A cuatro días de dejar su cargo, Joe Biden por fin reconoce a Cuba. Tras un mandato entero en silencio, su administración decide ahora sacar a Cuba de la lista de Estados Patrocinadores del Terrorismo, una designación que de entrada carecía de fundamento.
Contrario a la emoción inicial que pueda sentirse ante este anuncio de la Casa Blanca, no se trata de un triunfo. Es una maniobra política vacía y cínica, un gesto simbólico calculado para simular una toma de acción, cuando en realidad se está garantizando que no cambiará nada.
La administración Biden está plenamente consciente de que Donald Trump, toda vez asumido su segundo mandato, revertirá esta decisión en las primeras semanas de su presidencia. Así y todo, en lugar de dar pasos significativos para reparar las relaciones con Cuba, Biden ha hecho lo mínimo al respecto. Y a última hora.
Esta jugada resume a la perfección cómo la política exterior de Estados Unidos ha tratado a Cuba por décadas: no como una nación con la que Estados Unidos debe relacionarse de manera inteligente, sino como la papa caliente política que se tiran de aquí para allá y de allá para acá las administraciones demócratas y republicanas.
El embargo, que ha asfixiado la economía cubana durante más de seis décadas, permanece intacto. La mayoría de las severas restricciones impuestas por la administración Trump, que Biden prometió reconsiderar, permanecen en pie. Y Guantánamo, la base naval estadounidense que ocupa territorio cubano y funciona como prisión y como una reliquia de las aventuras imperialistas norteamericanas, sigue siendo ignorada por los discursos del mainstream.
Pero, en sus últimos días en el cargo, es cuando Biden decide actuar, no porque quiera cambiar la política estadounidense hacia Cuba, sino porque así puede hacer un gesto simbólico sin consecuencias.
La administración afirma que esta decisión fue parte de un acuerdo, facilitado por la Iglesia Católica, para liberar a prisioneros políticos en la Isla (AP News). De ser así, ¿por qué ahora? ¿Por qué no fue esta la prioridad de Biden en un punto previo de la presidencia?
La respuesta es simple: porque Cuba sólo se aborda en la política estadounidense cuando sirve para agendas políticas transitorias.
Los ciclos interminables de la política EUA-Cuba
A partir de la Revolución Cubana, cada administración estadounidense ha abordado a Cuba en una de dos maneras: con hostilidad o con un acercamiento a medias que de inmediato será revertido por el presidente entrante.
De todos los presidentes estadounidenses del siglo XXI, solo Barack Obama intentó genuinamente replantear las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Su administración tomó medidas concretas para restablecer los lazos diplomáticos, aliviar las restricciones de viaje y abrir una limitada cooperación económica.
Aunque imperfecta en más de un sentido, sus políticas marcaron un distanciamiento de la mentalidad de Guerra Fría que ha definido la política exterior estadounidense hacia Cuba durante décadas.
Ese progreso duró muy poco. Donald Trump, ansioso por borrar el legado de Obama tanto como fuera posible, restableció rápidamente las sanciones, volvió a incluir a Cuba en la lista de Estados Patrocinadores del Terrorismo y endureció las restricciones de viaje y comercio.
No se trataba de seguridad nacional ni diplomacia, sino de deshacer el legado de Obama, una pose para la comunidad de exiliados cubanos de la derecha que continúa siendo políticamente influyente en Florida. Una vez más, se repitió este enfoque infantil que a quien afecta es al pueblo cubano.
Biden tuvo cuatro años para revertir las medidas opresivas de Trump. En cambio, permaneció básicamente en silencio. Su administración apenas se relacionó con Cuba, sin proponer cambios sustanciales más allá de ajustes menores en las políticas de remesas.
El embargo mantuvo su plena vigencia, dejando que el pueblo cubano sufriera bajo las crecientes dificultades económicas por las restricciones de Estados Unidos. Ahora, en el último instante, Biden toma una medida tan insignificante como predecible.
El impacto devastador de la política de EUA en Cuba
El embargo estadounidense no es una herramienta geopolítica abstracta. Es una realidad diaria y agobiante para el pueblo cubano. Restringe el acceso de Cuba a suministros médicos, importaciones de alimentos y transacciones financieras. Hace casi imposible que Cuba participe en el comercio internacional o consiga inversiones extranjeras. Y, a pesar de las repetidas votaciones de la Asamblea General de la ONU condenando el embargo (con un apoyo global abrumador), Estados Unidos se aferra a una política fallida de los tiempos de la Guerra Fría, la cual no beneficia a nadie excepto a las facciones más radicales del anticastrismo de Miami.
La administración Biden no puede alegar ignorancia. Como vicepresidente de Obama, se esperaría mayor conocimiento y capacidad de acción en este tema. Saben del sufrimiento que provoca el embargo. Saben que, cuando Trump endureció las sanciones, causó grave escasez en Cuba, agudizando la crisis económica que ya había sido agravada por la pandemia de COVID-19. Saben que las restricciones a las remesas han golpeado directamente a las familias cubanas que dependen de este apoyo financiero de sus parientes en el extranjero. Y, a pesar de todo, eligieron no hacer nada, hasta ahora, con un acto que es demasiado tardío y limitado.
Mientras tanto, la hipocresía de la política exterior estadounidense es evidente. Estados Unidos afirma ser líder en derechos humanos y democracia, pero mantiene un centro de detenciones indefinidas sobre suelo cubano, en Guantánamo, donde los prisioneros son mantenidos sin juicio durante décadas.
La base naval en sí misma es un vestigio del imperialismo estadounidense, una ocupación que Cuba ha rechazado por años pero que no tiene manera de desafiar. Si a los Estados Unidos realmente les preocupara la democracia en Cuba, empezarían por poner fin a su propia presencia ilegítima en la Isla. Pero, como de costumbre, Cuba sólo sale a la discusión cuando es políticamente conveniente.
EUA debe tomar en serio a Cuba
Si Estados Unidos realmente quiere fomentar la democracia, la diplomacia y los derechos humanos, entonces debe dejar de tratar al tema Cuba como un asunto partidista y comenzar a tratarlo como una prioridad de política exterior.
Esto significaría levantar el embargo, no simplemente reajustarlo cada cuatro u ocho años. E implicaría entablar un diálogo diplomático significativo, no emitir gestos simbólicos en los últimos días de una administración. Y que se aborde el estatus de Guantánamo y no se intente que las acciones en suelo cubano de Estados Unidos estén al margen de cualquier escrutinio.
Las dificultades de Cuba son reales. No son un botín político. Ni una ficha de cambio que se negocia a última hora para apuntarse victorias simbólicas.
La decisión de Biden, aunque vagamente positiva, es en última instancia una movida hueca, que sólo refuerza el trágico ciclo de las relaciones EUA-Cuba. Si los Estados Unidos alguna vez aspiran a apoyar de verdad al pueblo cubano, tendrán que hacerlo mejor. Tendrán que tomar en serio a Cuba.
Eso comienza por tratar a Cuba como algo más que una pelota del ping-pong político.
Traducción del inglés por Orlando Luis Pardo Lazo
¿Está muerto el cine cubano? / Is Cuban Cinema Dead?
El cine cubano, que ganó popularidad y fama en el pasado, es cosa del pasado y que no es probable que se regrese a los “tiempos dorados”.