El fracaso diplomático de Zelenski

Cuando el presidente ucraniano Volodímir Zelenski se enfrentó a Donald Trump en la Oficina Oval, la embajadora de Ucrania se llevó las manos a la cabeza, un gesto silencioso pero contundente. El mundo observó cómo un momento diplomático crucial se desmoronaba en un desastre estratégico.

Zelenski llegó a Washington con grandes expectativas. Su misión era asegurar un acuerdo histórico sobre minerales, un pacto vital para la economía en crisis de Ucrania y su esfuerzo de guerra en curso. En cambio, salió humillado, escoltado fuera de la Casa Blanca por un asistente de bajo rango.


El acuerdo se canceló. El almuerzo fue descartado.

Incluso uno de los aliados más conocido de Ucrania en Washington, el senador Lindsey Graham, sugirió que Zelenski debería “renunciar” o “cambiar”.

Este fracaso no se limitó a una reunión. Fue el resultado de un líder que leyó mal la situación, no entendió a su interlocutor y manejó de forma errónea un momento de inmensa relevancia geopolítica.

Ucrania lucha por su supervivencia. La guerra ha cobrado decenas de miles de vidas, su economía está en caída libre y Rusia no muestra señales de ceder. El éxito militar de Kiev depende del apoyo continuo de Occidente, particularmente de Estados Unidos, la única potencia capaz de contrarrestar la agresión rusa.

Sin embargo, en lugar de negociar desde una posición de pragmatismo, Zelenski eligió la confrontación. Se equivocó al tratar un compromiso diplomático de alto riesgo como una estrategia de relaciones públicas en lugar de un delicado juego de poder.

Llegó a Washington buscando una garantía de seguridad. Sin embargo, la Oficina Oval no era el lugar indicado y Trump no era la persona adecuada para presionarlo.

Trump no responde a apelaciones emocionales ni a argumentos morales; valora la influencia, la lealtad y la política transaccional. Zelenski, si hubiera estudiado la historia de la diplomacia, habría entendido que todo es negociable, pero solo si se sabe cómo negociar.

En cambio, entró a la reunión ya debilitado. Sus acciones previas —hablar en un mitin de campaña de Kamala Harris, posar en sesiones de fotos partidistas en Estados clave de EE.UU. y no ayudar a Trump en 2019 cuando este le pidió información sobre Biden antes de las elecciones de 2020— habían erosionado cualquier buena voluntad que aún pudiera quedarle.

Luego, en un movimiento inexplicablemente imprudente, desafió al vicepresidente J.D. Vance en televisión en vivo, intensificando las tensiones y asegurando su fracaso.

Si Zelenski cree que Europa puede reemplazar a EE.UU. en la guerra de Ucrania o en las negociaciones con Rusia, ha ignorado la historia.

Las potencias europeas, otrora dominantes, hoy son meras sombras de su antiguo esplendor. Sus economías equivalen a una de las cincuenta que conforman el rompecabezas, su fuerza militar es comparable a la Guardia Nacional de Illinois, y su influencia geopolítica se ha desvanecido desde 1945.


Trump lo notó

A diferencia de los presidentes estadounidenses anteriores que se prestaban a la ficción de la autonomía europea, Trump se niega a jugar ese juego. El presidente francés Emmanuel Macron, confiando en su relación con Trump, visitó Washington con la esperanza de orientarlo hacia un enfoque más matizado.

Trump, poco impresionado, solo vio debilidad. Semanas después, impuso una nueva ola de aranceles sobre productos europeos.

El mismo destino le aguardaba al primer ministro británico.

Tras expresar inicialmente ciertas reservas sobre el regreso de Trump al poder, se apresuró a la Casa Blanca para reparar las relaciones, llevando consigo una invitación personal del rey Carlos III. Sin embargo, Trump no necesitó recordarle la dependencia británica; el primer ministro llegó con actitud sumisa, ansioso por restablecer los lazos.

La respuesta de Europa a la política exterior de Trump ha sido una de adaptación a regañadientes. Mientras algunos líderes continúan expresando escepticismo, otros, como el primer ministro húngaro Viktor Orbán, apoyan plenamente el enfoque de Washington.

La realidad, sin embargo, es que Europa sigue siendo profundamente vulnerable y dependiente de Estados Unidos para su seguridad.

La guerra en Ucrania ha dejado esto en evidencia. Las naciones europeas han proporcionado una importante ayuda militar y financiera a Kiev, pero sin el apoyo de EE.UU., la guerra probablemente se habría perdido hace mucho tiempo. El desafío para los líderes europeos ahora no es solo mantener el respaldo a Ucrania, sino hacerlo sin antagonizar a Trump.

Muchos gobiernos europeos comprenden esta realidad. Han tomado medidas para asegurarse de mantenerse en buenos términos con Washington, principalmente mediante la compra de equipo militar estadounidense y el refuerzo de sus compromisos con la OTAN. Los países más expuestos a la amenaza rusa, como Polonia y los Estados bálticos, buscan priorizar sus fuertes lazos con EE.UU., sabiendo perfectamente que su seguridad depende de ello.

Zelenski, sin embargo, parece haber ignorado estas lecciones. Su fracaso en la Oficina Oval no fue solo una mala reunión, sino la incapacidad de comprender la nueva realidad de la política internacional.

La guerra con Rusia no es un escenario para discursos grandilocuentes; es una lucha brutal donde la supervivencia depende de la estrategia, no del espectáculo.

El mundo ha cambiado, y con él el equilibrio de poder. Si Ucrania quiere perdurar, su líder debe aprender las reglas del juego.



* Artículo original: “Zelensky’s Diplomatic Failure”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.

Sobre el autor: Ahmed Charai es el editor de The Jerusalem Strategic Tribune y forma parte de los consejos de administración del Atlantic Council, el International Crisis Group, el Center for Strategic and International Studies, el Foreign Policy Research Institute y el Center for the National Interest.





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