La realidad detrás del “resurgimiento” económico de Cuba

En Cuba, una oleada de empresas privadas se ha extendido por La Habana, desde modernas y lustrosas tiendas de comestibles en zonas céntricas hasta elegantes salas de exposición que ofrecen muebles fabricados localmente, e incluso supermercados en línea que reflejan servicios como Amazon Fresh. A primera vista, este surgimiento del capitalismo en un régimen comunista acérrimo sugiere un cambio transformador hacia la liberalización económica. Sin embargo, un análisis más profundo revela una realidad totalmente distinta, en la que este supuesto renacimiento económico sólo sirve a unos pocos elegidos, enmascarando una crisis socioeconómica más profunda.

La reciente visita de David C. Adams —periodista de The New York Times— a más de una docena de empresas privadas en La Habana ofrece una imagen de florecientes empresas capitalistas que surgen como salvavidas económico en medio de un marco socialista en decadencia. Pero este relato, aunque convincente, omite detalles cruciales que revelan todo el alcance de la lucha en curso en Cuba. La realidad es que estos negocios, aunque visualmente indican progreso, abastecen casi exclusivamente a las nuevas élites de la isla.

Los precios de los productos de estas nuevas tiendas suelen estar inflados hasta en un 500%, lo que los sitúa fuera del alcance del cubano de a pie. Una simple bolsa de patatas fritas italianas cuesta 51,25 pesos cubanos —aproximadamente 3 dólares— o una botella de vino italiano puede adornar las estanterías de los nuevos comercios por 20 dólares, precios inconcebibles para alguien cuyo salario mensual ronde los 15 dólares. Estas disparidades económicas ponen de manifiesto una creciente división de clases, alimentada por el acceso a las remesas de dinero extranjero y la corrupción que asola el sistema.

Para complicar aún más el panorama, el Gobierno promueve estas empresas privadas como pilares de una economía rejuvenecida. Sin embargo, bajo este barniz de prosperidad se esconde una sombría realidad de pobreza, represión y falta de libertades civiles. Cientos de presos políticos siguen encarcelados por oponerse a un régimen que pregona la reforma económica mientras reprime la libertad de expresión y la disidencia, algo de lo que The New York Times prefiera no hablar.

Además, la difícil situación de la población cubana se ve agravada por problemas sistémicos que estas empresas privadas no pueden resolver: cortes constantes de electricidad, escasez de productos de primera necesidad, como combustible y carne, y una infraestructura en mal estado. El reconocimiento por parte del gobierno de las empresas privadas no es una verdadera aceptación del capitalismo, sino una medida desesperada para proyectar estabilidad y control mientras el país se enfrenta a su peor crisis financiera en décadas.

La respuesta internacional y nacional ha sido escéptica. En Miami, centro neurálgico del exilio cubano, la expansión de las empresas privadas no se ve como un signo de liberalización, sino como una maniobra estratégica del gobierno cubano para mantener el poder en medio de la confusión económica. Los críticos sostienen que el régimen sigue monopolizando importantes sectores de la economía, asegurándose de que cualquier beneficio económico de las nuevas empresas revierta en sus arcas y en sus partidarios, y no en la población en general.

Ante la calamitosa situación en el país, más de 600.000 cubanos han huido de la isla en los últimos dos años, en busca de mejores oportunidades en el extranjero. Este éxodo masivo pone de manifiesto la desesperación y el desencanto de una juventud privada de oportunidades en su patria.

A pesar de estas duras realidades, el gobierno cubano y algunos espectadores optimistas siguen defendiendo la narrativa de un auge del sector privado como un faro de esperanza. Figuras como Diana Saínz, que regresó a Cuba para abrir mercados Home Deli en La Habana, representan a esta minoría optimista. Sin embargo, aunque estas historias ofrecen un atisbo de progreso, son excepciones más que la regla.

La pregunta sigue en el aire: ¿Es el auge de las empresas privadas en Cuba un verdadero paso hacia la libertad económica, o simplemente una ilusión mantenida para distraer la atención de los fallos sistémicos de un régimen que no está dispuesto a reformarse?





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