A principios de 1973 un grupo de exiliados cubanos comenzamos a reunirnos en Washington D.C. con la idea de buscar alguna forma efectiva de dar a conocer la situación de los presos políticos en Cuba, que se calculaba en esa fecha ascendían a 40.000.
Rememoro, entre otros, al Dr. Claudio Benedí, a Oilda y Siro del Castillo, y a varios estudiantes de la Universidad de Georgetown, entre ellos Guillermo Mármol, y quienes resultaron ser el alma del proyecto, el incansable Frank Calzón y la venerable Elena Mederos, cuyo activismo se remontaba a la fundación de la Alianza Nacional Feminista en La Habana en los años 1920.
Recuerdo claramente que, en una de esas reuniones, tras la exposición de varios criterios, Elena Mederos opinó que, cuando no era posible llegar a muchas personas, era aconsejable informar a aquellos que influían sobre los demás. Ella también nos hizo ver que, lamentablemente, la credibilidad de los exiliados no era buena. Era necesario que otros con más autoridad contaran las historias de los cubanos apresados y maltratados.
Decidimos, pues, que buscaríamos la forma de que diversos periodistas se interesaran en los casos de algunos de los presos, y de publicar un boletín que recopilara los reportajes que aparecieran en la prensa.
Se discutió entonces cómo se llamaría el proyecto y la publicación. Se escribieron un sinfín de sugerencias en la pizarra del aula donde nos reuníamos y se acordó por fin que llevaría por nombre Of Human Rights. Creo que ninguno previó entonces la importancia de esa decisión.
Elena Mederos se dio a la tarea de unir voluntades. Recuerdo visitar con ella a importantes personalidades, como el jesuita Roberto J. Henle, presidente de Georgetown, y a Ben Bradlee, director de The Washington Post.
Del primero, logramos que nos permitieran utilizar un espacio de oficina mínimo, poco mayor que un closet, pero que nos facilitaba tener una caja postal con la dirección de la prestigiosa universidad.
Por su parte, Bradlee, que no era entonces tan famoso como pocos años después cuando el escándalo de Watergate, aceptó que un periodista del Washington Post recibiera el material que le entregamos y del que luego escribiría.
Elena Mederos utilizaba su encanto personal con muy buenos resultados. No sólo con personas de prestigio sino con cubanos de la zona, a quienes reclutaba como voluntarios. Con más de 70 años, desafiaba los fríos de la ciudad junto al Potomac y en su Volkswagen verde repartía cartas recibidas desde las prisiones cubanas, escritas en papel de cebolla con minúscula caligrafía para que fueran transcritas y traducidas.
También manejábamos listas de nombres y direcciones (del cuerpo diplomático, congresistas, senadores, figuras gubernamentales, periodistas) para que se copiaran a máquina en hojas especiales, que luego posibilitaban imprimirlas como etiquetas. Vivíamos en una era muy anterior a las computadoras.
Hubo asimismo que obtener, de fuentes fidedignas en Cuba, la situación de los presos. No de forma generalizada, sino con nombres y apellidos, fechas, datos específicos, e invitar a periodistas a almorzar, para convencerlos de la importancia de que escribieran sobre estos casos.
Naturalmente, había que pagar la casilla del correo, los enseres de oficina, las llamadas de larga distancia, las invitaciones a la prensa, y más tarde la impresión del boletín y el costo de los envíos. Casi siempre nosotros mismos cubríamos las necesidades, aunque todos éramos bastante pobres.
Logramos por igual algunas contribuciones económicas. En una ocasión, Jorge Más Canosa nos envió $100 dólares, cantidad generosa en esas fechas. Era Frank Calzón quien más conseguía estas ayudas.
Por fin, tres años después, a principios de 1977, se publicó el primer ejemplar de Of Human Rights. Sentados en el suelo de los pasillos de Georgetown University, dedicamos las primeras noches de aquel helado mes de enero a colocar las etiquetas y a separar por zonas postales los boletines, para poder enviarlos con el permiso de tarifa postal para grandes cantidades (bulk rate) que habíamos conseguido.
Logramos, además, que uno de los estudiantes de Georgetown, asistente de un senador, recibiera permiso para colocar el primer ejemplar de Of Human Rights en las casillas de los senadores y congresistas que comenzarían una nueva sesión, tras ser elegido a la presidencia Jimmy Carter en noviembre de 1976.
El 20 de enero de 1977, cuando Carter juró sobre la Biblia el cargo de presidente y su deber de respetar la Constitución, habló en su breve discurso de inauguración del compromiso absoluto de los Estados Unidos con los derechos humanos y de cómo se sentían más vinculados a aquellos países que los respetaban.
Casi treinta años después de la firma de la declaración de derechos humanos en las Naciones Unidas, en 1948, por primera vez un presidente del primer poder del mundo se refería de ese modo a los derechos humanos.
Nuestro primer ejemplar de Of Human Rights había comenzado a circular en el mejor momento. Aunque no pudimos publicarlo por mucho tiempo, desempeñó un papel importante en esos años.
El presidente Jimmy Carter acaba de morir a los cien años de edad. Deja un legado de incalculable valor. Parte del mismo, sin duda, es haber elevado la importancia del respeto a los derechos humanos en su país y en el mundo.
En nombre de aquellos exiliados que en los años 1970 nos esforzamos por difundir las violaciones a los derechos humanos en Cuba, se lo agradezco.
* Texto publicado en el blog Habanera soy y reproducido por Hypermedia Magazine con permiso de su autora.
Comprender el medioambiente: la única biosfera que tenemos
Por Vaclav Smil
Llevamos milenios transformando el medioambiente a escalas cada vez mayores y con una intensidad creciente, y hemos obtenido muchos beneficios de estos cambios. Pero, inevitablemente, la biosfera ha sufrido.