‘Genethliacus’ o la matriz del alma



Hay imágenes que no se miran con los ojos. Se miran con el recuerdo. Con la herida. Con la entraña. Esta obra de Eduardo Morales, titulada Genethliacus, es una de esas. 

Desde el primer trazo, desde la primera línea tensada como nervio, nos introduce en una matriz de símbolos, cuerpos, sombras y ritmos donde no solo hay formas: hay destino.

El título nos ofrece una clave poderosa. Genethliacus es un término de raíz griega, vinculado con lo natal, lo natalicio, lo genésico. En la antigua Roma, el carmen genethliacon era un poema de nacimiento. 

Aquí no hay verso, pero sí hay un parto. Un nacimiento múltiple, visceral, cósmico. No de cuerpos, sino de arquetipos.

Morales —a quien muchos reconocen como brillante teórico, filósofo del arte, maestro riguroso y profundo— revela en esta imagen una dimensión que el mundo aún no ha sabido apreciar lo suficiente: su fuerza como artista visual. 

Porque esta obra no es solo dibujo: es visión. Su dominio técnico, la precisión de la línea, la riqueza de texturas, el juego de contrastes y la estructura compositiva revelan un clásico contemporáneo digno de ser estudiado y admirado en todas sus capas.

En el centro, se entrelazan figuras humanas —¿femeninas?, ¿ambiguas?— con posturas que evocan el estado fetal, el reposo amniótico, la espera. No hay rostros definidos. Son cuerpos sin identidad, sin género, sin tiempo. Pero hay manos. Y hay pies. Todos negros, como si las extremidades fueran raíces hundidas en la noche del origen. 

¿Qué nos dice esto? ¿Que nuestra acción está manchada, condenada, marcada por lo oscuro de lo ancestral? ¿O que el contacto con la tierra —con lo primigenio— es negro, fértil y sagrado?

Las formas curvas que envuelven los cuerpos parecen membranas, cápsulas, úteros vegetales. Hay algo vegetal, algo marino, algo cósmico en todo este universo que vibra con una organicidad que no es terrestre ni animal, sino arquetípica. Como si la imagen estuviera soñando los cuerpos. Como si la conciencia dibujara lo que aún no ha nacido.

No es gratuito que esta obra surja en un tiempo como el nuestro, donde el mundo se desmorona y los sistemas fallan. Genethliacus parece recordarnos que nacer es un gesto de resistencia. Que regresar a la matriz —a lo simbólico, a lo esencial— es también una forma de salvación. Que el arte no es solo un lenguaje estético, sino una ceremonia de memoria.

Invito a quienes aman el arte a mirar con hondura esta pieza. A dejarse arrastrar por su ritmo interno, por sus pliegues simbólicos, por su profunda resonancia filosófica y espiritual. Y a descubrir —si aún no lo han hecho— a Eduardo Morales, no solo como el gran pensador que ya es, sino como el gran artista que siempre ha sido.

Esta obra es un clásico. Y Eduardo Morales, un maestro del alma.






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