Michael Gfoeller y David H. Rundell: “El enfrentamiento en Ucrania se parece cada vez más a la Crisis de los Misiles de Cuba”

En octubre de 1962, Estados Unidos y la Unión Soviética se enzarzaron en un enfrentamiento que se convirtió en lo más cerca que hemos estado nunca de un intercambio nuclear. Esto ocurrió después de que Estados Unidos emplazara misiles Júpiter de alcance medio en Turquía y los soviéticos respondieran desplegando sus propios misiles con capacidad nuclear en Cuba. A continuación, la marina estadounidense bloqueó Cuba. El conflicto directo sólo se evitó cuando el presidente estadounidense John F. Kennedy y el primer ministro soviético Nikita Jrushchov acordaron retirar sus respectivos misiles de Turquía y Cuba. Una vez logrado su objetivo y para que Kennedy pudiera cantar victoria, Jrushchov accedió a no revelar la retirada de los misiles estadounidenses de Turquía.

Seis décadas después, la guerra de Ucrania ha producido un eco de la Crisis de los Misiles de Cuba. Continuando con una política de escalada en serie, la OTAN suministró a Ucrania armas de largo alcance y autorizó su uso en el interior del territorio ruso. A finales de mayo, Ucrania utilizó drones de ataque de largo alcance para atacar los emplazamientos de radares estratégicos de alerta temprana de Rusia. Estos radares estaban diseñados para detectar misiles balísticos intercontinentales entrantes. Eran puramente defensivos y no tenían nada que ver con la guerra en Ucrania. Destruirlos fue una gran provocación. Poco después, Rusia envió a Cuba una escuadra naval, incluido un submarino de propulsión nuclear. Rusia no confirmará ni negará si estos barcos llevaban armas nucleares cuando pasaron por Florida, pero sin duda tenían capacidad para hacerlo.

La buena noticia es que todavía no estamos al borde de otra Crisis de los Misiles de Cuba. Ni el presidente Joe Biden ni el presidente ruso Vladímir Putin quieren ampliar la guerra en Ucrania. Sólo dos de los 10 radares de alerta estratégica rusos resultaron dañados y, como estaban orientados hacia el sur, eran los menos críticos. Ucrania no utilizó misiles estadounidenses en los ataques. Los rusos ya han enviado buques de guerra a Cuba en otras ocasiones, la última en 2019. La flota que enviaron esta vez, formada por un submarino, una fragata, un barco de suministros y un remolcador, apenas era una armada. Muy visible y fácilmente rastreable, era más simbólica que amenazadora; la OTAN suele tener más buques de guerra en el Báltico.

La mala noticia es que nos acercamos cada vez más a una confrontación mayor porque Biden se enfrenta a unas elecciones y Putin a una creciente marea de nacionalismo ruso. Biden no puede ganar en noviembre si pierde en Ucrania. Si bien es cierto que las filas de los animadores occidentales de Ucrania disminuyen a medida que se desvanecen las perspectivas de victoria de Kiev, Biden sigue sin poder permitirse otro fiasco en política exterior como la humillante retirada de Afganistán. Putin, por su parte, debe hacer frente a las crecientes exigencias de que gane la guerra con rapidez y decisión. Todos los padres rusos que han perdido un hijo a manos de un misil estadounidense o un tanque alemán exigen la victoria y la venganza. Corremos el riesgo creciente de que un político acorralado confunda las prioridades personales con el interés nacional.

Nuestro mayor temor es que un asediado presidente estadounidense con su coro de halcones de la guerra nos arrastre aún más por el camino de las consecuencias imprevistas. Pocos dejan de reconocer ahora que ampliar la OTAN a menos de 300 millas de Moscú fue una provocación para una nación que durante siglos ha basado su seguridad en cambiar espacio por tiempo. Sin embargo, cuántas veces seguimos oyendo que “el compromiso es apaciguamiento” o que después de Ucrania caerán todas las “fichas de dominó” de Europa del Este.

Observamos que todas las negociaciones fructíferas requieren un compromiso y que el camino a Riga no pasa por Kiev: Rusia podría haber ocupado los Estados bálticos hace años en cuestión de horas. No lo hizo entonces y, desde el final de la Guerra Fría, nunca ha amenazado con hacerlo. La pertenencia a la OTAN sigue siendo un elemento disuasorio fuerte y eficaz para los que se han adherido, pero no nos interesa ampliar más este paraguas si eso significa una confrontación directa con Rusia.

El precio de la paz en Ucrania es asequible y nuestra mayor esperanza sigue siendo un acuerdo negociado. Éste puede basarse firmemente en los principios positivos de neutralidad, desarrollo económico y autodeterminación. Rusia fue a la guerra para impedir que Ucrania entrara en la OTAN. Un acuerdo requerirá garantías de neutralidad ucraniana como las acordadas por Austria en 1956.

Moscú no puede tener objeciones legítimas de seguridad a que Ucrania se adhiera a la Unión Europea, como hizo la neutral Austria hace casi 20 años. La adhesión de Ucrania a la UE debería ser una condición claramente establecida en cualquier acuerdo para poner fin a la guerra, al igual que los compromisos específicos de las principales naciones occidentales para ayudar a financiar la reconstrucción de Ucrania. Asimismo, Occidente tendría que desmantelar su régimen de sanciones económicas contra la economía y los dirigentes rusos. La autodeterminación es un principio estadounidense largamente acariciado. Celebremos un alto el fuego y un referéndum supervisado por la ONU para determinar si el pueblo de Crimea y el este de Ucrania quieren realmente unirse a la Federación Rusa. Los habitantes de Quebec y Escocia tuvieron la oportunidad de votar sobre su futuro político. ¿Por qué no los ucranianos?

Rusia está ganando una guerra de desgaste que agota implacablemente la mano de obra de Ucrania y el arsenal de la OTAN, pero aún estamos a tiempo de llegar a un compromiso. Dentro de un año, Putin podría exigir las ciudades rusoparlantes de Járkov y Odesa, así como las provincias orientales que ya reclama. Nos interesa ayudar a Ucrania a negociar un acuerdo en lugar de seguir respaldando las exigencias maximalistas del presidente Volodímir Zelenski. ¿No sería mejor abandonar el camino de la escalada ahora, antes de que acontecimientos imprevistos desencadenen otra Crisis de los Misiles Cubanos en toda regla?



David H. Rundell es autor de Vision or Mirage, Saudi Arabia at the Crossroads y ex jefe de misión de la embajada estadounidense en Arabia Saudí. El embajador Michael Gfoeller es un antiguo asesor político del Mando Central de Estados Unidos que pasó 15 años trabajando en Rusia y la antigua Unión Soviética.

* Artículo original: “Ukraine confrontation becomes more like the Cuban Missile Crisis”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.





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Tetas trabajadoras

Por Sarah Thornton

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