernas en una marea creciente. El desastre del Ogadén desataría un profundo descontento interno contra el régimen de Siad Barre, cada vez más brutal y discriminatorio, lo que llevaría a un intento de golpe en 1978 y a la formación, en 1981, del Movimiento Nacional Somalí entre los clanes Isaaq del norte”.20
El coste de la guerra aplastó la pequeña economía somalí, basada en la agricultura. La deuda externa se triplicó, pasando de 95 millones de dólares en 1976 a 288 millones en 1979.20 La política macroeconómica del gobierno fue descrita como “errática, inconsistente” y con frecuencia cambiando “de un conjunto de objetivos a otro, confundiendo así al mercado interno”.
Para 1990, cuando el Estado somalí comenzó su caída definitiva en el caos, su deuda externa con acreedores occidentales ascendía a 1.900 millones de dólares, el 360% de su PIB. La crisis se había originado en los gastos militares de la guerra del Ogadén.²¹
Hacia el abismo
Siad Barre se aferró a Mogadiscio hasta enero de 1991, cuando tres grupos rebeldes, débilmente coordinados entre sí, lo obligaron a huir. El ejército del dictador se desmoronó siguiendo las líneas clánicas, y los arsenales abandonados liberaron una nueva oleada de armas en Somalia, el norte de Kenia y todo el Cuerno de África. Como afirman Terence Lyons y Ahmed I. Samatar: “La desaparición de un Estado está inherentemente vinculada a una ruptura de la coherencia social a gran escala, ya que la sociedad civil deja de ser capaz de generar, agregar y articular los apoyos y demandas que son el fundamento del Estado. Sin el Estado, la sociedad se descompone, y sin estructura social, el Estado no puede sobrevivir”.22
Una estructura podrida desde hacía tiempo se vino abajo estrepitosamente, y Somalia no ha tenido un gobierno funcional desde entonces. Peor aún: su guerra y su constante inestabilidad han contagiado a toda la región. El flujo de armas, municiones, contrabando y hombres armados a través de las fronteras ha creado una zona sin ley que, cada vez más, incluye a Kenia.
La guerra del Ogadén, como la invasión de Tanzania por parte de Uganda, no fue iniciada por las superpotencias de la Guerra Fría, pero su impulso por armar a sus aliados agravó gravemente los conflictos. En términos sencillos: las armas importadas han puesto a África de rodillas. Aunque no resulte evidente de inmediato, toda esta historia estaba presente cuando aquellos guerreros pokot abatieron a tiros al pastor turkana Ekaru Loruman, en una pelea por el ganado y el agua en las tierras áridas y azotadas por la sequía del norte de Kenia.
Notas:
1 I. M. Lewis, Blood and Bones: The Call of Kinship in Somali Society (Trenton, NJ: Red Sea Press, 1994), 150; I. M. Lewis, “Somalia Nationalism Turned Inside Out,” MERIP Reports, no. 106 (junio de 1982); I. M. Lewis, A Pastoral Democracy: A Study of Pastoralism and Politics Among the Northern Somali of the Horn of Africa (Londres: Oxford University Press, 1962); I. M. Lewis, The Modern History of Somaliland: From Nation to State (Nueva York: F. A. Praeger, 1965); David D. Laitin y Said S. Samatar, Somalia: A Nation in Search of a State (Boulder, CO: Westview Press, 1987); Abdi Ismail Samatar, “Destruction of State and Society in Somalia: Beyond the Tribal Convention,” The Journal of Modern African Studies 30, no. 4 (diciembre de 1992): 625–641.
2 John Markakis, “Garrison Socialism: The Case of Ethiopia,” MERIP Reports, no. 79 (junio de 1979): 5.
3 Robert G. Patman, The Soviet Union in the Horn of Africa: The Diplomacy of Intervention and Disengagement (Cambridge: Cambridge University Press, 1990), 49.
4 Gian Carlo Pajetta, “Interview on Ethiopia and Somalia,” New Left Review 1, no. 107 (enero–febrero de 1978): 43–45; Emilio Sarzi Amade, “Ethiopia’s Troubled Road,” New Left Review 1, no. 107 (enero–febrero de 1978): 40–43.
5 “The Soviet Flight from Egypt,” Time, 31 de julio de 1972.
6 “The Model Socialist State That Prays Five Times a Day,” The Economist, 14 de mayo de 1977.
7 Piero Gleijeses, Conflicting Missions: Havana, Washington, and Africa, 1959–1976 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2002). Esta obra es un logro verdaderamente impresionante, basada en diez años de investigación utilizando inteligencia estadounidense desclasificada, entrevistas con protagonistas clave y, sobre todo, archivos inéditos del Comité Central del Partido Comunista cubano, las fuerzas armadas y el ministerio de relaciones exteriores.
8 “The Cubans in Africa,” Newsweek, 13 de marzo de 1978.
9 David B. Ottaway, “Soviets Said to Press Somalia for Cease-Fire in Ethiopia,” Washington Post, 4 de agosto de 1977; Gebru Tareke, “The Ethiopia-Somalia War of 1977 Revisited,” The International Journal of African Historical Studies 33, no. 3 (2000): 635–667: 642.
10 Pamela S. Falk, “Cuba in Africa,” Foreign Affairs 65, no. 5 (verano de 1987): 1077–1096.
11 David Ottoway, “Soviet Wooing of Ethiopia May Push Somalia Toward U.S.,” Washington Post, 28 de febrero de 1977; Murrey Marder, “Soviets: Carter Distorted Role in Somalia,” Washington Post, 14 de enero de 1978; “Cuba, Somalia to Resume Diplomatic Relations,” Xinhua General News Service, 1 de agosto de 1989.
12 Harry Ododa, “Somalia’s Domestic Politics and Foreign Relations Since the Ogaden War of 1977–78,” Middle Eastern Studies 21, no. 3 (julio de 1985): 285–297: 285.
13 Para más detalles sobre la guerra, véase Tareke, “The Ethiopia-Somalia War of 1977 Revisited”; David D. Laitin, “The War in the Ogaden: Implications for Siyaad’s Role in Somali History,” Journal of Modern African Studies 17, no. 1 (marzo de 1979): 95–115; Mohamud H. Khalif, “The Politics of Famine in the Ogaden,” Review of African Political Economy 27, no. 84 (junio de 2000): 333–337; I. M. Lewis, “The Ogaden and the Fragility of Somali Segmentary Nationalism,” African Affairs 88, no. 353 (octubre de 1989): 573–579; Jeffrey Clark, “Debacle in Somalia,” Foreign Affairs 72, no. 1 (1992–1993): 109–123; Ododa, “Somalia’s Domestic Politics and Foreign Relations.”
14 “Somalia Says Two Towns Hit by Ethiopian Planes,” Washington Post, 29 de diciembre de 1977.
15 David B. Ottaway, “Castro Seen Mediator in Africa Talks,” Washington Post, 18 de marzo de 1977; “Red Hands Off the Red Sea,” The Economist, 26 de marzo de 1977; Arnaud de Borchgrave, “Trouble on the Horn,” Newsweek, 27 de junio de 1977.
16 Clark, “Debacle in Somalia.”
17 Abdi Ismail Samatar, “Structural Adjustment As Development Strategy? Bananas, Boom, and Poverty in Somalia,” Economic Geography 69, no. 1 (enero de 1993): 25–43: 27.
18 Charles Mitchell, “Ethiopia Bombs Somali Towns,” United Press International, 25 de mayo de 1984.
19 Clark, “Debacle in Somalia,” 111.
20 Cifras del Banco Mundial citadas en Samatar, “Structural Adjustment As Development Strategy?”
21 Ismail I. Ahmed y Reginald Herbold Green, “The Heritage of War and State Collapse in Somalia and Somaliland: Local-Level Effects, External Interventions and Reconstruction,” Third World Quarterly 20, no. 1 (febrero de 1999): 113–127: 115–116.
22 Terrence Lyons y Ahmed Ismail Samatar, State Collapse, Multilateral Intervention, and Strategies for Political Reconstruction (Washington DC: Brookings Institution, 1995), 1. Para una discusión sobre el Estado, los funcionarios estatales y la política de su discurso, véase Stefano Harney, State Work: Public Administration and Mass Intellectuality (Durham, NC: Duke University Press, 2002).
* Fuente: “Somali Apocalypse”, capítulo del libro ‘Tropic of Chaos. Climate Change and the New Geographic of Violence’, de Christian Parenti (Nation Books, 2011).

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