Art-De (Arte y Derecho) fue un proyecto activado en 1988-1989 por el artista plástico JuanSí González y el Licenciado en Ciencias Políticas Jorge Crespo (Ciencias Políticas era el nombre que recibía la carrera de Derecho en la Universidad de la Habana). Ellos pretendieron crear un espacio de discusión espontánea en el parque G del Vedado. Contra el paternalismo educativo, Crespo y JuanSí dejaron atrás aulas, galerías y leyes para compartir una ración semanal de libre albedrío.
La falta de control de este gesto abierto desató la reacción gubernamental contra Art-De. Unas cajas de cartón vacías, forradas con periódicos y regadas por el parque, acabaron con la paciencia de la Seguridad del Estado. Si las intervenciones públicas se les iban de las manos a sus autores, la calle seguiría siendo de los revolucionarios y no de quienes hurgaban en deberes y derechos.
Art-De fue una propuesta ignorada por la historiografía de los ochenta. Al lado de Arte Calle, Art-De no figuró como síntoma o fenómeno socio-artístico epocal. El arte de intervenir. Los performances de JuanSí González (2016) es un video de Coco Fusco tan retro-nostálgico como necesario, que defiende la tríada panfleto-activismo-desacato, un coctel mal digerido por los devotos al pudor de las Bellas Artes entre los límites de lo políticamente correcto.
El arte de intervenir…se proyectó en Espacio Aglutinador. Gracias a esta válvula de escape, supimos que JuanSí González escapó de Cuba en 1991. Unos meses después, sus colaboradores Marco Antonio Abat y Jorge Crespo fueron arrestados y juzgados bajo cargos de propaganda enemiga y desacato por producir el documental Un día cualquiera. El pretexto acusatorio sostuvo que los realizadores del material insultaban a Fidel Castro. Crespo y Abat cumplieron dos años de cárcel antes de salir de Cuba.
¿Algún día podremos ver Un día cualquiera en algún lugar?
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Buena noticia fuera que el Ministerio de Cultura disolviera el Consejo Nacional de las Artes Plásticas. Así habría menos intermediarios en la cadena artista-institución-política cultural. Así los recursos económicos del Estado, con sus patrocinios foráneos, llegarían con economía de escalas a escuelas o centros de arte y de este modo se reanimaría la producción. Así la próxima destitución de un presidente del Consejo sería por incapacidad profesional en la conducción de las artes visuales, y no por motivos vinculados a la corrupción.
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CONTRADICCIÓN fue la palabra que sirvió de excusa a Ernesto Leal Basilio para concebir la instalación expuesta en la 12 Bienal de La Habana (2015). La palabra estaba impresa sobre una lona sintética cortada a la mitad. Recordemos que Leal es uno de esos artistas que mantiene un vínculo de aceptación-rechazo con la Institución Arte, y su pieza fragmentada sintetizó dicha ambigüedad.
El pedazo que decía CONTRA se emplazó en La llegada del fracaso, proyecto colectivo que formó parte de Zona Franca, muestra o daño colateral de la Bienal en el Complejo Histórico-Militar Morro-Cabaña. El tramo reservado a DICCIÓN fue colgado de una ventana en la galería independiente habanera Cristo Salvador, alternativa inspirada por Otari Oliva. DICCIÓN parecía una bandera sin mástil fundida en hierro, que presumía de ondear simbólicamente.
La intervención de Ernesto Leal convirtió el trastorno del lenguaje en ese desfasaje que caracteriza a la recepción del arte cubano cuando median lo oficial y lo underground. Todo para llegar a una finalidad paradójica: los burócratas leen el arte a medias; los fanáticos callejeros no vieron la Zona Franca. Por amor al equívoco, Leal evadió la censura, burlándose de ella en uno de sus predios naif.
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CHanel, Coco (1884-1971), resucitó en La Habana de 2016 con su emporio fashion para dejar boquiabiertos a quienes siguen catalogando a la menor de las Antillas como ombligo del mundo. Hubo aparataje de mano de obra barata en el despliegue de la pasarela en el Paseo del Prado. Un acontecimiento con todas las de la ley o del orden, en el paraíso de la intolerancia y la desorganización.
En la memoria del cubano quedaron los quinientos metros de tarima montada con antelación, el precio de la entrada para acceder a las gradas, un muro que no permitió disfrutar el desfile a ras de suelo, y el cordón policial rodeando el espectáculo con una franja verde olivo que encapuchó vestuarios y accesorios.
El show, acarreado por el excéntrico Karl Lagerfeld con un team de setecientas personas, revirtió la levedad de la moda en la pesadez del performance devorado por la política. El glamour de la indigencia halló espacio en las páginas de Vogue, que hablaron de una Isla mágica bañada por el mar Caribe donde el sol de la patria no quema a los visitantes que desean broncearse y sudar.
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Danilo Maldonado Machado, alias El Sexto, no quiso ser como el Che ni como nadie. Se negó a ingresar en una escuela para dominar las herramientas académicas del arte contemporáneo. Mucho menos aceptó reeducarse en una prisión cubana. Tales accidentes biográficos le otorgan la condición de antiejemplo de un artista forjado por la Revolución y el sistema de enseñanza gratuita.
Qué importa si El Sexto es un activista que se hace pasar por artista o un grafitero que se hace pasar por disidente. Lo preocupante es hablar de él en términos de Caso Único. Hoy deberían proliferar miles de atravesados como Danilo Maldonado, para así compensar la cifra de nativos robóticos que engrosaron contingentes y Brigadas de Respuesta Rápida prestos a sofocar intentos de sublevación popular.
El Sexto se cansó de apestar a carne de presidio y se instaló en Estados Unidos. Demasiado fue el churre que se le impregnó en la piel tras amanecer en calabozos sin ventilación ni letrina junto a carteristas y ladrones de tendederas. Ojalá que siga vivo como artivista más allá de las campañas de alfabetización ideológica, y no devenga en otro replicante del Planeta Facebook.
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E ncomienda (2014) fue un proyecto de la curadora independiente Beatriz Gago. A pesar de ser una intervención basada en la noción del “fracaso programado”, esta no resultó un fiasco como otras curadurías apoyadas en el sainete triunfalista de “ir al seguro”. Emplazada en una ruina municipal como la Casa de la Cultura de Playa, la encomienda radicaba en armar una selección de artistas unidos por el ademán relacional, antes que por su nombradía nacional e internacional.
Si un productor visual reconocido paga a un “desconocido” por sus servicios como asistente, este último asume el riesgo de poner su creatividad al servicio de la sobrevivencia. Quizás por esta razón, Beatriz Gago descartó al legitimado Wilfredo Prieto e invitó a su ayudante ocasional Irving Vera, quien reside en ciudad México.
Aleatorias, poéticas e ingeniosas, las piezas de Irving obligan a verlo como un artista a tener en cuenta para salones de arte cubano contemporáneo o Bienales, y no como un buscavidas de la emigración que renta el alcance de su imaginario.
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F uera de revoluciones. Dos décadas de arte en Cuba (Almenara, 2016) es un libro de la curadora y crítica de arte cubana Mailyn Machado, que recibió Mención en el género Ensayo en el Premio Casa de las Américas 2015. El volumen se presentó primero en Nueva York (donde reside la autora) antes que en La Habana, donde Mailyn Machado laboró como profesora y editora de La Gaceta de Cuba.
La editorial Casa de las Américas no se compromete a publicar las menciones del concurso. Una salvedad fue Las venas abiertas de América Latina (1971), ensayo de Eduardo Galeano que devino en un clásico de la izquierda tradicional. Otro gallo cantaría si el libro de Machado se insertara en el campo de la emancipación del arte latinoamericano frente al discurso hegemónico. Una versión electrónica en formato pdf de Fuera de revoluciones… se empezó a distribuir en Cuba en 2017.
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G ran Rifa del Año fue un divertimento performático de Luis Manuel Otero Alcántara y Néstor Siré Mederos. Como parte de la serie Con todos y para el bien de unos cuantos, vendieron números por valor de 2 CUC para sortear el derecho a instalarse gratis en el Gran Hotel Manzana Kempinsky, de Centro Habana.
La idea despertó tal revuelo que hubo quienes compraron diez números para saborear la miel del lujo en medio de las ruinas que rodean al Gran Hotel, donde ningún ciudadano común de la Isla puede hospedarse, ni siquiera para materializar la gran payasada de su existencia.
Gran Rifa del Año reactivó el teatro de los sueños sin jugar con el dolor ajeno. La noche del 3 de agosto de 2017, el número 115 comprado por Leandro Fonseca le permitió al joven darse un gustazo antes de partir al Servicio Militar (antes Obligatorio y ahora “General”) vigente en Cuba. Leandro y su madre conocieron esa Habana visible pero oculta, que hechiza a quienes no la sufren en carne propia.
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Hacia finales de 2005 tuve la oportunidad de asistir a un Pleno Nacional de Artes Plásticas, celebrado en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes. Allí, el dibujante-empresario Roberto Fabelo le propuso al Ministro de Cultura Abel Prieto sumar dinero para remozar una institución-ruina como el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales. Fabelo instaba a sus colegas a recaudar y estetizar.
Prieto escuchó, se acarició la melena y le respondió a Fabelo: “¿Y qué haremos con los tabloncillos en mal estado de la Escuela de Danza o con los estudios sin refrigeración de la Escuela de Música?”. Fabelo se cruzó de brazos y bajó cabeza.
En uno de sus constantes giros de tonos y temas, Prieto se dirigió hacia el entonces Presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, Rafael Acosta de Arriba, para intentar despejar una duda: “¿Por qué hay tanta emigración de artistas en la plástica cubana?”.
Rafael Acosta de Arriba le recordó al instante que “ese tema se venía planteando hacía rato, sin que pudiera hallársele una solución”.
Sin alternativas de ayuda, Prieto optó por una salida de emergencia para matar al enano político que palidecía a su lado: “¿Y por qué no están convocados los funcionarios de los consejos provinciales? Esto es un Pleno Nacional, creo yo”.
Meses después, Rafael Acosta de Arriba fue destituido de su cargo. Años después de renunciar, Abel Prieto volvió a presidir el Ministerio de Cultura por su aureola de guía insustituible; hoy el baño “irremplazable” del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales continúa en mal estado y el éxodo artístico continúa su marcha.
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I bídem (Galería Servando, 2017) es una coartada procesual de Yornel J. Martínez que altera la función de una maqueta, artefacto concebido para miniaturizar lo grande o diseñarlo para el futuro. Transformada en recipiente, la maqueta reproduce el espacio donde se emplaza con el fin de prolongar la representación.
Asomado al interior del objeto iluminado, el espectador distingue una serie de fichas técnicas que remiten a piezas autónomas o títulos de exposiciones, realizadas o inéditas. Todo depende del grado de identificación o distanciamiento que tengan los observadores con el trabajo del artista. Por lo que el gancho receptivo de la pieza oscila entre la veracidad simbólica y lo históricamente exacto.
La quimera de Yornel Martínez reside en potenciar el acto creativo como work in progress cerebral, antes que sumarse al facilismo de generar espectacularidad a primera vista. Ibídem no es más que una mínima antología virtual de un productor real; un guiño peligroso a los falsos voyeurs y consumados esnobs que pueblan el mundillo de la plástica; esos que consideran a las inauguraciones como el lugar ideal para la distracción.
Yornel desafía con parquedad la sensación del gancho visual.
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Jerry Masucci, uno de los fundadores de Fania Records y de Fania All Stars, sentenció en una iluminación financiera: “Si la fórmula funciona, no hay por qué cambiarla”.
El vértigo del cambio atemoriza a casi todos nuestros productores visuales. Dicho pavor tiende a relacionar la mutación con el peligro de verse relegados a los bordes habitados por la anarquía o la experimentación sin un sello personal.
El miedo a los senderos que se bifurcan permite que el arte y la política de la Cuba actual respondan al llamado de la inercia.
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Kcho (Alexis Leyva Machado, Nueva Gerona, 1970) podría ser excluido de un futuro Diccionario de las Artes Visuales en Cuba. Kcho estaría mejor identificado en una cronología de patriotas virtuales. Sería una tentativa digna para indemnizar a los escritores y artistas que fueron descartados de antologías y compendios historiográficos oficiales por el hecho de abandonar el país que los vio nacer.
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L os 13 contenidos del McEvilley desaparecieron como “norma rectora” del Instituto Superior de Arte. Según los más reticentes, aquel “método para construir una obra de arte” simulaba una maniobra militar donde había que arrastrarse o perecer ante el juicio de los superiores.
El documento no pudo convertirse en monumento. La dictadura del artista menor como profesor versado en detectar fisuras ajenas dejó de tener validez. Esto significó un respiro para los futuros artistas con algo de talento y algo que decir.
Un ladrillo del muro académico fue derribado sin resistencia. La euforia nunca dio paso al desencanto. Thomas McEvilley fue destronado por Nicolás Maquiavelo en nombre del respiro programático. Pero queda mucha disciplina-bloqueo en el antiguo Country Club habanero.
¿Qué hacer?, diría el camarada Lenin sin hallar una respuesta convincente. El espíritu de las leyes instaurado por un Montesquieu robotizado tendrá que provocar el riesgo de una antipragmática pedagógica.
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Llovizna. Llueve sobre mojado al suscribir que artistas consagrados al mercado no tienen idea de lo que es el arte comercial. Otra verdad de Perogrullo advierte que en Cuba las galerías del circuito oficial no venden casi nada y, cuando lo hacen, los impuestos estatales que deben pagar los artífices del milagro se los comen vivos.
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Mentiras. Mienten quienes aseguran que trabajar bajo presión atenta contra el arte que surgió de la crisis. La antropofagia del artista pobre lo convierte en fabulador pudiente, metamorfosis que lo conduce a revertir el cuerpo de su historia en soporte de la naturaleza humana. En ocasiones, el dinero facilita que los productores de extracción humilde presuman de bienestar, en lugar de generar proyectos capaces de rebasar los de sus colegas que no han padecido carencias.
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N osotros, los más infieles. Narraciones críticas sobre el arte cubano (1993-2005) es una compilación iniciada en La Habana por Suset Sánchez y Andrés Isaac Santana y culminada y publicada por este último en Madrid (CENDEAC, 2006). Increíble que se incluyeran tres textos de Gerardo Mosquera, uno de Iván de la Nuez y ocho (más el prólogo) de Rufo Caballero (1966-2011). Inexplicable la portada del expansivo Arturo Montoto, si valoramos que el volumen no contenía un monográfico o referencias en torno a su derrotero pictórico.
En Nosotros…convergen indios y cowboys sin cruzar miradas. Algo tendrá que salvarse en más de novecientas páginas. Quedarán los fulgores críticos de Osvaldo Sánchez, Antonio Eligio Fernández (Tonel), Orlando Hernández, Lupe Álvarez, Eugenio Valdés Figueroa, Juan Antonio Molina, Rubén de la Nuez, Ariel Ribeaux Diago (1969-2005) y Elvia Rosa Castro.
Lo demás, según concluiría Duanel Díaz Infante en una de sus disputas, “no tiene la menor importancia”.
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Ñica o Antonia Teodora Eiriz Vázquez falleció en Miami en 1995. Su muerte aceleró el proceso de una rehabilitación que llegó para quedarse. No faltaría la madeja para revalorizar el precio ignorado del ostracismo. Ñica se convirtió en la heroína del arte popular; una mujer sin prejuicios sexuales, raciales, ideológicos; una talentosa artista del barrio Juanelo que saludaba cordialmente a sus vecinos.
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Omni Zona Franca fue un proyecto comunitario que realizó protestas pacíficas o peregrinaciones a favor de la poesía en el reparto Alamar. En cierta ocasión alguien colocó un trozo de cartón bajo la barbilla de Amaury Pacheco con una frase que declaraba: “Soy un soñador que vive de espaldas a la realidad”.
En una de sus incursiones en la poesía visual, el Omni-poeta Pacheco del Monte reconocía: “Un minuto (+) es la aspiración…”.
Este modo de interpretar el arte contemporáneo no es povera, sino una manera de contraponer la riqueza del espíritu a esa legión de almas en pena que sacrifican todo por acceder al confort.
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Pedirse la cabeza hasta fajarse a piñazos en público no solo muestra la disposición de ciertos artistas a perfomatizar su casta marginal, sino que revela el largo camino que deberán recorrer para transformarse en diplomáticos de raza. Estos desvíos violentos del mundillo artístico ridiculizan el mito del arte como aristocracia del espíritu y exteriorizan sus ansias de instalarse en la posteridad.
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Quién caza a quién. Los críticos, curadores e investigadores deberían perseguir sin complejos a los artistas y no a la inversa. En el terreno de las artes visuales, el artista es el cazador. Lo cual verifica una sospecha: los artistas tienden a ser perseverantes, mientras que críticos y curadores son reacios al trabajo de campo.
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Reynerio Tamayo pinta a las glorias del béisbol cubano con humor criollo. El matiz caricaturesco de los retratos es moderado y le permite suprimir el veneno político.
Al compás que Reynerio sonríe ante las cámaras de la televisión cubana, los aficionados ajenos al precio de su juego entonan un réquiem por la desvalorizada pelota de manigua que se muerde la cola en la Isla. Una caravana rodante de oriente a occidente con jefes pero sin líderes, entre bostezos y acaloramientos.
En los últimos tiempos, la fuga de peloteros ha superado a la diáspora artística. Hasta el “Héroe de Nicaragua” Agustín Marquetti y el “Capitán de Capitanes” Antonio Pacheco anclaron en Miami. ¿En qué basurero de la mala memoria habrán tirado sus carnets de militantes del Partido Comunista de Cuba? ¿Los archivos del Ministerio del Interior conservarán las grabaciones de sus charlas con Fidel?
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¿Sí o no? Hay que aprender a decir que NO antes que habituarse a decir que SÍ. Si eres soltero o un cónyuge libertino, ¿por qué casarte con la primera propuesta indecente que te hacen, con tal de seguir girando en la misma órbita? Incluso en el lodo brotan segmentos de tierra firme.
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Tania Bruguera es otra hija de Saturno.
Cría cuervos y te sacarán los ojos.
Sería un cuento narrado por un idiota justificar la omnipresencia de Bruguera en Pasos peligrosos: Performance y política en Cuba (Turner, Madrid, 2017), libro de la productora multidisciplinaria Coco Fusco.
Al César lo que es del César, please.
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UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba). Una institución cultural que posee una galería exclusiva para sus miembros. Al recordar que existe la piedad con fantasmas dichosos, Villa Manuela cedió sus paredes al pintor autodidacta Elías Permut (Ciego de Ávila, 1976).
En 2002 Magaly Oliveros, especialista del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, ya jubilada, le acotó a Permut: “Tú haces arte israelí. Vete de Cuba. No te queremos”. Después de aquel veto personal-institucional, Elías creyó que nunca podría exhibir en La Habana sus cuadros inspirados en el monoteísmo.
El ojo de los cien mil dioses (1996) es la pieza central de Nacido de lo invisible (2017), muestra que pudo titularse Lejos de casa. Se trata de una iconografía regida por círculos, triángulos, cuadrados, rectángulos, poliedros. El sueño de Elías Permut es la geometría o divina proporción, en función de una representación matemática. Su pesadilla es no apropiarse del color y el dolor local.
“Para el funeral de la cultura, la resurrección de la inocencia”, ha dicho el poeta y crítico Rafael Almanza acerca de este raro negado a refugiarse en la queja social, circunstancia que Permut absorbe y rechaza para no contaminar sus delirios.
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Visión del artista instalado en una residencia, orgulloso de premios oficiales y bebiendo vinos caros. El artista plebeyo devorado por el artista burgués que llevaba dentro, admite en la soledad de su falsa conciencia:
“Nada es más útil en política cultural que el silencio creador. Leamos a Duchamp o a Krishnamurti y hallaremos el sosiego que nos falta; un bálsamo para negociar lúcidos con Dios y con el Diablo”.
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W ow!, es una expresión pedantesca que esgrimen artistas tan aparentemente talentosos como esencialmente mediocres. Muchos interpretan con soltura el personaje de víctimas periféricas para subsistir de migajas primermundistas.
Wow! sirve para tapar letras muertas, simular éxitos compartidos o insinuar un cambio de conversación en beneficio del momento oportuno.
Wow! es la pasión anexionista de los isleños, fans del temor-consigna vociferado por Fidel Castro: eso de que Cuba acabaría siendo una prolongación de Miami.
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X años atrás publiqué la primera entrega de “Abecedario del arte cubano contemporáneo”, en El Caimán Barbudo. Esta segunda entrega busca evadir el manto protector del periodismo amateur y otras lindezas, trampas que la destinarían al infierno de la papelera de reciclaje.
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Yamel Pérez Tosco, observador del arte cubano radicado en Miami, intuyó el mote de “pintura pepilla”: una etiqueta disfuncional que se le ocurrió viendo la exposición colectiva-masiva Bomba (2010), coordinada por Píter Ortega Núñez en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam.
“Si un marchante de marca me pasa la mano, pintaré gatos por el resto de mi vida. ¡Aché para la pintura pepilla!”.
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Zarpar de lo autóctono rumbo a lo universal, en nombre de instaurar un relato arquetípico personal de interés colectivo. “Piensa globalmente, actúa localmente” (Marshall McLuhan). Este pudiera ser el axioma de cabecera para artistas confiados en hallar un perfil legitimador desde Cuba. Una maña estratégica dispuesta a esquivar la trampa de verse como repatriados; esos que añoran recobrar su espacio, pese al tiempo encapsulado por la trama que dejaron atrás.