El 4 de junio de 1989, el Partido Comunista Polaco celebró elecciones parcialmente libres, poniendo en marcha una serie de acontecimientos que acabaron por desalojar a los comunistas del poder. Poco después, las protestas callejeras en favor de la libertad de expresión, el respeto de las garantías procesales, la rendición de cuentas y la democracia pusieron fin a los regímenes comunistas de Alemania Oriental, Checoslovaquia y Rumanía. En pocos años, la propia Unión Soviética dejaría de existir.
También el 4 de junio de 1989, el Partido Comunista Chino ordenó al ejército desalojar a miles de estudiantes de la plaza de Tiananmen. Los estudiantes pedían libertad de expresión, garantías procesales, responsabilidad y democracia. Los soldados detuvieron y mataron a manifestantes en Pekín y en todo el país. Más tarde, persiguieron sistemáticamente a los líderes del movimiento de protesta y los obligaron a confesar y retractarse. Algunos pasaron años en la cárcel. Otros consiguieron eludir a sus perseguidores y huir del país para siempre.
Tras estos acontecimientos, los chinos llegaron a la conclusión de que la eliminación física de los disidentes era insuficiente. Para evitar que la ola democrática que recorría Europa Central llegara a Asia Oriental, el Partido Comunista Chino se propuso eliminar no sólo a las personas, sino también las ideas que habían motivado las protestas. En los años siguientes, esto requeriría vigilar lo que el pueblo chino podía ver en Internet.
Nadie creía que fuera a funcionar. En 2000, el presidente Bill Clinton dijo a un auditorio de la Johns Hopkins School of Advanced International Studies que era imposible. “En la economía del conocimiento”, dijo, “la innovación económica y la capacitación política, le guste o no a alguien, irán inevitablemente de la mano”. La transcripción recoge las reacciones del público:
“Ahora, no hay duda de que China ha estado tratando de tomar medidas enérgicas contra Internet”. (Sonrisas). “¡Buena suerte!” (Risas). “Eso es algo así como tratar de clavar gelatina a la pared”. (Risas).
Mientras nosotros seguíamos delirando sobre las muchas formas en que Internet podría difundir la democracia, los chinos diseñaban lo que se ha dado en llamar el Gran Cortafuegos de China. Este método de gestión de Internet —que en realidad es un gestor de conversaciones— contiene muchos elementos diferentes, empezando por un elaborado sistema de bloqueos y filtros que impiden a los internautas ver determinadas palabras y frases. Entre ellas, son famosas Tiananmen, 1989 y 4 de junio, pero hay muchas más. En 2000, una directiva llamada “Medidas para la gestión de los servicios de información de Internet” prohibió una gama extraordinariamente amplia de contenidos, entre ellos todo lo que “ponga en peligro la seguridad nacional, divulgue secretos de Estado, subvierta al gobierno, socave la unificación nacional” y “sea perjudicial para el honor y los intereses del Estado”; en otras palabras, cualquier cosa que no gustara a las autoridades.
El régimen chino también combinó métodos de rastreo en línea con otras herramientas de represión, como cámaras de seguridad, inspecciones policiales y detenciones. En la provincia de Sinkiang, donde se concentra la población musulmana uigur de China, el Estado ha obligado a la gente a instalar “aplicaciones niñera” que pueden escanear los teléfonos en busca de frases prohibidas y detectar comportamientos inusuales: Cualquiera que se descargue una red privada virtual, cualquiera que se desconecte por completo y cualquiera cuya casa consuma demasiada electricidad (lo que podría ser prueba de un huésped secreto) puede levantar sospechas. La tecnología de reconocimiento de voz e incluso los hisopos de ADN se utilizan para vigilar por dónde caminan, conducen y compran los uigures. Con cada nuevo descubrimiento, con cada avance de la inteligencia artificial, China se ha acercado más a su santo grial: un sistema que pueda eliminar de Internet no sólo las palabras democracia yTiananmen, sino el pensamiento que lleva a la gente a convertirse en activistas por la democracia o a asistir a protestas públicas en la vida real.
Pero por el camino, el régimen chino descubrió un problema más profundo: la vigilancia, independientemente de su sofisticación, no ofrece garantías. Durante la pandemia de coronavirus, el gobierno chino impuso controles más severos de los que la mayoría de sus ciudadanos jamás había experimentado. Millones de personas fueron encerradas en sus casas. Un número incalculable ingresó en campos de cuarentena del gobierno. Sin embargo, el bloqueo también produjo las protestas chinas más airadas y enérgicas en muchos años. Jóvenes que nunca habían asistido a una manifestación y no recordaban Tiananmen se congregaron en las calles de Pekín y Shanghái en otoño de 2022 para hablar de libertad. En Sinkiang, donde los encierros fueron más largos y duros, y donde la represión es más completa, la gente salió en público y cantó el himno nacional chino, haciendo hincapié en una línea: “¡Levantaos, los que os negáis a ser esclavos!”. Clips de su actuación circularon ampliamente, quizás, porque los programas espía y los filtros no identificaron el himno nacional como disidencia.
Incluso en un Estado donde la vigilancia es casi total, la experiencia de la tiranía y la injusticia puede radicalizar a la gente. La ira contra el poder arbitrario siempre llevará a alguien a empezar a pensar en otro sistema, en una forma mejor de dirigir la sociedad. La fuerza de estas manifestaciones, y la ira generalizada que reflejaban, bastaron para asustar al Partido Comunista Chino, que levantó la cuarentena y permitió la propagación del virus. Las muertes que se produjeron fueron preferibles a la ira y la protesta públicas.
Al igual que las manifestaciones contra el presidente Vladímir Putin en Rusia que comenzaron en 2011, las protestas callejeras de 2014 en Venezuela y las protestas de Hong Kong de 2019, las protestas de 2022 en China ayudan a explicar algo más: por qué los regímenes autocráticos han volcado lentamente sus mecanismos represivos hacia el exterior, hacia el mundo democrático. Si la gente se siente naturalmente atraída por la imagen de los derechos humanos, por el lenguaje de la democracia, por el sueño de la libertad, entonces hay que envenenar esos conceptos. Para ello hace falta algo más que vigilancia, algo más que una estrecha observación de la población, algo más que un sistema político que se defienda de las ideas liberales. También requiere un plan ofensivo: una narrativa que dañe tanto la idea de democracia en cualquier parte del mundo como las herramientas para llevarla a cabo.
El 24 de febrero de 2022, cuando Rusia lanzó su invasión de Ucrania, empezaron a circular por Internet historias fantásticas de guerra biológica. Funcionarios rusos declararon solemnemente que biolaboratorios secretos financiados por Estados Unidos en Ucrania habían estado realizando experimentos con virus de murciélagos y afirmaron que funcionarios estadounidenses habían confesado haber manipulado “patógenos peligrosos”. La historia carecía de fundamento, por no decir que era ridícula, y fue desmentida en repetidas ocasiones.
Sin embargo, una cuenta de Twitter estadounidense vinculada a la red conspirativa QAnon —@WarClandestine— comenzó a tuitear sobre los inexistentes biolaboratorios, acumulando miles de retuits y visualizaciones. El hashtag #biolab empezó a ser tendencia en Twitter y alcanzó más de 9 millones de visitas. Incluso después de que se suspendiera la cuenta —más tarde se supo que pertenecía a un veterano de la Guardia Nacional del Ejército—, la gente siguió publicando capturas de pantalla. Una versión de la historia apareció en el sitio web Infowars, creado por Alex Jones, más conocido por promover teorías conspirativas sobre el tiroteo en la escuela primaria Sandy Hook y acosar a las familias de las víctimas. Tucker Carlson, que entonces todavía presentaba un programa en Fox News, puso clips de un general ruso y un portavoz chino repitiendo la fantasía del biolaboratorio y exigió a la administración de Biden que “dejara de mentir y [nos dijera] qué está pasando aquí”.
Los medios estatales chinos también se volcaron en la historia. Un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores declaró que Estados Unidos controlaba 26 biolaboratorios en Ucrania: “Rusia ha descubierto durante sus operaciones militares que Estados Unidos utiliza estas instalaciones para llevar a cabo planes biomilitares”. Xinhua, una agencia de noticias estatal china, publicó varios titulares: “Los laboratorios biológicos dirigidos por Estados Unidos suponen una amenaza potencial para la población de Ucrania y de otros países”, “Rusia insta a Estados Unidos a que explique la finalidad de los laboratorios biológicos en Ucrania”, etcétera. Los diplomáticos estadounidenses refutaron públicamente estas invenciones. Sin embargo, los chinos siguieron difundiéndolas. Lo mismo hicieron las decenas de medios de comunicación asiáticos, africanos y latinoamericanos que tienen acuerdos para compartir contenidos con los medios estatales chinos. Lo mismo hicieron Telesur, la cadena venezolana; Press TV, la cadena iraní; y Russia Today, en español y árabe, así como en muchos sitios web vinculados a Russia Today en todo el mundo.
Este esfuerzo conjunto de propaganda funcionó. A escala mundial, ayudó a socavar el esfuerzo liderado por Estados Unidos para crear solidaridad con Ucrania y aplicar sanciones contra Rusia. Dentro de Estados Unidos, ayudó a quebrantar el esfuerzo de la administración Biden para consolidar la opinión pública estadounidense en apoyo de la prestación de ayuda a Ucrania. Según una encuesta, una cuarta parte de los estadounidenses creía que la teoría de la conspiración de los biolaboratorios era cierta. Tras la invasión, Rusia y China —con la ayuda, una vez más, de Venezuela, Irán y europeos y estadounidenses de extrema derecha— crearon con éxito una cámara de eco internacional. Cualquier persona dentro de esta cámara de eco escuchó la teoría de la conspiración del biolaboratorio muchas veces, de diferentes fuentes, cada una repitiendo y construyendo sobre las otras para crear la impresión de veracidad. También escucharon falsas descripciones de los ucranianos como nazis, junto con afirmaciones de que Ucrania es un Estado títere dirigido por la CIA, y que la OTAN comenzó la guerra.
Fuera de esta cámara de eco, pocos saben siquiera que existe. En una cena en Múnich en febrero de 2023, me encontré sentada frente a un diplomático europeo que acababa de regresar de África. Se había reunido allí con algunos estudiantes y le había sorprendido descubrir lo poco que sabían sobre la guerra de Ucrania, y lo que sabían era falso. Habían repetido las afirmaciones rusas de que los ucranianos son nazis, habían culpado a la OTAN de la invasión y, en general, habían utilizado el mismo tipo de lenguaje que puede oírse en las noticias rusas de la noche. El diplomático estaba desconcertado. Buscó explicaciones: Tal vez el legado del colonialismo explicaba la propagación de estas teorías conspirativas, o el abandono occidental del Sur global, o la larga sombra de la Guerra Fría.
Pero la historia de cómo los africanos —así como los latinoamericanos, los asiáticos y, de hecho, muchos europeos y estadounidenses— han llegado a creer la propaganda rusa sobre Ucrania no es principalmente una consecuencia de la historia colonial europea, la política occidental o la Guerra Fría. Se trata más bien de los esfuerzos sistemáticos de China para comprar o influir en audiencias populares y de élite de todo el mundo; de campañas de propaganda rusa cuidadosamente elaboradas —algunas abiertas, otras clandestinas, algunas amplificadas por la extrema derecha estadounidense y europea—; y de campañas de otras autocracias que utilizan sus propias redes para promover el mismo lenguaje.
Para ser justos con el diplomático europeo, la convergencia de lo que habían sido proyectos dispares de influencia autoritaria es todavía nueva. El blanqueo de información ruso y la propaganda china han tenido durante mucho tiempo objetivos diferentes. Los propagandistas chinos se mantenían casi siempre al margen de la política del mundo democrático, salvo para promover los logros chinos, el éxito económico chino y las narrativas chinas sobre el Tíbet o Hong Kong. Sus actividades en África y América Latina solían consistir en anuncios aburridos y poco vistosos de inversiones y visitas de Estado. Los esfuerzos rusos fueron más agresivos —a veces en conjunción con la extrema derecha o la extrema izquierda del mundo democrático— e intentaron distorsionar los debates y las elecciones en Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Francia y otros países. Sin embargo, a menudo parecían desenfocados, como si los piratas informáticos estuvieran lanzando espaguetis a la pared, sólo para ver qué historia loca podría pegar. Venezuela e Irán eran actores marginales, no verdaderas fuentes de influencia.
Poco a poco, sin embargo, estas autocracias se han ido uniendo, no en torno a historias particulares, sino en torno a un conjunto de ideas, o más bien en oposición a un conjunto de ideas. La transparencia, por ejemplo. Y el Estado de derecho. Y la democracia. Han oído hablar de esas ideas —que tienen su origen en el mundo democrático— a sus propios disidentes, y han llegado a la conclusión de que son peligrosas para sus regímenes. Su propia retórica lo deja claro. En 2013, cuando el presidente chino Xi Jinping comenzaba su ascenso al poder, un memorando interno chino —conocido enigmáticamente como Documento nº 9 o, más formalmente, como Comunicado sobre el Estado Actual de la Esfera Ideológica— enumeraba “siete peligros” a los que se enfrentaba el Partido Comunista Chino. “La democracia constitucional occidental” encabezaba la lista, seguida de “los derechos humanos universales”, “la independencia de los medios de comunicación”, “la independencia judicial” y “la participación cívica”. El documento concluía que “las fuerzas occidentales hostiles a China”, junto con los disidentes dentro del país, “siguen infiltrándose constantemente en la esfera ideológica”, e instruía a los dirigentes del partido a reprimir estas ideas dondequiera que las encontraran, especialmente en Internet, dentro de China y en todo el mundo.
Desde al menos 2004, los rusos se han centrado en la misma convergencia de amenazas ideológicas internas y externas. Ese fue el año en que los ucranianos protagonizaron una revuelta popular, conocida como la Revolución Naranja —el nombre procedía de las camisetas y banderas naranjas de los manifestantes—, contra un torpe intento de robar unas elecciones presidenciales. La airada intervención de la población ucraniana en lo que debía haber sido una victoria cuidadosamente orquestada de Víktor Yanukóvich, candidato prorruso apoyado directamente por el propio Putin, inquietó profundamente a los rusos. Sobre todo, porque un movimiento de protesta similar en Georgia había llevado al poder a un político proeuropeo, Mikheil Saakashvili, el año anterior.
Sacudido por esos dos acontecimientos, Putin puso el fantasma de la “revolución de colores” en el centro de la propaganda rusa. Así, los movimientos de protesta cívica ahora siempre se describen en Rusia como “revoluciones de colores” y como obra de forasteros. Siempre se dice que los líderes de la oposición popular son marionetas de gobiernos extranjeros. Las consignas contra la corrupción y a favor de la democracia se relacionan con el caos y la inestabilidad dondequiera que se utilicen, ya sea en Túnez, Siria o Estados Unidos. En 2011, un año de protestas masivas contra unas elecciones manipuladas en la propia Rusia, Putin describió amargamente la Revolución Naranja como un “esquema bien probado para desestabilizar la sociedad”, y acusó a la oposición rusa de “trasladar esta práctica a suelo ruso”, donde temía un levantamiento popular similar destinado a desalojarlo del poder.
Putin se equivocaba: no se había “transferido” ningún “plan”. El descontento público en Rusia simplemente no tenía forma de expresarse excepto a través de la protesta callejera, y los opositores a Putin no tenían medios legales para desalojarlo del poder. Como tantas otras personas en todo el mundo, hablaban de democracia y derechos humanos, porque reconocían que estos conceptos representaban su mejor esperanza para alcanzar la justicia, y liberarse del poder autocrático. Las protestas que condujeron a transiciones democráticas en Filipinas, Taiwán, Sudáfrica, Corea del Sur y México; las “revoluciones populares” que recorrieron Europa Central y Oriental en 1989; la Primavera Árabe en 2011; y, sí, las revoluciones de colores en Ucrania y Georgia: todas ellas fueron iniciadas por quienes habían sufrido la injusticia a manos del Estado, y que aprovecharon el lenguaje de la libertad y la democracia para proponer una alternativa.
Éste es el principal problema de las autocracias: Los rusos, los chinos, los iraníes y otros saben que el lenguaje de la transparencia, la rendición de cuentas, la justicia y la democracia atrae a algunos de sus ciudadanos, al igual que a muchas personas que viven en dictaduras. Ni siquiera la vigilancia más sofisticada puede suprimirlo por completo. Hay que desacreditar las ideas mismas de democracia y libertad, especialmente en los lugares donde históricamente han florecido.
En el siglo XX, la propaganda del Partido Comunista era abrumadora e inspiradora, o al menos eso pretendía. El futuro que describía era brillante e idealizado, una visión de fábricas limpias, abundantes productos y saludables conductores de tractores con grandes músculos y mandíbulas cuadradas. La arquitectura estaba diseñada para dominar, la música para intimidar, los espectáculos públicos para asombrar. En teoría, los ciudadanos debían sentir entusiasmo, inspiración y esperanza. En la práctica, este tipo de propaganda resultaba contraproducente, porque la gente podía comparar lo que veía en los carteles y en las películas con una realidad mucho más empobrecida.
Algunas autocracias siguen presentándose a sus ciudadanos como Estados modelo. Los norcoreanos siguen celebrando colosales desfiles militares con elaboradas exhibiciones de gimnasia y enormes retratos de su líder, muy al estilo estalinista. Pero la mayoría de los autoritarios modernos han aprendido de los errores del siglo pasado. Freedom House, una organización sin ánimo de lucro que aboga por la democracia en todo el mundo, cataloga a 56 países como “no libres”. La mayoría no ofrece a sus conciudadanos una visión de la utopía ni les inspira a construir un mundo mejor. En su lugar, enseñan a la gente a ser cínica y pasiva, apática y temerosa, porque no hay un mundo mejor que construir. Su objetivo es persuadir a los suyos para que se mantengan al margen de la política y, sobre todo, convencerles de que no hay alternativa democrática: Nuestro Estado puede ser corrupto, pero todos los demás también lo son. Puede que no te guste nuestro líder, pero los demás son peores. Puede que no te guste nuestra sociedad, pero al menos somos fuertes. El mundo democrático es débil, degenerado, dividido, moribundo.
En lugar de presentar a China como la sociedad perfecta, la propaganda china moderna pretende inculcar el orgullo nacionalista, basado en la experiencia real de desarrollo económico de China, y promover un modelo pekinés de progreso a través de la dictadura y el “orden” que es superior al caos y la violencia de la democracia. Los medios de comunicación chinos se burlaron de la laxitud de la respuesta estadounidense a la pandemia con una película de animación que terminaba con la Estatua de la Libertad conectada a un gotero intravenoso. El diario chino Global Times escribió que los chinos se burlaban de la insurrección del 6 de enero calificándola de “karma” y “castigo”: “Al ver tales escenarios”, escribió el entonces editor de la publicación en un artículo de opinión, “muchos chinos recordarán naturalmente que Nancy Pelosi elogió una vez la violencia de los manifestantes de Hong Kong como ‘un bello espectáculo para la vista’”. (Pelosi, por supuesto, había elogiado a los manifestantes pacíficos, no a la violencia). A los chinos se les dice que estas fuerzas del caos quieren perturbar sus propias vidas, y se les anima a luchar contra ellas en una “guerra popular” contra la influencia extranjera.
Los rusos, aunque se enteran muy poco de lo que ocurre en sus propios pueblos y ciudades, reciben mensajes similares sobre el declive de lugares que no conocen y que en su mayoría nunca han visitado: Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Suecia, Polonia… países aparentemente llenos de degeneración, hipocresía y rusofobia. Un estudio sobre la televisión rusa de 2014 a 2017 descubrió que las noticias negativas sobre Europa aparecían en los tres principales canales rusos, todos controlados por el Estado, una media de 18 veces al día. Algunas de las historias eran obviamente inventadas (¡Los gobiernos europeos roban niños a familias heterosexuales y se los dan a parejas homosexuales!), pero, incluso, las más verídicas fueron seleccionadas para apoyar la idea de que la vida cotidiana en Europa es aterradora y caótica, que los europeos son débiles e inmorales y que la Unión Europea es agresiva e intervencionista. En todo caso, el retrato de Estados Unidos ha sido más dramático. El propio Putin ha mostrado un conocimiento sorprendentemente íntimo de las guerras culturales estadounidenses sobre los derechos de los transexuales, y ha simpatizado burlonamente con las personas que, según él, han sido “canceladas”.
El objetivo está claro: impedir que los rusos se identifiquen con Europa como lo hacían antes y crear alianzas entre el público nacional de Putin y sus partidarios en Europa y Norteamérica, donde algunos conservadores ingenuos (o, quizá, conservadores cínicos bien pagados) intentan convencer a sus seguidores de que Rusia es un “Estado cristiano blanco”. En realidad, Rusia tiene una asistencia a la iglesia muy baja, aborto legal y una población multiétnica con millones de ciudadanos musulmanes e inmigrantes. La región autónoma de Chechenia, que forma parte de la Federación Rusa, se rige, en la práctica, por elementos de la sharía. El Estado ruso hostiga y reprime muchas formas de religión ajenas a la Iglesia Ortodoxa Rusa, autorizada por el Estado, incluido el protestantismo evangélico. Sin embargo, entre los lemas gritados por los nacionalistas blancos que marchaban en la infame manifestación de Charlottesville, Virginia, en 2017, estaba “Rusia es nuestra amiga”. Putin envía mensajes periódicos a este electorado: “Defiendo el enfoque tradicional de que una mujer es una mujer, un hombre es un hombre, una madre es una madre y un padre es un padre”, dijo en una rueda de prensa en diciembre de 2021, casi como si este “enfoque tradicional” fuera una justificación para invadir Ucrania.
Esta manipulación de las fuertes emociones en torno a los derechos de los homosexuales y el feminismo ha sido ampliamente copiada en todo el mundo autocrático, a menudo como medio de defensa contra las críticas al régimen. Yoweri Museveni, presidente de Uganda desde hace más de tres décadas, aprobó en 2014 un proyecto de ley “contra la homosexualidad” por el que se imponía cadena perpetua a los homosexuales que mantuvieran relaciones sexuales o se casaran y se penalizaba la “promoción” de un estilo de vida homosexual. Entablando una lucha por los derechos de los homosexuales, pudo consolidar a sus partidarios en casa, mientras neutralizaba las críticas extranjeras a su régimen, calificándolas de “imperialismo social”: “Los de fuera no pueden dictarnos nada; éste es nuestro país”, declaró. Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, también elude el debate sobre la corrupción húngara escudándose en una guerra cultural. Pretende que las actuales tensiones entre su gobierno y el embajador de Estados Unidos en Hungría tienen que ver con la religión y el género: Durante la reciente visita de Tucker Carlson a Hungría, Carlson declaró que el gobierno de Biden “odia” a Hungría porque “es un país cristiano”, cuando en realidad son los profundos vínculos financieros y políticos de Orbán con Rusia y China los que han dañado gravemente las relaciones entre Estados Unidos y Hungría.
Los nuevos autoritarios también tienen una actitud diferente hacia la realidad. Cuando los líderes soviéticos mentían, intentaban que sus falsedades parecieran reales. Se enfadaban cuando alguien les acusaba de mentir. Pero en la Rusia de Putin, en la Siria de Bashar al-Assad y en la Venezuela de Nicolás Maduro, los políticos y las personalidades de la televisión juegan a un juego diferente. Mienten constante, descarada, obviamente. Pero no se molestan en ofrecer contraargumentos cuando sus mentiras quedan al descubierto. Después de que fuerzas controladas por Rusia derribaran el vuelo MH17 de Malaysia Airlines sobre Ucrania en 2014, el gobierno ruso reaccionó no solo con un desmentido, sino con múltiples historias, plausibles e inverosímiles: Culpó al ejército ucraniano, a la CIA y a un nefasto complot en el que se colocaron muertos en un avión para fingir un accidente y desacreditar a Rusia. Esta táctica —la llamada manguera contra incendios de falsedades— al final no produce indignación, sino nihilismo. Ante tantas explicaciones, ¿cómo saber lo que ocurrió realmente? ¿Y si simplemente no se puede saber? Si no sabes lo que pasó, no es probable que te unas a un gran movimiento por la democracia, o que escuches cuando alguien habla de un cambio político positivo. Por el contrario, no vas a participar en ninguna política en absoluto.
Miedo, cinismo, nihilismo y apatía, unidos al asco y el desprecio por la democracia: Esta es la fórmula que los autócratas modernos, con algunas variaciones, venden a sus ciudadanos y a los extranjeros, todo ello con el objetivo de destruir lo que llaman “hegemonía estadounidense”. Al servicio de esta idea, Rusia, una potencia colonial, se pinta a sí misma como líder de las civilizaciones no occidentales en lo que el analista Ivan Klyszcz llama su lucha por la “multipolaridad mesiánica”, una batalla contra “la imposición por parte de Occidente de valores ‘decadentes’ y ‘globalistas’”. En septiembre de 2022, cuando Putin celebró una ceremonia para conmemorar su anexión ilegal del sur y el este de Ucrania, afirmó que estaba protegiendo a Rusia del “satánico” Occidente y de las “perversiones que conducen a la degradación y la extinción”. No habló de las personas que había torturado ni de los niños ucranianos que había secuestrado. Un año después, Putin dijo en una reunión en Sochi: “Ahora luchamos no sólo por la libertad de Rusia, sino por la libertad del mundo entero. Podemos decir francamente que la dictadura de un hegemón se está volviendo decrépita. Lo vemos, y todo el mundo lo ve ahora. Se está descontrolando y es sencillamente peligrosa para los demás”. El lenguaje de la “hegemonía” y la “multipolaridad” forma parte ahora también de las narrativas china, iraní y venezolana.
En realidad, Rusia es un auténtico peligro para sus vecinos, razón por la cual la mayoría de ellos se están rearmando y preparando para luchar contra una nueva ocupación colonial. La ironía es aún mayor en países africanos como Malí, donde mercenarios rusos del Grupo Wagner han ayudado a mantener en el poder a una dictadura militar, al parecer llevando a cabo ejecuciones sumarias, cometiendo atrocidades contra civiles y saqueando propiedades. En Malí, como en Ucrania, la batalla contra la decadencia occidental significa que los matones rusos blancos aterrorizan brutalmente a la población con impunidad.
Y sin embargo, Mali Actu, un sitio web prorruso de Malí, explica solemnemente a sus lectores que “en un mundo cada vez más multipolar, África desempeñará un papel cada vez más importante”. Mali Actu no está solo; es sólo una pequeña parte de una red de propaganda, creada por las autocracias, que ahora es visible en todo el mundo.
La infraestructura de propaganda antidemocrática adopta muchas formas, algunas manifiestas y otras encubiertas, algunas dirigidas al público y otras a las élites. El Frente Unido, el punto de apoyo de la estrategia de influencia más importante del Partido Comunista Chino, trata de configurar la percepción de China en todo el mundo creando programas educativos y de intercambio, controlando las comunidades chinas en el exilio, construyendo cámaras de comercio chinas y cortejando a cualquiera que esté dispuesto a ser portavoz de facto de China. Los Institutos Confucio son probablemente el proyecto de influencia de la élite china más conocido. Inicialmente percibidos como organismos culturales benignos —similares al Goethe Institut, gestionado por el gobierno alemán; y a la Alianza Francesa—, fueron bien acogidos por muchas universidades, porque ofrecían clases y profesores de chino baratos o incluso gratuitos. Con el tiempo, los institutos despertaron sospechas, vigilando a los estudiantes chinos en las universidades estadounidenses al restringir los debates abiertos sobre Tíbet y Taiwán y, en algunos casos, alterando la enseñanza de la historia y la política de China para adaptarlas a las narrativas del gobierno chino. En la actualidad, en los Estados Unidos se han disuelto en su mayor parte. Pero están floreciendo en muchos otros lugares, incluida África, donde hay varias docenas.
Estas operaciones más sutiles se ven incrementadas por la enorme inversión china en medios de comunicación internacionales. El servicio de noticias Xinhua, la Red de Televisión Global China, China Radio International y China Daily reciben una importante financiación estatal, tienen cuentas en redes sociales en varios idiomas y regiones, y venden, comparten o promocionan sus contenidos. Estos medios de comunicación chinos cubren todo el mundo y proporcionan a sus socios noticias y segmentos de vídeo de producción impecable a precios bajos, a veces gratis, lo que los hace más que competitivos frente a reputadas agencias de noticias occidentales, como Reuters y Associated Press. Numerosas organizaciones de noticias de Europa y Asia utilizan contenidos chinos, al igual que muchas de África, desde Kenia y Nigeria hasta Egipto y Zambia. Los medios de comunicación chinos mantienen un centro regional en Nairobi, donde contratan a destacados periodistas locales y producen contenidos en lenguas africanas. Se calcula que la construcción de este imperio mediático cuesta miles de millones de dólares al año.
Por el momento, la audiencia de muchos de estos canales de propiedad china sigue siendo baja; su producción puede ser predecible, incluso, aburrida. Pero poco a poco van apareciendo formas más populares de televisión china. StarTimes, una empresa de televisión por satélite estrechamente vinculada al gobierno chino, se lanzó en África en 2008 y ahora cuenta con 13 millones de abonados, en más de 30 países africanos. StarTimes es barato para los consumidores, ya que sólo cuesta unos pocos dólares al mes. Da prioridad a los contenidos chinos: no sólo noticias, sino también películas de kung-fu, telenovelas y fútbol de la Superliga china, con diálogos y comentarios traducidos al hausa, al swahili y a otras lenguas africanas. De este modo, incluso el entretenimiento puede transmitir mensajes positivos para China.
Este cambio más sutil es el verdadero objetivo: que el punto de vista chino aparezca en la prensa local, con titulares locales. Los propagandistas chinos llaman a esta estrategia “tomar barcos prestados para llegar al mar”, y puede lograrse de muchas maneras. A diferencia de los gobiernos occidentales, China no concibe la propaganda, la censura, la diplomacia y los medios de comunicación como actividades separadas. La presión legal sobre las organizaciones de noticias, las operaciones de trolling en línea dirigidas a periodistas, los ciberataques… todo ello puede desplegarse como parte de una única operación diseñada para promulgar o socavar una narrativa determinada. China también ofrece cursos de formación o becas a periodistas locales de Asia, África y América Latina, a veces proporcionándoles teléfonos y ordenadores portátiles a cambio de lo que el régimen espera que sea una cobertura favorable.
Los chinos también cooperan, tanto abierta como discretamente, con los medios de comunicación de otras autocracias. Telesur, un proyecto de Hugo Chávez lanzado en 2005, tiene su sede en Caracas y está dirigido por Venezuela en colaboración con Cuba y Nicaragua. A Telesur llegan noticias extranjeras seleccionadas de sus socios, incluidos titulares que presumiblemente tienen un atractivo limitado en América Latina: “Ejercicios militares conjuntos de EE.UU. y Armenia socavan la estabilidad regional”, por ejemplo, y “Rusia no tiene planes expansionistas en Europa”. Ambas historias, de 2023, fueron tomadas directamente del cable de Xinhua.
Irán, por su parte, ofrece HispanTV, la versión en español de Press TV, el servicio internacional iraní. HispanTV se inclina abiertamente por el antisemitismo y la negación del Holocausto. Un titular de marzo de 2020 declaraba que el “Nuevo Coronavirus es el resultado de un complot sionista”. España prohibió HispanTV y Google lo bloqueó de sus cuentas de YouTube y Gmail, pero el servicio está fácilmente disponible en toda América Latina, al igual que Al-Alam, la versión árabe de Press TV, está ampliamente disponible en Oriente Medio. Tras el ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre, el Instituto para el Diálogo Estratégico, un grupo internacional dedicado a luchar contra la desinformación, descubrió que Irán estaba creando nuevos grupos de piratas informáticos para atacar infraestructuras digitales, físicas y electorales en Israel (donde fue a por los censos electorales) y Estados Unidos. En el futuro, estas operaciones de pirateo podrían combinarse con campañas de propaganda.
RT —Russia Today— tiene un perfil mayor que Telesur o Press TV; en África, mantiene estrechos vínculos con China. Tras la invasión de Ucrania, algunas cadenas por satélite abandonaron RT. Pero el satélite chino StarTimes la retomó, y RT comenzó inmediatamente a establecer oficinas y relaciones en toda África, especialmente en países gobernados por autócratas que se hacen eco de sus mensajes antioccidentales y anti-LGBTQ, y que aprecian su falta de periodismo crítico o de investigación.
RT, al igual que Press TV, Telesur e incluso CGTN, también funciona como un centro de producción, una fuente de clips de vídeo que pueden difundirse en línea y reutilizarse en campañas específicas. Los estadounidenses tuvieron una visión de primera mano de cómo funcionan las versiones clandestinas en 2016, cuando la Agencia de Investigación de Internet —ahora disuelta, pero con sede entonces en San Petersburgo y dirigida por el difunto Yevgeny Prigozhin, más famoso como el jefe mercenario del Grupo Wagner, que organizó una marcha abortada sobre Moscú— difundió material falso a través de cuentas falsas de Facebook y Twitter, diseñadas para confundir a los votantes estadounidenses. Los ejemplos iban desde cuentas virulentamente antiinmigración destinadas a beneficiar a Donald Trump hasta cuentas falsas de Black Lives Matter que atacaban a Hillary Clinton desde la izquierda.
Desde 2016, estas tácticas se han aplicado en todo el mundo. Las oficinas de Xinhua y RT en África y a nivel mundial —junto con Telesur e HispanTV— crean historias, eslóganes, memes y narrativas que promueven la visión del mundo de las autocracias; estas, a su vez, se repiten y amplifican en muchos países, se traducen a muchos idiomas y se remodelan para muchos mercados locales. El material producido es en su mayoría poco sofisticado, pero es barato y puede cambiar rápidamente, según las necesidades del momento. Tras el atentado de Hamás del 7 de octubre, por ejemplo, fuentes oficiales y no oficiales rusas empezaron a difundir inmediatamente material antiisraelí y antisemita, así como mensajes que calificaban de hipócrita el apoyo estadounidense y occidental a Ucrania a la luz del conflicto de Gaza. La empresa de análisis de datos Alto Intelligence encontró mensajes que tachaban de “nazis” tanto a ucranianos como a israelíes, como parte de lo que parece ser una campaña para acercar a las comunidades de extrema izquierda y extrema derecha en oposición a las democracias aliadas de Estados Unidos. Los mensajes antisemitas y a favor de Hamás también aumentaron dentro de China, así como en cuentas vinculadas a China en todo el mundo. Joshua Eisenman, profesor de Notre Dame y autor de un nuevo libro sobre las relaciones de China con África, me dijo que durante un reciente viaje a Pekín le sorprendió la rapidez con la que cambió la anterior postura china sobre Oriente Próximo: “Las relaciones entre China e Israel son más fuertes que nunca”. “Fue un giro de 180 grados en sólo unos días”.
No es que todos los que escuchen estos mensajes sepan necesariamente de dónde proceden, porque a menudo aparecen en foros que ocultan sus orígenes. La mayoría de la gente probablemente no escuchó la teoría de la conspiración de los biolabotorios estadounidenses en un programa de noticias de televisión, por ejemplo. En su lugar, la oyeron gracias a organizaciones como Pressenza y Yala News. Pressenza, un sitio web fundado en Milán y reubicado en Ecuador en 2014, publica en ocho idiomas, se describe a sí mismo como “una agencia internacional de noticias dedicada a noticias sobre la paz y la no violencia”, y publicó un artículo sobre los biolabotorios en Ucrania. Según el Departamento de Estado de Estados Unidos, Pressenza forma parte de un proyecto, dirigido por tres empresas rusas, que planeaba crear artículos en Moscú y luego traducirlos para estos sitios “nativos”, siguiendo la práctica china, para que parecieran “locales.” Pressenza negó las acusaciones; uno de sus periodistas, Oleg Yasinsky, que dice ser de origen ucraniano, respondió denunciando la “máquina de propaganda planetaria” de Estados Unidos y citando al Che Guevara.
Al igual que Pressenza, Yala News también se presenta como independiente. Este servicio de noticias en árabe, registrado en el Reino Unido, ofrece cada día a sus 3 millones de seguidores vídeos de producción impecable, que incluyen entrevistas a famosos. En marzo de 2022, mientras otros medios promocionaban la acusación de los biolabotorios, el sitio publicó un vídeo que se hacía eco de una de las versiones más sensacionalistas: Ucrania planeaba utilizar aves migratorias como vehículo de entrega de armas biológicas, infectando a las aves y enviándolas después a Rusia para propagar enfermedades.
Yala no inventó esta absurda historia: Los medios estatales rusos, como la agencia de noticias Sputnik, lo publicaron primero en ruso, seguidos por los sitios web en árabe de Sputnik y RT Arabic. El embajador ruso ante las Naciones Unidas se dirigió al Consejo de Seguridad de la ONU en relación con el escándalo de las aves biológicas, advirtiendo del “peligro biológico real para la población de los países europeos, que puede resultar de una propagación incontrolada de bioagentes procedentes de Ucrania”. En una entrevista realizada en Kiev en abril de 2022, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, nos dijo al redactor jefe de The Atlantic, Jeffrey Goldberg, y a mí que la historia de las biopájaros le recordaba a un sketch de los Monty Python. Si Yala fuera realmente una publicación “independiente”, como se describe a sí misma, habría comprobado los hechos de esta historia, que, como las otras conspiraciones biológicas, fue ampliamente desmentida.
Pero Yala News no es en absoluto una organización de noticias. Como ha informado la BBC, es una lavandería de información, un sitio que existe para difundir y propagar material producido por RT y otros servicios rusos. Yala News ha publicado afirmaciones de que la masacre rusa de civiles ucranianos en Bucha fue un montaje, que Zelenski apareció borracho en televisión y que los soldados ucranianos huían del frente. Aunque la empresa está registrada en una dirección de Londres —un buzón de correo compartido por otras 65.000 empresas—, su “equipo de noticias” tiene su sede en un suburbio de Damasco. El director general de la empresa es un hombre de negocios sirio afincado en Dubái que, al ser preguntado por la BBC, insistió en la “imparcialidad” de la organización.
Otro extraño actor en este campo es RRN: el nombre de la empresa es un acrónimo de Reliable Russian News (Noticias rusas fiables), que más tarde cambió a Reliable Recent News (Noticias recientes fiables). Creada a raíz de la invasión rusa de Ucrania, RRN, que forma parte de una operación de blanqueo de información de mayor envergadura conocida por los investigadores como Doppelganger, es principalmente una “typosquatter”: una empresa que registra nombres de dominio que parecen similares a los nombres de dominio de medios de comunicación reales —Reuters.cfd en lugar de Reuters.com, por ejemplo—, así como sitios web con nombres que parecen auténticos (como Notre Pays, o “Nuestro País”) pero que se crean para engañar. RRN es prolífica. Durante su corta existencia, ha creado más de 300 sitios dirigidos a Europa, Oriente Próximo y América Latina. Los enlaces a estos sitios se utilizan para dar credibilidad a las publicaciones en Facebook, Twitter y otras redes sociales. Cuando alguien se desplaza rápidamente, puede no darse cuenta de que un titular enlaza a un sitio web falso de Spiegel.pro, por ejemplo, en lugar de al auténtico sitio web de la revista alemana Spiegel.de.
Los esfuerzos de Doppelganger, dirigidos por un grupo de empresas en Rusia, han variado ampliamente, y parecen haber incluido comunicados de prensa falsos de la OTAN, con las mismas fuentes y diseño que los comunicados auténticos, “revelando” que los líderes de la OTAN estaban planeando desplegar tropas paramilitares ucranianas en Francia para sofocar las protestas por las pensiones. En noviembre, agentes que el gobierno francés cree que están vinculados a Doppelganger pintaron con spray estrellas de David en París y las publicaron en las redes sociales, con la esperanza de amplificar las divisiones francesas sobre la guerra de Gaza. Los agentes rusos crearon una red de redes sociales para difundir las historias falsas y las fotografías de pintadas antisemitas. El objetivo es asegurarse de que las personas que se encuentren con estos contenidos no tengan ni idea de quién los creó, ni dónde, ni por qué.
Rusia y China no son los únicos actores en este espacio. Las cuentas de redes sociales reales y automatizadas geolocalizadas en Venezuela desempeñaron un pequeño papel en las elecciones presidenciales mexicanas de 2018, por ejemplo, impulsando la campaña de Andrés Manuel López Obrador. Destacaron dos tipos de mensajes: los que promovían imágenes de la violencia y el caos mexicanos —imágenes que podrían hacer sentir a la gente que necesitan un autócrata para restaurar el orden— y los que se oponían airadamente al Tratado de Libre Comercio (NAFTA, por sus siglas en inglés) y a Estados Unidos en general. Esta pequeña inversión en medios sociales debió de considerarse un éxito. Tras convertirse en presidente, López Obrador emprendió el mismo tipo de campañas de desprestigio que los políticos no electos de las autocracias, empoderó y corrompió al ejército, socavó la independencia del poder judicial y degradó la democracia mexicana. En el cargo, ha promovido las narrativas rusas sobre la guerra en Ucrania junto con las narrativas chinas sobre la represión de los uigures. La relación de México con Estados Unidos se ha vuelto más difícil, y seguramente ese era el objetivo.
Ninguno de estos esfuerzos tendría éxito sin actores locales que compartan los objetivos del mundo autocrático. Rusia, China y Venezuela no inventaron el antiamericanismo en México. No inventaron el separatismo catalán, por nombrar otro movimiento que las cuentas de redes sociales rusas y venezolanas apoyaron, ni la extrema derecha alemana, ni la francesa Marine Le Pen. Lo único que hacen es amplificar a personas y movimientos ya existentes, ya sean anti-LGBTQ, antisemitas, antimusulmanes, antiinmigrantes, antiucranianos o, sobre todo, antidemocráticos. A veces se hacen eco en las redes sociales. A veces emplean a reporteros y portavoces. A veces utilizan las redes de medios de comunicación que construyeron para este fin. Y a veces, simplemente confían en que los estadounidenses lo hagan por ellos.
He aquí una verdad difícil: Una parte del espectro político estadounidense no es meramente un receptor pasivo de las narrativas autoritarias combinadas que provienen de Rusia, China y su calaña, sino un participante activo en su creación y difusión. Al igual que los líderes de esos países, la derecha MAGA estadounidense también quiere que los estadounidenses crean que su democracia es degenerada, sus elecciones ilegítimas, su civilización moribunda. Los líderes del movimiento MAGA también tienen interés en bombear nihilismo y cinismo en los cerebros de sus conciudadanos, y en convencerles de que nada de lo que ven es verdad. Sus objetivos son tan similares que es difícil distinguir entre la alt-right estadounidense en línea y sus amplificadores extranjeros, que se han multiplicado desde los días en que esto era únicamente un proyecto ruso. Tucker Carlson incluso ha promovido el miedo a una revolución de color en Estados Unidos, tomando la frase directamente de la propaganda rusa. Los chinos también se han unido: A principios de este año, un grupo de cuentas chinas que anteriormente habían estado publicando material pro-chino en mandarín comenzaron a publicar en inglés, utilizando símbolos MAGA y atacando al presidente Joe Biden. Mostraron imágenes falsas de Biden vestido de presidiario, se burlaron de su edad y le llamaron pedófilo satánico. Una cuenta vinculada a China volvió a publicar un vídeo de RT en el que se repetía la mentira de que Biden había enviado a un criminal neonazi a luchar en Ucrania. Alex Jones publicó la mentira en las redes sociales y llegó a unas 400.000 personas.
Dado que los actores rusos y chinos ahora se mezclan tan fácilmente con la operación de mensajería MAGA, no es de extrañar que el gobierno estadounidense tenga dificultades para responder a la red de propaganda autocrática recientemente interconectada. Las emisoras extranjeras respaldadas por el gobierno estadounidense —Voice of America, Radio Free Europe/Radio Liberty, Radio Farda, Radio Martí— siguen existiendo, pero ni su mandato ni su financiación han cambiado mucho en los últimos años. Las agencias de inteligencia siguen observando lo que ocurre —existe un Centro de Influencia Extranjera Maligna dependiente de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional—, pero por definición no forman parte del debate público. La única institución gubernamental relativamente nueva que lucha contra la propaganda antidemocrática es el Centro de Compromiso Global [Global Engagement Center] (GEC, por sus siglas en inglés), pero está en el Departamento de Estado y su mandato es centrarse en la propaganda autoritaria fuera de Estados Unidos. Creado en 2016, sustituyó al Centro de Comunicaciones Estratégicas Antiterroristas, que trataba de frustrar al Estado Islámico y otros grupos yihadistas que reclutaban jóvenes en línea. En 2014-15, cuando la escala de las campañas de desinformación rusas en Europa era cada vez más conocida, el Congreso designó al GEC para hacer frente a las campañas de propaganda rusas, así como chinas, iraníes y de otros países en todo el mundo, aunque no, de nuevo, dentro de Estados Unidos. A lo largo de la administración Trump, la organización languideció bajo la dirección de un presidente que repitió, él mismo, líneas de propaganda rusa durante la campaña de 2016: “Obama fundó ISIS”, por ejemplo, y “Hillary comenzará la Tercera Guerra Mundial”.
En la actualidad, el GEC está dirigido por James Rubin, antiguo portavoz del Departamento de Estado en la época de Bill Clinton. Emplea a 125 personas y tiene un presupuesto de 61 millones de dólares, difícilmente equiparable a los miles de millones que China y Rusia gastan en construir sus redes de medios de comunicación. Pero está empezando a encontrar su sitio, concediendo pequeñas subvenciones a grupos internacionales que rastrean y revelan operaciones extranjeras de desinformación. Ahora se está especializando en identificar campañas de propaganda encubiertas antes de que empiecen, con la ayuda de las agencias de inteligencia estadounidenses. Rubin llama a esto “prebunking” [una forma anticipada de control de rumores] y lo describe como una especie de “inoculación”: “Si los periodistas y los gobiernos saben que esto se avecina, cuando llegue, lo reconocerán”.
La revelación en noviembre de los vínculos rusos con sitios web de izquierda aparentemente autóctonos en América Latina, entre ellos Pressenza, fue uno de esos esfuerzos. Más recientemente, el GEC publicó un informe sobre la Iniciativa Africana, una agencia que había planeado una gran campaña para desacreditar la filantropía sanitaria occidental, empezando con rumores sobre un nuevo virus supuestamente propagado por mosquitos. La idea era desprestigiar a los médicos, clínicas y filántropos occidentales y crear un clima de desconfianza en torno a la medicina occidental, del mismo modo que los esfuerzos rusos contribuyeron a crear un clima de desconfianza en torno a las vacunas occidentales durante la pandemia. El GEC identificó al líder ruso del proyecto, Artem Sergeyevich Kureyev; señaló que varios empleados habían llegado a la Iniciativa Africana procedentes del Grupo Wagner; y localizó dos de sus oficinas, en Malí y Burkina Faso. Posteriormente, Rubin y otras personas dedicaron mucho tiempo a hablar con reporteros regionales sobre los planes de la Iniciativa Africana para que “la gente los reconociera” cuando se lanzaran. Decenas de artículos en inglés, español y otros idiomas han descrito estas operaciones, al igual que miles de publicaciones en las redes sociales. Con el tiempo, el objetivo es crear una alianza de otras naciones que también quieran compartir información sobre las operaciones de información planeadas y en curso, para que todo el mundo sepa que se avecinan.
Es una gran idea, pero en Estados Unidos no funciona ninguna agencia equivalente. Algunas empresas de redes sociales han hecho esfuerzos puramente voluntarios para eliminar la propaganda de gobiernos extranjeros, a veces después de haber sido avisadas por el gobierno de Estados Unidos, pero sobre todo por su cuenta. En Estados Unidos, Facebook creó una unidad de política de seguridad que sigue anunciando periódicamente cuando descubre un “comportamiento inauténtico coordinado”, es decir, cuentas automatizadas o que forman parte de una operación planificada por fuentes (normalmente) rusas, iraníes o chinas, y retira las publicaciones. Es difícil controlar esta actividad desde fuera, porque la empresa restringe el acceso a sus datos e incluso controla las herramientas que pueden utilizarse para examinarlos. En marzo, Meta anunció que para agosto eliminaría CrowdTangle, una herramienta utilizada para analizar los datos de Facebook, y la sustituiría por otra que los analistas temen que sea más difícil de usar.
X (antes Twitter) también solía buscar actividades de propaganda extranjera, pero bajo la propiedad de Elon Musk, ese esfuerzo voluntario se ha debilitado mucho. El nuevo proceso de “verificación” de comprobación azul permite a los usuarios —incluidos los anónimos y prorrusos— pagar para que se amplifiquen sus publicaciones; el antiguo “equipo de seguridad” ya no existe. El resultado: Tras el colapso de la presa de Kakhovka en Ucrania el verano pasado, un gran desastre medioambiental y humanitario causado por los bombardeos rusos durante muchas semanas, la falsa narrativa de que Ucrania la había destruido apareció cientos de miles de veces en X. Después del ataque terrorista del ISIS a una sala de conciertos en Moscú en marzo, David Sacks, antiguo empresario de PayPal y estrecho colaborador de Musk, publicó en X, sin pruebas, que “si el gobierno ucraniano estuvo detrás del atentado terrorista, como parece cada vez más probable, Estados Unidos debe renunciar a él. Su post, completamente infundado, fue visto 2,5 millones de veces. Esta primavera, algunos líderes republicanos del Congreso empezaron por fin a hablar de la propaganda rusa que había “infectado” a su base y a sus colegas. La mayor parte de esa “propaganda rusa” no procede de dentro de Rusia.
En los últimos años, universidades y grupos de reflexión han utilizado sus propios análisis de datos para tratar de identificar redes no auténticas en los sitios web más grandes, pero ahora también se están encontrando con la resistencia de los políticos republicanos afiliados a MAGA. En 2020, los equipos de la Universidad de Stanford y la Universidad de Washington, junto con el Laboratorio de Investigación Forense Digital del Atlantic Council y Graphika, una empresa especializada en análisis de redes sociales, decidieron unir fuerzas para vigilar la información electoral falsa. Renée DiResta, una de las responsables de lo que se convirtió en la Asociación para la Integridad de las Elecciones [Election Integrity Partnership], me contó que una de las primeras preocupaciones fueron las campañas rusas y chinas. DiResta suponía que estas intervenciones extranjeras no tendrían mucha importancia, pero pensó que sería útil y académicamente interesante comprender su alcance. “Y he aquí”, dijo, “que la entidad que se vuelve más persistente en alegar que las elecciones estadounidenses son fraudulentas, falsas, amañadas y todo lo demás resulta ser el presidente de Estados Unidos”. La Asociación para la Integridad de las Elecciones rastreó rumores electorales procedentes de todo el espectro político, pero observó que la derecha MAGA era mucho más prolífica y significativa que cualquier otra fuente.
La Asociación para la Integridad de las Elecciones no estaba organizada ni dirigida por el gobierno de Estados Unidos. Ocasionalmente se ponía en contacto con plataformas, pero no tenía poder para obligarlas a actuar, me dijo DiResta. Sin embargo, el proyecto se convirtió en el centro de una complicada teoría de la conspiración del mundo MAGA sobre la supuesta supresión de la libertad de expresión por parte del gobierno, y dio lugar a ataques legales y personales contra muchos de los implicados. El proyecto ha sido difamado y caracterizado erróneamente por algunos de los periodistas adscritos a la investigación “Twitter Files” de Musk, y por el Subcomité Selecto, del representante Jim Jordan, sobre la “weaponization” [abuso de poder] del Gobierno Federal. Una serie de demandas judiciales en las que se alega que el Gobierno de Estados Unidos pretendía suprimir la expresión conservadora, incluida una iniciada por Missouri y Luisiana que ahora ha llegado al Tribunal Supremo, ha intentado silenciar a las organizaciones que investigan las campañas de desinformación tanto nacionales como extranjeras, abiertas y encubiertas. Para decirlo sin rodeos: El ala derecha del Partido Republicano está obstaculizando enérgicamente los esfuerzos legítimos y de buena fe para rastrear la producción y difusión de desinformación autocrática aquí en Estados Unidos.
Con el tiempo, el ataque a la Asociación para la Integridad de las Elecciones ha adquirido algunas de las características de una operación clásica de blanqueo de información. El ejemplo más notorio se refiere a una referencia, en la página 183 del informe final postelectoral del proyecto, a los 21.897.364 tuits recopilados tras las elecciones, en un esfuerzo por catalogar los falsos rumores más virales. Esa simple afirmación sobre el tamaño de la base de datos se ha tergiversado en otro rumor falso y, sin embargo, repetido constantemente: la espuria afirmación de que el Departamento de Seguridad Nacional conspiró de alguna manera con la Asociación para la Integridad de las Elecciones para censurar 22 millones de tuits. Esto nunca sucedió, y sin embargo DiResta dijo que “esta tontería sobre los 22 millones de tweets aparece constantemente como prueba del gran volumen de nuestra doblez”; incluso ha aparecido en el Registro del Congreso.
Las mismas tácticas se han utilizado contra el Centro de Compromiso Global. En 2021, el GEC concedió una subvención a otra organización, el Índice Global de Desinformación [Global Disinformation Index], que ayudó a desarrollar una herramienta técnica para rastrear campañas en línea en Asia Oriental y Europa. Para un proyecto completamente no relacionado y financiado por separado, el Índice Global de Desinformación también realizó un estudio, dirigido a anunciantes, que identificó sitios web en riesgo de publicar historias falsas. Dos organizaciones conservadoras, al encontrar sus nombres en esta última lista, demandaron al GEC, aunque no tuvo nada que ver con la creación de la lista. Musk publicó, de nuevo sin ninguna prueba: “El peor infractor de la censura del gobierno estadounidense y la manipulación de los medios de comunicación es una oscura agencia llamada GEC”, y esa organización también se vio envuelta en el interminable torbellino conspiranoico e investigaciones del Congreso.
Resulta que yo también me vi atrapada en el asunto, porque aparecí en Internet como “asesora” del Índice Global de Desinformación, a pesar de que hacía años que no hablaba con nadie de la organización y de que ni siquiera sabía que tuviera un sitio web. Siguió un patrón predecible y agotador: acusaciones falsas (no, no estaba aconsejando a nadie que censurara a nadie) y las obligatorias amenazas de muerte. Por supuesto, mi experiencia fue leve comparada con la de DiResta, que ha sido acusada de ser, como ella misma dijo, “la cabeza de un complejo industrial de censura que no existe”.
Estas historias son sintomáticas de un problema mayor: debido a que la extrema derecha estadounidense y (más raramente) la extrema izquierda se benefician de la difusión de narrativas antidemocráticas, tienen interés en silenciar o entorpecer a cualquier grupo que quiera detener, o incluso identificar, las campañas extranjeras. El senador Mark Warner, presidente del Comité de Inteligencia del Senado, me dijo que “en realidad estamos menos preparados hoy que hace cuatro años” para los intentos extranjeros de influir en las elecciones de 2024. Esto no sólo se debe a que las campañas de propaganda autoritaria se han vuelto más sofisticadas a medida que comienzan a utilizar la Inteligencia Artificial, o porque “obviamente, aquí hay un ambiente político en el que hay muchos más estadounidenses que desconfían de todas las instituciones”. También se debe a que las demandas, las amenazas y las tácticas de desprestigio han enfriado las respuestas de los gobiernos, el mundo académico y las empresas tecnológicas.
Uno podría llamar a esto un “complot” autoritario secreto para preservar la capacidad de difundir teorías conspirativas antidemocráticas, excepto que no es un secreto. Todo está a la vista, justo en la superficie. Rusia, China y, en ocasiones, otros actores estatales —Venezuela, Irán, Hungría— colaboran con los estadounidenses para desacreditar la democracia, socavar la credibilidad de los líderes democráticos y burlarse del Estado de derecho. Lo hacen con el objetivo de elegir a Trump, cuya segunda presidencia dañaría aún más la imagen de la democracia en todo el mundo, así como la estabilidad de la democracia en Estados Unidos.
* Artículo publicado en la edición online de The Atlantic, bajo el título: “The New Propaganda War”.
Asimismo, aparece en la edición impresa de junio de 2024, como “Democracy Is Losing the Propaganda War”. Tradución: Hypermedia Magazine.
Ósip Mandelstam: la destrucción de un poeta
En la noche del 16 al 17 de mayo de 1934, los agentes de la OGPU Guerásimov, Vepríntsev y Zablovski cumplieron una misión en el piso de Mandelstam en Moscú, en el apartamento 26 del número 5 de la calle Nashokinski.