El arte de Ahmed Gómez: estilo y subversión


“Ahmed Gómez interroga nuestra herencia de las vanguardias artísticas y lo que podemos rescatar hoy día de sus anhelos revolucionarios”.



Todo arte nuevo constituye una referencia al pasado, una confrontación con las obras anteriores y, a veces, una apropiación del estilo y de los principios artísticos pasados.

Esta condición implica la existencia del pastiche, entre otras prácticas de interacción, un elemento esencial del arte en la era postmoderna. El pastiche como producción de nuevas formas artísticas a partir de las imágenes de las que se apropia el artista. El pastiche como hibridez, como parodia, como ironía, como juego. El pastiche como testimonio de fascinación y de desmitificación.

La obra de Ahmed Gómez es emblemática de esta condición. Para este artista, el arte no tiene por qué hacerse dictar normas por mediación de la estética, sino desarrollar en la estética una fuerza de reflexión que no podría realizar a solas.

Ahmed Gómez se distingue, en el seno del neoexpresionismo y de sus preocupaciones postmodernistas, por la orientación todavía modernista de sus investigaciones que versan sobre el “cómo” antes que sobre el “por qué” de la pintura o la escultura. Esto es, sobre el método antes que sobre el contenido.

Artista inclasificable y erudito (Bisogna che i pittori siano eruditi, decía Salvator Rosa), Ahmed Gómez siempre está buscando nuevos territorios. Ha creado una obra prolífica y heterogénea, sin ninguna jerarquía, donde todo tiene su importancia. A semejanza de sus admirados Magritte o Picabia, rechaza la idea de progreso, de estilo personal, de innovación en el arte, los mecanismos de los juicios de valor encaminados a diferenciar y jerarquizar el gran arte y el arte kitsch o el conservadurismo y el radicalismo.

Las referencias a la historia del arte, a la cultura popular, a la política, a la economía o a lo social se integran al mismo nivel, porque lo que cuenta para él no es restituir una imagen de la realidad, sino la realidad particular y equívoca de una imagen cuyo sentido es una cuestión de percepción.

Si por lo general se trata de pintura y de figura en su obra, esta está ligada a los caminos menos esperados, más difíciles de comprender, a formas y actitudes variadas y eclécticas. No quiere distinguir, rechaza toda categorización entre los elementos que componen su obra, los pensamientos y las ideas acumuladas. Prosigue sus obsesiones a través de todo tipo de imágenes, en un juego de acumulaciones que cuestionan tanto el estado como los poderes actuales del arte.

De esta “intranquilidad” nace una retahíla de obras y de medios de expresión plástica: pinturas, dibujos, esculturas, objetos que siempre constituyen una meditación relativa a los significados contemporáneos de las obras del pasado, en particular las del suprematismo y el constructivismo rusos. El propósito de Ahmed es volver a poner el arte en escena destacando su vínculo con la percepción. Al reproducir en el papel, en el lienzo o en la materia la estructura de lo visible y la posibilidad del ver mismo, se vuelven relevantes para el enigma de la visión.   

El trabajo de Ahmed Gómez convoca un vocabulario plástico heterogéneo, que parece subrayar la inevitable reificación del arte, la fatalidad de proceder a su propio pastiche. Emblemático de la era postmoderna, presentada como un período de desencanto que diagnostica la crisis de la universalidad asociada, en el ámbito artístico, a la disolución de las utopías propias de los planteamientos de vanguardia, el enfoque de Ahmed afirma el valor decorativo del arte en una gran confluencia estilística.

La disolución de la frontera entre la alta y la baja cultura constituye un motor de su paradigma estético, próximo al arte pop. Se trata para él no de reproducir o inventar formas, sino de captar fuerzas.

Ahmed Gómez defiende a capa y espada las posibilidades de la pintura ante los estériles sectarismos del mundo del arte y frente al pregón insistente de su muerte por parte de las corrientes artísticas de la postmodernidad, como el Arte Povera, el arte conceptual, el Land Art, la performance o el video.

Su arte es hedonista, se concibe sin dogmas, sin prelaciones dentro del más entusiasta espíritu ecléctico. Rechaza toda interpretación unívoca supeditada a cualquier dictado. Asume una pluralidad de registros formales y estilísticos fundamentados en su libre subjetividad cuyos motivos de inspiración son múltiples y variados como su propia obra. Asistimos aquí a una reelaboración iconográfica de la historia del arte y de modo especial de la vanguardia cosmopolita.

Desde muy temprano, Ahmed Gómez comenzó un diálogo constante con el arte, al que considera ante todo como un ejercicio de los sentidos. Alude continuamente a los maestros de la pintura, no para medirse con ellos o desafiarlos, sino para dialogar con ellos.

Están ahí, lo rodean, siempre lo han acompañado y les rinde homenaje, en particular a Malevich y a los últimos intentos que realizó antes de que la revolución artística rusa se detuviera, y luego se negara, antes de que las vanguardias de los artistas rusos fueran enviadas a Siberia para purificar la revolución bolchevique de sus “elementos socialmente dañinos” y “regenerar la especie humana”.

El trabajo de Gómez no se inscribe en una representación ilusionista del mundo, sino en una ilustración de lo que hay que entender del mismo. Sus obras son un guiño de ojo a la colectividad de los artistas para quienes el estilo es una potencia: simbolizan la energía que hay que gastar para decir su mundo.

Frente a la mecanización definitiva del arte y al embotamiento general de la sensibilidad que se van organizando cada vez más a nuestro alrededor, siempre hace falta reaprender a ver el mundo (el ojo es un instrumento de libertad), a revisitar lo real que tan a menudo está enmascarado detrás de las costumbres, los prejuicios, las jerarquías, las redes instituidas.

La obra de Ahmed Gómez nos invita a ello. En el cruce de caminos de su trabajo (entender su aventura estética es también entender la idiosincrasia de su país de origen, Cuba, cuyo fondo es sincrético), Ahmed Gómez siente una preocupación casi obsesiva por deconstruir y revelar las estructuras que llevan al significado de la obra misma, y por mantener una conversación sistemática con la historia del arte. Sensible a las multiplicidades del mundo, Ahmed Gómez maneja sus obras por hibridación y confrontación entre distintos referentes y medios artísticos, provocando así uniones (poéticas, políticas, etcétera) abiertas a las interpretaciones. Interroga sin cesar nuestra herencia de las vanguardias artísticas y lo que podemos rescatar hoy día de sus anhelos revolucionarios. Honra con su obra a todos los artistas singulares que mezclaron su sensibilidad e inteligencia con el rigor formal, y rinde homenaje al devenir pictórico del mundo, a las relaciones ambiguas que la comunicación y la “contaminación visual” mantienen con el proyecto reificador de la modernidad.



Ahmed Gómez (Galería)





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