La obra de Ciro Quintana es emblemática de lo que se ha dado en llamar posmodernismo, definido por Jean-François Lyotard como “incredulidad hacia las metanarrativas”. Es decir, una pérdida de fe en la ciencia y otros proyectos emancipatorios dentro de la modernidad, como puede ser el marxismo.
De ahí que los principales elementos de la cultura posmoderna, y de la obra de Quintana, incluyan la sustitución de pastiche por el impulso satírico de la parodia, la predilección por la nostalgia y una fijación en un presente perpetuo.
El posmodernismo de Ciro Quintana estriba también en resaltar el carácter anacrónico de la pintura. En particular, lo figurativo que deja de traducir una mirada soberbiamente frontal para descodificar el mundo y remitir a la capacidad de doblegar la imagen hacia lo figurable, concediéndole un poder expresivo apto para hacer tambalear la firmeza de lo figurativo y reducirlo a fragmentos. Cosas todas que recuerdan la actitud manierista de trituración del pasado en su totalidad: rumiar el pasado, pero sin jerarquía.
Paralelamente al auge del arte conceptual, Ciro Quintana siempre ha tenido fe en la posibilidad de la pintura ante el pregón de su muerte. Siempre ha celebrado la libertad de pintar frente a los estériles sectarismos. Asimismo, recuperó la idea del barroco como fuente de inspiración antiutilitarista y paramoderna para subvertir el supuesto orden deshumanizador de la modernidad (Ortega y Gasset).
No olvidemos que en la década de los años sesenta y durante la década siguiente, partiendo de las líneas discursivas abiertas por el realismo mágico literario, empezó a producirse en la literatura latinoamericana, en particular en la cubana con Lezama Lima, Carpentier o Sarduy, una revalorización de lo barroco como herramienta de deconstrucción de los relatos occidentales de la modernidad. Proyectaron una interpretación de lo barroco como antesala para emprender un verdadero proyecto posmoderno. Con Ciro Quintana, lo neobarroco y sus guiños al barroco adquirió una carta de naturaleza específica en el arte cubano.
Ciro Quintana reúne imágenes encontradas en la historia del arte y en la vida cotidiana, creando una estética que sacude las convenciones a partir de los años ochenta en Cuba. Importa técnicas cinematográficas como el montaje y crea ensamblajes de referencias culturales que teatraliza al punto de integrar el proscenio o los telones como elementos esenciales de sus cuadros, salpicándolos de alusiones a Miguel Ángel, Rafael, Rubens, Poussin, Velázquez, Delacroix, Ingres, pero también a Tom Wesselman, Andy Warhol, Mark Tansey, Robert Longo, David Salle o Barbara Kruger.
Los contextos originales de las imágenes y los estilos desaparecen en una mezcla de temas y fondos. Hay provocación, melancolía, crítica y humor. También cuestiona las mitologías sobre las que se construyeron Cuba y Estados Unidos y aborda sistemáticamente el estado político de su país de origen y la situación de la cultura cubana, en particular su arte, marcado por la diáspora.
En su serie más reciente, Waking up from American dream, evoca sarcásticamente el mito del sueño americano, este sueño proteico que se presenta en muchas versiones diferentes a lo largo de la historia. América, “bendecida por los dioses”, era un lugar donde todo era posible, lejos de los sistemas feudales, las persecuciones y los enfrentamientos de la vieja Europa.
Ya no se esperaba que los individuos dependieran de sus orígenes, sino que fueran juzgados y recompensados en función de sus capacidades y su trabajo duro en una sociedad construida sobre el reconocimiento del individuo y el esfuerzo. Igualdad de oportunidades y libertad de iniciativa: estas eran las dos características esenciales que supuestamente distinguían a América de la vieja Europa.
A lo largo de los últimos dos siglos de existencia de Estados Unidos de América, abundan las imágenes que encarnan el sueño americano y dan testimonio de su realidad. El sueño de la riqueza y el bienestar material, el sueño de la felicidad, con su corolario de toda una serie de imágenes de tarjeta postal que pueblan el imaginario de los aspirantes a inmigrantes y el de la corriente dominante estadounidense: imágenes de éxito social, de felicidad familiar y de comunidades pequeñas, solidarias y fraternales.
También es un sueño de libertad política y religiosa, que vive en la mente de todos aquellos que, como los Padres Peregrinos, trataron de escapar de la persecución a la que se veían sometidos en Europa. Por último, es un sueño de una tierra intocada por cualquier influencia, donde se supone que la humanidad puede construir “la ciudad sobre la colina” o, en una versión más secular, escapar al curso de la historia y construir una comunidad ideal. El sueño de los puritanos en el primer caso, el sueño de los utopistas del siglo XIX en el segundo.
Pero, ¿todavía existe realmente el sueño americano? Esta es la pregunta que plantea Ciro Quintana en esta serie. Lugar mítico por excelencia, América es para él a la vez una utopía y un lugar de todas las posibilidades. Es la América que habita en el inconsciente colectivo americano y que expresan en todas sus formas la literatura, los medios de comunicación y, sobre todo, la “fábrica de sueños” que es Hollywood, según la expresión de André Malraux.
América, tierra de acogida, de libertad, de éxito, de abundancia y de plenitud, es un lugar en el que se supone que los hombres de todas las clases sociales construyen la nueva Ciudad y encuentran en sí mismos la suficiente grandeza de espíritu, coraje, voluntad y fraternidad para poder recomenzar la Historia.
Sin embargo, es una versión más concreta y materialista de esta América mítica, favorecida tanto por el cine como por otros medios de comunicación, la que evoca irónicamente Ciro Quintana.
La América del Sueño, tal y como aparece en la pantalla, se resume la mayoría de las veces en la América del Sueño Americano, la América de las historias de éxito espectacular, de las rags to riches stories y de los ciudadanos felices de vivir en familia, dentro de una comunidad en la que reinan la fraternidad y el espíritu de ayuda mutua.
En Hollywood, el Sueño Americano y el Sueño de América han conquistado a los espectadores, para quienes lo más importante es seguir adelante, llevando consigo su energía, sus esperanzas y sus sueños, y, como todos los personajes de la pantalla blanca, mantener un pie en la realidad y otro en la imaginación, mirando hacia el horizonte, hacia la América con la que sueñan.
Al final, Ciro Quintana aparece como un romántico extraviado en un mundo desprovisto de romanticismo. Es el pintor de una nostalgia instantánea, lo visible que representa no es sólo lo que se cree ver.
Distanciándose del arte pop y de su tratamiento del imaginario colectivo, de las representaciones codificadas producidas y difundidas en grandes dosis por el cine, la televisión, la publicidad y la fotografía, Quintana desvía el mundo imaginario del cine y de las imágenes de las revistas o de los cómics, en favor de una narración personal que representa en pintura lo que podría ser un sueño de toda una vida… Un sueño paradójico por parecerse a la realidad y por ser encarnado y materializado en pintura.
Si me gusta la obra de Ciro Quintana no es sólo porque ha contribuido a dotar al medio tradicional de la pintura de una relevancia contemporánea, sino porque me proporciona una experiencia carnal, la del gozo físico frente a unas obras cuyo aliento y fuerza son expansivos, incandescentes. Se trata de una obra compleja y rizomática que no deja de reinventarse constantemente, pero que siempre es reconocible.
Ciro Quintana cuestiona la pintura y al cuestionarla se cuestiona a sí mismo. Apoya su pintura y su discurso en la frecuentación y en el conocimiento íntimo de la historia del arte, de la que se adueña para introducirla en su universo creativo contemporáneo dominado por el concepto de identidad. Ciro Quintana respira la pintura, es su material básico, la esencia de su vida; la vida creativa imaginada. Es su material sagrado, su alimento, así como su desorden, su caos.
Ciro Quintana es un artista que, en la década de 1980, introdujo un nuevo lenguaje conceptual en la pintura. Sus composiciones de gran formato sorprenden por sus asociaciones heterogéneas y a veces contradictorias, reunidas en cuadros de dos, tres, cuatro, cinco, hasta veinte lienzos.
Los elementos que combina proceden de la cultura popular: el cómic, el arte pop, las antiguas películas americanas, así como la historia del arte, los ilustres pintores del pasado, yuxtapuestos e injertados unos en otros. Como en una compleja ecuación matemática, los significados y las fuerzas de estos elementos se multiplican, suman y dividen de forma extraña e híbrida, revelando incesantes exigencias visuales.
Pero, aunque el patrimonio artístico le sirve como punto de referencia, vemos que Quintana no lo considera un modelo ejemplar. Lo ve como un espacio para la reflexión metalingüística. A través de la relectura historiográfica que emprende para dar forma a múltiples referencias y temporalidades, pretende demostrar que la obra de arte es, en su forma y en su contenido, capaz de trascender su historiografía.
Lejos de entregarse a la homogeneidad y la instantaneidad reclamadas por la crítica modernista, empezando por Clement Greenberg y Michael Fried, Quintana nunca ha dejado de concebir obras en las que se interpenetran referencias y temporalidades.
El modus operandi en el que se basan sus cuadros se aproxima a los modelos temporales definidos y puestos en perspectiva por Aby Warburg y Walter Benjamin en sus escritos, y retomados en los últimos años por George Kubler y Georges Didi-Huberman. Quintana se apropia de conceptos “regresivos” y “heterocrónicos” que le permiten provocar colisiones entre imágenes y temporalidades, ya que la superposición de formas que incorporan fuentes heterogéneas no es exclusivamente un programa compositivo, en el sentido espacial del término, sino que también tiene un alcance temporal y anacrónico, basado en una lógica de montaje en su sentido más cinematográfico.
Aby Warburg alabó la impureza de la cultura renacentista, ensalzando su mezcla de elementos heterogéneos, su carácter híbrido que implica una “dialéctica constante de ‘tensiones’ y ‘compromisos’”. Estas nociones y fórmulas pueden aplicarse indudablemente a los cuadros realizados por Ciro Quintana en estos últimos veinte años.
Las obras de este artista se proponen liberar la mente a través del impacto de las imágenes y se destacan por la coherencia y el gran rigor del lenguaje que utiliza. Su propósito es demostrar que el significado de la imagen es una cuestión de percepción y que el ojo es un instrumento de libertad y de pensamiento. Podemos usar el concepto del genius loci acuñado por Achille Bonito Oliva para definir a Ciro Quintana: un demiurgo de sus esencias americanas capaz de transmitirlas en instalaciones hiperbólicas, intensamente rococós y extratemporales, ya que sabe que siempre frente a la imagen estamos frente al tiempo.
Quintana termina constituyendo un cosmos imaginario, impregnado de obsesiones metaforizadas o de metáforas obsesionantes, que tiene la expansión de las cosas infinitas. Su principal preocupación es hacer que su arte consiga aprehender el entendimiento, el conocimiento, la memoria y difundir imágenes de ellos. Sus obras más sobresalientes e impactantes están todas impregnadas por este afán: ver, examinar, conocer, comprender, interrogar y cuestionar las cosas.
La concepción estética de Quintana sostiene que la relación que entablamos con la obra artística es fundamentalmente de naturaleza sensible y no teórica, pero usa también su práctica artística como fuerza reflexiva, en el marco totalitario de la sociedad represiva en la cual vivió, para reformular el nexo entre arte y política, fuera de toda dependencia ilustrativa al repertorio ideológico que Cuba conoce. Sin dejar, al mismo tiempo, de oponerse tajantemente al idealismo de lo estético como esfera desvinculada de lo social y exenta de responsabilidad crítica en la denuncia de los poderes establecidos.
El arte, para Quintana, no se reduce a mera exhortación ideológica o moralista, sino que modifica y enriquece nuestras formas de mirar las cosas que ocurren en su país de origen, y ahora en su país de acogida.
Si bien sus obras se relacionan con el contexto inmediato de su creación, no se limitan a este contexto. La obra de Quintana evita un panfletarismo abierto, a favor de un despliegue más elaborado y sofisticado de la metáfora. De forma similar, usa elementos autobiográficos para proponer una consideración del choque del mundo de la realidad sobre la existencia humana, recibido y sentido como fuerza condicionadora: la objetividad del mundo –su carácter de objeto o cosa– y la condición humana se complementan mutuamente.
La pintura de Ciro Quintana se lee como una reflexión sutil sobre los poderes de la pintura, sus poderes de ilusión, pero también de desilusión. Sus cuadros son “un estado de cosas”, los restos dispersos de una realidad rota y fragmentada. Una realidad cuyos fragmentos intenta recoger a partir de su percepción del mundo.
Como cualquier gran pintura, la suya constituye una filosofía figurada de la visión cuyo enigma celebra.
Ciro Quintana (Galería):

Martí de memoria
Martí es nuestro equipo de fútbol, una suerte de grandeza manejable, a falta de la real, la de todos los días de un país normal.