El escenario actual del arte joven en Cuba es diverso y complejo, más de lo que la crítica alcanza a recoger, entre otras cosas porque las tendencias y líneas creativas se dispersan ante las irregularidades del funcionamiento de la institución arte y del sistema social en su conjunto.
A pesar de ello, si deseamos seguirle los pasos, es conveniente atender a los artistas que concluyen estudios superiores (sin que esto demerite al resto de los creadores visuales). Entre los graduados de la última promoción de la Facultad de Artes Visuales del ISA se encuentra la artista Daniela Del Riego, que ha centrado su trabajo en la fotografía.
Mientras cursaba sus estudios, Daniela Del Riego desarrolló series fotográficas en las que resaltaba el uso de su propia figura insertada en escenarios construidos, mostrándose ataviada con flores o motivos diversos, y creando sentidos que remiten a la publicidad, al mercado y a la imaginería que nos rodea.
En su diálogo con estos elementos apela no solo al efecto estético que provoca combinarlos, sino también a reflexiones sobre las circunstancias y formas de vivir en nuestro presente. Ello le ha facilitado distanciar, como ocurre con otros creadores, “las imágenes de los códigos de la publicidad sin dejar de tentarlos, y este doble desplazamiento sustenta el reposo estético que les confiere un valor particular” (véase Magaly Espinosa: “Doble piel”, palabras para la serie homónima de la fotógrafa Sarah Bejerano).
Los títulos de algunas de las fotografías de Del Riego apoyan ese valor que, aún teatralizado, conduce la lectura de las obras hacia los significados que sus composiciones desean trasmitir. Entre esos títulos se podrían citar dos: Disección de un ritual moderno e Inconsciente colectivo.
El primero se refiere a una fotografía en la que se aprecian las piernas de la artista cubiertas con diferentes bragas, que van desde sus muslos hasta el tobillo, en el momento en el que las corta con una tijera, imposibilitando su uso y vulnerando con ese gesto rituales que forman parte diaria de nuestras vidas.
La segunda fotografía nos la muestra de espaldas, inclinada sobre un refrigerador repleto de alimentos, su trasero y sus piernas casi descubiertos compiten en su visualidad con las carnes que guarda el frigorífico. La artista se pregunta “¿cuál producto gana mayor prioridad ante el ojo casi morboso del cubano que percibe ambas ʽcarnesʼ?” (palabras tomadas de su pretesis de grado).
Es difícil dar respuesta a esta interrogante, conociendo las fuerzas que sostienen las pasiones y la gula bajo el sol. En ninguna de estas obras se anuncian productos; la irregular pose que adopta la artista, su tentadora apariencia, dialogan con una circunstancia inhabitual que pone en duda cuál de los dos productos es más apetecible, cuál tiene mayor significado cuando de consumo se trata.
En otra de sus fotografías se intuye su presencia rodeada de tejidos de diferentes diseños y colores: se disuelve hundida en ellos, cediendo la importancia de su presencia a ese aglomerado visual.
Desde esta orientación estética, Daniela Del Riego fue acumulando a lo largo de sus estudios una producción fotográfica en la que la agresividad del montaje escénico y un bello estatismo definían las apariencias del contenido crítico de gran parte de su discurso, dirigido contra la carga simbólica, los estereotipos y los valores que saturan el imaginario contemporáneo, ideando escenarios que no le temían a la provocación.
Esta labor, en la que predominan montajes variados e imaginativos, fue dando paso al proyecto de su Tesis de grado, del que formó parte la exposición personal que realizó en el estudio del artista Rigoberto Mena.
Bajo el título Intemperie, la muestra estaba compuesta por cinco conjuntos fotográficos a través de los cuales se acercó al escabroso y particular tema de los denominados “parques wifi”, espacios barriales en los que se han hecho posibles los más increíbles encuentros familiares, amorosos o de trasiegos económicos, y en los que florecen toda clase de vivencias, sucesos y acontecimientos.
Hasta hace muy poco, estos parques se distinguían por ser la vía más utilizada por la población para comunicarse con el extranjero; teniendo en cuenta que esta comunicación suele ser de carácter personal, se fueron convirtiendo en uno de los espacios públicos urbanos más dinámicos del país.
El sitio seleccionado por la artista se encuentra cerca de su vivienda, lo cual le facilitó indagar en los sucesos cotidianos que allí acontecían. Al visitarlo regularmente, escuchaba relatos personales, familiares y sociales; valoraciones sobre la vida política y la subsistencia diaria.
Pero lo destacable del trabajo fotográfico realizado con estos espacios reside en los temas elegidos para mostrar, mezclando su realidad con lo documental. Daniela Del Riego eligió para cada conjunto fotográfico un tema específico: Paisajes, Objetos, Retratos, Abstracciones y Escenificaciones. La belleza y la fealdad del lugar, los objetos dejados al azar, los rostros de los visitantes, los instantes ingeniados desde metáforas que los adornan o los desnudan, fueron los puntos de referencia a partir de los cuales tocó el alma del drama humano que esconde tanta separación.
La artista propuso comenzar el recorrido de la muestra partiendo de un acercamiento al parque como hábitat natural, situando al espectador ante una apariencia en la que sobresalían fotos de la tierra seca o cubierta de hierba, de árboles, flores o pedazos de troncos quemados, trazando con estas imágenes el dibujo escabroso del abandono.
El paso siguiente fue transitar de las fotos del sitio a los objetos que lo ocupan y los objetos dejados al azar, permitiéndole al espectador acercarse a lo que el sitio resguarda y a lo que emerge de los significados del estado físico de unos y otros: un banco despintado que se funde con la pared que le sirve de fondo, la base de hormigón que debió sostener un farol, la cabeza de una talla, posiblemente parte de una ofrenda religiosa. Ellos humanizan el parque, lo repletan de las apariencias que lo hacen agradable y desagradable.
Al insertar en este deambular los retratos de algunos de sus visitantes, la artista estableció un equilibrio entre las dos primeras series de fotos, antes mencionadas, y las dos restantes; porque se comprendía que todo lo narrado venía de ellos, o los implicaba. Aunque diferentes en edad, raza y sexo, y con diversas expresiones en cada rostro (alegría, incertidumbre, el dolor que deja el paso del tiempo), se podía percibir que todos eran portadores de ese sujeto colectivo que es la cultura popular.
A los retratos les siguen las imágenes abstractas, pero estas no son el resultado de construcciones formales (como generalmente sucede con el género) sino de la imaginación y la evocación de lo que son en su realidad, movidas por la luz o engañadas por los reflejos.
El recorrido termina en las representaciones: breves caprichos que resumen en imágenes algunos sucesos inesperados, que van desde escenificaciones de contenido religioso hasta la chica que se acerca el celular al sexo, recordándole al amado lo que se está perdiendo.
En la fundamentación del proyecto, Daniela Del Riego señala:
“Estas microhistorias llaman a la reflexión y acceden a la memoria, al indagar sobre hechos quizás identificables con los sujetos y sus experiencias acumuladas sobre dicho contexto, y sobre este como matriz de algo mayor: nuestra sociedad. Y al juntarlas te ofrecen una narración completa del espacio cuestionado”.
El breve recorrido por su obra anterior y por el proyecto que compone su Tesis de grado, dibuja a una joven creadora que es capaz de desplazarse con acierto por un arte que toma su contenido de la vida social, junto a otro que se proyecta en un plano más universal. Son las dos partes opuestas y diferentes —lo local y lo universal— en las que vivimos, según nos sea posible.
No le falta acierto cuando se detiene en una microhistoria que toma como referente un parque. Si bien en el contexto del arte cubano de las últimas décadas ha sido usual apelar a los grandes relatos que emergen de la historia, la memoria y el valor del documento, parte de la riqueza de ese arte se sitúa, a su vez, en la mirada que privilegia los espacios vitales de la Isla menos favorecidos por el mercado y los intereses institucionales, sobre todo cuando la obra se concentra en contenidos políticos e ideológicos.
El valor de este proyecto se debe no solo a la originalidad del tema abordado, a su capacidad de mostrar un acontecimiento que refrenda problemáticas y valoraciones de corte social, sino también a la solución estética adoptada para desarrollarlo; solución hilvanada desde las imágenes que recogían las cualidades naturales del espacio urbano elegido, hasta las fantasías que facilita la comunicación privada volviéndose pública.
Es posible que, en el futuro, sea este uno de los pocos documentos artísticos de tan particular acontecimiento. Es posible que nuestra débil memoria olvide el parque wifi ante la avalancha de información que ofrecen los medios, y ante los cambios sociales y culturales que están por venir.
La constancia de Daniela Del Riego para lograr que su obra sea el resultado de esa no siempre alcanzable combinación de formas estéticas y contenidos sociales, es una condición que distingue la creación ante cualquier intento que pretenda apagar la memoria.
Rocío García se empeña en el amor
Rocío García visitó la noche del malecón habanero, en el que se dan cita gran parte de los personajes que recrea. Estar ahí le permitió llenar de anécdotas sus pinturas. Pero su interés no se centra en la crónica, ni en el valor de memoria que representa simbolizar personajes, sino en brindar anécdotas enmascaradas a través de los acontecimientos mismos.