Andrés Montalván nació en La Habana en 1966. Hizo estudios en la Escuela Nacional de Arte, en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro y en el Instituto Superior de Arte de La Habana, donde se graduó en el año 2000. Vive y trabaja en París desde hace veinte años.
Artista singular, que combina una capacidad de innovación y de renuevo considerables, así como un dominio excepcional de los materiales, Andrés Montalván es, en el campo de la escultura y del dibujo, el representante cubano más importante de una generación —la de los años noventa— dominada por los pintores, fotógrafos, videastas, instalacionistas, performers.
La figura de Montalván aparece como la de un ermitaño que, lejos del ruido del mundo del arte y de la comedia social, construye un universo a su medida, independientemente del juicio ajeno y de las leyes mecánicas del mercado del arte.
Montalván no le pertenece a nadie, a ningún grupo, y resiste al modelo utilitarista predominante. No cree en ningún concepto, porque sabe que el arte no tiene opinión, contrariamente a lo que piensa y quiere la sociedad; el arte no progresa, no es de ningún modo una ciencia, un absoluto poseedor de todos los significados posibles; el arte da la impresión de evolucionar, pero no hace sino cambiar, proporcionando nuevas indicaciones y reflexiones sobre el mundo que lo rodea.
Montalván solo tiene fe en la convicción del artista, en su probidad, en su genio, esto es: en su instinto. No concibe ningún compromiso posible, ninguna deuda que satisfacer, ningún juramento de fidelidad que no sea a su arte.
Si resulta difícil resumir su búsqueda artística mediante categorías generales, es porque su desarrollo se caracteriza singularmente por su aspecto no lineal. Su obra jamás se deja encerrar: siempre está en devenir, pronta a renovarse, a poner en tela de juicio las experiencias formales más consolidadas, a extender el potencial de la instancia escultural a través de inéditas combinaciones de formas o de urgentes experimentaciones de materiales, sin renegar jamás de su pertenencia a la tradición modernista de una escultura construida, física ante todo, pero haciendo hincapié en los atributos ópticos de esta.
Ante las piezas de Montalván, la palabra que viene a la mente es “creación”; palabra a veces trillada pero, en su sentido más fuerte, evocadora de innumerables armónicos que no deja de hacer vibrar. Su obra, que permanece en el registro de la figuración o de la metáfora antropomórfica, remite a las categorías cardinales tiempo y espacio, a las gigantescas fuerzas originales, a la dimensión espiritual de la actividad humana creadora, dimensión que le da su plena terminación. Participa en dar una forma plástica a una inquietud de lo fundamental, en volver a encontrar las raíces de un arte que no se separa de la primitiva sustancia nutricia, en la revelación de un estado interior, y constituye así una práctica espiritual, una noción que habría que diferenciar de lo religioso y de la tradición antropológica cubana.
Montalván cree que si el arte tiene un sentido, este es espiritual, o incluso sagrado; no solo porque lo sagrado es, según Mircea Eliade, la expresión de la conciencia frente al mundo, sino también porque es, según Goethe, “lo que une a las almas”. La función del arte, como la del mito, es favorecer la interrogación del hombre sobre el universo que lo circunda.
La obra de Montalván sondea el enigma del sujeto y su “impulso vital”. En esta perspectiva, reanuda un conocimiento intuitivo del misterio del mundo y del hombre, intuición que nace tanto de la emoción ante el símbolo mítico como del estado místico en el sentido de Bergson.
Las obras de Montalván invitan a una meditación mística, porque lo que diferencia al místico del filósofo es el amor por la humanidad. El místico actúa no para sí mismo, sino para la comunidad de los hombres, interrumpiendo la evolución hacia el ego individual. Su arte es, pues, mística, no solo porque tiende a crear una fusión con lo numinoso, sino porque lo hace en nombre de la comunidad de lo vivo.
Reconciliando de alguna manera el arte contemporáneo con el arte sacro —en el que colores, formas y materias son utilizados en las ceremonias con el designio de hacer revivir un episodio fundador del mundo, o un pasaje iniciático de la existencia humana— el arte de Montalván nos remite a un arte absoluto, que requiere todas las fuerzas del ser, y que solo han podido entrever los artistas mayores.
En efecto, Montalván siempre ha sido consciente de que su trabajo no se limitaba a proposiciones estéticas, sino que tocaba, metafóricamente, la cuestión más esencial de la vida y de sus ciclos, del tiempo, del individuo. Siempre ha evocado el deseo de volver a una cultura primitiva, una protocultura en la que el hombre se enfrenta a sus miedos instintivos y se concibe como perteneciente a un mundo total, donde lo humano y lo animal, lo terrestre y lo cósmico, forman un todo. Lo que nos ofrece este artista es un gran sueño de primitividad humana.
Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…
Mi infancia fue buena. Nací en el municipio Marianao, concretamente en Coco Solo, un barrio periférico de La Habana. Allí viví con mi familia hasta los trece años, cuando mis padres decidieron mudarse al Vedado.
Éramos de los pocos con televisión y teléfono en el barrio. Mis días pasaban entre juegos, estudios y peleas constantes para poder ser respetado y caminar con cierta tranquilidad en el barrio. Lo curioso de todo es que, llegando al Vedado, que supuestamente era un mejor barrio, las pruebas y las reglas para ser aceptado fueron las mismas; eso lo entendí poco tiempo después.
Mi madre dejó su trabajo en el laboratorio, como microbióloga, para dedicarse por entero a nuestra educación; mi padre, que era arquitecto, trabajaba todo el tiempo, incluso cuando llegaba del trabajo a la casa, lo que nos permitía tener una vida bastante sosegada.
¿Cuál fue tu primera emoción estética?
No tengo ninguna memoria de esa primera experiencia estética. Tal vez sea ver a mi padre dibujando en casa, y montarme en su tablero de dibujo y molestarlo.
Teníamos un televisor en blanco y negro y en aquel entonces había muy buena programación. Recuerdo mucho el cine en blanco y negro, sobre todo los domingos por la mañana con un programa que se llamaba La comedia silente. Hoy, con la distancia, considero que la televisión era para mí como una ventana abierta en un horizonte más amplio.
Tal vez haya sido una premonición: el hospital donde nací (Maternidad Obrera) era de estilo Art Déco, y la entrada estaba coronada por una escultura realizada por Teodoro Ramos Blanco.
¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástico?
Tengo una vaga idea de una carpeta con todos los dibujos y pinturas que yo hacía de niño, y que mi madre cuidaba con mucho recelo. Ella me contó que aun cuando yo no sabía leer, copiaba hasta las letras de las historietas. En la primaria, hasta el quinto grado, todos mis compañeros me pedían que les hiciera los dibujos técnicos de la clase; me divertía mucho con eso.
¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?
Unos amigos de la familia les hablaron a mis padres de una escuela de artes plásticas, y les sugirieron que debería presentarme ahí para hacer las pruebas de ingreso, y así fue. Recuerdo el día de las pruebas: de no ser por mi madre, por poco no las paso, pues estaba en el parque de enfrente jugando pelota. Por suerte las aprobé, y en el sexto grado de la primaria comencé a estudiar en la Escuela Elemental de Artes Plásticas ubicada en 23 y C. Allí estudié durante cuatro años todas las especialidades.
Tuve la suerte de tener magníficos profesores que también eran artistas. De un lado seguía una formación académica, y de otro lado los profesores hacían talleres de creación en los que nos motivaban a abrir más nuestro horizonte. Este nivel fue fundamental en mi formación; es una lástima que hoy en día ya no exista.
Esta confrontación fue más importante en la Academia de San Alejandro, donde hice otros cuatro años de estudios en la especialidad de escultura. Allí tuve profesores de generaciones y proyecciones artísticas diferentes, a los cuales les estaré agradecido toda mi vida. Realmente me dieron una excelente formación artística y académica.
En la escuela me interesaba mucho por el oficio, lo académico; las clases de vaciado, por ejemplo, me fascinaba aprender a hacer moldes; siempre me interesó saber cómo se hacían o construían las cosas. Cuando estaba frente a una obra, antes de poder leerla, me interesaba saber cómo estaba hecha. Aun hoy me sigue pasando. Eso viene, creo, de mi infancia: los juguetes me duraban poco porque los destruía para saber lo que había dentro, cómo funcionaban, cómo estaban hechos.
¿Cuándo piensas que el arte se convirtió en el centro de tu vida?
Creo que mi decisión de llegar a ser artista se fue construyendo paulatinamente.
Durante toda mi formación artística hice otras cosas en paralelo, como estudiar artes marciales, a las que dediqué bastante tiempo también. Después de graduado estuve trabajando como profesor en la Escuela Vocacional de Arte Juan Pablo Duarte, en Güira de Melena. Allí estuve seis años, como profesor de escultura y dibujo. Después estuve dos años en San Alejandro, montando el taller de fundición de bronce, y entretanto estudié en el Instituto Superior de Arte (ISA), en un curso de trabajadores, hasta el quinto año.
Aun hoy, sigo un poco haciendo otras cosas en paralelo. Lo cierto es que nunca he dejado el arte.
¿Qué es el arte para ti?
Resulta difícil definirlo; toda mi vida he oído frases como: “Eso está hecho con arte”, o “Eso sí que es arte”, entre otras, que subliman el arte como algo único. Sin duda alguna, el arte tiene algo que ver con la vida o con lo que hacemos como individuos.
¿De qué manera has evolucionado como artista?
Pienso que la evolución se hace con el trabajo. He tenido momentos más productivos que otros, he abordado ideas diferentes, así como materiales y formas de trabajar distintas. Uno evoluciona en permanencia. Hay ideas que permanecen en la base, y muchas veces no piensas en ellas, o crees que las superaste, pero están allí; pasa lo mismo con los materiales y maneras de hacer la obra, que tienen mucho más que ver contigo que otra cosa.
¿Han cambiado tus ideas sobre el arte?
Claro que han cambiado, uno cambia también con el tiempo y esto se ve en el trabajo: cómo trabajas, las ideas que abordas, otras culturas y relaciones que llegan, obras que te sorprenden. En fin, el individuo se nutre de muchas cosas.
¿Cómo definirías tu práctica artística?
No sé cómo definirla. Empecé con la escultura, trabajando mucho la madera; también he dibujado mucho; en otro momento he trabajado con óxidos sobre papel, el polvo del óxido u oxidar el papel con fragmentos de metal me daba la idea de no alejarme de la escultura, eran dibujos casi al límite de la pintura. Después utilicé el pigmento natural color rojo tierra en papeles de mayor gramaje, también con esa idea de seguir cerca de la escultura. Últimamente he vuelto a los dibujos más clásicos, con lápiz o grafito sobre papel. Con la escultura ha sido igual: dibujé con alambrones (La construcción del cuerpo, una pieza que hice en 1997), trabajé con planchas de metal dibujadas con soldadura al arco eléctrico.
Ahora estoy trabajando con resinas y óxidos; también he retomado un poco el modelado. En fin, he ido y venido de maneras diferentes, pero siempre la escultura ha sido la base de toda mi producción.
¿Cómo contemplas tu estatus de creador en el siglo XXI?
No miro mucho esto, pero igual trato de adaptarme a estos tiempos. Sin duda, muchas cosas han cambiado o evolucionado. Hay más personas alrededor del artista y las relaciones son más dependientes, creo.
¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?
No creo ser reacio, pero sí me cuesta un poco explicarlo. No soy dado a hablar mucho y eso también se refleja en el trabajo, tal vez por eso hago la obra que hago. En cambio, estoy abierto a la crítica.
¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?
He seguido la obra de muchos artistas en diferentes momentos, sobre todo al principio de mi carrera o cuando estaba estudiando; eran tiempos de búsqueda e investigaciones. Rodin sigue siendo la base.
Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años noventa?
Fue una generación muy creativa, mucho talento y muy buenos artistas con discursos bastantes diversos. Produje mi obra al mismo tiempo que ellos, pero no creo pertenecer a esa generación; tampoco creo ser el representante cubano más importante en el campo de la escultura y el dibujo en la generación de los noventa, como lo escribes, no creo ser representativo de ella: los textos críticos y las exposiciones lo muestran.
En todo caso, la obra está ahí, independientemente de si han escrito mucho o poco sobre ella. Tengo mi cabeza tranquila y ningún reproche que hacerme; aprecio mucho los muy buenos textos sobre las exposiciones personales que he realizado y, es justo decirlo, también el texto que escribiste sobre mi trabajo.
A principios de la década, aún trabajaba como profesor en la Escuela de Arte de Güira de Melena. Mi aula de clases era también mi taller; pasaba mucho tiempo allí con mis alumnos, y tenía poca relación con La Habana, lo que no quiere decir que no estuviera al corriente de lo que pasaba y se hacía en la capital.
Después me reinstalé en mi taller, en mi casa de La Habana. Conocí a mucha gente, hacía mi obra tranquilo en mi esquina, aunque creo que corrí un poco tratando de hacer “mi espacio”. Fue muy interesante para mí. En aquel entonces todos éramos jóvenes y queríamos triunfar pronto. Eso no ha cambiado mucho, creo.
¿Cómo valoras el arte cubano contemporáneo?
Paso mucho tiempo aquí en Europa y lo veo generalmente desde las redes sociales. Cuando voy a Cuba, o a ferias de arte en Europa, pienso que su producción sigue siendo interesante y variada.
¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos? ¿Y con los otros?
Conozco a bastantes artistas, pues muchos estudiamos juntos. Tengo muy buena relación con ellos; nos encontramos en inauguraciones o nos visitamos cuando estoy de regreso en Cuba, y hablamos de todo: de la obra y otras cosas. También conozco a muchos músicos, y a artistas de la danza contemporánea.
Háblame de tu proceso de creación.
El proceso de creación es diverso, cualquier cosa puede ser motivo para que se me ocurra algo. Soy un poco observador, no pregunto ni hablo mucho, lo que no quiere decir que no sea curioso: leo un poco de todo. A veces estoy en el taller y no muevo un dedo para trabajar, escucho música, me pongo a mirar el espacio, comienzo a ordenar o a preparar condiciones para iniciar una pieza, y una idea me viene. Muchas veces la obra preexiste. Le dedico tiempo a la idea: cómo realizarla, qué material utilizar; al final son casi los mismos materiales, pero este tiempo me deleita.
No siempre hago bocetos; en ocasiones voy directo a la obra y en el proceso voy pensando, pues necesito materializarla primero, como una urgencia. Los materiales te dicen mucho cómo trabajar con ellos, independientemente de nuestros caprichos y deseos, por eso me gusta mucho el proceso de realización. El azar o accidente puede ser interesante, siempre y cuando haya razón y funcione; de lo contrario, es pura basura. El dibujo es capital, pero el volumen me atrae mucho.
Me resulta difícil saber cuándo la obra está terminada, tengo muchos problemas con eso. Tampoco es algo regular: depende de la obra. Tal vez sea yo como persona.
¿Cómo valoras la escultura respecto a las otras disciplinas artísticas que practicas?
Disfruto mucho de las otras disciplinas en las que he incursionado, pero como te decía, me atrae mucho el volumen. Tiene más que ver conmigo, creo.
¿Qué particularidad tienen la pintura y el dibujo para que continuamente se anuncie su muerte y su resurrección?
Eso tal vez habría que preguntárselo a los críticos, es una pregunta para ellos. Yo no creo en la muerte de la pintura o el dibujo. Desde la Prehistoria, el hombre dibujó o pintó. Pienso que siempre habrá artistas que lo hagan.
¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas…?
Para nada pienso en ellos, sinceramente. Si les gusta o interesa lo que hago, me satisface enormemente. Respeto mucho las críticas, los criterios o las valoraciones de todos; siempre aportan algo.
¿Qué relación mantienes con las otras artes? ¿Cuál es su importancia en tu vida y en tu trabajo?
Escucho mucha música, sobre todo jazz. Miles Davis es mi favorito. También música clásica. En realidad, ahora escucho de todo, sin duda por mis hijos. En el taller siempre escucho música cuando trabajo.
También veo un poco de danza contemporánea y clásica; ya lo hacía antes de conocer a mi esposa, que es bailarina. La danza tiene mucha relación con la escultura y la instalación.
¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?
Siempre he pensado que hacer arte y pagar las facturas son cosas diferentes; el factor común es el dinero. El mercado siempre será necesario, aun cuando no vivamos directamente de hacer arte.
¿Qué relación tienes con los galeristas?
Muy poca. Han sido relaciones buenas, y de poco tiempo.
¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?
Es innegable que el arte juega un papel importante en nuestra sociedad. Pero igual de importante también es la voz de tu vecino, un inmigrante u otro trabajador que manifiesta sus razones en la calle o en otro lugar.
¿Por qué decidiste exiliarte?
No decidí exiliarme. En todo caso, no me considero como tal: es una palabra mayor. Es una decisión muy personal, pienso. Mantengo mi pasaporte cubano y la residencia francesa. Hasta ahora estoy bien así.
¿Qué representa Cuba en tu vida y en tu arte?
Allí nací y viví buena parte de mi vida, eso no se puede cambiar. Después he estado entrando y saliendo. En algún momento tendré que sentar cabeza.
Galería
Andrés Montalván – Galería.
Marta María Pérez Bravo: “El mercado del arte es un asco en sí mismo”
“Mi obra parte casi siempre de alguna investigación o estudio de bibliografía especializada en los temas religiosos. Abordo estos temas desde el principio, para saber de qué estoy hablando y poder hacer una interpretación de esas verdades desde mi punto de vista como persona y como artista”.