En paz descanses, Yesapín García



Hace años que muchos cubanos esperan la continuación de la serie animada independiente Dany y el Club de los berracos, de Víctor Alfonso Cedeño a.k.a. Vito. El sexto y último capítulo estrenado (Selección natural, 2016) prometió una metamorfosis radical en el personaje protagónico, tras un desengaño amoroso que incinera su adolescencia, tal vez dando repentino paso a una adultez amarga. Quizás suceda un definitivo cambio de tono de una saga que transita de la ingenuidad teen a una maduración más cercana a los jóvenes de las películas de Larry Clark que a Hannah Montana.  

La serie protagonizada por la escatológica niña Yesapín García finalizó igualmente su segunda temporada, con el enunciado de nuevas peripecias cada vez más surrealistas y absurdas, y de nuevos antagonistas que redimensionarían el universo de la cubanita emigrada.

Hace años espero la continuación de estas aventuras truncas. Las indagaciones por la posibilidad real de que se estrene el capítulo 7 de Dany… y la tercera temporada de Yesapín… son habituales en mis frecuentes conversaciones con Vito vía WhatsApp, insertas entre los comentarios y especulaciones sobre los destinos de las películas de DC y Marvel.

Vito se fue de Cuba hace dos años y ahora reside en Miami. Desde ahí persiste en su carrera como realizador, con numerosos proyectos pendientes y a medio camino; respaldado por una obra que lo convierte en jalón importante en la cartografía audiovisual contemporánea cubana y también en otros campos creativos, sobre los que se impulsó para incursionar en el mundo de las imágenes en movimiento. De esto y más, conversamos en esta entrevista.


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Yesapín García.


Antes de decidirte a escribir, gestar y dirigir animación, incursionabas en el cómic, en la historieta. Los personajes que luego reunirías en Dany y el Club de los berracos comenzaron en el papel. ¿Pasar de la historieta a la animación lo consideras un proceso natural, un salto “evolutivo”? ¿Quizás la historieta fue un arte de transición para ti?

El cómic fue el medio que encontré para plasmar las historias que me llegaban a la cabeza. Siempre me consideré (aunque nunca lo he confesado públicamente) un puente, un túnel por el que bajaban ideas venidas del éter, de una nube. Esas historias se me acumulaban en la cabeza, como un ómnibus de una ruta en La Habana atiborrado de personas, con el chofer diciendo: “Caminen pa´tras, que caben más”. Y no, no caben más, los pasajeros se tienen que bajar en las paradas. Eso eran los cómics, las paradas, bajar pasajeros para que no se me llenara la guagua, o sea, la cabeza. 

Luego descubrí que a través del humor podía seguir “bajando pasajeros”. 

Así, en el preuniversitario y la universidad incursioné en las artes escénicas como un aficionado. Entonces se fue gestando un híbrido. Ya no era solo el papel, con figuras en poses congeladas en plena acción. También me estaba valiendo de los movimientos y los sonidos. 



‘Cositas malas’.


Tuve la suerte de desarrollarme en un medio de amistades estudiosas, que siempre estábamos analizando las series y largometrajes animados, detrás de lo último en tecnología. La opción del dibujo animado siempre estuvo ahí, esperando, haciéndome señas, diciéndome: “¿Pa´ cuándo, mijo?”.

¿Pero cómo hacer un dibujo animado? Aaahhh, Matojo, ¡qué distinto sería todo si lo planificas bien! Como mismo levantas un edificio, una vez que tienes el proyecto delante de ti. Desglosas la cantidad de cemento, gravilla, arena, acero; distribuyes las actividades en el tiempo y voilá, estrenas tu propio audiovisual. ¡Gracias, servicio social después de graduarme de arquitecto! 




¿No has deseado regresar a escribir y dibujar historietas?

Siempre. Pero hay una parte de mí que es súper violenta, oscura, morbosa, que reflejé en historietas caseras que elaboraba en mi adolescencia. Historias que se merecen un dibujo más digno de su tono, algo más anatómico, con altos contrastes. Por eso he persistido en colaborar con otros dibujantes, pero todos tienen su propia agenda. 

Como dije, soy un cuentacuentos, no me considero un dibujante, ni un animador. Llega una edad en la que uno quiere ver sus historias plasmadas de la mejor manera y hay muy buenos talentos, “escapaos” en el dibujo, la ilustración, el diseño de personajes. A pesar de que yo defiendo mi propio estilo, así medio Cartoon Networks, no todas las historias que tengo guardadas ameritan esa línea de caricatura simple. 

¿Hay posibilidades reales de continuar la historia de Dany, el Chino, Mauricio, Calisto, Eugenio y los demás “berracos”, de conocer su final, si es que lo has bocetado al menos?

Sí, la historia continúa. No está en boceto, la tengo clara, pero todavía es una idea “montada en la guagua”, siguiendo con la metáfora. ¿Posibilidades reales de continuarla? No se han materializado. Para continuar la serie de Dany se necesita dinero. Yo solo, haciendo un capítulo, demoro alrededor de seis meses. Después de los treinta y cinco años uno no puede seguir ese ritmo sin remuneración. Hay muchos gastos y responsabilidades.


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‘Cositas malas’.


Estando aún en La Habana tuve que detenerlo todo, en parte por desilusiones experimentadas, pero también por un problema de insostenibilidad. Ahora en Miami la vida es carísima, la ganancia de un mes debe cubrirme los compromisos de pago. 

Por otra parte, la serie en sí es un contenido difícil para que una plataforma se interese en ella. Sería temporada dos, después de que ya se hizo la primera, de manera independiente y con una visualidad pobre, tocando temas de interés sexual desde la visión masculina heteronormativa. Eso es sacrilegio. Es algo así como: “Me encantó, pero sabes que no podemos”. Esa frase ha sido el sello de mi vida. Por eso siempre me he dicho que, si no lo hago yo, nadie lo va a hacer por mí. Pero ahora mismo no puedo.

La animación limitada es un signo estético de toda tu obra audiovisual animada. ¿Opción o fatalidad? ¿Reconocerías una influencia consciente del anime japonés?

Opción y fatalidad. Desde el desconocimiento y la novatada. Me lancé de cabeza, “en Deivy”. Si no lo hacía, no iba a suceder. Para cocinar la tortilla, hay que romper el huevo. Después pueden hablar, analizar, caracterizar, pero sobre algo que está hecho, algo que existe, que es palpable.

Por supuesto que me agarré del anime japonés, esos torsos inmóviles que solo abren y cierran sus bocas. Esos personajes que hablan de espaldas al espectador, en contraplano. Pero también cogí un poco de mañas de Hanna Barbera, personajes que solo suben y bajan el bracito mientras emiten un parlamento. Y muchísimos más trucos. Ahora no sabría decir. Al final, en mis últimos trabajos, ya lo hago todo de manera inconsciente, como si hubiera fraguado un estilo propio, algo que me cuesta analizar, porque ya está en el BIOS.

¿Cuánto define la voz a un personaje animado?

Yo creo que la voz es el alma del personaje. Así lo veo. Cuando diseñas, e incluso haces pruebas de animación, es como si estuvieras creando homúnculos, como si fueras el Dios abrahámico moldeando cuerpos creados a base de arcilla, pero sin otorgarles almas. La voz es el alumbramiento. Es cuando te dices “¡Está vivo, está vivo! Jojojojojojajaja”.


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‘Dany y El club de los berracos’.


Tus obras animadas destacan en la contemporaneidad fílmica cubana por el orgánico engarce de las voces. ¿Cuáles son tus métodos para dirigir a los actores de voz? ¿Cómo los escoges? 

Siempre busco que el actor se parezca tanto física como temperamentalmente al personaje. Me gusta escuchar el timbre de las voces de las personas que me hablan. Por eso (y por mucho más) parezco un tipo que divaga, que me pierdo, que está inmerso en otro mundo. Creo que todas las personas pueden hacer voces para personajes animados. TODOS PUEDEN. Solo que a cada cual no siempre les han propuesto el personaje ideal para su perfil. 




Cuando estoy en el proceso de grabación soy consciente de los aspectos del guion que tienen prioridad y los que no. Así voy llegando a un entendimiento con el actor. “¿Cómo te sientes más cómodo diciendo esto?”, le pregunto. Y vamos obteniendo un resultado más orgánico. Aquello que no es negociable por cuestiones de guion, pues se mantiene intacto. Pero no me caso con parlamentos forzados. No soy un dictador. El resultado final de la historia se obtiene ahí, en el estudio de grabación, y puede llegar a ser más rico que su concepto original.

Con el personaje de Yesapín García pudiste desarrollar una serie más extensa y constante, con más de una temporada. ¿Cómo incidió este ritmo más “industrial” en tus maneras de escribir, producir, animar, presionado por un plazo? ¿Cambió de alguna forma tu dinámica de trabajo con los equipos de trabajo?   

Yesapín se logró hacer con un equipo de animación que no formé yo. Chicos muy talentosos adiestrados por el Muke (Harold Díaz−Guzmán) en Santa Clara. Era la única manera de sacar un capítulo mensual. El productor de la serie, Yasmany Concepción, desde Miami, era un tipo que sabía colocar a cada uno en su rol. Sin decirle nada, intuyó que lo mío era escribir, concebir, hacer casting y grabar voces. Luego otro se encargaba de producir, y luego yo volvía a entrar en posproducción, como vigilante del resultado final. Así nos organizamos, y el ritmo de producción mejoró considerablemente comparado con el de Dany


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‘Dany y El club de los berracos’.


La segunda temporada de Yesapín García sugiere una complejización de su universo y la posible aparición de nuevos personajes. También revelaste su relación directa con el mundo de Dany, al ser pariente de El Chino.

En estos momentos los derechos de Yesapín ya no están en manos de Yasmany, mi socio. Una persona los compró y tomó la decisión de no desarrollar más la serie con el curso que venía tomando.

El cortometraje Cositas malas (2019) es tu primera incursión en el audiovisual de “acción real”. ¿Por qué esta historia tenía que ser contada y representada de esta manera y no desde la animación? 

Porque me hubiera demorado cinco años para hacerlo en animación. No sé si estoy exagerando. Ese tipo de preguntas me la han hecho muchas veces. Cuando llego con un guion para proponérselo a un productor o incluso a un actor, me pregunta: “¿Por qué no lo haces en animación?”. Y yo respondo con otra pregunta: “¿Tienes idea de lo difícil que sería hacer esto animado?”. 

Por supuesto que el guion puede ser representado en animación, pero fluida, con luces y sombras, reflejando un realismo sucio, yo no tengo un estudio que pueda hacerlo. El ICAIC se toma dos años para hacer algo así de quince minutos, con un piso entero trabajando en ello. 

Cositas malas no parte de un guion original tuyo. Es una adaptación de un cuento. ¿Qué variaciones en tus rutinas creativas implicó este proceso escritural de adaptación?

Riquísimo. Cositas malas es la adaptación de un cuento de Marvelys Marrero que se titula Chiquillos en el solar. Yo soy fan suyo. El proceso de trabajo con ella fue muy lindo. Cogí su cuento y lo destruí, de arriba abajo y de derecha a izquierda, y a ella le encantó. Es lo que pasa cuando trabajas con personas inteligentes. 

También he trabajado con otros escritores en proyectos que no han visto la luz, como Leonardo Estrada y su guion teatral titulado 13 días, que adapté para largometraje, pero no se ha podido concretar.



‘Dany y El club de los berracos’.


Cositas malas es el único proyecto de “acción real” que has podido rodar. ¿Qué ha sucedido con otros como CarnalLa vengadora implacableDienteperro?  

Todos los proyectos de acción real que he planificado han tropezado con el mismo flagelo: la desconfianza. La gente no cree que pueda hacerlo. No me ven como director. Me han tolerado porque me he abierto camino solo, como si dijeran: “Ok, hiciste animación y qué, eso es un juego de niños, pero no te metas en mi territorio, mantente marcando ahí en lo tuyo”. 

Como resultado, muchas historias que necesitan otro tipo de representación visual se quedan atoradas. Es como si estuviera encasillado, condenado a la animación para siempre.

Sucede así también en los mercados. Cuando muestro el proyecto y mi currículum, hay algo que no cuaja. El mundo del cine es muy esnobista. Si no encajas, no te toman en serio. Lo puedo leer fácilmente en los ojos que me han mirado. ¡Fácilmente! Sobre todo, cuando me aparezco con proyectos que se consideran “géneros inferiores”. 

Si eres latinoamericano tienes que verte con un pelo despeinado y una barbita linda, como si un hobbit se hubiera templado a un elfo. Con un aire guevariano. ESO ES UN DIRECTOR DE CINE LATINOAMERICANO para la mirada de muchos productores, fondos y festivales. Porque aunque estés parado en Corea del Sur, te ponen el sello, como diciéndote: “Haz lo que hacen los tuyos”. 

No me gusta victimizarme, la victimización me aleja de mis objetivos; me dejaría a medio camino justificándome todo el tiempo, como el gordo de Cecilín y Coti.

Siempre he sido un tipo que se pone la armadura y se enfrenta al dragón, solo, sin ejércitos. Así que cuando caigo, luego de intentarlo varias veces, me invento mi propia fórmula, hasta lograrlo. 


© Imagen de portada: Víctor Alfonso Cedeño a.k.a. Vito.




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Poder y saber en Cuba totalitaria: una relación envilecida

Oscar Grandío Moráguez

Utopías violentas como el fascismo y el comunismo se han beneficiado históricamente del apoyo de intelectuales como participantes directos en estos procesos a niveles locales. Intelectuales que se convertirían luego en parte de sus élites estatales gobernantes.






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