Existen dos tipos de paisajes: los que florecen para morir intrascendentes, olvidados, y los que brillan en la atemporalidad de la percepción, desde el influjo del recuerdo. Hay paisajes efímeros que socavan en la integridad de sus componentes; hay otros de pleno deleite sensitivo, de pura comunicación desde lo visual; paisajes en los que deja el artista la huella del ethos de su tiempo, la marca indeleble de una realidad contextual convertida en arte.
La discursiva de la obra redunda más allá de la perspectiva del propio artista, convirtiendo al espectador en parte inminente de ese discurso, formando esa tríada fundamental: emisor (artista), medio (obra), receptor (público), que labra y complementa la intención comunicativa de la pieza. En Paisajes atemporales, la más reciente muestra de Adonis Muiño Romero, encontramos toda una viveza interactiva entre cada uno de estos elementos, consiguiendo lo que llamaría Carpentier “una poesía estrictamente pictórica”.
La muestra posee una estética voluble y acoplada a la dinámica de rejuego entre los colores y su actividad inductora; lo sensitivo es la brisa primera que choca al entrar en la Galería Antonia Eiriz de La Madriguera.
Como una “semiabstracción” me denominó Muiño el derrotero de esta serie. Aunque la plantea exenta de toda intencionalidad escolástica, utiliza el ánima sensitiva como puntal que sostiene la narrativa de estas telas que maquillan desde la lírica visual todo un medio circundante y de múltiples interpretaciones, transformando un paisaje hostil en un torrente de belleza estética a base de manchas, empastes y lo sutil en lo contrastante del color.
Tres secciones dividen esta exposición, tres secciones que plantean una coherencia melancólico-vivaz de lo que puede ser —como planteara Sarah Lis Muñiz-Bueno en el statement de la muestra— “un libro de narraciones”, todas trabajadas en mixta sobre lienzo. La primera lleva por nombre “Cartas desde mi interior” y asimila el viaje como sustancia introspectiva a lo intrínseco del sentir a través de la imagen. Plantea una opacidad encaminada por los diferentes grises, principalmente haciendo su función contractiva del espacio, para llegar desde el negro y el blanco a plantear la intencionalidad; algún que otro color se escapa y contrasta realzando puntos llamativos del plano.
La segunda sección muestra un trabajo de mayor viveza en los colores que van desde lo altivo del rojo y el naranja hasta la frescura pasiva de los azules, planteando la transitividad y coexistencia de una ambivalencia mística y honda que enfría o abrasa la vista. Este “Currículum de un viajero” vaga por diversas aristas extrapolables a cualquier realidad, son tan moldeables como absolutas y ahí radica el misterium poético que alberga. Se nos cuela entre matices y atrapa la visión conjugando la exquisitez visual en sus diversas formas, mientras se repiten las imágenes y coquetean con la intencionalidad de los colores; la función del color y su trabajo con la psiquis presenta un atractivo maravilloso en esta muestra.
“Indicios”, la tercera sección, juega expectante con lo organizacional de la calma y la ruptura, presenta planos explícitos en apariencia y un trabajo más preciso de los colores. En este cierre se concentra la mayor carga de inductividad, yendo desde el mismo título hasta los diversos esbozos de figuraciones que se insinúan pero siguen abiertos en bruma rosada, púrpura, tonos grisáceos, verdes matizados o blancos. “Indicios” representa el final perfecto de este poema que trasmuta su narrativa luego de cada lectura.
Adonis va organizando la esencia de un mundo imaginativo, y a la vez muy real, desde el todo de la plástica, cargando buena parte de la discursiva que amerita la buena pintura contemporánea y logrando una obra con voz propia sustentada en la estética, donde las formas huyen de la descriptiva convencional. Responde así a “los anhelos íntimos del arte de nuestra época”, negando la dictadura del dogma figurativo que obliga a la representación y te exime de explorar los mundos infinitos que regala la imagen.
Desde el empirismo de las casualidades y causalidades nace el proceso creativo de estas obras. Residuos materiales, accidentes en telas de colegas, el oportuno reciclaje y la visión creativa de un artista fueron los retazos de ese todo que constituye la muestra. Toma como soporte al lienzo que lleva impreso en pigmentos historias, ingenio, destreza y subjetividad. Organiza la lógica visual, retrata y construye el todo. La obra está lista. La exposición fue inaugurada el pasado 17 de octubre y estará abierta al público hasta el mes de noviembre.
Paisajes atemporales nos coloca frente a una montaña nevada o a la orilla de una playa, en los raros parajes de un pantano y en los no tan raros derrumbes habaneros; nos sumerge en profundas aguas o nos regala atardeceres, o puentes, lagos, desiertos; hasta pudieran ser las imágenes mentales de un psicótico o de un drogado. Nos extrapola a un sinfín de realidades posibles, en las cuales todos cabemos y jugamos un papel específico y siempre necesario, sin deslindes, sentados en la atemporalidad de lo sensitivo en la creación.
© Imagen de portada: ‘The Visitor’ (detalle), de Adonis Muiño.
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