Enzo Gallo, el italiano que esculpió a Fidel Castro

Era la madrugada del 8 de enero de 1959. Hacía apenas una semana que el dictador Fulgencio Batista había salido de Cuba tras el empuje del Ejército Rebelde y el rechazo popular a su desgobierno. Auxiliados por la oscuridad, un grupo de hombres trabajaba a unos metros de la que fuera Ciudad Militar de Columbia. 

Algunos, sudando copiosamente, le daban los últimos retoques a un pedestal con forma de pentagrama con un cuadrado hueco en el centro. Otros esperaban, fumando, para acomodar en él un rectángulo de mármol, de cerca de un metro de altura. Por último, un par de recién llegados, jadeantes, cargaban un busto que se había estado realizando a lo largo de toda esa noche en un estudio-taller cercano. 

La figura, ya fuera de su envoltura de nylon, era de mármol, tenía una altura aproximada de 35 centímetros y estaba trabajada solo hasta el cuello, que descansaba en una circunferencia pétrea. Representaba, se podía inferir en aquella oscuridad, a un hombre barbudo, similar a los de la Grecia clásica, aunque en este caso lo coronaba una gorra. 

La inscripción que acompañaría al busto señalaba que se erigía a un hombre que era la figura del momento, la persona que, con un puñado de efectivos, había derrotado a un ejército profesional en poco más de dos años: Fidel Castro Ruz. Era esta obra la que se instalaba en la víspera de su entrada a la capital de la República, una muestra de agradecimiento a quien, como rezaba el mármol, “ha sabido romper las cadenas de la dictadura con la llama de la libertad”. 

Este busto, el primero construido en Cuba durante la vida de Fidel, fue desmantelado por orden del propio Comandante en Jefe a los pocos días y su destino es desconocido. Hoy, en la esquina donde convergen las avenidas de 41 y 31, en el municipio habanero de Marianao, no queda ningún vestigio suyo. 

Varias preguntas pudiéramos hacernos relativas al suceso, sobre todo porque alrededor de él existe muy poca información y la única fotografía hasta ahora divulgada la publicó la revista Bohemia en esos primeros días de 1959. 

El autor rara vez es mencionado y su legado apenas se estudia en las escuelas de arte. Por eso, considero oportuno develar algunos detalles de Enzo Gallo, el artista italiano que esculpió a Fidel Castro.

Enzo Gallo Chiapardi (1927-1999) y su obra son dos desconocidos en la actualidad. Sin embargo, cuando se habla de la historia de la escultura en Cuba, este italiano descolló como primerísima figura del arte durante las décadas del 40 y 50.[1]

Comentaba él que allá, en su tierra natal, cuando aún no se olía la pólvora de la guerra, le regaló a su madre su primera escultura de mármol: un león diminuto que sostuvo con su mano de niño de 10 años, mientras sonreía y decía que se había inspirado en el color rojizo de una piedra tradicional de la región italiana de Pádula.

Su padre se opuso fervientemente a que siguiera la tradición marmolera de sus catorce tíos, quienes en Pádula tenían negocios en la industria; ya fuera en la cantera, el taller de corte, o en la conformación y pulido final de obras arquitectónicas. 

Iniciada la Segunda Guerra Mundial, la ciudad fue invadida por las tropas de Mussolini y bombardeada también por los aliados. La vida se fue volviendo no solo difícil, sino peligrosa, y la familia Gallo llegó a una decisión no por sensata, menos dolorosa: enviar a sus hijos a donde pudieran ser bien cuidados. Enzo, el mayor, fue el primero en marcharse. El padre habló con un hermano y destinó al muchacho a la ciudad de La Habana, capital de la tropical República de Cuba.

La Habana de 1948 era una ciudad con futuro. Envuelta en una política de obras públicas constante, intentaba convertirse en la primera ciudad de Latinoamérica en cuanto a confort, urbanidad y diversión. Enzo se avecindó en la barriada de Marianao, donde sus tíos Miguel y Francisco Gallo regentan la marmolería Gallo y Hermanos, y fue recibido con beneplácito, ya que sería un ayudante experimentado y de confianza. 

En aquel momento, el negocio se encontraba trabajando en el proyecto decorativo de uno de los edificios más impresionantes de todo el Caribe: el Capitolio Nacional. No obstante, el escultor decidió acercarse al Cementerio Colón, al que consideraba inmenso en grandeza y decoración para tomar referencias.

El negocio de mármol de los Gallo no solo atraía a la clientela comercial que les compraba materia prima de calidad para obras de arquitectura, también eran asiduos a ella los escultores de La Habana, que acudían a seleccionar el mejor mármol para sus obras. 

Fue uno de ellos, el afamado Juan José Sicre, profesor de Bellas Artes en la Academia de Artes San Alejandro, el primero en reconocer el trabajo del joven italiano. Hubo una conversación que se prolongó el tiempo suficiente para que Enzo decidiera estudiar en la Academia. Decía el artista que ese intercambio fue su puerta de entrada al mundo del arte profesional cubano. Sicre lo invitó a sus clases en San Alejandro, por lo que, entre abril y junio de 1948, pasó allí todas sus tardes y fines de semana.

En octubre del propio año ingresó en la Academia y, seis años después, se graduaba como escultor profesional. Con la misma vocación de sus maestros Sicre, Leopoldo Romañach y Mario Santi, compartió su labor creativa con la pedagógica. 

Cuando en 1956 recibió su título de escultor, ya había conocido a Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros durante una breve visita a México, tomando de ellos parte de su experiencia. También se había reconciliado con su padre, quien incluso viajó a La Habana y se había quedado impresionado con el trabajo del mayor de sus hijos. Aunque hubo algo que también tranquilizó al viejo Gallo, más que los progresos artísticos, y fue el gran progreso que vio en vida personal de su primogénito: este se había prometido con una habanera, Carmen García, una hermosa muchacha de unos 17 años e hija de una respetable familia cubana. 

No pierde tiempo Enzo para darse a conocer, en marzo de 1956, como parte de la muestra colectiva El tema religioso y expone sus primeras piezas en la Galería Cubana. Del 28 de noviembre al 28 de diciembre de ese mismo año, recién graduado de San Alejandro, participa en el VIII Salón Nacional de Pintura y Escultura en el Palacio de Bellas Artes de La Habana. 

Al año siguiente, viendo su propia evolución, decide aplazar su matrimonio y hacer un viaje a Carrara, Italia, donde, según decía el maestro Miguel Ángel Buonarotti, se encontraba la base de la tradición escultórica. Dejó en La Habana a su prometida y regresó, en 1957, a casarse y decidido a radicar en Cuba. 

En ese año, mientras disfrutaba de su luna de miel en México, se entera de que su obra Ritorno —una pieza de mármol, semiabstracta realizada un año antes— había obtenido una mención de honor en la exposición anual del Instituto Nacional de Bellas Artes de La Habana.

A partir de ese momento, el ya consagrado artista, que se consideraba como un cubano más en el ambiente del arte de finales de los años 50, comenzó a participar en todas las exposiciones a donde era invitado en justo reconocimiento a su talento y maestría con el mármol. 

A la par, mientras su obra se hacía más conocida en los escenarios artísticos de la capital, comenzó a recibir encargos; bien como reconocido comercial del mármol, bien como escultor. Incluso varios arquitectos le dieron el encargo de diseñar y ejecutar paneles y paredes de mosaico en sus proyectos.

Sus obras de este período forman parte del patrimonio público y arquitectónico de una ciudad que iba alcanzando categoría artística a nivel continental: el relieve de mármol de Carrara de dos metros y medio: El mar, para el Hotel Riviera en La Habana; otro en el muro que daba entrada a la casa de Juan Hernández, dueño de La Cafetería Nacional de La Habana; y varios encargos residenciales de uno de los arquitectos más de moda de La Habana: Cuco Pérez Llane. 

Como piezas escultóricas, destacan Solo (1956) y Perro (1957), ambas en mármol; así como Revolución y Tortura (1959), en piedra. En 1958 se le concedió el mayor honor que un artista nacional pudiera desear: su obra Ritorno fue seleccionada como la pieza escultórica que representaría a Cuba en la Bienal Mexicana.

En este estado de cosas, sorprende a Enzo el triunfo de la Revolución. Como extranjero adoptado por la cultura y el arte cubano, exiliado de un país tragado por el odio y el fuego fascista, decidió abrazar la causa de los barbudos como propia. Cuando se enteró que la caravana que traería al ejército triunfante estaría cerca de San Alejandro, decidió realizar la escultura del hombre que estaba en el pensamiento y el corazón de todos los cubanos del momento: Fidel Castro Ruz. 

En la madrugada del día 8 de enero de 1959, acompañado de algunos amigos, erigió el que sin saberlo fuera prácticamente el único busto del guerrillero de la Sierra Maestra realizado y emplazado en vida del líder.[2] Pensó Gallo, seguramente, que su obra sería el inicio de una nueva tradición. Por eso, días después, sostuvo la revista Bohemia que reportaba su busto, y lo hizo con una alegría inusitada, dando saltos de alegría, y entonces decidió poner el cincel y sus energías a disposición de los nuevos tiempos.

Sin embargo, cuál no sería su sorpresa al saber el desagrado que trajo su escultura. De lo que sucedió, realmente poco se tiene claro y mucho forma parte de la imaginación popular. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que el busto estuvo emplazado alrededor de una semana, hasta que alguien notificó a Fidel y, según la información oficial:

+++Con la misma prontitud que el escultor Enzo Gallo Chiapardi modeló el busto dedicado a Fidel, la noche antes que la caravana libertaria que recorrió el espinazo de la isla grande entrara a La Habana, el 8 de enero de 1959, con el jefe rebelde al frente, el artista italiano tuvo que desparecerlo de la faz de la tierra. Apenas el líder supo de la noticia del monumento erigido en su homenaje en las cercanías de la Ciudad Militar de Columbia, ordenó retirarlo. Gallo Chiapardi quedó preso del desconcierto.[3]

Y aquí se le pierde la pista. Algunos aseguran que fue totalmente destruido,[4] otros creen que descansa en el sótano de algún edificio como el famoso diamante del Capitolio, y algunos lo ubican en el Archivo Histórico del Consejo de Estado. La realidad es que, hasta ahora, el paradero del busto es desconocido y comentar al respecto es pura especulación.

Por otra parte, Enzo terminó sus días en Estados Unidos. Salió de Cuba en noviembre de 1960 hacia Miami y allí hizo todo lo posible por seguir desarrollando su talento. Como artista, la partida significó el enfrentamiento a un nuevo universo: el mundo del arte estadounidense, marcado por pautas creativas diferentes a las que estaba acostumbrado. 

Durante unos años trabajó en Hollywood y fue reforzando el prestigio que traía desde el país antillano. En 1973, el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano le notificó que su nombre formaba parte de un grupo de casi cuatrocientos artistas seleccionados que serían representados en un catálogo de obras de arte dirigido a agencias públicas y patrocinadores privados. 

Durante ese año, le confirmaron que el curador principal de arte moderno en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, Maurice Tuchman, había incluido su obra Flight en la Bienal de Artistas en el Museo de Arte de Nueva Orleans. 

Al año siguiente, una de sus obras fue incluida en la famosa exposición de escultura al aire libre de la Fundación Pagani, en el Museo de Arte Moderno de Milán, Italia. Enzo era, sin dudas, un artista en plena forma aún.

Su éxito fue creciendo y cuando murió, en 1999, dejó una extensa obra escultórica que, a diferencia de su enigmático busto, lo convirtió en un artista de talla mundial.


© Imagen de portada: ‘Busto’, de Enzo Gallo, 1959.




Notas:
[1] Aunque brevemente, aparece reflejado en el libro La escultura en Cuba. Siglo XX, de José Veigas Zamora (Fundación Caguayo-Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005, p. 157).
[2] Se conoce que el escultor Fernando Boada Martín, también en 1959, realizó un busto de Fidel Castro, aunque este no se llegó a emplazar.
[3] Enrique Ojito: “Fidel Castro: Los que dirigen son hombres y no dioses”, en Escambray12 diciembre de 2016 (versión digital) .
[4] Diversos historiadores aseguran que Castro prohibió los monumentos en su honor a tan solo unas semanas de haber triunfado la Revolución cubana tras el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista en 1959.





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