Un mundo dividido

Me complace sinceramente estar aquí con ustedes con ocasión de la 327ª graduación de esta antigua e ilustre universidad. Mis felicitaciones y mejores deseos a todos los graduados hoy.

El lema de Harvard es “Veritas”. Muchos de ustedes ya han descubierto y otros descubrirán a lo largo de su vida que la verdad se nos escapa en cuanto nuestra concentración empieza a flaquear, dejando al mismo tiempo la ilusión de que seguimos persiguiéndola. Esta es la fuente de muchas discordias. Además, la verdad rara vez es dulce; casi siempre es amarga. En mi discurso de hoy se incluye una parte de verdad amarga, pero la ofrezco como amigo, no como adversario.

Hace tres años dije en Estados Unidos ciertas cosas que fueron rechazadas y parecieron inaceptables. Hoy, sin embargo, muchas personas están de acuerdo con lo que dije entonces.


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El comandante de la batería A. Solzhenitsyn y el comandante de la división de reconocimiento de artillería E. Pshechenko. Febrero de 1943


La división del mundo actual es perceptible incluso a una mirada apresurada. Cualquiera de nuestros contemporáneos identifica fácilmente dos potencias mundiales, cada una de ellas capaz ya de destruir totalmente a la otra. Sin embargo, la comprensión de la división se limita con demasiada frecuencia a esta concepción política: la ilusión según la cual el peligro puede abolirse mediante negociaciones diplomáticas exitosas o logrando un equilibrio de fuerzas armadas. La verdad es que la división es a la vez más profunda y más alienante, que las grietas son más numerosas de lo que se puede ver a primera vista. Estas profundas y múltiples divisiones conllevan el peligro de un desastre igualmente múltiple para todos nosotros, de acuerdo con la antigua verdad de que un reino —en este caso, nuestra Tierra— dividido contra sí mismo no puede mantenerse en pie.


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Como prisionero en una construcción cerca de la Puerta de Kaluga. Moscú, junio de 1946.


Mundos contemporáneos

Existe el concepto de Tercer Mundo: Así pues, ya tenemos tres mundos. Sin embargo, no cabe duda de que el número es aún mayor; sólo que estamos demasiado lejos para verlo. Toda cultura autónoma antigua y profundamente arraigada, sobre todo si se extiende por una amplia parte de la superficie terrestre, constituye un mundo autónomo, lleno de enigmas y sorpresas para el pensamiento occidental. Como mínimo, debemos incluir en esta categoría a China, India, el mundo musulmán y África, si es que aceptamos la aproximación de considerar a estos dos últimos como uniformes. Durante mil años Rusia perteneció a esa categoría, aunque el pensamiento occidental cometió sistemáticamente el error de negar su carácter especial y, por tanto, nunca la comprendió, del mismo modo que hoy Occidente no comprende a la Rusia en cautiverio comunista. Y si bien es posible que en los últimos años Japón se haya convertido cada vez más, en efecto, en un Lejano Oeste, acercándose cada vez más a las costumbres occidentales (no soy juez aquí), Israel, creo, no debería considerarse parte de Occidente, aunque sólo sea por la circunstancia decisiva de que su sistema estatal está fundamentalmente vinculado a la religión.


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Aleksandr Solzhenitsyn, recién exiliado, vestido de preso y con el número “Shch-262”. Kok-Terek, Kazajstán, marzo de 1953.


Hace relativamente poco tiempo, el pequeño mundo de la Europa moderna se apoderaba fácilmente de colonias por todo el planeta, no sólo sin prever ninguna resistencia real, sino normalmente con desprecio por cualquier posible valor en el enfoque de la vida de los pueblos conquistados. Todo parecía un éxito abrumador, sin límites geográficos. La sociedad occidental se expandió en un triunfo de la independencia y el poder humanos. Y de repente, el siglo XX trajo la clara constatación de la fragilidad de esta sociedad. Ahora vemos que las conquistas demostraron ser efímeras y precarias (y esto, a su vez, apunta a defectos en la visión occidental del mundo que condujo a estas conquistas). Las relaciones con el antiguo mundo colonial han pasado ahora al extremo opuesto y el mundo occidental muestra a menudo un exceso de obsequiosidad, pero es difícil aún calcular el tamaño de la factura que los antiguos países coloniales presentarán a Occidente y es difícil predecir si la rendición no sólo de sus últimas colonias, sino de todo lo que posee, será suficiente para que Occidente salde esta cuenta.



Profesor de matemáticas exiliado. Solzhenitsyn en su cabaña de Kok-Terek. 1954-55.


Convergencia

Pero la persistente ceguera de la superioridad sigue manteniendo la creencia de que todas las vastas regiones de nuestro planeta deben desarrollarse y madurar hasta alcanzar el nivel de los sistemas occidentales contemporáneos, los mejores en teoría y los más atractivos en la práctica; que todos esos otros mundos no están sino temporalmente impedidos (por líderes malvados o por graves crisis o por su propia barbarie e incomprensión) de perseguir la democracia pluralista occidental y adoptar el modo de vida occidental. Se juzga a los países en función de sus progresos en esa dirección. Pero en realidad tal concepción es fruto de la incomprensión occidental de la esencia de otros mundos, resultado de medirlos a todos erróneamente con el rasero occidental. La imagen real del desarrollo de nuestro planeta se parece poco a todo esto.


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Profesor de matemáticas exiliado. Kok-Terek, primavera de 1954.


La angustia de un mundo dividido dio origen a la teoría de la convergencia entre los principales países occidentales y la Unión Soviética. Es una teoría tranquilizadora que pasa por alto el hecho de que estos mundos no evolucionan en absoluto el uno hacia el otro y que ninguno de ellos puede transformarse en el otro sin violencia. Además, la convergencia implica inevitablemente la aceptación también de los defectos del otro, y esto difícilmente puede convenir a nadie.

Si hoy me dirigiera a un auditorio en mi país, en mi examen de la pauta general de las desavenencias del mundo me habría concentrado en las calamidades del Este. Pero como mi exilio forzoso en Occidente dura ya cuatro años y mi auditorio es occidental, creo que puede ser más interesante concentrarme en ciertos aspectos del Occidente contemporáneo, tal como yo los veo.


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El profesor Aleksandr Solzhenitsyn conduce a sus alumnos a la estepa para estudiar geodesia. Kok-Terek, 1955.


El declive del coraje

El declive de la valentía puede ser el rasgo más llamativo que un observador externo perciba en el Occidente actual. El mundo occidental ha perdido su coraje cívico, tanto en su conjunto como por separado, en cada país, en cada gobierno, en cada partido político y, por supuesto, en las Naciones Unidas. Este declive del coraje es particularmente notable entre las élites gobernantes e intelectuales, lo que provoca una impresión de pérdida de coraje por parte de toda la sociedad. Quedan muchos individuos valientes, pero no tienen una influencia determinante en la vida pública. Los funcionarios políticos e intelectuales exhiben esta depresión, pasividad y perplejidad en sus acciones y en sus declaraciones, y más aún en sus razonamientos interesados sobre lo realista, razonable e intelectual e, incluso, moralmente justificado que resulta basar las políticas estatales en la debilidad y la cobardía. Y la decadencia del valor, que a veces alcanza lo que podría calificarse de falta de hombría, se ve irónicamente acentuada por ocasionales arrebatos de audacia e inflexibilidad por parte de esos mismos funcionarios cuando tratan con gobiernos débiles y con países que carecen de apoyo, o con corrientes condenadas que claramente no pueden ofrecer ninguna resistencia. Pero se traban la lengua y se paralizan cuando tratan con gobiernos poderosos y fuerzas amenazantes, con agresores y terroristas internacionales.

¿Hay que recordar que, desde la antigüedad, la disminución del coraje se ha considerado el primer síntoma del fin?


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«Reparto de bienes». Un día antes de la salida definitiva del exilio. 1956.


Bienestar

Cuando se estaban formando los Estados occidentales modernos, se proclamaba como principio que los gobiernos están para servir al hombre y que el hombre vive para ser libre y buscar la felicidad. (Véase, por ejemplo, la Declaración de Independencia estadounidense.) Ahora, por fin, durante las últimas décadas, el progreso técnico y social ha permitido hacer realidad tales aspiraciones: el Estado del bienestar. A cada ciudadano se le ha concedido la libertad deseada y bienes materiales en tal cantidad y de tal calidad como para garantizar en teoría el logro de la felicidad, en el sentido degradado de la palabra que ha surgido durante esas mismas décadas. (En el proceso, sin embargo, se ha pasado por alto un detalle psicológico: El deseo constante de tener aún más cosas y una vida aún mejor y la lucha por conseguirlo imprimen a muchos rostros occidentales preocupación e incluso depresión, aunque se acostumbre a ocultar cuidadosamente tales sentimientos. Esta competencia activa y tensa llega a dominar todo el pensamiento humano y no abre en absoluto una vía al libre desarrollo espiritual). Se ha garantizado la independencia del individuo frente a muchos tipos de presión estatal; se ha concedido a la mayoría de la gente un bienestar en una medida que sus padres y abuelos ni siquiera podían soñar; se ha hecho posible educar a los jóvenes de acuerdo con estos ideales, preparándolos y convocándolos hacia el florecimiento físico, la felicidad, la posesión de bienes materiales, dinero y ocio, hacia una libertad casi ilimitada en la elección de los placeres. Entonces, ¿quién debería ahora renunciar a todo esto, por qué y en aras de qué debería uno arriesgar su preciosa vida en defensa del bien común y, particularmente, en el nebuloso caso de que la seguridad de la propia nación deba ser defendida en una tierra aún lejana?

Incluso la biología nos dice que un alto grado de bienestar habitual no es ventajoso para un organismo vivo. Hoy en día, el bienestar en la vida de la sociedad occidental ha empezado a quitarse su máscara perniciosa.


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Aleksandr Solzhenitsyn en Mezinovka. Pueblo de Mezinovka, octubre de 1956.


Vida legalista

La sociedad occidental ha elegido para sí la organización que mejor se adapta a sus fines y que podría denominar legalista. Los límites de los derechos humanos y de lo correcto están determinados por un sistema de leyes; tales límites son muy amplios. La gente en Occidente ha adquirido una habilidad considerable en el uso, interpretación y manipulación de la ley (aunque las leyes tienden a ser demasiado complicadas para que una persona normal las entienda sin la ayuda de un experto). Todos los conflictos se resuelven según la letra de la ley y se considera que ésta es la solución definitiva. Si uno tiene razón desde el punto de vista legal, no se requiere nada más, nadie puede mencionar que aun así uno podría no tener toda la razón, e instar a la autocontención o a la renuncia a estos derechos, exigir sacrificio y riesgo desinteresado. Esto sonaría simplemente absurdo. La autocontención voluntaria es casi inaudita. Todo el mundo se esfuerza por seguir expandiéndose hasta el límite extremo de los marcos legales. (Una compañía petrolera no tiene culpa legal cuando compra un invento de un nuevo tipo de energía para impedir su uso. Un fabricante de productos alimentarios es legalmente inocente cuando envenena sus productos para que duren más. Al fin y al cabo, la gente es libre de no comprarlo).


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Enseñanza de física en la escuela de Mezinovka. 1956-57.


He pasado toda mi vida bajo un régimen comunista y les diré que una sociedad sin ninguna escala legal objetiva es realmente terrible. Pero una sociedad sin otro baremo que el legal es también poco digna del hombre. Una sociedad basada en la letra de la ley y que nunca llega más alto no aprovecha toda la gama de posibilidades humanas. La letra de la ley es demasiado fría y formal para ejercer una influencia beneficiosa en la sociedad. Cuando el tejido de la vida se teje con relaciones legalistas, se crea una atmósfera de mediocridad espiritual que paraliza los impulsos más nobles del hombre.

Y será sencillamente imposible soportar las pruebas de este siglo amenazador con nada más que los soportes de una estructura legalista.


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Aleksandr Solzhenitsyn, M. K. Reshetovskaya (suegra del autor) y N. Reshetovskaya (primera esposa del autor). 1 de enero de 1958.


La dirección de la libertad

La sociedad occidental actual ha puesto de manifiesto la desigualdad entre la libertad para las buenas acciones y la libertad para las malas acciones. Un estadista que quiera lograr algo importante y altamente constructivo para su país tiene que moverse con cautela e incluso con timidez; miles de críticas precipitadas (e irresponsables) se aferran a él en todo momento; es constantemente desairado por el parlamento y la prensa. Tiene que demostrar que cada uno de sus pasos está bien fundamentado y es absolutamente impecable. De hecho, una persona excepcional, verdaderamente grande, que tenga en mente iniciativas inusuales e inesperadas no tiene ninguna oportunidad de imponerse; decenas de trampas le serán tendidas desde el principio. Así triunfa la mediocridad bajo la apariencia de restricciones democráticas.

En todas partes es factible y fácil socavar el poder administrativo y, de hecho, se ha debilitado drásticamente en todos los países occidentales. La defensa de los derechos individuales ha llegado a tales extremos que hace que la sociedad en su conjunto esté indefensa ante determinados individuos. Es hora, en Occidente, de defender no tanto los derechos humanos como las obligaciones humanas.


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Volviendo a casa en Riazán, por la calle Kasimovskiy, desde una panadería. En la mano izquierda del autor, barras de pan blanco y negro; en la derecha, un periódico.


Por otra parte, se ha concedido un espacio ilimitado a la libertad destructiva e irresponsable. La sociedad ha resultado tener escasas defensas contra el abismo de la decadencia humana, por ejemplo, contra el mal uso de la libertad para la violencia moral contra los jóvenes, como las películas llenas de pornografía, crimen y horror. Todo esto se considera parte de la libertad y se contrarresta, en teoría, con el derecho de los jóvenes a no mirar y a no aceptar. La vida organizada de forma legalista ha demostrado así su incapacidad para defenderse de la corrosión del mal.

¿Y qué diremos de los oscuros reinos de la criminalidad manifiesta? Los límites legales (especialmente en Estados Unidos) son lo suficientemente amplios como para fomentar no sólo la libertad individual, sino también cierto abuso de dicha libertad. El culpable puede quedar impune u obtener una indulgencia inmerecida, todo ello con el apoyo de miles de defensores en la sociedad. Cuando un gobierno se compromete seriamente a erradicar el terrorismo, la opinión pública le acusa inmediatamente de violar los derechos civiles de los terroristas. No son pocos los casos de este tipo.


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Toda la ropa de la época del exilio. Invierno 1956-57.


Esta inclinación de la libertad hacia el mal se ha producido gradualmente, pero evidentemente proviene de un concepto humanista y benévolo según el cual el hombre —el dueño de este mundo— no lleva ningún mal dentro de sí, y todos los defectos de la vida son causados por sistemas sociales equivocados, que por tanto deben ser corregidos. Sin embargo, curiosamente, aunque en Occidente se han alcanzado las mejores condiciones sociales, sigue habiendo mucha delincuencia; incluso hay bastante más que en la sociedad soviética, indigente y sin ley. (En nuestros campos hay multitud de prisioneros a los que se califica de criminales, pero la mayoría de ellos nunca cometieron delito alguno; simplemente intentaron defenderse de un Estado sin ley recurriendo a medios fuera del marco legal).




La dirección de la prensa

También la prensa goza, por supuesto, de la más amplia libertad. (Utilizaré la palabra “prensa” para incluir a todos los medios de comunicación.) ¿Pero qué uso hace de ella?

También en este caso, la preocupación primordial es no infringir la letra de la ley. No existe una verdadera responsabilidad moral en caso de distorsión o desproporción. ¿Qué tipo de responsabilidad tiene un periodista o un periódico ante los lectores o ante la historia? Si han engañado a la opinión pública con informaciones inexactas o conclusiones erróneas, incluso si han contribuido a cometer errores a nivel estatal, ¿conocemos algún caso de arrepentimiento abierto expresado por el mismo periodista o el mismo periódico? No; esto perjudicaría las ventas. Una nación puede ser la peor por un error así, pero el periodista siempre se sale con la suya. Lo más probable es que empiece a escribir exactamente lo contrario de sus declaraciones anteriores con renovado aplomo.


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Escribiendo ‘Un día en la vida de Iván Denísovich’. En esta mesa hecha por él mismo, en el patio del edificio de Riazán donde vivió de 1957 a 1966, escribió ‘Un día en la vida de Iván Denísovich’, en mayo de 1959. El manzano sigue allí hoy en día.


Como se requiere información instantánea y creíble, se hace necesario recurrir a conjeturas, rumores y suposiciones para llenar los vacíos, y ninguna de ellas será refutada jamás; se instalan en la memoria de los lectores. ¿Cuántos juicios apresurados, inmaduros, superficiales y engañosos se emiten cada día, confundiendo a los lectores, y luego quedan en el aire? La prensa puede formar la opinión pública o maleducarla. Así, podemos ver cómo se eleva a categoría de héroes a los terroristas o se revelan públicamente asuntos secretos relativos a la defensa de la nación, o podemos asistir a una intrusión desvergonzada en la vida privada de personas conocidas, según el lema “Todo el mundo tiene derecho a saberlo todo”. (Pero éste es un eslogan falso de una época falsa; mucho más valioso es el derecho perdido de las personas a no saber, a que sus almas divinas no sean atiborradas de chismes, tonterías y habladurías vanas. Una persona que trabaja y lleva una vida con sentido no tiene necesidad de este excesivo y agobiante flujo de información).

La precipitación y la superficialidad son las enfermedades psíquicas del siglo XX y se manifiestan más que en ninguna otra parte en la prensa. El análisis en profundidad de un problema es anatema para la prensa; es contrario a su naturaleza. La prensa se limita a seleccionar fórmulas sensacionalistas.


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Aleksandr Solzhenitsyn delante de la redacción de Novyi Mir. Finales de la década de 1960.


Sin embargo, tal como es, la prensa se ha convertido en el mayor poder de los países occidentales, superando al legislativo, al ejecutivo y al judicial. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿con arreglo a qué ley ha sido elegida y ante quién es responsable? En el Este comunista, un periodista es francamente nombrado funcionario del Estado. Pero, ¿quién ha votado a los periodistas occidentales para ocupar sus puestos de poder, durante cuánto tiempo y con qué prerrogativas?

Hay otra sorpresa para alguien que viene del Este totalitario, con su prensa rigurosamente unificada: Uno descubre una tendencia común de preferencias dentro de la prensa occidental en su conjunto (el espíritu de la época), patrones de juicio generalmente aceptados, y tal vez intereses corporativos comunes, siendo el efecto suma no la competencia sino la unificación. Existe una libertad irrestricta para la prensa, pero no para los lectores, porque los periódicos transmiten mayoritariamente de forma contundente y enfática aquellas opiniones que no contradicen demasiado abiertamente las suyas y esa tendencia general.


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Funeral de A.T. Tvardovsky. Diciembre de 1971.


Una moda en el pensamiento

Sin censura alguna en Occidente, las tendencias de moda del pensamiento y las ideas se separan fastidiosamente de las que no están de moda, y estas últimas, sin estar nunca prohibidas, tienen pocas posibilidades de abrirse camino en publicaciones periódicas o libros o de ser escuchadas en las universidades. Vuestros eruditos son libres en el sentido legal, pero están acorralados por los ídolos de la moda imperante. No hay violencia abierta, como en Oriente; sin embargo, una selección dictada por la moda y la necesidad de acomodarse a los estándares de masas impide con frecuencia que las personas de mentalidad más independiente contribuyan a la vida pública y da lugar a peligrosos instintos de rebaño que bloquean el desarrollo exitoso. En Estados Unidos, he recibido cartas de personas muy inteligentes —quizá un profesor de una pequeña universidad lejana— que podrían hacer mucho por la renovación y la salvación de su país, pero éste no puede escucharle porque los medios de comunicación no le proporcionan un foro. Esto da lugar a fuertes prejuicios de masas, a una ceguera que es peligrosa en nuestra era dinámica. Un ejemplo es la interpretación autoengañosa del estado de cosas en el mundo contemporáneo, que funciona como una especie de armadura petrificada alrededor de las mentes de la gente, hasta tal punto que las voces humanas de diecisiete países de Europa del Este y Asia Oriental no pueden atravesarla. Sólo se romperá con la inexorable palanca de los acontecimientos.

He mencionado algunos rasgos de la vida occidental que sorprenden y chocan a un recién llegado a este mundo. El propósito y el alcance de este discurso no me permitirán continuar con tal estudio, en particular para examinar el impacto de estas características en aspectos importantes de la vida de una nación, como la educación elemental, la educación avanzada en humanidades y el arte.


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Aleksandr Solzhenitsyn. Crédito: Eduard Gladkov, 1967.


Socialismo

Es casi universalmente reconocido que Occidente muestra a todo el mundo el camino hacia un desarrollo económico exitoso, aunque en los últimos años se haya visto fuertemente contrarrestado por una inflación caótica. Sin embargo, muchas personas que viven en Occidente están descontentas con su propia sociedad. La desprecian o la acusan de no estar ya a la altura del nivel de madurez alcanzado por la humanidad. Y esto hace que muchos se inclinen hacia el socialismo, que es una corriente falsa y peligrosa.

Espero que ninguno de los presentes sospeche que expreso mi crítica parcial al sistema occidental para sugerir el socialismo como alternativa. No; con la experiencia de un país en el que se ha realizado el socialismo, no hablaré ciertamente en favor de tal alternativa. El matemático Igor Shafarevich, miembro de la Academia Soviética de Ciencias, ha escrito un libro brillantemente argumentado titulado ‘Socialismo’; se trata de un penetrante análisis histórico que demuestra que el socialismo de cualquier tipo y matiz conduce a una destrucción total del espíritu humano y a una nivelación de la humanidad hacia la muerte. El libro de Shafarevich se publicó en Francia hace casi dos años y hasta ahora no se ha encontrado a nadie que lo refute. En breve se publicará en inglés, en Estados Unidos.



Mstislav Rostropovich y Aleksandr Solzhenitsyn. Rozhdestvo-na-Istie, verano de 1969.


No es un modelo

Pero si me preguntaran, en cambio, si propondría Occidente, tal como es hoy, como modelo a mi país, francamente tendría que responder negativamente. No, no podría recomendar su sociedad como ideal para la transformación de la nuestra. A través de un profundo sufrimiento, la gente de nuestro país ha alcanzado ahora un desarrollo espiritual de tal intensidad que el sistema occidental, en su actual estado de agotamiento espiritual, no parece atractivo. Incluso las características de su vida que acabo de enumerar son extremadamente tristes.

Un hecho indiscutible es el debilitamiento de la personalidad humana en Occidente, mientras que en Oriente se ha hecho más firme y fuerte. Seis décadas para nuestro pueblo y tres décadas para el pueblo de Europa del Este; durante ese tiempo hemos pasado por un entrenamiento espiritual muy por delante de la experiencia occidental. El complejo y mortal aplastamiento de la vida ha producido personalidades más fuertes, profundas e interesantes que las generadas por el estandarizado bienestar occidental. Por lo tanto, si nuestra sociedad se transformara en la suya, significaría una mejora en ciertos aspectos, pero también un cambio a peor en algunos puntos especialmente significativos. Por supuesto, una sociedad no puede permanecer en un abismo de anarquía, como es el caso de nuestro país. Pero también es denigrante para ella permanecer en un plano de legalismo tan desalmado y liso, como es el caso del suyo. Tras el sufrimiento de décadas de violencia y opresión, el alma humana anhela cosas más elevadas, cálidas y puras que las que ofrecen los actuales hábitos de vida de masas, introducidos como por carta de presentación por la repugnante invasión de la publicidad comercial, por el estupor televisivo y por una música intolerable.



Natalia (segunda esposa) y Aleksandr Solzhenitsyn. 1972.


Todo esto es visible para numerosos observadores de todos los mundos de nuestro planeta. Cada vez es menos probable que el modo de vida occidental se convierta en el modelo a seguir.

Hay síntomas reveladores por los que la historia avisa de una sociedad amenazada o en vías de desaparición. Por ejemplo, el declive de las artes o la falta de grandes estadistas. De hecho, a veces las advertencias son bastante explícitas y concretas. El centro de tu democracia y de tu cultura se queda sin energía eléctrica sólo durante unas horas y, de repente, multitudes de ciudadanos estadounidenses empiezan a saquear y a sembrar el caos. La película de la superficie debe ser muy fina, entonces, el sistema social es bastante inestable e insano.

Pero la lucha por nuestro planeta, física y espiritual, una lucha de proporciones cósmicas, no es un vago asunto del futuro; ya ha comenzado. Las fuerzas del Mal han comenzado su ofensiva decisiva. Podéis sentir su presión, y sin embargo vuestras pantallas y publicaciones están llenas de sonrisas prescritas y copas alzadas. ¿A qué se debe esta alegría?



En la capilla de San Artyom el Justo, en el río Pinega. Crédito: Natalia Svetlova (Solzhenitsyn). 1969.


Miopía

Representantes muy conocidos de vuestra sociedad, como George Kennan, dicen: “No podemos aplicar criterios morales a la política”. Así mezclamos el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, y dejamos espacio para el triunfo absoluto del mal absoluto en el mundo. Sólo los criterios morales pueden ayudar a Occidente contra la bien planificada estrategia mundial del comunismo. No hay otros criterios. Las consideraciones prácticas u ocasionales de cualquier tipo serán inevitablemente barridas por la estrategia. Una vez alcanzado cierto nivel del problema, el pensamiento legalista induce a la parálisis; impide ver la escala y el significado de los acontecimientos.

A pesar de la abundancia de información, o quizá en parte debido a ella, Occidente tiene grandes dificultades para orientarse en medio de los acontecimientos contemporáneos. Ha habido predicciones ingenuas por parte de algunos expertos estadounidenses que creían que Angola se convertiría en el Vietnam de la Unión Soviética o que lo mejor sería detener las impúdicas expediciones cubanas en África mediante una cortesía especial de Estados Unidos hacia Cuba. El consejo de Kennan a su propio país —iniciar un desarme unilateral— pertenece a la misma categoría. ¡Si supiera cómo se parten de risa los funcionarios más jóvenes de la Plaza Vieja de Moscú[1] ante sus magias políticas! En cuanto a Fidel Castro, desprecia abiertamente a Estados Unidos, enviando audazmente sus tropas a lejanas aventuras desde su país, justo al lado del suyo.


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Aleksandr Solzhenitsyn con sus hijos mayores, Yermolai (derecha) e Ignat (izquierda). Crédito: Christopher Ogden. 1973.


Sin embargo, el error más cruel se produjo con la incomprensión de la guerra de Vietnam. Algunas personas deseaban sinceramente que todas las guerras cesaran cuanto antes; otras creían que había que dejar el camino abierto a la autodeterminación nacional, o comunista, en Vietnam (o en Camboya, como vemos hoy con especial claridad). Pero, de hecho, los miembros del movimiento antibelicista de Estados Unidos se convirtieron en cómplices de la traición a las naciones de Extremo Oriente, del genocidio y el sufrimiento que hoy se imponen allí a treinta millones de personas. ¿Escuchan ahora estos pacifistas convencidos los gemidos que vienen de allí? ¿Comprenden hoy su responsabilidad? ¿O prefieren no oír? La intelectualidad estadounidense perdió los nervios y, como consecuencia, el peligro se ha acercado mucho más a Estados Unidos. Pero no hay conciencia de ello. El político miope que firmó la apresurada capitulación de Vietnam aparentemente dio a Estados Unidos un respiro despreocupado; sin embargo, ahora se cierne sobre ustedes un Vietnam centuplicado. El pequeño Vietnam había sido una advertencia y una ocasión para movilizar el coraje de la nación. Pero si todo el poderío de Estados Unidos sufrió una derrota en toda regla a manos de un pequeño medio país comunista, ¿cómo puede Occidente esperar mantenerse firme en el futuro?


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Heinrich Böll intenta controlar a la multitud de periodistas. 14 de febrero de 1974. © Bild am Sonntag.


Ya he dicho en otra ocasión que en el siglo XX la democracia occidental no ha ganado ninguna guerra importante por sí sola; cada vez se escudó en un aliado que poseía un poderoso ejército de tierra, cuya filosofía no cuestionó. En la Segunda Guerra Mundial contra Hitler, en lugar de ganar el conflicto con sus propias fuerzas, lo que sin duda habría sido suficiente, la democracia occidental levantó a otro enemigo, uno que resultaría peor y más poderoso, ya que Hitler no contaba ni con los recursos, ni con el pueblo, ni con las ideas de amplio atractivo, ni con un número tan grande de partidarios en Occidente —una quinta columna— como los que poseía la Unión Soviética. Algunas voces occidentales ya han hablado de la necesidad de un escudo protector contra las fuerzas hostiles en el próximo conflicto mundial; en este caso, el escudo sería China. Pero yo no desearía semejante desenlace a ningún país del mundo. En primer lugar, se trata de nuevo de una alianza condenada con el mal; concedería un respiro a Estados Unidos, pero cuando más adelante China, con sus mil millones de habitantes, se diera la vuelta armada con armas estadounidenses, la propia América caería víctima de un genocidio al estilo de Camboya.



Aleksandr Solzhenitsyn saluda a su familia en el aeropuerto de Zúrich. 29 de marzo de 1974. Crédito: Sven Simon.


Pérdida de voluntad

Y, sin embargo, ningún arma, por poderosa que sea, puede ayudar a Occidente hasta que supere su pérdida de voluntad. En un estado de debilidad psicológica, las armas se convierten incluso en una carga para el bando que capitula. Para defenderse, también hay que estar dispuesto a morir; esa disposición es escasa en una sociedad educada en el culto al bienestar material. En este caso, no quedan más que concesiones, intentos de ganar tiempo y traiciones. Así, en la vergonzosa conferencia de Belgrado, los diplomáticos occidentales libres, en su debilidad, renunciaron a la línea de defensa por la que los miembros esclavizados de los Grupos de Vigilancia de Helsinki están sacrificando sus vidas.



Trabajando en Sternenberg (Zúrich). Verano de 1974.


El pensamiento occidental se ha vuelto conservador: La situación mundial debe permanecer como está a cualquier precio; no debe haber cambios. Este sueño debilitante de un statu quo es el síntoma de una sociedad que ha dejado de desarrollarse. Pero hay que estar ciego para no ver que los océanos ya no pertenecen a Occidente, mientras que la tierra bajo su dominio sigue reduciéndose. Las dos guerras llamadas mundiales (no fueron ni mucho menos a escala mundial, todavía no) constituyeron la autodestrucción interna del pequeño Occidente progresista que ha preparado así su propio fin. La próxima guerra (que no tiene por qué ser atómica; no creo que lo sea) puede enterrar para siempre a la civilización occidental.

Ante semejante peligro, con semejantes valores históricos en su pasado, con un nivel tan alto de libertad alcanzada y, aparentemente, de devoción por ella, ¿cómo es posible perder hasta tal punto la voluntad de defenderse?



Con Natalia en Sternenberg. Otoño de 1974.


El humanismo y sus consecuencias

¿Cómo se ha llegado a esta desfavorable relación de fuerzas? ¿Cómo ha decaído Occidente desde su marcha triunfal hasta su debilidad actual? ¿Ha habido giros fatales y pérdidas de rumbo en su desarrollo? No lo parece. Occidente seguía avanzando con paso firme, de acuerdo con sus proclamadas intenciones sociales, de la mano de un deslumbrante progreso tecnológico. Y de repente se encontró en su actual estado de debilidad.

Esto significa que el error debe estar en la raíz, en los cimientos mismos del pensamiento de los tiempos modernos. Me refiero a la visión del mundo predominante en Occidente, que nació en el Renacimiento y encontró su expresión política a partir del Siglo de las Luces. Se convirtió en la base de la doctrina política y social y podría denominarse humanismo racionalista o autonomía humanista: la autonomía proclamada y practicada del hombre frente a cualquier fuerza superior por encima de él. También podría denominarse antropocentrismo, en el que el hombre es visto como el centro de todo.



Ceremonia de entrega del Premio Nobel. Estocolmo, 10 de diciembre de 1974. Fotografía: Jan Collsiöö. © Pressens Bild AB.


El giro introducido por el Renacimiento fue probablemente inevitable históricamente: La Edad Media había llegado a su fin natural por agotamiento, al haberse convertido en una intolerable represión despótica de la naturaleza física del hombre en favor de la espiritual. Pero entonces retrocedimos espiritualmente y abrazamos todo lo material, excesiva e inconmensurablemente. El modo de pensar humanista, que se había autoproclamado nuestra guía, no admitía la existencia del mal intrínseco en el hombre, ni veía ninguna tarea más elevada que la consecución de la felicidad en la tierra. Inició la civilización occidental moderna en la peligrosa tendencia de adorar al hombre y sus necesidades materiales. Todo lo que iba más allá del bienestar físico y la acumulación de bienes materiales, todas las demás necesidades y características humanas de naturaleza más sutil y elevada, quedaron fuera del ámbito de atención de los sistemas estatales y sociales, como si la vida humana no tuviera un significado más elevado. Así se dejaron huecos abiertos al mal, cuyas corrientes de aire soplan hoy libremente. La mera libertad ‘per se’ no resuelve en absoluto todos los problemas de la vida humana e, incluso, añade algunos nuevos.



En Holznacht (cerca de Basilea). Otoño de 1975.


Y, sin embargo, en las primeras democracias, como en la democracia estadounidense en el momento de su nacimiento, todos los derechos humanos individuales se concedieron sobre la base de que el hombre es criatura de Dios. Es decir, la libertad se concedía al individuo condicionalmente, en la asunción de su constante responsabilidad religiosa. Tal fue la herencia de los mil años precedentes. Hace doscientos o, incluso, cincuenta años, habría parecido del todo imposible, en América, que a un individuo se le concediera una libertad ilimitada sin ningún propósito, simplemente para la satisfacción de sus caprichos. Posteriormente, sin embargo, todas esas limitaciones se fueron erosionando por doquier en Occidente; se produjo una emancipación total de la herencia moral de los siglos cristianos, con sus grandes reservas de misericordia y sacrificio. Los sistemas estatales se volvieron cada vez más materialistas. Occidente ha alcanzado finalmente los derechos del hombre, incluso en exceso, pero el sentido de responsabilidad del hombre ante Dios y la sociedad se ha ido debilitando cada vez más. En las últimas décadas, el egoísmo legalista del enfoque occidental del mundo ha alcanzado su punto álgido y el mundo se ha encontrado en una dura crisis espiritual y en un callejón sin salida político. Todos los célebres logros tecnológicos del progreso, incluida la conquista del espacio exterior, no redimen la pobreza moral del siglo XX, que nadie habría podido imaginar incluso en las postrimerías del siglo XIX.



Con sus hijos, a horcajadas en el “caballo mágico” que un día les llevaría a Rusia. Cavendish, Vermont, agosto de 1976.


Un parentesco inesperado

A medida que el humanismo se iba haciendo cada vez más materialista en su desarrollo, también permitía cada vez más que sus conceptos fueran utilizados primero por el socialismo y luego por el comunismo. De modo que Karl Marx pudo decir, en 1844, que “el comunismo es el humanismo naturalizado”.

Esta afirmación ha demostrado no ser del todo descabellada. En efecto, se ven las mismas piedras en los cimientos de un humanismo erosionado y de cualquier tipo de socialismo: materialismo sin límites; libertad de religión y de responsabilidad religiosa (que bajo los regímenes comunistas alcanza el estadio de dictadura antirreligiosa); concentración en las estructuras sociales con un enfoque supuestamente científico. (Esto último es típico tanto del Siglo de las Luces como del marxismo.) No es casualidad que todos los votos retóricos del comunismo giren en torno al Hombre (con mayúscula) y su felicidad terrenal. A primera vista parece un feo paralelismo: ¿rasgos comunes en el pensamiento y el modo de vida del Occidente de hoy y del Oriente de hoy? Pero así es la lógica del desarrollo materialista.


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En Harvard. 8 de junio de 1978. Crédito: Rick Stafford.


La interrelación es tal, además, que la corriente del materialismo que está más a la izquierda, y es por tanto la más coherente, siempre resulta ser más fuerte, más atractiva y victoriosa. El humanismo que ha perdido su herencia cristiana no puede prevalecer en esta competición. Así, durante los últimos siglos y especialmente en las últimas décadas, a medida que el proceso se agudizaba, la alineación de fuerzas fue la siguiente: El liberalismo fue inevitablemente arrinconado por el radicalismo, el radicalismo tuvo que rendirse ante el socialismo, y el socialismo no pudo hacer frente al comunismo. El régimen comunista del Este pudo perdurar y crecer gracias al apoyo entusiasta de un enorme número de intelectuales occidentales que (¡sintiendo el parentesco!) se negaron a ver los crímenes del comunismo, y cuando ya no pudieron hacerlo, intentaron justificar estos crímenes. El problema persiste. En nuestros países del Este, el comunismo ha sufrido una completa derrota ideológica; es cero y menos que cero. Y, sin embargo, los intelectuales occidentales siguen mirándolo con bastante interés y empatía, y esto es precisamente lo que hace que a Occidente le resulte tan inmensamente difícil resistir a Oriente.



En la máquina de escribir. Cavendish, años 80.


Antes del giro

No estoy examinando el caso de una catástrofe provocada por una guerra mundial y los cambios que produciría en la sociedad. Pero mientras nos levantemos cada mañana bajo un sol pacífico, debemos llevar una vida cotidiana. Sin embargo, hay una catástrofe que ya está muy presente entre nosotros. Me refiero a la calamidad de una conciencia humanista autónoma e irreligiosa.



De izquierda a derecha: Stephan, Aleksandr, Natalia, Ignat. Cavendish, Semana Santa de 1991.


Ha hecho del hombre la medida de todas las cosas de la tierra: el hombre imperfecto, que nunca está libre de orgullo, interés propio, envidia, vanidad y docenas de otros defectos. Ahora estamos pagando por los errores que no se valoraron adecuadamente al principio del viaje. En el camino desde el Renacimiento hasta nuestros días hemos enriquecido nuestra experiencia, pero hemos perdido el concepto de una Entidad Suprema Completa que solía refrenar nuestras pasiones y nuestra irresponsabilidad. Hemos depositado demasiadas esperanzas en la política y en las reformas sociales, sólo para descubrir que se nos privaba de nuestra posesión más preciada: nuestra vida espiritual. Ésta es pisoteada por la turba partidista en Oriente, por la comercial en Occidente. Esta es la esencia de la crisis: La división del mundo es menos aterradora que la similitud de la enfermedad que aflige a sus principales secciones.



Familia Solzhenitsyn. Troitse-Lykovo (afueras de Moscú), 2003. Crédito: Viacheslav Sachkov.


Si, como pretende el humanismo, el hombre naciera sólo para ser feliz, no nacería para morir. Puesto que su cuerpo está condenado a la muerte, su tarea en la tierra debe ser evidentemente más espiritual: no un ensimismamiento total en la vida cotidiana, no la búsqueda de las mejores formas de obtener bienes materiales y luego su consumo despreocupado. Tiene que ser el cumplimiento de un deber permanente, serio, para que el propio recorrido vital se convierta sobre todo en una experiencia de crecimiento moral: salir de la vida siendo un ser humano mejor de lo que la empezó. Es imperativo reevaluar la escala de los valores humanos habituales; su incorrección actual es asombrosa. No es posible que la valoración de la actuación del presidente se reduzca a la cuestión de cuánto dinero se gana o a la disponibilidad de gasolina. Sólo mediante el cultivo voluntario en nosotros mismos de una autocontención libremente aceptada y serena puede la humanidad elevarse por encima de la corriente mundial del materialismo.

Hoy sería retrógrado aferrarse a las fórmulas osificadas de la Ilustración. Semejante dogmatismo social nos deja indefensos ante las pruebas de nuestro tiempo.



Natalia y Aleksandr Solzhenitsyn. Troitse-Lykovo, 14 de julio de 2007. Crédito: Yuri Feklistov.


Aunque nos libremos de la destrucción por la guerra, la vida tendrá que cambiar para no perecer por sí sola. No podemos evitar replantearnos las definiciones fundamentales de la vida humana y de la sociedad humana. ¿Es cierto que el hombre está por encima de todo? ¿No hay un Espíritu Superior por encima de él? ¿Es correcto que la vida del hombre y las actividades de la sociedad se rijan por la expansión material por encima de todo? ¿Es lícito promover dicha expansión en detrimento de nuestra vida espiritual integral?

Si el mundo no se acerca a su fin, ha llegado a un momento crucial de la Historia, de la misma importancia que el paso de la Edad Media al Renacimiento. Exigirá de nosotros un resplandor espiritual; tendremos que elevarnos a una nueva altura de visión, a un nuevo nivel de vida, donde nuestra naturaleza física no será maldecida, como en la Edad Media, pero aún más importante, nuestro ser espiritual no será pisoteado, como en la Era Moderna.

Esta ascensión es similar a subir a la siguiente etapa antropológica. A nadie en la Tierra le queda otro camino que subir.






  • Texto original en inglés: “A World Split Apart”, by Alexandr Solzhenitsyn. The Aleksandr Solzhenitsyn Center.
  • Imágenes: The Aleksandr Solzhenitsyn Center.




Nota:
[1] La Plaza Vieja de Moscú (Staraya ploshchad) es el lugar donde se encuentra la sede del Comité Central del PCUS; es el nombre real de lo que en Occidente se conoce convencionalmente como “el Kremlin”.





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VI Premio de Periodismo “Editorial Hypermedia”

Por Hypermedia

Convocamos el VI Premio de Periodismo “Editorial Hypermedia” en las siguientes categorías y formatos:
Categorías: Reportaje, Análisis, Investigación y Entrevista.
Formatos: Texto escrito, Vídeo y Audio.
Plazo: Desde el 1 de febrero de 2024 y hasta el 30 de abril de 2024.







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1 Comentario
  1. Este extracto del pensamiento de A. Sholzenitsyn es un gran regalo de Hypermedia a sus lectores. Bueno, a mí me ha levantado unos metros de la tierra. Todo para volver a ella más preclaros; no más felices, pero sí con ojos más entrenados. Un disparo a la mente y al corazón. Gracias!

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