El acurrucador. Acrílico sobre lienzo (2006), de Joel Núñez.
Era sábado cuando Joel Núñez me invitó a recorrer Codified Reality, un show que agrupaba un puñado de obras donde la abstracción era el centro gravitacional.
Eran obras limpias, con líneas profundas que horadaban el lienzo, canales que delimitaban el orden de una realidad. Haikus visuales, donde la síntesis cromática genera un paisaje en clave en el que las reminiscencias simbólicas evocan a una pintura disgregada en el tiempo.
Eran obras calibradas en su composición, a diferencia de cierta abstracción de engrudo que, empachada en capas y más capas, y agresivas texturas, termina absorbiendo una noción de lo residual como desecho.
El manejo del color —como Mark Rothko— en estas obras ha sido intencionalmente lógico. En planos delimitados como estamentos de un cuerpo, la organización del color remite a tonos que, aunque primarios, adquieren la textura de la oxidación como cuando, en los ritos de sangre, la prenda absorbe el tono ocre.
El color en la obra de Joel Núñez es significativo por su evocación rupestre pero, sobre todo, sincrética. Los planos de una realidad son transgredidos por pequeñas aliteraciones —Julio Cortázar diría “Cronopios”— que invaden sus lienzos y remiten a otras obras. Son pequeños intervalos, filigranas de luz, estructuras disipativas que rompen el silencio al que ha arribado el observador.
Codified Reality es un castillo de sombras, es el preámbulo de un intersticio donde un sujeto arrinconado diagrama —erosionando un lienzo— una realidad disgregada con la vana esperanza de hallar un vestigio de luz, aunque este sea efímero.
Codified Reality es un ejercicio de reducción del trazado de la línea. Es una búsqueda de los elementos y la difícil sencillez de un gesto sin predisposición lingüística. No toda la abstracción que hoy se produce puede llegar a desentrañar la naturaleza de la simplicidad. Los taoístas tenían esto como meta a través del silencio.

The Hidden Face. Tinta y acuarela sobre cartulina (2013), de Joel Núñez.
Para llegar hasta aquí, Joel Núñez ha destilado una visualidad exasperante, una ficción como tormento que cobra vida en sus lienzos. Con altas y bajas, la pintura que precede a Codified Reality crea un balance en el que se va gestando una identidad.
Profundamente influenciado por los new medias, Joel Núñez crea una simbiosis donde lo grotesco prevalece como visualidad. Son los fantasmas de la razón que preceden al entendimiento. Son los híbridos de Matthew Barney.
Joel Núñez ha horadado el espacio de lo onírico que se escamotea en el lienzo en blanco. Su obra figurativa, desbordante de criaturas, así como su obra abstracta, segrega una identidad como el tormento del calígrafo. ¿Cómo capturar en la imagen, que el gesto prefigura, la significación de esta en el cuerpo del lienzo?
En la obra figurativa de Joel Núñez abundan los espasmos visuales, una sórdida ingenuidad, diagramas de una pesadilla. Son las criaturas que habitan un cuerpo transado por el terror. Me pregunto si generaciones como la nuestra abrigan sentimientos perturbadores, tribulaciones que terminan atormentando la conciencia y haciendo disfuncional un cuerpo.
No es gratuita una visualidad como la que Joel Núñez nos ha propuesto durante tantos años. Su sentido del expresionismo lo abarca todo. En cada sujeto alberga un lado mísero, algo que lo desfigura y lo hace siniestro, incluso desde su candidez. Son complicados fantasmas cartilaginosos, como esas figuras de nudo que Bruno Münsterberg, el enfermero celador de Oskar en El tambor de hojalata, anuda con cordeles desechados que inundan su habitación del psiquiátrico.
No son pocos los años y los daños que una dictadura tan meticulosa como la cubana causa en un sujeto que, para ser libre, ha tenido que exiliarse. Incluso en libertad, la relación obsesiva con el pasado embota cualquier relación afectiva con el presente.
Como diría Regis Meyran, los sujetos que sobreviven a un régimen totalitario terminan siendo huérfanos de nuevas utopías. Quisiera ser optimista, pero el verdadero expresionismo radica en la relación traumal con la conciencia.
Si en la abstracción las poderosas líneas terminan erosionando el lienzo, en su obra expresionista el sobresalto de estas contrasta con la “simplicidad” de la imagen. Las líneas terminan generando una cartografía del temblor, interpelado por un sentido surreal de la existencia. Son criaturas a medias, híbridos, enmendados a desechos, zurcidos tratando se sobrellevar una condición normalizada.

Pequeño gran mundo. Acrilico sobre lienzo (2006), de Joel Núñez.
La obra expresionista de Joel Núñez es una lección de anatomía, una expiación del miedo, un drenaje de la culpa, un inventario de fatalidades. Entre sonrisas sardónicas y hendidas, transcurre una existencia paternalista. Son criaturas de la desdicha, la pereza, la desesperanza. Es una obra radiográfica de una existencia plagada de vacíos, de espasmos: sus lienzos son un flashback del pasado que aún nos persigue.
La patria de un escritor, decía Reinaldo Arenas, es la página en blanco, el lienzo y la partitura en blanco. Joel Núñez ha comprendido el significado de ese espacio vacío en el que tiene que trabajar. Alejándose de los estertores de los estereotipos, de esos mismos que nos han hecho creer que en la oscuridad todos los gatos son pardos, el creador se abre camino trabajosamente, como solo se puede abrir camino quien sabe lo que quiere, sin la complacencia melancólica y empalagosa de ciertos apóstatas del arte.
Aunque Codified Reality es su último trabajo expuesto, creo que curar una exhibición con lo más recalcitrante y críptico de su obra expresionista sería un parteaguas en el berenjenal del arte actual. Sobre todo, sus series en tinta china y acuarelas o las obras que componen Monstruosamente tiernos(2003-2009), generan un dramatismo visual que sería interesante cotejar en relación con un público cada vez más escéptico y abrumado por la fragilidad de un falso cristal de bohemia.
Son obras de acabado formidable, limpias en su composición y engranaje, en su encuadre y difuminaciones. Su espectro visual genera un magnetismo iconoclasta. Sus obras te cautivan o sencillamente las aborreces. No hay espacio para términos medios. Son criaturas profundamente oblicuas en su identidad que, con el aletear de una mariposa, provocan un cataclismo emocional.
Joel Núñez ha sabido jugar con quien consume su obra. Juega como el gato con su bola de estambre. Lo pone en situación. Lo estremece para quebrar esa fantasía en tecnicolor.
Aprecio este tipo de obra que inquieta, que obliga a consumirla a intervalos, como sorbiendo un buen vino. Aprecio cómo Joel Núñez ha sabido ser consecuente —como lo ha sido también Yuniel Delgado Castillo— con una obra que crea crispación, desdén, y que no se acomoda con facilidad en el living de una casa, sino que va conjurando una voluntad ontológica de la cual adolece cierto arte contemporáneo.











