Jesús Lara Sotelo: Yo fui mi peor abismo



La alquimia del caos y la belleza

Desde el primer encuentro con la obra de Jesús Lara Sotelo, uno tiene la sensación de estar entrando en un mundo donde la materia está viva, convulsa, y en constante transformación. Su estilo no responde a una fórmula fija ni a una tradición reconocible al primer golpe de vista. Al contrario: es una estética híbrida, visceral y polifónica que desborda cualquier etiqueta.

En su pintura conviven la mancha y la línea, el gesto salvaje y la precisión del detalle, el color saturado y la sombra silenciosa. Sus obras parecen el resultado de una batalla entre fuerzas opuestas: luz y oscuridad, amor y desesperación, lo sagrado y lo profano. Hay algo expresionista en su trazo, algo lírico en su cromatismo, pero también una intensidad simbólica que bebe tanto del surrealismo como del arte conceptual.

La estética de Lara es, sobre todo, una búsqueda constante de sentido a través de la forma. En sus pinturas, esculturas, instalaciones y fotografías, cada imagen se convierte en un campo de energía: el espacio donde el alma humana se manifiesta en su estado más crudo y verdadero.



La sombra, el cuerpo, el bosque y el alma

Si tuviéramos que cartografiar el universo temático de Lara Sotelo, tendríamos que caminar entre ruinas interiores, cuerpos fragmentados, símbolos antiguos, rostros sin rostro, selvas espesas y luces que no iluminan, sino que revelan la oscuridad.

El cuerpo humano —desnudo, mutilado, expuesto, intervenido— es un motivo recurrente. No como objeto erótico o anatómico, sino como campo de batalla emocional. Sus esculturas e instalaciones muchas veces nos enfrentan a cuerpos dolientes o desmembrados, como si el alma hubiera dejado marcas visibles en la carne.

La figura del bosque —como en sus pinturas densas, húmedas, casi imposibles de atravesar— parece remitir al inconsciente, a la zona salvaje del alma donde se esconden las memorias más primitivas. Y de pronto, en medio de esa selva, una nave espacial (como en la obra Arrival) abre una grieta entre universos: lo terrenal y lo cósmico, lo ancestral y lo futurista, lo natural y lo artificial.

Otros temas afloran con fuerza: el dolor, la redención, la búsqueda espiritual, el suicidio, la adicción, la soledad, el deseo, la fe. Hay obras que remiten a figuras míticas como José Martí, y otras que se abren al mundo del ballet, como homenaje a Alicia Alonso y a la disciplina del cuerpo que se convierte en arte.

En sus fotografías y piezas digitales también aparecen visiones psicodélicas, formas que evocan estados alterados de conciencia. El universo de Lara no se interpreta: se siente. Y quema.




El abismo como escuela

Pocos artistas han hecho de su propia biografía una materia tan palpable, tan ardiente, como Jesús Lara Sotelo. Su vida ha sido un cráter y de ese cráter ha extraído no solo lava, sino luz.

Lara ha atravesado zonas profundas de oscuridad: adicciones, intentos de suicidio, rupturas internas, silencios devastadores. Pero de todo ello no ha salido ileso, sino transformado. Ha hecho de su dolor un lenguaje. De su desesperación, un mapa. De su herida, una estética.

Gracias a su paso por Alcohólicos Anónimos, no solo logró redimirse, sino convertirse en un testimonio vivo de que la belleza puede nacer incluso del fango.

Hoy acompaña a otros que están en ese mismo infierno que él conoció, y lo hace con humildad, sabiduría y arte. Su obra, en este sentido, es también un acto de servicio espiritual.

Cada trazo de Lara, cada imagen, cada figura, está atravesada por esa biografía transfigurada. No es un arte que se inspire en la vida: es un arte que es vida. Una vida que ardió y que hoy ilumina.



El renacimiento desde Cuba

Lara no es solo pintor. Es escultor, ceramista, fotógrafo, performer, poeta, músico, diseñador, creador de obras digitales y hasta de NFTs. Su producción es vastísima y diversa, como si su espíritu necesitara manifestarse en todos los lenguajes posibles.

Hay en él una vocación renacentista, pero no desde el academicismo, sino desde la urgencia: tiene algo que decir y necesita todos los medios para decirlo.

Su cerámica tiene la crudeza de la tierra rota. Sus xilografías destilan poesía. Sus performances son rituales. Sus fotografías, visiones del cuerpo como herida y presencia.

Incluso en el terreno del diseño —como en sus propuestas de vestuario o calzado— se percibe su sello: una sensibilidad estética que no busca embellecer el mundo, sino revelar su verdad. Esta versatilidad no dispersa su mensaje: lo expande.



Una voz desde la entraña

Lara Sotelo no es un artista de las modas ni de los sistemas. Es un artista necesario. Su voz, que emerge desde la entraña, resuena más allá de las fronteras del arte cubano: interpela al ser humano contemporáneo, herido, desconectado, en busca de sentido.

En un tiempo marcado por la superficialidad, Lara ofrece profundidad. No busca ser escuchado por todos, sino sentido por quien sabe detenerse. Su arte no decora: despierta. No adormece: sacude. Por eso su obra importa. Porque no busca complacer, sino revelar.

Dentro del contexto cubano, su presencia es singular: ha logrado mantener una carrera de más de tres décadas con independencia creativa, sin encasillarse, sin pactar con lo banal. Y lo ha hecho desde La Habana, pero con una mirada que dialoga con el mundo.



El arte como vía mística

La obra de Jesús Lara Sotelo no puede entenderse solo desde la estética o la biografía. Su arte es, en el fondo, una vía mística. Una forma de transitar el dolor, de encarnar el vacío, de encender la conciencia.

Como los alquimistas antiguos, Lara transforma la materia oscura en oro espiritual. No busca representar el mundo, sino recrear la experiencia de estar vivo en toda su complejidad: con su belleza, su contradicción, su furia, su ternura.

Sus bosques pictóricos parecen escenarios del inconsciente colectivo. Sus piezas digitales evocan visiones psicodélicas. Sus esculturas son ofrendas de carne y barro. En sus composiciones se entrecruzan la filosofía oriental, la pulsión cristiana, el existencialismo y el psicoanálisis. Pero no como teorías, sino como atmósferas vividas.

Su arte nos pregunta: ¿quién soy cuando se cae el disfraz?, ¿qué queda después del derrumbe?, ¿puede el arte salvar?

Lara no ofrece respuestas, pero nos entrega símbolos, espejos. Su obra es un camino hacia adentro. Un espejo donde el alma se ve, y se duele. Y, desde ahí, se eleva.




El símbolo como médium de conciencia

Uno de los elementos más poderosos en la obra de Jesús Lara Sotelo es su uso del símbolo. No son simples adornos visuales, sino entidades vivas, con resonancia arquetípica. Rostros velados, laberintos, cuerpos intervenidos, figuras de Martí, fragmentos siderales o de religiosidad simbólica: todo se conjuga en una sintaxis sagrada.

Los símbolos en su obra funcionan como llaves. Como portales hacia dimensiones más profundas. La nave espacial en medio del bosque (Arrival, 2023) no es un elemento de ciencia ficción: es una metáfora del extrañamiento radical del ser. Es lo sagrado irrumpiendo en la selva del trauma.

En su trabajo con figuras como José Martí, Lara no hace un homenaje literal, sino un gesto de transfiguración espiritual. Martí aparece como herida, como fuego, como ternura iluminada por la muerte. Como guía.

Esta dimensión simbólica no es decorativa: es transformadora. Nos habla en un idioma antiguo y silencioso que solo se comprende si uno ha caminado el abismo.



Epílogo: Del abismo a la luz

La obra de Jesús Lara Sotelo es un acto de redención. Es el testimonio de un hombre que bajó a sus propios infiernos y volvió con el fuego sagrado en las manos.

Lara es un artista total, un chamán contemporáneo. Un sobreviviente que ha hecho del arte su religión, su trinchera, su altar. Su obra es un canto herido. Un grito y una plegaria. Un mapa para quienes aún buscan una salida en medio de la sombra.

Desde Cuba para el mundo, su voz artística nos recuerda que la belleza no está en lo perfecto, sino en lo verdadero. Y que, a veces, el alma más luminosa es la que aprendió a vivir con su propia oscuridad.



Jesús Lara Sotelo (Galería):







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Martí de memoria

Por José Manuel Prieto

Martí es nuestro equipo de fútbol, una suerte de grandeza manejable, a falta de la real, la de todos los días de un país normal.