La cuarentena me afecta como a casi todos. Evidentemente, no poder hacer lo que regularmente hacías (abrazar a tus amigos, visitar los lugares que hacen tú día a día y que nutren lo cotidiano, el simple ritual de tomar el café en la esquina, las idas a los bares nocturnos con todo ese imaginario y algarabía que luego te llevas a casa contigo, el simple caminar relajado, sin trayecto definido de ida y vuelta) te hace extrañar todo lo que ya no está.
Luego, a esto le sumas la extraña agorafobia fundada por los medios de comunicación, que desvela una realidad solo vista en películas de ciencia ficción. Quizás sea eso, para mí, lo más fuerte de todo: la línea entre esos miedos que antes pertenecían a la ficción y que hoy son parte de una normalidad cotidiana.
Con relación al confinamiento y al proceso de creación: hasta ahora no me ha perjudicado en nada. La pérdida de libertad, la incertidumbre sobre el estado de la enfermedad y el aburrimiento pueden, en ocasiones, crear efectos dramáticos que consiguen ser también muy aprovechables.
No es menos cierto que la cancelación de todos mis proyectos hasta nuevo aviso, desacelera ese hacer y me pone frente a un dilema. Sin embargo, no soy el único en medio de esta transformación: allá afuera existen millones de personas que han quedado desempleadas y que de alguna manera estamos colocados en una misma disyuntiva.
En la medida de lo posible, trato de reducir los efectos negativos asociados con la pandemia y me ocupo en encontrar soluciones conceptuales a mi vida futura, con relación a esos “nuevos tiempos” que se avecinan.
Mi vida, desde un plano interior, personal, no es muy diferente a la de antes. Las ideas y el acto de creación se produce en un estado de confinamiento y soledad. Creo que los beneficios intelectuales de la cuarentena masiva se apreciarán mucho más en campos como las ciencias, no precisamente en el arte.
No sé, se me ocurre que los artistas no tenemos (al menos yo no tengo) una dependencia tan física de la realidad (como no sean, por supuesto, las de supervivencia básica). Recupero pues, en estos días de encierro, un análisis más general: me dedico principalmente a leer y a sumergirme en el discurso de imprecisión colectiva que se nos impone.
Creo que se avecina una crisis muy parecida a la de posguerras. La pandemia ha revelado puntos débiles a nivel social: en nuestro sistema de salud, en nuestra seguridad social y en nuestra capacidad institucional de gestión de crisis. Probablemente ha sacado lo mejor y lo peor, no solo de la sociedad sino también del individuo. No hay ninguna razón para creer que el sistema de filantropía privada, en el que hasta ahora se ha basado el mundo del arte, demostrará ser más resistente.
La financiación cultural ha dependido siempre de la clase más adinerada, y estamos presenciando una destrucción de riqueza potencialmente vasta.
Todo ello, sin contar con la solución científica que requiere el asunto: la aparición de un remedio contra la Covid-19.
El mundo del arte necesita movilidad: viajar de New York a Hong Kong y de Hong Kong a Miami. Algo que ya miramos con nostalgia y preocupación.
Galería
Notas de confinamiento – Juan-Miguel Pozo.
Profilaxis y normalidad
Estamos ante un conflicto global que plantea una visión mucho más restringida de las libertades ciudadanas.