Alejandro Armengol (1949-2024)

Martí y el cine

Por Alejandro Armengol


Fueron dos centenarios sin relación aparente: la muerte de José Martí y el nacimiento del cine. El tiempo y la distancia separaba ambas fechas de forma indiscutible. El patriota cubano cae en combate en Cuba el 19 de mayo de 1895, mientras la primera proyección pública del cinematógrafo Lumière se realizó el 28 de diciembre de 1895 en París.

Martí no conoció el cine, pero entre su diversa y enorme actividad periodística hay tres artículos sobre antecedentes del cinematógrafo que sorprenden no sólo como curiosidad histórica, sino por su visión para captar y trasmitir a sus lectores los acontecimientos de actualidad.

Los tres trabajos son ejemplos de esa actitud incansable que llevó a Martí a escribir sobre todo lo conocido e imaginable de su época, desde la moda y el ejercicio hasta los pintores impresionistas y el feminismo. Aunque, en realidad, todo comenzó por una apuesta.

En 1873, el gobernador de California Lealand Stanford le encargó al fotógrafo inglés Eadweard Muybridge que realizara una serie de instantáneas del galope de los caballos de su cuadra, para zanjar una apuesta con sus amigos sobre si el animal llegaba a separar a un tiempo las cuatro patas del suelo.

Cuatro años más tarde —y después de vencer gran número de dificultades técnicas y el obstáculo momentáneo de ser acusado de la muerte del amante de su esposa—, el fotógrafo logró resolver la interrogante, gracias a 24 cámaras colocadas una al lado de la otra a lo largo de la pista de un hipódromo, cuyos obturadores eran abiertos sucesivamente al romper a su paso el caballo una serie de hilos atravesados de un lado a otro de la senda.

Aunque no se lo propuso originalmente, Muybridge logró la creación de una serie en que ilustraba las diversas fases de un movimiento. Ya sólo era necesario invertir el proceso —crear la síntesis— para lograr la fotografía en movimiento, que es la esencia del cine.

Martí publica el 18 de enero de 1882, en La Opinión Nacional, un artículo sobre la labor de Muybridge: “La fotografía está alcanzando victorias extraordinarias. En San Francisco de California hay un fotógrafo, Muybridge, que consiguió hace poco retratar con toda perfección un caballo que marchaba a paso de trote. Descubierto así el modo de fijar la figura en movimiento, sin interrumpir este, los fotógrafos en Europa se han dado en buscar la manera de ampliar y perfeccionar el descubrimiento de Muybridge”.

Llama la atención que Martí, un exiliado radicado en Nueva York y dedicado a múltiples actividades, no sólo destaque el valor fotográfico de la labor de Muybridge, sino que perciba la importancia que este descubrimiento tendrá en un futuro.

Su interés por el tema trasciende hasta cierto punto la nota periodística escrita para la supervivencia, ya que vuelve a referirse al tema en otro artículo de la misma publicación, el 15 de abril de 1882: “Muybridge, el fotógrafo de California que anda ahora por Inglaterra, donde aplaudió mucho una lectura suya el príncipe de Gales, retrató a un caballo galopando y a una golondrina volando”. No será la última vez que escriba sobre los experimentos que antecedieron al cine.

En uno de sus viajes por Europa, Muybridge conoció al fisiólogo Étienne Marey, empeñado en el estudio del movimiento de las aves. Pero los resultados logrados por Muybridge no satisficieron a Marey, que se interesó entonces por el “revólver fotográfico” desarrollado en 1874 por el astrónomo Janssen. Entre 1881 y 1882 Marey logró desarrollar un “fusil fotográfico”, capaz de tomar una serie sucesiva de 12 fotografías instantáneas, en rápida sucesión en el curso de un segundo.

Marey se encontró con Thomas AIva Edison en la exhibición mundial de París de 1889. De este encuentro parece haber surgido en Edison la idea de usar un rollo de filme para la reproducción de las imágenes.

Para el otoño de 1890, el jefe del laboratorio de Edison, el inglés W.K.L. Dickson, había logrado tomar secuencias fotográficas a una velocidad de 40 cuadros por segundo (el cine actual utiliza 24 imágenes por segundo).

Tanto los trabajos de Muybridge como los de Marey se consideran antecedentes del cinematógrafo, partes fundamentales del largo proceso que culminó en la posibilidad de reproducir la imagen del movimiento mediante el movimiento de las imágenes: el cine.

Martí va a referirse también al “revólver fotográfico”. En una crónica aparecida en mayo de 1884 en La América de Nueva York, narra la sorpresa de un transeúnte que se lanza sobre un hombre que apuntaba hacia la pared de un edificio y descubre minutos más tarde que el sujeto no es un delincuente sino un fotógrafo, y que el “arma es una máquina completa de fotografía dentro de un revólver de bolsillo”.

¿Son estos tres artículos sólo otras piezas sueltas dentro de ese torbellino de energías y actividades varias que fue la vida de José Martí, o evidencian un interés que no tuvo tiempo a desarrollar sobre una invención que realmente comenzaría a hacerse pública meses después de su muerte? 

Sólo se puede conjeturar al respecto. Es muy posible que, de estar vivo, las primeras exhibiciones cinematográficas habrían despertado su atención, e informado de ello a sus lectores. No deja de seducir la idea de imaginarlo acudiendo a las barracas de feria para ver la nueva atracción.

De conocer el cine, probablemente Martí le habría pedido lo mismo que León Tolstoi en 1910: “La verdad en todas sus formas y de la manera más exacta”.

El escritor y patriota cubano, que consideraba que el naturalismo no era más que el nombre pomposo de un defecto: la carencia de imaginación, nunca expresó los temores de Charles Baudelaire, quien estaba firmemente convencido de que los progresos mal aplicados de la fotografía contribuían al empobrecimiento del genio artístico.

Gracias en parte a su ideario político y social, Martí tampoco compartió el criterio del escritor francés de que “la poesía y el progreso son dos ambiciosos que se odian de forma instintiva”.

Sin embargo, el progreso esquivó en ocasiones a Martí. Resulta curioso cómo dos inventos asociados con Edison terminaron eludiéndolo. No hay grabaciones de su voz, pese a que la comercialización del fonógrafo data de 1878, y en 1886 comienza a utilizarse el cilindro de cera en las grabaciones. 

Algunos de los discursos de Martí fueron grabados, pero estas grabaciones se perdieron o deterioraron. El dato me lo confirmó el nieto de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, en una tarde soleada en el habanero barrio del Vedado.

Su vocación patriótica y varias balas a destiempo le impidieron a Martí conocer el cine. Quedan pues estos tres artículos en medio de una obra enorme e incompleta, que constituyen una de las primeras referencias a los antecedentes del cinematógrafo en Latinoamérica, por parte de uno de sus escritores más importantes.



Nuestra guerra ajena

Por Alejandro Armengol


La desilusión y el calor sorprenden a los soldados norteamericanos cuando desembarcan en Cuba. Vienen con la alegría de una guerra breve. Será una excursión en el infierno para muchos. Enfermedad y agotamiento y días interminables.

Desde que inician el avance hacia la línea de combate van dejando detrás sus pertenencias. Mantas y ropa, artículos que se vuelven inútiles frente al sol inclemente.

Los cubanos recogiéndolo todo, llenando los estómagos con las raciones enlatadas de los invasores. Reclamando ayuda y alimentando el desprecio de los recién llegados. Ni una sola descripción en los reportajes publicados en la prensa estadounidense muestra la belleza del paisaje. Sólo el temor y el agotamiento.

Reproches ante la ingratitud de los liberados. Ganas de salir cuanto antes de esa isla, muy diferente en pobladores y ciudades a las descripciones enviadas desde La Habana meses antes del inicio de la guerra. Informaciones elaboradas por periodistas que nunca dieron un paso más allá de los bares y hoteles de la capital.

Rastro de mercancías de un imperio en expansión.

Se abre un camino que aún continúan recorriendo los cubanos: recoger todo lo que dejan los extranjeros a su paso, apropiarse de jabones a medio gastar, ropa usada, restos de comida que quedan en las latas, zapatos incómodos para los extranjeros que luego se adaptan a la perfección en los pies nativos, impermeables extraños para quienes están acostumbrados a soportar la lluvia, medicinas desconocidas.

Abandono de aquello que pronto va a resultar inútil en este país desconocido, pero que sirve de justificación para que más de una industria aumente la producción y consolide su existencia: salsa Tabasco para darle sabor a las raciones de carne magra, galletas duras cuando el hambre aprieta y whisky para soportar los mosquitos.

Inventada por Edmund McIlhenny, un sureño descendiente de escoceses convertido en proveedor a las tropas confederadas, la salsa Tabasco se transforma en un componente básico de la dieta militar cuando su hijo mayor, John Avery McIhenny, se une a los Rough Riders de Theodore Roosevelt y pasa a ser uno de los tres comisionados civiles del ejército norteamericano.

La hardtrack es una galleta hecha con harina, sal y agua. Conocida desde la época romana, en Estados Unidos alcanza su mayor popularidad durante la guerra civil. Su resistencia la hace ideal para alimentar a las tropas durante las largas campañas alejadas de los cuarteles.

En 1898 diversas firmas panaderas poseedoras de contratos para la elaboración de galletas para las fuerzas armadas se unen para formar la National Biscuit Company (la actual Nabisco), primera compañía norteamericana que invierte una suma millonaria en publicidad e inicia la distribución de sus productos en cajas de cartón y no en barriles.

El cambio da origen a la distribución de alimentos empaquetados —una forma más adecuada al consumo que al almacenamiento— y al nacimiento de los envases llamativos, con figuras y motivos luego reproducidos en los anuncios.

De 1889 es también el primer anuncio comercial cinematográfico que ha llegado a nuestros días, realizado por los estudios Edison para el whisky Dewar’s Scotch. El círculo se cerrará años más tarde. cuando la firma Bacardí adquiera Dewar’s.

Nada más llegar a tierra cubana, José Martí comienza a anotar en su Diario de Campaña el paisaje, la comida en el campamento insurrecto y el café endulzado con miel. Meses después, el soldado norteamericano avanza desconfiado por el mismo suelo. Ha sido advertido de que tenga cuidado con las frutas tropicales, que si come alguna lo haga con moderación.

Sin ropa adecuada al clima, los estadounidenses descubren que sus sombreros de fieltro y uniformes de lana son demasiado pesados y calurosos. Les han dicho que traten de mantenerse lo más secos que puedan, que permanezcan a la sombra cuando resulte posible y duerman en hamacas. Alejarse del suelo, huir del sol, poner distancia entre el cuerpo y el país. Los consejos sirven de poco ese mes de julio en los campos de la isla.

El calor y la humedad hacen que la carne de las raciones se descomponga. Los vegetales se pudren en los barcos antes de ser desembarcados. Frijoles y tomates fermentan sin que nadie pueda ingerirlos.

A la dificultad por la carencia de medios adecuados para conservar los alimentos —la escasez de instalaciones y medios de almacenamiento, refrigeración y transporte—, se une la falta de personal especializado para inspeccionar los procedimientos empleados en la conservación de los comestibles.

Alrededor del 75% del personal de algunas unidades militares sufren de diarrea. Crece el miedo ante la creencia de que ciertas comidas son las responsables de la malaria y la fiebre tifoidea. Las pésimas condiciones sanitarias hacen que muchos enfermen de disentería y que la fiebre amarilla cause cada vez más víctimas. Al concluir la guerra, más soldados han muerto por las comidas en mal estado que a consecuencia de los combates.

Las denuncias del mayor general Nelson A. Miles y otros oficiales desencadenan un escándalo de proporciones nacionales. Se multiplican las alegaciones de que las tropas ingirieron con frecuencia carne media descompuesta, adulterada originalmente por los empaquetadores mediante la adición de preservativos químicos. Las pésimas condiciones de conservación causan que en muchas veces los soldados coman carne mal cocinada, a la cual los cocineros han cortado previamente trozos semipodridos y cubiertos de gusanos. Las deficiencias en la alimentación contribuyen a disminuir la resistencia de la tropa a las enfermedades tropicales.

Los regimientos que regresan a Estados Unidos —luego de completar su permanencia en la isla— vuelven sin ganas de pensar en el honor y la gloria. Traen hombres enfermos, a quienes se mantiene en cuarentena. Soldados que son chequeados cuidadosamente por los servicios médicos, para evitar el contagio y la propagación de enfermedades tropicales en el continente.

Los vencedores tienen que entregar sus pertenencias a los inspectores sanitarios, quienes arrojan la ropa en enormes calderas, para ser hervida por lo menos tres horas. Los baúles, cajas y equipajes de mano abiertos y desinfectados. Colocados durante varios días en habitaciones herméticamente cerradas.“El país no es pintoresco, ni siquiera los campos”, escribe un corresponsal de guerra al desembarcar por Oriente. “Todo está sucio. Los fabricantes de jabón norteamericanos lograrían una magnífica publicidad si se dieran a la tarea de bañar al ejército cubano, oficiales y soldados y por igual, y a sacar fotografías de ‘antes y después’ para usarlas en sus anuncios”.





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VI Premio de Periodismo “Editorial Hypermedia”

Por Hypermedia

Convocamos el VI Premio de Periodismo “Editorial Hypermedia” en las siguientes categorías y formatos:
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