Alberto Olmos: “Lo que odiáis es a la gente”

El broche de oro a la Eurocopa lo ha puesto el filósofo Santiago Alba Rico en un artículo reciente donde concluye que España no existe. España puede ganar Eurocopas y hasta Mundiales, pero, fuera de ahí, es una alucinación. Cuando la selección se quita la camiseta de España, ya no hay España, pues no existe ese país, sino sólo gente que se disfraza de futbolista. La selección se quitó la camiseta para celebrar la Eurocopa, y miles de personas se la pusieron para salir de fiesta, lo que prueba todo esto que decimos: somos un estado, no fallido, sino disfrazado. Después de la celebración, gente muy inteligente, nuestra élite intelectual, vio que aquello estaba mal, tanta alegría y despiporre, y sólo ha podido concluir que no tenemos remedio. ¿De qué nos sirve ganar la Eurocopa si perdemos los buenos modales? 

Santiago Alba Rico recoge y eleva un malestar ursulino que muchos expresaron a partir del 15 de julio, y que tenía que ver con los modos de estar contentos. Hay modos de estar contento que joden mucho a los intelectuales, y que derivan en complicadas filosofías geopolíticas. España estaba tan contenta el 15 de julio que destruyó España, la borró del mapa y ahora nadie sabe quién ha ganado más Eurocopas, si Alemania o una panda de cuñados. 

Para Alba Rico, España es “cochambre”; para los intelectuales que le precedieron, la fiesta del fútbol fue “una cutre despedida de soltero”. Todo mal. España, esa etiqueta, ha quedado finalmente reservada para una ideología que “se enorgullece de su pasado imperial, maltrata a los inmigrantes, odia a los más débiles, se burla del feminismo, rechaza la democracia”. Todo por no leer poemas de Rilke en la celebración de la Eurocopa. Todo por la manía que siempre le ha tenido Dani Carvajal a los poemas Rainer Maria Rilke. 

Simple felicidad Lo cierto es que España parecía bastante país tras ganar la competición europea, con las calles llenas de gente joven, y de familias y de banderas. Donde Alba Rico y otros cenizos sólo ven política, había simplemente felicidad. El fútbol de selecciones es un nacionalismo tentativo, inocuo y transitorio, como prueba el hecho de que se celebren exactamente igual todas las Eurocopas, gobierne quien gobierne. Si España hubiera ganado un Mundial durante el franquismo, los antifranquistas habrían salido a celebrarlo los primeros. Celebrar siempre va contra el poder. 

Esto es así porque, como se dice a menudo entre los entendidos, “el fútbol es del pueblo”. Necesita ser popular, gustar a todo el mundo y llenar estadios. Lo que diferencia una afición de una militancia es que en la afición no todos votan lo mismo. 

Mientras el fútbol podía dividir, algunos políticos de izquierdas siguieron la competición y celebraron las victorias. A Irene Montero le importaba más que Nico Williams fuera negro que a él mismo. Lamine Yamal tenía que meter goles por la escuadra a la ultraderecha. Si todo fallaba, siempre podía marcar un vasco o un catalán. Esa era una España bonita, diversa, cojonuda, la España que un tío que reza ha seleccionado porque son los mejores futbolistas con DNI español del mundo. La selección no representaba otra cosa que un deseo de ganar. 

Cuando ganaron, la gente se puso demasiado contenta, como si España existiera y ser español fuera bonito. Yo creo que España existe y que ser español es bastante bonito. 

Pero eso no podía ser, tanta unidad, tantos fachas abrazados a tantos rojos y todos vestidos (encima) de rojo y emborrachándose como adolescentes. Nadie hablaba de Gaza. Nadie hablaba de Franco. Nadie hablaba de las cosas que de verdad nos importan.

Gente que no sabe nada de fútbol (si supieran de fútbol, sabrían que al jugador negro de tu equipo lo casarías encantado con tu hija), se quedó con lo peor del deporte: con el VAR. Sacaron el VAR del protocolo, y unos hombres jóvenes que apenas habrían dormido se vieron examinados con lupa en una recepción oficial. Ya saben, lo que más le apetece del mundo a un veinteañero es ir a una recepción oficial. 

La selección tenía tantas ganas de pasar por Moncloa como tú de pasar por casa de tus suegros. 

Carvajal le dio la mano al presidente durante los segundos imprescindibles como para que eso pudiera ser considerado dar la mano. 

Esto, en un país normal, no le hubiera importado a nadie. Pero el VAR del protocolo entró de oficio, y señaló penalti y expulsión, y bramó. Carvajal es demasiado español como para dejarle pasar una. Carvajal es white trash de Leganés. El único que está racializado aquí es Carvajal. 

Luego hubo fiesta y, extrañamente, un montón de muchachos millonarios campeones celebraron la fiesta gritando, saltando y haciendo el imbécil. Gente que no habría visto ni un partido entero de la selección no se perdió un solo minuto de la juerga en Cibeles. Era horrible, tanta alegría salvaje. ¡Los jóvenes de hoy! 

Cuando desde el escenario se coreaba “Gibraltar español”, no era para que Gilbraltar fuera español, sino porque no había otro cántico que encajara con haber derrotado a Inglaterra. “Pérfida Albión” era pedir demasiado, amigos. “Gibraltar español” es como cantar “La cabra, la cabra, la puta de la cabra”. Por la tontería. 

Pero todo era serio, trascendente, ofensivo, milimétrico. Santiago Alba Rico titula su pieza “Odiar el fútbol”. Es un error más en un artículo plagado de errores. 

Lo que odiáis es a la gente.



* Artículo original: “Lo que odiáis es a la gente”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.





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Los 10 millones que nunca fueron

Por Orlando Luis Pardo Lazo

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