Alberto Olmos: “Para tu seguridad, sólo Dios”

Trump dio las gracias a Dios por salir vivo de un disparo en la cabeza. Dios es la suerte. Dios ha salvado la vida de Donald Trump una vez, y todo su equipo de seguridad (con policías, francotiradores y quién sabé qué tecnologías de vigilancia fascinantes) ninguna. Ese es el marcador: Dios 1, Resto del Mundo 0. Si los francotiradores sirvieran para algo, habrían matado ya a dos o tres o cuatro magnicidas en otros tantos mítines de Trump. Lo cierto es que sólo ha habido un intento de asesinar a Trump en un mitin, y casi lo consiguen. El ex presidente participa en unos cuarenta mítines al año y, si su servicio de protección no fracasó en ninguno de los anteriores, fue porque no hubo nada de lo que protegerle.

Me fascina la gente que se empeña en ver fallos de seguridad en el atentado de Pensilvania. La gente cree que, de los cientos de mítines que ha dado Trump, solo en el del Pensilvania hubo fallos. Lo cierto es que solo en el de Pensilvania hubo un asesino. Ya sería casualidad que, justo en el mitin en el que se deja un tejado sin vigilancia, un francotirador decida atentar contra Trump y además desde ese mismo tejado que no vigilas.

Sólo hay dos posibilidades. O la gran conspiración que implica a casi todos los poderes de Estados Unidos y a un buen puñado de policías y agentes federales; o que la policía y los agentes federales son humanos. El de Pensilvania es un mitin más, uno de quinientos. He dormido mal. Estoy cansado. Nunca pasa nada. ¿Ese tejado? Bah, mañana lo miramos.

Después del disparo que atravesó la oreja de Trump, los hombres de negro se echaron sobre él para protegerle. También había una mujer. La misión de los guardaespaldas, llegado el caso, es interponer su cuerpo entre las balas y el importante personaje al que guardan. En las imágenes, se ve que la mujer guardaespaldas, mientras acompaña a Trump fuera del escenario, se está agachando. O sea, su modo de proteger a Trump es agachar la cabeza para que no le peguen un tiro a ella, dejando así la cabeza de Trump totalmente descubierta para que a él sí le peguen un balazo.

En otras imágenes, cuando los guardaespaldas consiguen llevar a Trump hasta un vehículo blindado, se aprecia que la mujer no está precisamente en forma (no, pongamos, como para detener a un loco que se abalanzara sobre su protegido con un cuchillo), y que además está asustada y nerviosa, al punto de que no consigue enfundar la pistola en la cartuchera, una vez Trump queda a salvo. ¡Las cuotas de género casi acaban con Donald Trump!, podríamos bromear. Y no.

Hay muchas mujeres fuertes, altas, duras que contratar como guardaespaldas. Pero también hay (y más) muchos inútiles, cuñados, hermanas o amigos de universidad sin preparación y en el paro, con un contacto, una piedad puntual, que acaban todos donde menos daño pueden hacer: salvando vidas que casi nunca corren peligro.

¿O acaso creen ustedes que la seguridad en los aeropuertos la lleva gente capacitadísima y bien pagada que impide un secuestro y una explosión prácticamente a diario? Lo que impide esas desgracias es que casi nadie quiere secuestrar un avión o hacerlo volar por los aires todos los días. Pero, cuando quieren hacerlo, casi siempre lo consiguen.

Hay una escena en El club de la lucha (1999) que habla de la “ilusión de seguridad” en los aviones. Por ejemplo, un pasajero aleatorio tiene la responsabilidad de abrir la puerta de emergencias en caso de accidente. Repito: Un pasajero aleatorio. Y están las máscaras de oxígeno, los salvavidas que inflas tirando de una manija y que incluyen un silbato y una linternita, la flipante rampa hinchable que te salvará la vida cuando caigas sobre el océano.

Amigo, como tu avión caiga sobre el océano, vas a morir. 100%.

Creo que buena parte de la ilusión de seguridad y del mito del control total procede de las películas. En sagas como la de Jason Bourne, vemos al FBI controlando el mundo entero desde una amplia sala llena de pantallas, escondidos en Minesota o por ahí. Son capaces de acceder a las cámaras de vigilancia de cualquier aeropuerto del mundo y de cambiar la luz de los semáforos en Roma o Madrid, y hasta de abrir o cerrar puertas en Waterloo Station (Londres), desde seis mil kilómetros de distancia. La verdad: ni en la propia estación de Waterloo saben dónde están las llaves de esa puerta.

Cuando se encadenaron varios atentados con vehículos, desde Niza 2016 a Barcelona 2017, yo sólo pensaba: qué fácil es. Cualquiera en cualquier momento puede coger su coche y meterse por una vía peatonal y matar a decenas de personas. No hay nada que puedas hacer.

Pero queremos creer que, como han puesto grandes macetas al comienzo de la calle, esos atropellos deliberados ya no se producen. Van a ser las macetas, sí.

Al final estamos en las manos de Dios, de la pura suerte, del azar. Basta con girar la cabeza hacia tu derecha en el momento justo, y vives.



* Artículo original: “Para tu seguridad, sólo Dios”. 





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El mar es lo que nos hechiza, exalta y conmina. La selva, como el mar, es la multiplicidad de posibilidades, el misterio, el reto. El temor a perdernos y la esperanza de llegar”.



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