Día 9/10 del #reinicioenfrío con jóvenes artistas: un intercambio puntual sobre sus operatorias. Esta vez he seleccionado a Dania González Sanabria.
Recurres a lo visceral y orgánico en tu práctica artística, con la que abogas por el influjo del arte para transformar la sociedad. ¿Esta visión reformadora se sustenta en cambios que has logrado, o en un ideal que procuras?
Mediante el arte, lo orgánico y lo visceral pueden ser transformadores en el momento en que hacen función de metáfora, transmiten sensaciones específicas, ilustran de modo simbólico estados y deseos personales, sentimientos universales, procesos sociales, etc.; en el momento en que sus imágenes reflejan estados del espíritu y de la conciencia. Con ellos la obra busca, como en el haiku, hacer la evocación de lo existencial desde el detalle natural, que expresa una sensibilidad identificada con las manifestaciones de vida: su génesis, su devenir, sus modos y sus transformaciones. Inspirada por estas fuerzas, la obra se dirige a infundir sentimientos al individuo sobre sí mismo, le brinda un modo de redescubrirse desde puntos de vista vinculados a estados de pureza y carga originaria.
En el caso de mi trabajo, lo natural, lo crudo y lo orgánico, potenciado desde lo sensorial, es la piel que alude a la esencia de lo que es el animal, por así decirlo. Lo que importa finalmente es el sentido espiritual, humano y social que va como trasfondo, atado y aparejado a esa apariencia. Los artistas pueden generar esta espiritualidad a través de varios recursos. En mi trabajo, se entrelazan el discurso desde la naturaleza y el discurso desde lo humano.
Mis nociones de lo que podría generar el arte dentro de nosotros vienen de impresiones personales. Por partir de estados emotivos, cargas y energías, a veces es un tanto difícil de explicar y los argumentos son, o bien algo subjetivos, o especies de anécdotas.
Una apreciación artística puede hacer que nos detengamos en determinados aspectos de la realidad, fenómenos, situaciones; puede llevarnos a estados de reflexión, identificación, empatía. Para creer en un papel transformador del arte, por medio de la alusión o la potencia de lo orgánico, parto de la simpleza de pensar que, como mismo yo, como espectadora, he llegado a estos estados mediante la apreciación de una obra, otras personas viven igual esa sensibilidad.
Pienso en obras que utilizan como recurso la alusión a la naturaleza y a los fenómenos vitales, y en ellas hay, a mi juicio, un esclarecimiento de valores que marca pautas; cuestionan el papel del hombre ante el devenir universal y ante su sociedad, ante el ciclo natural y sus procesos; así como sobre sí mismo y los procesos de su propia naturaleza. Escritores como Emerson, Whitman, Martí, Hermann Hesse, etc., dentro de sus imágenes de carga poética, hicieron ver cuestiones en torno a la ética y el mejoramiento humano a partir de una conciencia del “todo” al cual pertenecemos, el valor de lo espiritual dentro de la naturaleza y lo más sencillo de uno mismo, y la trascendencia a partir de esta cohesión física y espiritual con el mundo.
También en las artes visuales, obras como las de Ana Mendieta, Louise Bourgeois y Bill Viola (por citar ejemplos más universales), me resultan inspiradoras en la manera que asumen esta interacción. También han sido inspiradoras muchas obras cargadas de peso y espiritualidad, hechas por artistas de generaciones anteriores a la mía, o por mis propios colegas. La lectura de esas piezas ha sido un tránsito, una especie de conversión desde lo reflexivo y desde lo emotivo. Hay un estado de satisfacción que se genera, y lleva una fuerza que pide ser asumida.
Insisto en que esta es mi apreciación particular: es real para mí y ha jugado papel activo en mi sensibilidad, mi manera de habitar el mundo, mi accionar dentro y fuera del marco del arte, mis fantasías personales, mis concepciones en cuanto a la vida y mi gran respeto y amor hacia sus manifestaciones. Dentro de mi tarea como artista, que considero una tarea espiritual, aspiro a ser capaz de crear experiencias o impresiones similares a las que muchas obras han dejado en mí.
Dania González Sanabria, Intervención en el bosque, 2016.
En primeros momentos de mi trabajo, mi acercamiento a la naturaleza y lo orgánico era una especie de introspección, una evasión o alivio, una búsqueda hacia una realidad alejada de dinámicas actuales y de las acciones del otro o los otros. Ahora, el asumir la carga natural, su fuerza, su energía y su peso, lo siento más como una respuesta a la realidad circundante, una reparación subjetiva u objetiva de un espacio, un proceso que sí quiere mostrarse y acercarse al otro o los otros, que sí irrumpe en espacios y procesos sociales, los invade, los germina…
He pensado que el arte, en la actualidad, en el mejor de los casos, no funciona como un proceso hermético, ensimismado, encriptado o grandilocuente. Tanto para los espectadores como para la propia obra de arte, es mejor que esta discurse abiertamente, que sea de interés humano, accesible en cuanto a contenido, emotiva y energética, reflexiva. Ahí, a mi juicio, hay una utilidad.
Desde mi experiencia y mis procesos de trabajo, puedo recordar detalles que, si bien son pequeños, han sido en cierto modo transformadores, o al menos gratificantes.
En una instalación que realicé en el bosque, en las afueras de Viena, utilicé unas cornamentas de ciervo que inserté en montículos de tierra, junto a ramas, hojarasca y hierbas, aludiendo a figuras de animales, con una inscripción que narraba la procedencia y la historia de aquellas cornamentas, que me fueron donadas por una señora que conoció mi trabajo. Las tenía guardadas como recuerdo de su abuelo, a quien le gustaba caminar por los bosques de los alrededores de Viena. En esos paseos él encontró las cornamentas, y a la señora le gustaba la idea de que, mediante mi proyecto, volviesen al lugar donde pertenecieron: como un homenaje a su abuelo y una manera de revivir de modo inverso sus experiencias en el bosque.
La pieza creaba un paralelo de los recuerdos personales con los procesos de la vida natural y silvestre; completaba una historia familiar que había tenido su origen en la naturaleza. Creó una satisfacción en ambas partes: creadora y colaboradora, y al mismo tiempo generó una historia que podía ser transmitida a quien encontrara la pieza, o a quien se le narrara.
Por medio de un proyecto que realizo, llamado Spora, he conocido y aprendido muchísimo de decenas de personas apasionadas con el desarrollo de lo natural dentro del vivir cotidiano. He podido incluso poner en contacto a varias de esas personas con otras, y algunos han llegado a conocerme gracias a quienes se han involucrado. Este proyecto ha funcionado para mí como una red muy especial, que a primera vista es un fenómeno casi imperceptible, pero de él han resultado intercambios y experiencia bellas en sentido laboral y personal. Pienso que el hecho de potenciar el desarrollo de vida, de plantar, de dar a alguien una planta para que se la lleve a su casa, de tratar de saber cómo criar un animal, ya es en sí una pequeña transformación.
En proyectos realizados en el espacio público, además de suceder la acción o intervención artística, a veces existe la posibilidad de dialogar con personas de contextos diversos respecto a la propuesta: sus causas y motivaciones, sus trasfondos sociales, sus propósitos y lo que se declara con ella. Así ha pasado en performances como El visitante y Las ciudades tienen árboles enfermos, la instalación Humus, las intervenciones en espacios abandonados, etc.
El arte es un proceso que, a pesar de tener una procedencia íntima, depende de otras personas para su realización, presentación e interpretación, y ahí viene un gran enriquecimiento. El arte es una plataforma para el encuentro, es justificación para relaciones interpersonales, es red de espacios y colaboración, o al menos intercambios, del tipo que sean.
Los procesos de arte constantemente crean historias de este tipo. Experiencias sumamente sencillas que, si bien no son transformadoras a gran escala, sí lo son para las personas y para uno mismo como creador, y por ende empiezan a ser transformadoras para nuestro accionar cotidiano. El arte trasforma desde niveles micro (un mejoramiento social puede suceder también mediante el mejoramiento individual, y en la empatía que desarrolla un ser humano ante su ambiente y ante los demás seres). En el vivir cotidiano, en el diálogo, en el comportamiento de las personas, en la interacción social, y por tanto también en la creación artística, hay algo que de por sí es sensibilizador, didáctico si se quiere. En este sentido, lo orgánico, según las concepciones que he explicado anteriormente, juega en mi trabajo un papel de peso.
Dania González Sanabria (Jagüey Grande, Matanzas), 1990.
#reinicioenfrío con Luis Enrique Milán Boza
“Procuro ser optimista ante lo que estamos viviendo, pues lo que ha pasado me confirma que ser proactivos, constantes e inconformes con la obra, nos encamina lejos de cualquier acomodo o absurdo provinciano. Mírame aquí, entrevistado por ti. ¿Quién lo diría?”