Nuestro entrevistado presenta un currículo melómano difícil de superar: amante de la música, autor de un diccionario de la música latina, responsable junto a Fernando Trueba de la reaparición de Bebo Valdés, codueño de la marca discográfica Calle 54, productor de discos, ganador de 6 Grammys (tres americanos y tres latinos), fundador y exdirector del Miami Film Festival y director de programación del Coral Gables Cinema.
Nuestro invitado es un raconteur intimista, culto, perceptivo y cordial. Es un placer presentar en Hypermedia Magazine al multifacético Nat Chediak.
¿Cómo llegas a la música?
Mi primer recuerdo de niño, en Cuba, es encontrar debajo del árbol de navidad un disco de Elvis Presley en 78 rpm.
¿Qué tipo de música escuchas con frecuencia?
De todo un poco: jazz, pop de los años 50 y 60, American Standards, cantautores norteamericanos.
Desconozco por completo la música clásica. Curiosamente, no escucho mucha música latina, sobre todo la reciente. Para mí, en su gran mayoría, carece de interés.
¿Perteneces al tipo análogo (de acetatos) o al digital (de CDs)?
Tengo discos en acetato que coleccioné cuando escribí El diccionario de jazz latino y que nunca fueron editados en otro formato. En general, el acetato tiene un sonido superior al digital. Pero todo lo que escucho es en CD y radio. Tengo un buen tocadiscos y una buena aguja, pero en general, el tocadiscos es para el recuerdo.
¿Qué opinas del fenómeno Spotify?
Una plataforma más, a la cual nuestro sello discográfico, Calle 54, no pertenece, porque pagan una miseria.
¿Eres hijo del bolero o del son montuno? ¿Puedes mencionar un favorito en cada género?
De ambos, siempre que estén bien interpretados.
“No pidas imposibles” de Frank Domínguez es un bolero impecable. Es como un cuento o película que empieza, tiene su desarrollo y termina. Lo llegué a grabar con Martirio acompañada por Kenny Drew Jr. al piano y George Mraz en el contrabajo.
Siempre me emociono cuando escucho la versión de “Lágrimas negras” que grabaron Bebo Valdés y Cachao —sin ensayo— para el documental Calle 54 (2000); clásico de una época interpretado por dos maestros de esos tiempos. Irrepetible.
El compositor Paul Hindemith comentaba que la música tiene sus departamentos; comparte con nosotros dos canciones de estos dos: la adolescencia y el exilio.
Llegué a Miami a los 9 años, así que mi adolescencia la padecí en el exilio. En primaria y secundaria, en Miami, Ciudad de México y Beirut, escuché mucho pop de los años 50 y 60. Rockabilly como Rick Nelson y el primer Elvis, Roy Orbison, los Beach Boys.
Después, en Beirut, mucho rock británico: The Beatles, The Rolling Stones, Small Faces, The Animals.
Algunas veces las canciones tienen sus momentos-departamentos. Fue cuando escuché a Orbison cantando “In Dreams” en Blue Velvet (1986), de David Lynch, que me di cuenta de su trascendencia. A veces el cine, además de trastornarte la cabeza, también te ayuda a ubicar las cosas.
En cuanto al desplazamiento del exilio, nada como escuchar a una banda italiana tocando “Guantanamera”, en vísperas de dejar Beirut durante la Guerra de los Seis Días.
Cada gran canción tiene sus muchas versiones, pero hay una insustituible. ¿Tienes algún ejemplo a mano?
Pudiera escribir un libro acerca del tema. En efecto, no hace mucho se publicó un libro acerca de todas las versiones de “Hallelujah”. Es una pérdida de tiempo, pues ninguna supera la de su autor.
Hace poco volví a escuchar a Linda Ronstadt interpretando “Long, Long Time,” y me conmovió su lectura, curiosamente superior a la del autor.
¿Qué prefieres, la música bailable o —como alguna vez dijo Fernando Ortiz— la música “escuchable”?
Escuchable. Por necesidad. Mi esposa es un trompo y yo tengo dos pies zurdos.
El cine ha marcado tu vida, y la música ha marcado el cine. ¿Tienes un compositor de música incidental preferido?
Es un tema complejo el de la música en el cine. Respeto a directores como Rohmer, Bresson y Buñuel, que la evitaron; es decir, que no la utilizaron como bastón en sus películas.
Creo que todo buen director debe tener buen oído para la música. Te das cuenta de quiénes son por las bandas sonoras de sus películas: Truffaut, Alan Rudolph, Hitchcock, entre otros.
Soy muy parcial a Georges Delerue, autor del “Himno al cine”, que compuso para La noche americana (1973) de Truffaut. La banda sonora de Delerue para El conformista (1970), de Bertolucci, es como un arcoíris, una belleza.
Bernard Herrmann es de los pocos que puedes sentarte a escuchar sin ver la película. Todo lo que compuso para Hitchcock fue magistral, sin excepción. Puedes oír la banda sonora que compuso para La cortina rota e imaginar cómo hubiese dado lustre a la película si Universal Studios hubiese permitido a Hitchcock utilizarla. Incluso la asesoría de sonido que Herrmann hizo para The Birds (1963), que carece de banda sonora per se, es magistral.
Siempre hay un cantante preferido.
Sí, muchísimos, de ambos sexos.
En la música de cantautor es difícil encontrar una versión que supere la del compositor. Aquí el ejemplo clásico es Leonard Cohen, que escasamente podía entonar. No obstante, jamás he escuchado a un intérprete que supere sus lecturas.
Dicho eso, para mí el mejor intérprete de todos los tiempos es Frank Sinatra. Nadie como él para encontrar el corazón de la canción, nadie con mejor dicción. Todo sin pretensión ni aspavientos. Pura música, pura canción. Tengo todo lo que grabó. Su mejor arreglista fue Nelson Riddle y Gordon Jenkins en los arreglos de cuerdas.
Yo pudiera sentarme a escuchar a Sinatra cantar la guía telefónica.
Apareces como productor de Blanco y negro, Calle 54 y Chico & Rita, todos filmes en colaboración con Fernando Trueba. Chico & Rita es una joyita de animación tradicional. ¿Ahí sale tu lado fenicio, no?
Lo de fenicio seguramente está en el subconsciente. Lo cierto es que esos tres proyectos son parte de una conversación musical con Fernando, ininterrumpida desde cuando nos conocimos al principio de los ochenta, hace ya 40 años.
Calle 54 (2000) nace de haberlo contaminado con el jazz latino.
Blanco y Negro (2003), es parte de la primera fase de nuestro sello discográfico (por cierto, la idea de juntar a Bebo y al Cigala fue totalmente de Fernando).
Con Chico & Rita (2010), tuve mi debut —¡y despedida!— como letrista, coescribiendo con Juanito Márquez el tema principal de la película, para mucha honra.
Chediak/Trueba es una cofradía made in heaven, con filmes y con un par de discos, Calle 54, con producciones a Martirio, al Niño Josele, a Chano Domínguez, a Pedrito Martínez, además de los varios con Bebo. ¿Algún favorito de la colección?
Para nosotros, los ocho de Bebo son joyas, sin excepción.
Dejaste fuera Boomerang (2006), de Habana Abierta, que goza de una especie de culto entre cubanos de la generación perdida.
Creo que Issac Delgado jamás volverá a estar rodeado de un ramillete de músicos como los de Love (2010), homenaje que le hicimos a Nat King Cole.
Algo parecido sucede con el elenco del disco de Martirio, Primavera en Nueva York (2006), donde disfrutamos hilvanando una suite compuesta de boleros.
Josele es uno de los grandes artistas españoles de su generación, favorito de Chick Corea y provisto de gran curiosidad por la música. Así lo demuestra con su lectura de Bill Evans en Paz (2006), disco que me conmueve cada vez que lo escucho. Creo que nunca se había fundido la rumba flamenca y la cubana con semejante potencia y fluidez como sucede en Rumba de la Isla (2013), de Pedrito Martínez, uno de los grandes trabajos de grabación que nos ha dedicado el ingeniero Jim Anderson. Todos son perlas de un mismo collar.
Como productor, mantienes un balance raro y saludable entre el jazz y lo afrocubano, algo que se ha perdido hoy en día, y ahí entra Bebo, con su estilo muy depurado de improvisación (en la escuela de Peruchín, que él continúa) donde el jazz y lo afrocubano logran una delicada síntesis.
Bebo tuvo grandes referentes, pero no alardeaba de eso. Adoraba a Lecuona, Art Tatum, Bud Powell; a Nelson Riddle como arreglista.
Te refiero al buen amigo y trompetista Mike Mossman, que estuvo a cargo de los arreglos musicales de Chico & Rita. Mike tuvo el placer de integrar las Big Bands de Machito, Chico O’Farrill, Mario Bauza, además de la de Bebo. Y asegura que la de Bebo fue la máxima, por la elegancia de su escritura y su dominio absoluto de la música cubana.
Con Bebo Valdés compartiste una gran amistad y el resultado de un Grammy. ¿Alguna anécdota de la gaveta de los recuerdos?
Ocho discos grabamos con Bebo, que me merecieron seis Grammys: tres americanos y tres latinos. Sin pasar jamás un disgusto. Todo lo contrario. Siempre andaba de buen humor. Todavía puedo escuchar sus carcajadas.
Amante de la buena música de todas partes, Bebo era también muy receptivo a la belleza femenina. Solamente estando con él, en compañía femenina, podías comprobar cómo sus amores de antaño todavía lo lloraban, más de medio siglo después de haberlo visto por última vez.
¿Algún nuevo proyecto musical en la cocina de Calle 54?
Si supieras, el nuevo proyecto musical tiene ya siete años de haber sido grabado. Es una actualización en rhythm & blues del cancionero de Sam Cooke que se titula Bringing It Home, coproducido con Bones Malone (productor musical de los Blues Brothers) y con la complicidad de figuras como Will Lee, Randy Brecker, Ronnie Cuber, Dr. John y Lenny Pickett, al frente de una banda que inventamos: los Calle 54 R&B All-Stars.
No hacemos discos con prisa, sino como deben ser.
Armando Rodríguez Ruidíaz: mucho que compartir
Les presento al multifacético Armando Rodríguez Ruidíaz: compositor, musicólogo, historiador de la música, profesor, guitarrista, dibujante y, sobre todo, gran conversador. Miembro de una generación de creadores y promesas que el castrismo borró.