Todo impulso de mi espíritu comienza siempre en mi sangre.
Rainer María Rilke: Carta a Merline.
En un texto publicado en la revista Documents en junio de 1929 y titulado Le langage des fleurs, Georges Bataille da a entender que la flor siempre ha sido un objeto ficcionado, esto es, una cosa que se elabora por mediación de nuestro pensamiento. Y dado que nuestro pensamiento es nuestro lenguaje, nuestro lenguaje hace que la realidad exista. Por tanto, también es un objeto ficcional, ya que al ser expresado por la palabra el objeto desaparece como objeto.
Al final, el hecho de que se atribuyan tantas significaciones a las flores lleva a Bataille a preguntarse si dichas significaciones se fundamentan realmente en algo real, o si la flor no se ha convertido en un puro producto del espíritu. De ahí la necesidad, asumida por Bataille, de ironizar, de mofarse, de dejar que la flor imaginaria se marchite y retorne a su basura primitiva, la pestilencia del estiércol.
Su razonamiento: si la forma delicada de su corola y las virtudes afrodisíacas de su aroma hacen de la rosa roja el símbolo del amor —por un acercamiento muy humano al deseo amoroso provocado por una hermosa muchacha—, el que ambas simbolicen la Belleza ideal constituye una reacción inexplicable, incluso injustificable, dado que hay flores y muchachas que no son hermosas.
Este curioso texto de Bataille sobre las flores y la percepción que tenemos de ellas echa las bases de su negación de las categorías formales y de las filosofías monistas.
En su práctica artística, Odalys Orozco —quien, por cierto, adora las flores por su inagotable capacidad de significar (la pureza, la belleza, la fugacidad, la vanidad, la revolución, el misterio, y un largo etcétera), y por ser el propio ejemplo de las ambigüedades de la estética— cuestiona a su vez las categorías y las jerarquías que estructuran nuestra percepción y comprensión del mundo. Sabe, como Heidegger, que “lo oscuro es la estancia secreta de lo claro, lo oscuro conserva lo claro, se pertenecen mutuamente”.
La combinación en su obra de imágenes dispares y de temas heterogéneos conllevan una red de referencias cruzadas y arriesgadas, a veces oscuras, que terminan tejiendo una trama de analogías sorprendentes y afinidades inesperadas (“la ironía es la forma de la paradoja y la paradoja es todo lo que es a la vez bueno y grande”)que ilustran perfectamente el concepto de lo “informe”, analizado por Bataille, cuyas palabras para describir la obra de Joan Miró se adaptan a la de Odalys:
“Son perturbadoras como edificiosdestruidos, seductoras como muros descoloridos en los que generaciones de pegadores de carteles, aliados durante siglos de la llovizna, han inscrito misteriosos poemas, largas manchas que adoptan formas dudosas, inciertas como depósitos aluviales”.
La obra de Odalys Orozco revela su interés por las categorías y las formas que estructuran nuestra percepción del mundo. Termina constituyendo un cosmos imaginario que tiene la expansión de las cosas infinitas, influenciada por Whitman y su visión panteísta o por Borges y sus obsesiones metaforizadas o sus metáforas obsesionantes. Su principal preocupación es hacer que su arte consiga aprehender el entendimiento, el conocimiento y difundir imágenes de ellos, ya que “la sangre que baña su corazón es pensamiento”. Sus obras más lindas e impactantes están todas impregnadas por este afán: ver, conocer y comprender siempre más cosas, y en esta búsqueda incesante adivinamos de manera subyacente lo que John Cowper Powys llamaba “una filosofía personal de la soledad”, o sea, la soledad como conexión con lo más profundo del ser, pero volviendo al entorno, este“vasto flujo de las cosas”.
Hay algo como fuera del tiempo en el universo y en la estética de Odalys, que se niega a limitarse a una conducta en particular, ella es “amplia, contiene multitudes” y se expresa a través de un largo abanico de medios: la fotografía, la pintura, el video, el dibujo, la instalación, el performance… Sus obras atestiguan una aptitud poco frecuente a tomar riesgos y despliegan una estética plural, amplia, siempre renovada, que procede de la historia de la pintura, de la fotografía, del dibujo, de la música, del cine, por solo citar algunas de sus fuentes eclécticas de influencia.
Cada conjunto de obras explora en profundidad las posibilidades de crear y de asociar imágenes con su entorno físico y cultural más inmediato y sus resonancias afectivas e intelectuales. Es una obra relacionada con los fenómenos visuales contemporáneos y con nuestros deseos y preocupaciones, a menudo contradictorios. Sondea a través de una espontaneidad y una pulsión investigadora los espacios donde pudiéramos proyectarnos mentalmente.
Sus obras proporcionan un placer estético porque encierran una retahíla de captaciones retinianas y emotivas, ofrecen un modelo de libertad plástica por una puesta en tela de juicio inventiva y por la observación atenta del reino de lo humano y de las percepciones personales. El espectador está como cautivado por sus ficciones que afrontan la problemática de las sensaciones forzosamente efímeras y saben captar el presente, este “instante en que el futuro se disgrega en pasado”.
Sensualidad y purismo se complementan en el trabajo de Odalys. Sus formas (sus obras) conservan siempre la vitalidad del mundo sensual, nunca son solamente los vectores de un sistema propiamente espiritual, inmaterial, abstracto, sin propiedades físicas. Odalys busca recrear la armonía de la naturaleza donde nada hay superfluo, ya que la naturaleza, organismo inmenso y sensual, es la memoria universal, la imagen perpetua de los procesos de evolución y de crecimiento que modelan la vida de los individuos y, a la postre, las culturas de las civilizaciones.
Su obra posee una connotación romántica arquetípica, le gusta agotarse en la pura percepción, estar como fuera del tiempo, “el justo tiempo humano”, y regenerar esta percepción a través de la función vital del arte que es una manera de seguir vivo, de saltar más allá de sí mismo, una fuerza de resistencia a cualquier voluntad de negar la vida, una actividad metafísica de la existencia.
El purismo no excluye la posibilidad del acontecimiento visual, del placer estético personal. Odalys explora la frontera donde la forma se vuelve casi imperceptiblemente parte integrante del entorno, concentrando en sí misma la consonancia de la naturaleza a la par que manifestando una existencia autónoma y soberana.
En sus obras, vemos a Odalys Orozco pensar o soñar sin tapujos, utilizando imágenes altamente poéticas y espirituales. Para ella, como para Arnim o Novalis, el sueño y la realidad son principios indiferenciados, lo animado y lo inanimado son indiscernibles uno de otro, “el mundo se hace sueño; el sueño mundo”.
Así, la vida no es más que el sueño de un sueño, y el estado de vigilia está en otra parte, ahí donde los hombres, los animales, las piedras, las estrellas, los sonidos, los colores aparecen juntos, indisolublemente, en una especie de vitalismo generalizado, actúan como una sola familia, una sola especie, una sola raza en una tenebrosa y profunda unidad.
El suyo es un enfoque antropológico de la cultura material y espiritual que interroga nuestra forma de percibir, de conocer, de dar un sentido y de cantar lo universal. Su obra se impone a nosotros por su naturaleza corporal, los aspectos y los materiales que las componen (ella da muestra de una gran sofisticación en su manipulación de los materiales y su potencial metafórico, el significado de su obra es dictado tanto por el material escogido como por su forma) movilizan nuestra sensibilidad por valores como el respeto y el amor de la naturaleza, de la humanidad, de la alteridad y de la igualdad. Expresan intrínsecamente una manera particular de estar en el mundo, vista desde un prisma femenino que esclarece las similitudes entre los modos masculinos y femeninos de vivir una experiencia.
Su obra concede una singular relevancia a la universalidad de las vivencias humanas, en una fusión de lo genérico con lo individual. En realidad, disociar la masculinidad y la feminidad constituye un peligro para la humanidad, la cual es un todo armonioso que no debe sufrir partición alguna.
El arte de Odalys Orozco desestabiliza nuestra percepción de varias maneras. Posee una materialidad que escapa, flota, absorbe, revela y desborda; está animada por un flujo perpetuo, da a luz, nutre y abreva. Nos toca, nos conmueve, se insinúa bajo nuestra piel. Concibe el arte como un pensamiento figural, una sublimación del espíritu y se introduce en el espacio significante del espectador a través de un espacio bruto, virgen, primario, corporal, despojado de cualquier armadura profiláctica.
No hay que olvidar que la idea de Duchamp, según la cual el espectador tiene tanta importancia como el creador, porque termina la obra, es otra ilusión. La obra nunca está terminada, y si lo está, entonces está muerta, y ya no es arte. Las significaciones siempre están elaborándose, nunca deben estar selladas.
Odalys Orozco, “como si tuviera un alma hecha con plumas de pájaros”, acaricia y repele al espectador de su obra, se protege de él para luego entregarse a él en un juego siempre recomenzado de atracción y repulsión, entre la suavidad de las plumas y las hojas aceradas y cortantes de los cuchillos.
A semejanza de una alquimista, Odalys Orozco trasmuta su vida personal, sus encuentros, sus experiencias, sus ideas en un Ars Magna que significa para ella un verdadero viaje iniciático; es una romántica moderna que asocia lo profundo, lo trágico, lo irónico, lo paradójico con lo liviano, lo bello, lo armónico, lo arcano, en un trasmundo cautivante donde “lo invisible se prueba por lo visible, hasta que lo visible se haga invisible y sea probado a su vez”.
Su trabajo no está sujeto a las evoluciones del gusto, al sistema de la moda, encuentra sus raíces en la propia sustancia de la vida y, como ésta, parece regenerarse automáticamente, desarrollarse y reproducirse perpetuamente en formas siempre nuevas. En estos tiempos dominados por el principio del consumismo y de la velocidad efímera, la obra de Odalys Orozco resulta casi subversiva, penetra la superficie de las cosas, lava, hurga, encuentra.
Mostrar lo que no se puede ver, enunciar lo indecible, representar lo que ninguna imagen puede transcribir como la textura del alma, del tiempo, del espacio, la íntima esencia de lo que nos circunda, invisibles para nuestros ojos e impalpables para nuestros dedos, esta es en definitiva la intención subyacente de su arte, un arte de metamorfosis que abre el pensamiento a lo que no logra pensar, lo aprehende, lo ilumina y, cosa inaudita, nos revela que dentro de uno mismo es donde hay que ver lo exterior.
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