El reconocido filósofo y eticista tecnológico Mark Coeckelbergh, miembro colaborador del comité de Ética de la UPC, emitió serias advertencias acerca de la creciente influencia de las grandes empresas tecnológicas y la necesidad de una regulación más rigurosa para limitar su poder, en una reciente entrevista publicada por ‘La Vanguardia’.
El filósofo expresó su preocupación por la creciente dependencia de la sociedad moderna de las plataformas digitales. Según él, los individuos estamos cayendo en una forma de “esclavitud digital”, donde gran parte de nuestro tiempo diario lo pasamos “pegados a la pantalla”, entregándonos a estas plataformas y enriqueciendo a las empresas tecnológicas que las controlan.
Coeckelbergh critica el hecho de que las sanciones antimonopolio existentes y la jurisprudencia actual no son suficientes para limitar el poder concentrado en manos de los magnates tecnológicos, quienes continúan acumulando riqueza y poder en un oligopolio que amenaza a los estados y socava la influencia de nuestros líderes democráticamente elegidos.
“Las grandes tecnológicas con sede en EE.UU. tienen más poder y más influencia sobre cada uno de nosotros que cualquiera de nuestros estados de la UE y que la propia UE”, advierte Coeckelbergh. Según él, las decisiones que afectan a nuestra vida digital ya no se toman en nuestras ciudades natales o en las salas de juntas locales, sino en las sedes corporativas de las grandes tecnológicas, la mayoría de ellas ubicadas en California.
“Un día los historiadores analizarán esta época y dirán que este vivir nuestro frente a las pantallas era esclavitud y que el poder real sobre nuestras vidas lo tenían estas tecnológicas y no ya ningún Estado”, asevera Coeckelbergh. Para él, las fronteras entre dinero y poder se han vuelto cada vez más difusas, y las compañías tecnológicas están imponiendo límites a nuestra cultura y valores diariamente.
El filósofo cita a Elon Musk, cuyo control de Twitter y otras empresas de tecnología ha resultado en una influencia política sin precedentes, hasta el punto de que ha desempeñado un papel importante en conflictos internacionales como el de Ucrania. Según Coeckelbergh, este nivel de influencia muestra cómo el poder de las megatecnológicas va más allá de simplemente monetizar nuestra atención.
Más alarmante aún es el avance de la inteligencia artificial (IA). Coeckelbergh advierte que la IA reforzará estas dinámicas de concentración de poder hasta extremos aún inimaginables. A medida que nos volvamos cada vez más dependientes de la IA en nuestras vidas cotidianas, estamos permitiendo una mayor normalización de la mentira, un fenómeno que la filósofa política Hannah Arendt definió como una característica central del totalitarismo.
Ante este panorama, Coeckelbergh hace un llamado urgente a la Unión Europea para promulgar leyes y regulaciones más estrictas con el fin de restablecer la soberanía de los ciudadanos sobre su interacción y dependencia de la tecnología. Sugiere que la única alternativa a convertirse en espectadores pasivos de esta carrera tecnológica es implementar regulaciones efectivas como contrapoder.
“Necesitamos más regulación, más control y más contrapoderes de nuestra soberanía sobre la tecnología y sus poderosos”, concluye Coeckelbergh. Su crítica y advertencia ofrecen un desafiante llamado a la acción, instando a los gobiernos y a los ciudadanos a tomar medidas para proteger su autonomía en un mundo cada vez más dominado por la tecnología.
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