Marta María Pérez Bravo: “El mercado del arte es un asco en sí mismo”

Marta María Pérez Bravo nació en La Habana en 1959. Emigró a México en 1995; se instaló primero en Monterrey y luego en Ciudad de México, donde reside actualmente.

Después de cursar estudios de pintura en la Academia de San Alejandro y en el Instituto Superior de Arte entre 1975 y 1994, empezó a practicar la fotografía; primero como documento para atestiguar las intervenciones y performances que realizaba en la naturaleza, luego para retratar su cuerpo y usarlo como soporte y mediación simbólicos.

La obra de Marta María Pérez Bravo está entre las más originales, intensas y fascinantes dentro de la fotografía contemporánea. Su andadura conceptual y estética se fundamenta en el aspecto antropológico, religioso, mítico, sagrado; así como en el contenido narrativo y simbólico de los temas que aborda: la relación entre subjetividad y materia, espiritualidad y cuerpo. Posee una dimensión universal que interroga las relaciones del individuo con el mundo, la religión, la mitología (en particular afrocubana); se basa en la construcción de lo invisible y de lo oculto como presencias efectivas.

Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…

Mi infancia transcurrió en una vida habanera normal, sana y tranquila, con una familia unida.

Mi madre era ama de casa y, aunque solo estudió hasta la secundaria, fue (y es) una mujer de una sensibilidad e inteligencia muy especiales. Mi padre era rotulista de profesión, aunque tuvo la oportunidad de estudiar pintura en los años cuarenta en la Academia de Arte San Alejandro, gracias a una beca que recibió por azar de la vida, cuando era adolescente y vivía en el Escambray. Pese a que era autodidacta, tenía muy buenas aptitudes como dibujante. Por esta razón, su hermano mayor lo llevó a La Habana a estudiar pintura, y ahí ya se quedó la familia a vivir.

De niña, mi padre me llevaba los domingos a los habituales conciertos de la Sinfónica Nacional en el teatro Amadeo Roldán, un teatro hermoso que yo veía como un palacio. También me llevaba a ver exposiciones: recuerdo especialmente que cuando yo tenía apenas ocho años me llevó a visitar el Salón de Mayo, una exposición muy polémica (de eso, lo de polémica, me enteré mucho después) donde participaban importantes artistas (Matta, Lam, Picasso, etcétera). Fue en el Pabellón Cuba en el año 1967; vale la pena que busquen información al respecto, pues fue un verdadero acontecimiento en el país.

Alguna que otra vez mi padre me consiguió materiales para que yo pintara y dibujara. Todavía me pregunto (más bien lamento) por qué nunca se me ocurrió preguntarle de dónde había conseguido una caja de colores (¿o acuarelas?, no recuerdo) Winsor & Newton (todo un lujazo; aún lo es a día de hoy, para los artistas). Nunca lo olvidaré, ya que fue el mejor regalo que me han hecho. También me llevaba a pescar a La Chorrera, con un alfiler doblado y un carretel de hilo de coser.

¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista?

Cuando terminé mis estudios de secundaria (la adolescencia en su punto) aún no tenía nada clara mi vocación, y me decidí a hacer las pruebas de ingreso en San Alejandro. Reconozco que lo hice no por considerar que tenía grandes aptitudes, sino más bien para librarme (literalmente) de estudiar física, química y matemática: asignaturas que me ocasionaban terror, pues eran como otro sistema de pensamiento que mi cerebro al parecer no tenía y que hasta la fecha sigue sin tener la capacidad de entender, y mucho menos de comprender. En San Alejandro solo se impartían artes y letras. Ya con eso vi los cielos abiertos.

Fui a hacer las pruebas de ingreso y, para mi sorpresa, un buen día recibí un telegrama (así era como te avisaban en esos momentos, años setenta, si entrabas o no). En serio, aún me pregunto qué hubiera pasado con mi vida si no hubiera sido aceptada. De todas formas, creo que siempre tuve una inclinación natural hacia las artes y las letras, seguramente también enriquecida gracias a mi padre. Quiero pensar que algo de eso vieron en mis intenciones, o quizás no eran tan exigentes. En fin. Recuerdo que el día que hice los exámenes de ingreso llegué a mi casa segura de que había sido un total fracaso.

¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?

Empezar a estudiar en San Alejandro me ayudó a comenzar a ver que el arte no era pintar y cantar, era algo distinto a lo que yo pensaba. En Cuba, en esa época, no se usaba mucha “pensadera” en cuanto a la enseñanza artística (si es que el arte se puede enseñar). Creo que con el tiempo no fui la única en darme cuenta. Tuvimos algunos buenos profesores, de esos que no se olvidan, que nos pusieron a llorar con Lord Byron y a viajar por Grecia, el Coliseo, Egipto, el Hermitage, el Prado.

Tuve la oportunidad, y la suerte, de compartir esa etapa de estudiante (igual que la del ISA) con buenos amigos (lo son todavía) y con otros que hoy son artistas con carreras reconocidas; así como de tener profesores (también artistas recién egresados del mismo ISA) como Consuelo Castañeda, Flavio Garciandía, René Francisco; quienes, como siempre he dicho, nos enseñaron a pensar, y con quienes aprendimos y aprehendimos que el arte era algo más que saber pintar o dibujar.

No estoy queriendo decir con eso que saber pintar o dibujar tenga algo de malo (de hecho, no sé hacer ninguna de las dos cosas), sino que en esos momentos nos enfrentábamos por primera vez al arte conceptual y a las primeras visitas de artistas de Estados Unidos (acontecimientos verdaderamente nuevos en el panorama del arte cubano, y no solo del arte), como Ana Mendieta, Luis Camnitzer, Joseph Kosuth, etcétera; quienes, de alguna manera, voltearon a 180 grados el panorama artístico y lo ampliaron en muchos sentidos, aportándonos información acerca del arte de diferentes maneras, algo a lo que nunca antes habíamos tenido acceso, ni nosotros ni nadie.

Me gradué del ISA, como de San Alejandro, en la especialidad de Pintura (según dice mi diploma) en el año 1984, con un trabajo de tesis que en aquel entonces distaba mucho de poder llamarse obra, donde hacía uso de la fotografía como documento de acciones en el campo (una especie de performance Land Art), y sin usar la pintura como medio y técnica de expresión, aunque la estudié durante nueve años. De hecho, en esos momentos la fotografía no existía como materia de estudio, ni en el ISA ni en ninguna parte. Creo (y no solo por esa razón) que fue una tesis que revolvió el ISA, precisamente, porque esa generación de profesores cambió radicalmente los programas de estudio e incluso la perspectiva como artistas (pues tampoco haber estudiado arte te convierte en artista). Vale decir también que había otro grupo de profesores que encarnaban la mediocridad mental, con los que había que batallar duro.

De paso, te voy a explicar por qué no fue solo esa la razón por la cual mi tesis en particular revolviera el panorama. En ese momento, mi oponente de la tesis (el profesor de Historia del Arte Rudy Fernández) se opuso literalmente a mi tesis y, sobre todo, a mi trabajo investigativo, debido a que seleccionaba temas de supersticiones y creencias populares campesinas vinculadas de alguna forma a creencias religiosas, las cuales, como era “lógico”, conllevaban temas ajenos y sobre todo contrarios al materialismo dialéctico como ideología. O sea: terrible e inaceptable asunto, y mucho más en aquellos momentos.

Pero bueno, libré la batalla (bajo la expectativa de toda la escuela, cual película de suspenso para ver quién es el asesino) con el máximo de calificación y, lo que son las cosas de la vida, pocos años después supe que ese mismo profesor oponente se había dedicado a practicar la Santería y fungía (¿o fingía?) como babalao. Si es cierto o no, da igual, pero disfruté mucho el dato. Nada, ironía del destino.

¿Qué es la fotografía para ti?

Usaré una frase de Ansel Adams para contestarte: “Una fotografía no es un accidente, es un concepto”.

¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?

El arte es como una especie de religión: se cree en él o no. He admirado y admiro todavía y siempre a los buenos artistas, los que saben hacer mucho con poco, con honestidad y valentía; esto va para el cine, la literatura, o sea: las artes en general.

Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años ochenta?

Creo que el arte cubano en particular (hablando de las artes plásticas) se puso en el punto de mira precisamente a partir de esas visitas de artistas que mencionaba, principalmente de Estados Unidos, que propiciaron que el arte cubano (me refiero a la generación que en ese entonces tenía entre veinticinco y treinta años) empezara a tener presencia fuera de Cuba.

La generación de los ochenta fue formada con otros valores de apreciación y postura ante el arte, y cada uno hizo con eso lo que quiso. No quiere decir que toda esa generación de artistas sea brillante. El hecho de pertenecer a esa generación ni quita ni pone. Hubo, y hay, buenos y malos artistas, como en todas las generaciones.

¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos?

Yo me llevo bien con casi todo el mundo, sean barrenderos o intelectuales, porque considero que las buenas relaciones se basan en el respeto.

¿Conoces la influencia que has tenido en otros artistas cubanos?

A cada rato recibo correos de algunos estudiantes (y no solamente cubanos) que están trabajando en mi obra como materia de tesis o maestrías. Veo que mi obra ha servido de mucho a varias generaciones de estudiantes, y eso me alegra y enorgullece.

Háblame de tu proceso de creación. ¿Qué es lo que desencadena tu necesidad de crear? ¿Cómo trabajas? ¿La visión de una fotografía o de una instalación preexiste al acto de crearlas?

Mi obra parte casi siempre de alguna investigación o estudio de bibliografía especializada en los temas religiosos. Abordo estos temas desde el principio, para saber de qué estoy hablando y poder hacer una interpretación de esas verdades desde mi punto de vista como persona y como artista.

Mi proceso de trabajo es quizás al revés del proceso de otros artistas. Los títulos en mis obras son muy importantes, y es lo primero que surge; yo los considero parte fundamental de la obra. En casi todos los casos son palabras o frases que selecciono de esa bibliografía y que me apropio como concepto, para después visualizarlas y convertirlas en imágenes. Respetando esas palabras, pienso entonces en cómo lograr la imagen precisa que las represente con la menor cantidad de recursos posible, dándole al espectador solo la información que yo quiero, y conmigo misma como modelo, pues pienso que es la manera más directa de representar mis ideas.

Las escenas construidas siempre son con luz natural en mi casa, y es otra persona (Flavio Garciandía) quien toma las fotos a partir de pequeños bocetos que explican lo que se tiene que ver y lo que no. En las fotos uso objetos que en todos los casos son construidos por mí. Las artes plásticas me sirvieron y me prepararon para eso.

¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas…?

Absolutamente. Solo pienso en mí, en lo que creo y me satisface como artista, y esto no quiere decir que necesariamente sea del agrado del espectador, sea quien sea.

¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo?

El mercado del arte es un asco en sí mismo, pero por suerte hay personas, sean coleccionistas o galeristas, que creen en los artistas y en sus obras.

El dinero nos hace falta a todos; el que diga que no, está mintiendo. O quizás lo dice desde el Tíbet, o desde algún monasterio escondido, pues hasta en los monasterios se necesita dinero para vivir y cubrir las necesidades.

¿Cuándo y por qué decidiste exiliarte?

No me considero una exiliada, nadie me sacó de Cuba. En 1995 se dio la oportunidad de que mi familia y yo viniéramos a México a trabajar con la galería Ramis Barquet. Desde entonces vivimos aquí. Sin embargo, siempre me ha interesado mantener la presencia en el panorama del arte cubano, y eso ha sucedido, con honestidad y respeto.

Tanto es así que en estos momentos tengo una exposición antológica, Firmeza, en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana. Para mí, esa no ha sido una exposición más dentro de mi carrera, sino LA exposición, pues la hice pensando sobre todo en las nuevas generaciones (y tal vez las viejas también) que no conocen mi obra en su totalidad. Se trata de una antología donde figuran desde mis primeras obras (como por ejemplo las que mencionaba como parte de mi tesis, y que nadie conoce) hasta las más recientes que incluyen el video, una práctica en la que he estado trabajando desde hace varios años.

¿Qué queda de Cuba en tu vida y en tu arte?

Siempre ha estado presente, nunca se ha ido.


Galería


Marta María Pérez Bravo – Galería.




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François Vallée

“Ser artista cubano te pone siempre bajo la égida de lo político: se espera cierta responsabilidad, cierta actitud. Pero esto está presente también en otras partes del mundo: los artistas, en especial los más conocidos, se convierten en la voz de los que no pueden o no saben hablar, y eso conlleva una alta responsabilidad”.