Bienal de La Habana: Rococó, guillotina y olvido

I.

En medio de toda la vorágine que es hoy la vida, y a pesar de que es un tiempo para reinventarla porque ya nada será como antes, todos somos propensos a la confusión de ciertos modos que han sido y son. En el caso de la Bienal de La Habana, como todas las bienales, trienales y plataformas similares, se seleccionan los artistas invitados. Si bien muchos hemos anhelado lo contrario, esta ha sido, desde sus inicios, su naturaleza. Incluso, hace unos años propuse para la XI edición, en lo que coincidí con otros críticos y curadores no relacionados directamente con el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, que se convocara a otros ajenos a la institución para crear un equipo más heterogéneo y multidisciplinario, menos perezoso y prejuiciado, y, por ende, más abierto y dinámico. 

Eso nunca sucedió. Aunque algunos hayamos hecho muestras en los espacios del CAC Wifredo Lam y poseamos una experiencia de trabajo, más o menos seria, durante el lapso de las bienales. Porque una de las cosas que resaltan de varios de sus especialistas es el rostro de la abulia, inexpresivo muchas veces, ante propuestas que sabemos interesantes, investigaciones donde late el espíritu de las épocas que vivimos. 

Pero el problema no radica en eso. No nos dejemos marear. Hay que preguntarse si las selecciones son resultado de una investigación en torno a las temáticas que se han planteado en cada edición de la Bienal de Cuba —porque lo de “La Habana” es una etiqueta desfasada: es la única Bienal de artes visuales de esa envergadura en todo el país, que hasta ha pretendido extenderse a otros sitios de la nación por diversas razones. 

Más delicado es recordar que, desde el comienzo de este milenio, la Bienal es solo un nombre: se hace cada tres años o más, según dicten los títeres subordinados al Consejo de Estado y a sus manos “ocultas”, hoy visibles. Esto ha sido incluso motivo de burla porque delata la incapacidad para mantener una plataforma de trabajo serio en torno a temáticas que sean resultado de esa seriedad y no cuenta con una pericia productiva real. Pero bueno, qué importa, si los tiempos en Cuba son parte del desorden total.

Recuerdo que en uno de mis regresos de Alemania a Cuba cargaba con varios equipos para uno de nuestros eventos durante la XII Bienal. Entre ellos, dos megáfonos o altoparlantes. Eso llevó la espera por más de dos semanas de una carta del Ministerio de Comunicaciones —entiéndase, en manos de los militares, como casi toda la infraestructura cubana— que autorizara su entrada al país, con sus respectivos datos fichados en la aduana del aeropuerto. Porque en Cuba el régimen considera un megáfono como un arma; lo mismo sucede con un dron y otros equipos —una computadora hasta 2007, por ejemplo.

Cada edición exige volver a hacer siempre lo mismo: seminarios con los agentes aduanales para entrenarse en qué “dejarán entrar o no” al país con motivo del megaevento. Volver a activar, desde cero, de nuevo y hasta el cansancio, otros mecanismos burocráticos que ya ni se sabe si entorpecen o hacen más viables las gestiones y procesos de la preproducción. Implica lidiar con la ineficacia siempre existente, incluso de las mismas personas que tal vez estaban la vez anterior tras la misma mesa, con los mismos papeles, formularios, máquinas de escribir —porque es casi un lujo que tengan una PC y una impresora, menos una conectividad a redes— y los mismos cuños. 

Es un sinfín de trabas y gestiones hechas con desgano, siempre por reactivarse como si fuera la primera vez. Todo esto exterioriza la ineptitud de un sistema completo que no sirve como ha de servir, que no funciona hace años porque no se adecua a las dinámicas actuales con que se mueve el resto del mundo o porque, finalmente, reproduce también la inoperabilidad generalizada. Pero, sobre todo, porque está sujeta a un sistema de “ordeno y mando”, y no a un efecto de la lógica.

Sin contar con las trabas que vienen por la parte gubernamental a sus mismas instituciones —porque no olvidemos, el Lam es parte de ellas—. Según como esté “la veleta política”, se puede negociar patrocinios y apoyos con una u otra institución internacional. Nunca del “enemigo imperialista” —pero se sabe de entidades como fundaciones y otras por donde han entrado recursos provenientes de instituciones estadounidenses—. Además, es conocido que el principal consumidor de arte cubano proviene de Estados Unidos de América, que es lo que se “trampolinea” o promueve en las bienales habaneras, por encima de los artistas que provengan de otros países invitados oficialmente. 

Ahí está el lobby principal. Aderezado siempre por el atractivo geopolítico y escandaloso de una arte cubano que hasta hace un tiempo era conocido por ciertas claves que lo hacían interesante respecto al arte de otros países de América Latina, exceptuando el “boom” brasileño y algo del posicionamiento mexicano. 

En segundo nivel están las instituciones, coleccionistas y galeristas provenientes de Europa, que han competido históricamente durante al menos tres décadas con los de EE. UU.. Luego, otros similares de América Latina y algunas asociaciones creadas entre espacios de ambos continentes para ferias como Art Basel en Miami, ARCO en Madrid o Zonamaco en Ciudad de México, entre otras.

Así, mucho resulta un jueguito hipócrita, con el que se queda bien con la gente que responde al Consejo de Estado, antes con Esteban Lazo a la cabeza del control —con los “compañeros” que atienden la cultura, que no son más que oficiales de la seguridad y de los organismos de vigilancia del aparato—, y con los que representan a estas instituciones extranjeras que negocian con el Lam porque son permitidas —europeas sobre todo.

Pero estos son pormenores eternos dentro del mecanismo productivo de la Bienal de La Habana. Son como actos de magia porque las instituciones del Estado están hechas para vigilar y castigar “foucaultianamente”. Y esto se reproduce en escalas. Dentro del Lam también hay sus cotos de poder: unos especialistas son proclives a un tipo de arte; otros se inclinan a otras propuestas. 

Y esto, que es lo que debería suceder en pos de la diversidad y la riqueza, no es tal en el Lam. Porque al ser muchas veces una mesa de trabajo plagada de otros intereses e insuficiencias, el proceso está invadido por elementos en nada relacionados con lo curatorial y el talento que se necesita. Pero uno de los puntos más neurálgicos radica en las temáticas y sus procesos. Las primeras, hace años son conceptos ambiguos, donde mucho cabe, cómodos cantinfleos dentro de la retórica aburrida del lenguaje curatorial. Los segundos han cambiado, de lo que basaba a ediciones previas por sus investigaciones de fondo —como se diseñó el equipo de especialistas del CAC Wifredo Lam en los años 80— a partir de la temática principal y sus derivaciones según áreas como Asia, África y América Latina. Porque con los años, parte de ese sentido se corrompió y a veces hasta se pudo escuchar entre los especialistas: “Tú, fulanito, quieres invitar a tal artista para la Bienal, pero a mí no me interesa lo que hace —mientras en la mente, y tal vez dicha, está la idea de que ese artista le resuelve un viaje al extranjero a ‘fulanito’”. Entonces yo traigo a tal creadora —que hace lo mismo con esa segunda persona, especialista también del Lam— y así vamos armando el muñeco.

No quiero decir que haya sido la tónica dominante, pero hasta eso se pudo escuchar tras bambalinas, aunque algunos hoy lo intenten negar. Por otra parte, y yo mismo lo comprobé en la Bienal de 2015, a veces confirmaban el conocimiento de proyectos y artistas internacionalmente renombrados que varios implicábamos en nuestros eventos y resultaba pura mentira, clásico engaño, evidente cuando conversábamos más con representantes del Lam, quienes debían responder por los procesos de trabajo. 

En suma, como en muchas partes, en el Lam reina desde hace buen tiempo la demagogia, la “palabrería”, las falsas promesas y el real desconocimiento de muchos aspectos que otros consideramos caros, importantes para el arte. Historias podemos tener muchas. De ellas, ni se digan cuántas de discriminaciones y desdén hacia tantos buenos artistas, proyectos y gestiones productivas; y cuántos han implicado de dudosa calidad, con sus “invitaciones”, llamadas selecciones, de sospechosa autenticidad artística, pero “correctamente políticos” y beneficiosos tras las cortinas del teatro de la seriedad curatorial. 

De modo similar se mueven los hilos de los intereses ocultos: con favores y promesas, con lobbies y adulaciones. Como una cadena de beneficios dosificados, porque ya es difícil el viaje subvencionado por el Estado y el MINCULT, como se estilaba en los años del real “Período Especial” en los 80 —cuando el falso boom de una bonanza que al final era virtual y por eso desapareció tan abruptamente a finales de esa década. 

Con la dolarización todo cambió. “Lo bueno” pasó a ser “lo malo” y viceversa; y el honrado pasó a ser el apestado social, el humilde perdió cada vez más sus horizontes y el “descaro” empezó a crecer…, hasta hoy, cuando el hartazgo es generalizado. El arte se convirtió en una “burbuja”, en estatus social, en un modo para algunos de mirar diferente a ese honrado convertido en apestado social. Así, surgió otra pasarela, otro espacio estilo rococó, de sonrisas que son muecas, de manitos en el hombro en plan demagógico, de puñaladas por la espalda, de conciliábulos por detrás de uno

El arte mostró su naturaleza paradójica: seguimos viviendo en el reino de las bestias y el espíritu no se ha alimentado como esperábamos. En esa carrera de subida piramidal y egos revelados, la Bienal es el momento perfecto —en sus dos primeras semanas— para todo el cabildeo que garantice algunos proyectos, becas, residencias, contratos, business, al menos por dos o tres años más…, hasta la próxima edición.


II.

La anunciada y ya censora XIV edición de la Bienal de La Habana seguirá padeciendo lo que las anteriores, sobre todo desde 2000 en lo adelante. Pero ahora aumentan otros problemas que oscilan entre lo dramático y lo trágico: una crisis tal vez peor que la de los años 90 y más agudizada respecto a cuando se decidió posponer la XIII edición prevista para 2018 debido a los estragos ocasionados por el huracán Irma en septiembre de 2017 —todo evento meteorológico es siempre pretexto perfecto para cortar recursos, cercenar más las ya limitadas posibilidades de la sociedad, y un largo etcétera del que muchos podríamos hacer varios tomos.

La Bienal de 2018 fue cancelada. Se hicieron sentir las protestas y aumentaron las discusiones en y sobre el contexto. A manera también de respuesta, varios artistas nucleados por la idea final de Luis Manuel Otero Alcántara y Yanelys Núñez organizaron la #00Bienal desde el 5 al 15 de mayo de ese año. Antes, ambos habían desarrollado el Museo de la Disidencia en Cuba y el Museo de Arte Políticamente Incómodo. Pero con la #00Bienal se propusieron, como ellos plantearon: “apoyar el desarrollo de la cultura cubana en momentos en que el país experimenta una fuerte crisis de fe, aumenta la banalidad y la desesperanza”.

La situación actual es otra, por más grave, pública y sonada en los medios. Luis Manuel Otero —inmerso en varios shows de manipulaciones, posibles secuestros y otros perjuicios a su persona— sigue preso tras decenas de días, meses, igual Maykel Osorbo, Hamlet Lavastida; como ha sucedido y seguirá pasando con tantos más

A ese cancerígeno poder no le importan los seres humanos; por lo tanto, no les importa el respeto al género, la ideología, o si están relacionados con el arte, la intelectualidad, la ciencia, el civilismo o el activismo opositor al régimen cubano como el rapero Denis Solís, el joven informático Luis Robles, el activista José Daniel Ferrer, su hijo y otros miembros de la UNPACU, los científicos Oscar Casanella y Ariel Ruiz Urquiola, su hermana Omara —profesora e historiadora del arte—, o la también curadora Anamely Ramos. A ello se suman todos los que están “fichados” por los nexos con las posturas de oposición a lo imperante, porque lo que prima es contrario a las libertades de la sociedad, más allá del estrecho marco del campo del arte y la intelectualidad. Como sucede con las periodistas Camila Acosta y Luz Escobar, la curadora Solveig Font, el poeta y performer Amaury Pacheco o la actriz Iris Ruiz.

En todos predominan los vejámenes contra sus individualidades, tildados junto con otras voces fuera de Cuba como mercenarios, así como las ilegalidades en los procesos, arrestos, persecuciones (Tania Bruguera, Camila Lobón, Katherine Bisquet o Carolina Barrero). Asimismo, una especie de cada vez menos solapado machismo en el trato a ellas y a otras, como a la artista y antropóloga Celia González, en situaciones como las del 27 de enero de 2020 en el MINCULT el, tras la agresividad manifiesta por el mediocre ministro de Cultura Alpidio Alonso y sus grises subordinados, junto a los “segurosos” que ocupan ese ministerio. 

A las alturas del cierre de agosto de 2021 se da un constreñimiento mayor de la sociedad completa por la COVID-19 con el aumento de las penalizaciones, los encierros domésticos, la inmovilidad física; con ello, mayor impedimento para la adquisición de lo básico —ya de por sí casi inexistente—. Entre otros tantos hechos, la sociedad de Cuba vive una “tormenta perfecta” desde finales de 2020 en todos los órdenes: económico, político, social, higiénico, de salud, de principios y manifestaciones, de derechos y libertades, de expresión, confrontativo de fuerzas viejas —moribundas y reaccionarias— con fuerzas de renovación de un proyecto de sociedad diferente.

Así, resulta un absurdo para muchos de nosotros concebir una XIV Bienal de La Habana en medio de tantas situaciones. Sobre todo, tras un proceso escalado de tensiones entre la institución —que no responde nunca más a intelectuales y artistas sino al poder represor y antidialógico— y una buena parte de los artistas de diversas manifestaciones. La crisis se debe, en última instancia, a la incapacidad del mal llamado gobierno cubano de escuchar y revertir el diálogo a favor de las dinámicas del presente. Algo nada nuevo, pero que hoy se muestra sin maquillaje ni posiciones mediadoras reales. 

El teatro del poder se desmanteló hace mucho: desde la Biblioteca Nacional, en junio de 1961, con “Palabras a los intelectuales”, en la segunda mitad de esa década el parametraje, la microfracción del 68, las UMAP hasta ese mismo año, como acto ejemplarizante el caso Padilla y el cierre de Pensamiento Crítico —ambos en 1971—, la estalinización hasta 1976. 

Luego, el incómodo “diálogo” entre el campo de producción simbólica y el Estado volvió a empeorar en la segunda mitad de los años 80, cuando muchos constatamos que las “rectificaciones” de lo negativo eran hasta un punto: puro circo que topaba con la casta “intocable” de los militares y sus moscas. 

Como parte del cierre de la cortina en los 90, el hoy difunto Arturo Cuenca —entre otros artistas e intelectuales que hacían arte bajo una manera diferente de comprender el concepto-práctica “Revolución”, dijo unas cuantas verdades en la cara del siniestro colorado Carlos Aldana, el mitómano Fidel y el a tiempo de partir Víctor Rodríguez —por entonces joven promesa del piano y presidente de la otrora Brigada Hermanos Saíz que luego se convirtió en Asociación. Tras esos años de cierre nos comenzaron a intentar quitar las armas que nos habían dado a través de la instrucción y una sensibilidad llamada educación y cultura. Vino otra diáspora y Cuenca, con otros esenciales, se fue.

El ímpetu criticista, todos sabemos, se ocultó buena parte de los años siguientes, ya Angel Delgado había pasado seis meses preso por su performance no autorizado en El Objeto Esculturado. Pocos tiempo después, quienes salieron a la calle a protestar en lo que hoy se llama “el Maleconazo” fueron aparentemente neutralizados por la irrupción del pueblo defensor y tras él un Fidel triunfante: otro teatro que se sospecha fue, de pies a cabeza, articulado para aumentar la crisis del “eterno” diferendo Cuba-EE. UU. y que condujo a la “crisis de los balseros”. Los talibanes del poder, una derecha muy castrista, desmantelaron en 1996 el Centro de Estudios sobre América, bajo no recuerdo cuántas estratagemas y juicios políticos que hasta cobraron una vida —que se sepa— y aunque no por muchos sabido, fue el cierre del diálogo entre los intelectuales y el poder en la Cuba interna. 

Mientras, la puta del barrio era la reina, “la genetta”, o montaba a caballo encima de un charro o un gallego. Y con eso, vivía la familia. Al lado, la maestra, la doctora, el ingeniero, qué decir de quien limpia en el hospital o en la terminal de trenes, esperando ansiosos el pan del día que tocaba en la bodega y las cuatro libras de papa por persona que hoy, en 2021, son delicatessen en la mesa del cubano de la Isla. 

Y el artista… El artista a nado en un mar, aprendiendo a no ahogarse, a flotar bien en el naufragio, donde la ética es relativa, el “sálvese quien pueda” se disfraza de cinismo y buen decir. En muchos pervivió esa naturaleza bondadosa, utópica y posromántica aprehendida desde el arte, pero otros emulaban con las reinas montadas a caballo; así, el desfile de vanidades prosiguió sumando personajes: “guatacones”, “fusiladores”, “trepadores”, “chics”, “flats”, alguien dijo que la cosa era “parasitear” lo mejor posible —en alusión principalmente a los críticos, curadores e instituciones—. Así de rica y caliente se puso la cosa del arte, como barca desbordada en el Aqueronte.

Por eso no nos extrañemos tanto de lo que hoy sucede: unos contra otros, instituciones que no responden a las demandas del campo sino a las decisiones “de arriba” y artistas que no se interesan por lo que sucede a muchos de sus colegas multados, vigilados, perseguidos, difamados, retenidos, detenidos, secuestrados, torturados —porque el tormento psicológico es una de las armas preferidas de la seguridad cubana, al final lo practican con la sociedad completa— y poco a poco cada vez más agredidos físicamente. Ya no importa el género, ya no importa dónde.

Un llamado hoy a una XIV edición de la Bienal de La Habana equivale para muchos a un parteaguas dentro de la situación que vivimos en una Cuba interior y exterior porque toca a muchos dondequiera que nos encontremos. Es un termómetro más de la polarización que vivimos y de cómo la institución —extensión de esa podredumbre empoderada— hará lo que le dicten. En los espacios académicos y de formación del arte, los que responden a la enseñanza artística, las redes de espacios, centros y contextos de investigación, no se ha visto un pronunciamiento específico respecto a lo que acontece y ganó en mayor temperatura tras el 11 de julio de 2021

Las cápsulas hechas por mandato a la UNEAC, el CNAP y otras dependencias del MINCULT no demuestran más que una situación de presión a diversos artistas, escritores o gestores culturales. Unos apoyan lo reprobable; otros se expresan sin nombrar las cosas como son; algunos son más esquivos mediante un discurso que lo mismo puede entenderse hacia una u otra posiciones. Todos sabemos que detrás se haya la presión hacia la institución y de esta a sus directivos y funcionarios. Y si no haces el juego: “fuera”.

Hoy somos más los que sabemos que la operación es de naturaleza facistoide, segregacionista y altamente manipuladora de las tantas verdades que nos impulsan a cambiar de problemas, pero cambiarlos, aunque surjan otros nuevos. Como también sabemos de las “colas largas” que pisan varios de los personajes que se pasean por el escenario de la institución de la cultura y el arte. Sus negocios con otros espacios tipo “boutique” como la —mal llamada— Fábrica de Arte Cubano: uno de los mejores ejemplos de convergencia entre los “bitongos” con los que anhelan otro modelo tipo Miami style, los faranduleros, los disfrazados de “pepillos” culturales y otros especímenes de la sociedad que se impregnan de ese falso “ambiente del arte”; aunque después casi todos se queden sin un centavo en el bolsillo. Luego la madrugada, y en su letargo se ignora que el presunto negocio familiar del grupo Síntesis y otros como Josué García con La Rueda Producciones pueden ser una tapadera de uno de los “Castro’s sons”, que ya hasta restaurantes tienen en la urbe y una de sus primas, se dice, ostenta la torre del Cocinero aledaña a la FAC. 

Demasiada cochambre de falsos conceptos y ocultas ganancias.

Para algunos, el arte es un medio de desobediencia, nos mueve a intentar transformar algo; incluso el mismo arte, por el bien de un objetivo más complejo que es el de crear algo mejor en la sociedad. Por eso nos resulta una contradicción esta anunciada Bienal de La Habana si revisamos bien las bases cuestionadoras, transgresoras y a contracorriente que dicen mantener en el CAC Wifredo Lam. 

De ser cierta esa irreverencia fundadora de la Bienal, deberían ir directamente a apoyar la rebeldía de los artistas hoy presos, bajo investigación y víctimas de violaciones legales y de sus derechos humanos. Porque esa misma institución es la que ha aplaudido en otras ediciones a artistas “antisistema” en sus años dorados, como Ilya Kabakov, Marina Abramović, Hermann Nitsch, Luis Camnitzer a medio camino entre arte y gestión del arte, o actores de la cultura como Harald Szeemann, Pierre Restany, Francisco Jarauta. 

O refuerzan en el Lam la idea de ese doble discurso cubano: uno para adentro, de castigo y penitencia mediante el sacrificio y el martirio; otro para afuera, con el rostro de una izquierda sonriente y cuestionadora solo y únicamente de lo exterior, mas con dinero “del enemigo” en los bolsillos.

En el medio de ese extraño “apartheid” tropical, las manos que se frotan, deseosas de más éxito por artistas a quienes poco les importa, no ya lo que le suceda a sus colegas —que no son pocos—, sino que ni siquiera se interesan por mirarse en ese espejo porque denotan el egoísmo de una sociedad que algún día cambiará, como los vetustos especialistas del CAC Lam y sus patéticos discípulos con sus risibles temáticas: esta vez “futuro y contemporaneidad”.

¿Cómo se puede proyectar un megaevento como la Bienal de La Habana hacia algo inexistente, tan relativo como que antes de 2020 vivíamos una dinámica que ha cambiado radicalmente en tantos aspectos de la vida? 

¿Qué contemporaneidad pretende indagar esta XIV Bienal si se vale, sustenta y promueve un discurso nada contemporáneo? 

Por demás, la mayor parte de sus especialistas ignoran las herramientas emergentes de la contemporaneidad, sus usos, sus procesos, sus intereses epidérmicos u ocultos. Porque ellos, no así algunos artistas —casi todos en oposición al antisistema cubano—, son analfabetos funcionales de lo que se considera una sociedad “conectada”.

Lo de Cuba fue, abruptamente, un “patinazo” o un resbalón con cáscara de plátano de una sociedad “desconectada” a una “semiconectada”. Y el golpe fue duro, sobre todo caro. Caro para los bolsillos comunes y para el poder, porque la “semiconexión” ha abierto más los ojos. No podremos imaginar un tsunami de comunicación como en otros contextos de Occidente —con esa otra pelea en proceso respecto al Decreto-Ley 35, igual de corte fascista—. Mas lo cierto es el temor que el aparato cubano expresa con cada acción antipopular e inconsulta.

Aún falta mucho. Y los que hemos profesado un arte contemporáneo con miras al futuro sabemos de lo antisistémico que un tipo de expresión como esta conlleva. Es absurdo pensar una futuridad en un espacio que reproduce una implosión, un crunch inevitable, que nubla cualquier posibilidad de pensar en el futuro en la base de la sociedad; al menos mientras no se vislumbre un aliciente que hace años está perdido con la ausencia de paradigmas —anti-telos suelo decir—, que afecta a toda la sociedad cubana en la contemporaneidad.

Visto así, esta Bienal en estertores celebrará algo alucinante y falso. Será un lúgubre escaparate de un arte ilógico para los tiempos que corren en el archipiélago. O está concebido como pantalla para otros contextos, no el interno. Mucho, no obstante, sería aplaudido por una sociedad hambrienta y sedienta de todo, por eso cada vez más incapacitada de la posibilidad de degustar y seleccionar. Y después, historia conocida, seguirá siendo el terreno que se pinta de democrático e inclusivo para el afuera y fascista y represor para el de adentro.

Mientras, sigamos viviendo la censura en los espacios de interacción social real y virtual, como una de las tantas contradicciones que ya van vistiendo, con todas las costuras a la vista, al esperpéntico andamiaje de un evento en el que hace años creemos menos: la Bienal de La Habana.


© Imagen de portada: Mi diaria vocación de suicida (detalle), Sandra Ramos, 1993.




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