El arte no surge en un vacío aislado de la vida

El arte emergente en Cuba atraviesa un sendero de decadencia, una senda oscura y tortuosa donde la llama de la creatividad parece extinguirse gradualmente. No es solo un declive marcado por la falta de demanda en el mercado, sino una travesía melancólica en la que los artistas luchan por encontrar su lugar en un panorama artístico que les resulta ajeno y distante. 

La sombra del lejano sueño de ser reconocidos, de ser vistos y apreciados por ojos forasteros, se cierne sobre ellos como una losa pesada e inamovible. Y yace en un estado de abandono desolador, sin un propósito claro ni un destino definido. A la deriva en un mar de indiferencia, el arte cubano se encuentra huérfano de una promoción digna, desprovisto incluso de miradas curiosas que lo contemplen. 

Es como un susurro perdido en un vacío ensordecedor, un eco sin respuesta que se desvanece. Carente de recursos y apoyo, este arte agonizante lucha por sobrevivir, aferrándose con desesperación a una existencia efímera. Es un grito ahogado en la oscuridad, una expresión silenciada por la implacable indiferencia de un lugar que ha dado la espalda a su propia creatividad.

La búsqueda desesperada de nuevas formas de expresión y la exploración de corrientes artísticas ajenas plantean un desafío existencial al arte emergente en Cuba: ¿cómo encontrar el equilibrio entre la innovación y la preservación de la identidad cultural? 

La influencia extranjera, aunque puede aportar matices y perspectivas novedosas, amenaza con diluir la esencia misma que define a estos artistas, sumiéndolos en un limbo creativo del que puede resultar arduo escapar.




A pesar de los numerosos desafíos que enfrenta esta difícil situación, formo parte del movimiento de arte emergente en esta Isla. Mi inquietud puede ser polémica, pero aún más lo es la determinación de seguir adelante, una vez que se toma conciencia de la cruda realidad. 

A lo largo de los años, la supuesta “bendición” más grande para un joven artista es la tan mencionada “visibilidad”, la cual resulta ser solo una ilusión que en realidad es un espectáculo de inversiones y mutilaciones intelectuales que no llevan a ninguna parte.

Todo está controlado de manera irónica. Los jóvenes artistas tienen sus propios espacios para “realizarse”. Sí, tenemos nuestros espacios: la solución aparentemente perfecta para evitar que los jóvenes causen molestias, para no presentar proyectos en las instituciones más prestigiosas… ¡porque ya contamos con nuestros propios espacios!

En Cuba, la calidad no se valora, no se requiere, más allá de hacer lo que se desee sin una intención clara, sin madurez, sin conciencia, ya que al final todos los espacios están claramente definidos.

No hay lugar para matices grises. Es necesario enmascarar los discursos, sumergirse en ellos, redimirse para encajar en el molde establecido. No hay margen para modificar un sistema que ya funciona “bien”.

Un cambio implica una serie de ajustes adicionales y, al final, la idea de cambiar todo lo que debe ser cambiado resulta tan confusa e hipócrita como la visión de una transformación mínima. 




Entonces, ¿cuál es la alternativa a la inventada fama, al reconocimiento falso, a los premios brillantes, a los concursos que buscan que los jóvenes se sientan parte de algo? 

Desafortunadamente, el panorama artístico a veces parece estar dominado por intereses más allá de lo económico, que pueden dejar en desventaja a los jóvenes talentos sin contactos en el extranjero. 

Aunque reciben una pequeña dosis de visibilidad, los organizadores parecen obtener ganancias desproporcionadas, que realmente no son tantas, pero, en una tierra donde las necesidades básicas son un lujo, cualquier ganancia es desmedida. 

Incluso algunas organizaciones sin fines de lucro pueden verse tentadas a prácticas cuestionables, como conformarse con producciones de calidad baja, pero en gran cantidad, con tal de asegurar su supervivencia.

Los jóvenes artistas no buscan problemas: eliminan piezas demasiado provocativas y las sustituyen por otras más aceptables, siguiendo el modelo europeo o americano tan del agrado de todos, donde se abordan temas que no se viven realmente. 

Nadie pone límites a nadie y, aquel que lo intenta, prefiere hacerlo público, para complacer a aquellos que siguen luchando por obtener esa falsa visibilidad o para ser admirados por los más subversivos y por aquellos temerosos de serlo.




Seguirán siendo víctimas de su conformismo. Y tanta conformidad solo conduce a la resiliencia, a no rebasar el límite, a no derramar el contenido del vaso. 

El arte en Cuba seguirá siendo así. Nadie desea terminar tras las rejas, todos anhelamos venderles a los extranjeros y vivir del arte en Nueva York. Al final, poco importa el discurso: este se ajusta. 

De hecho, sí existe un talento: el de ser tan fluido como la densidad del líquido contenido en esa copa que jamás se desbordará.

Desde tiempos inmemoriales, Cuba ha sido un lugar condenado, una tierra baldía donde la vida misma parece haberse extinguido. Todo se desvanece en este páramo desolado, un lugar que es una sombra borrosa de lo que nunca llegó a ser, engañando a todos con su apariencia de vida en extinción, mientras que su interior ha sido estéril y marchito siempre. 

Aquí, donde ni la vida ni la muerte parecen hallar su lugar, todo es un eterno transitar hacia la decadencia. Cuba se erige como el desierto más extenso y desolado del trópico, un lugar donde la esperanza se desvanece como el agua en la arena ardiente, dejando a su paso solo la devastación y el vacío.

En este oscuro y desamparado escenario, donde el arte emergente se encuentra languideciendo y donde ser mediocre es una virtud, se refleja la trágica realidad de una Isla sumida en la sombra de su propio destino.

Los jóvenes artistas dan testimonio silencioso de la decadencia que lo envuelve todo. Cuba, en su esencia más profunda, es un ser inerte, un cadáver que reposa sobre la nada, sin principio ni fin. 




En medio de este panorama desesperanzador, los jóvenes artistas luchan inconscientemente por encontrar su sinsentido en un lugar que parece haber perdido toda razón de ser. Sus obras vacuas son resultado de la angustia y el desgarro de un pueblo condenado al eterno ocaso, donde la identidad se pierde sin remedio en la bruma del olvido. 

Así, en el horizonte sombrío de esta Isla maldita, no hay lugar para el renacimiento, ni para la redención. Esta Isla, condenada a ser el eterno testigo de su propia ruina, se convierte en el epitafio de un sueño que nunca fue, en el eco melancólico de una tierra que yace muerta en vida. 

Los artistas más jóvenes, al contrario de verse inmersos en el apogeo de su creatividad, se sumergen en un abismo sin fondo, donde su florecimiento se desvanece como un susurro perdido en la vastedad del olvido.





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Carta abierta de Herta Müller

Por Herta Müller

“Hay un horror arcaico en esta sed de sangre que ya no creía posible en estos tiempos. Esta masacre tiene el patrón de la aniquilación mediante pogromos, un patrón que los judíos conocen desde hace siglos”.