Los cruces ilegales hacen saltar por los aires las políticas de inmigración 

Los últimos acontecimientos en la frontera entre Estados Unidos y México, especialmente cerca de Lukeville (Arizona), ponen de relieve un aumento significativo de los cruces ilegales, lo que ejerce presión sobre las políticas de inmigración y aviva el debate en el Congreso y la Casa Blanca sobre las restricciones al asilo.

En un remoto tramo de desierto, a unos 50 kilómetros al oeste de Lukeville, son evidentes las repetidas brechas en las barreras fronterizas. Las columnas de acero, rellenas de hormigón y destinadas a disuadir los cruces ilegales, se dañan con frecuencia para permitir la entrada de grupos de migrantes en Estados Unidos. Estos incidentes se han hecho más frecuentes desde la primavera, ya que la zona, caracterizada por su terreno llano y sus emblemáticos cactus saguaro, se ha convertido en una ruta principal para los migrantes indocumentados.

Durante una gira de medios de comunicación organizada por la Patrulla Fronteriza, se mostraron los retos a los que se enfrenta la seguridad al sur del país. A pesar de las mejoras en las condiciones de procesamiento y detención, el gran volumen de migrantes ha desbordado el sistema. 

Este aumento ha hecho crecer las críticas a las estrategias de inmigración de la actual administración y ha obligado, tanto a la Casa Blanca como a algunos congresistas demócratas, a considerar la aplicación de límites estrictos al asilo. Estos debates se están produciendo paralelamente a las negociaciones sobre la ayuda a Ucrania.

Pero, mientras el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, abandonaba el viernes las conversaciones a puerta cerrada con líderes del Congreso, decenas de migrantes de Senegal, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Guinea y México caminaban a lo largo del muro fronterizo de Arizona construido durante la presidencia de Donald Trump, buscando entregarse a los agentes. Una mujer mexicana caminó a paso ligero con sus dos hijas y cinco nietos, de entre 2 y 7 años, después de ser dejada por un autobús en México e instruida por guías.

Entre los que intentaban entrar estaba Alicia Santay, guatemalteca de 22 años, que, junto con su hermana de 16, pretendía reunirse con su padre en Nueva York. Esperaban la tramitación inicial en una tienda de la Patrulla Fronteriza en Lukeville, lo que ejemplifica las historias personales que se esconden tras la escalada de cifras en la frontera. 


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