Lorena Gutiérrez: ‘Luminol’ y utopía en la escena del crimen



Todo acto de creación artística con ansias de perpetuidad debe tener una proporción adecuada de certezas y sospechas. Y este balance provechoso (nótese que no digo equilibrio) entre unas y otras es el signo de la exhibición personal Luminol de Lorena Gutiérrez Camejo. 

Lorena Gutiérrez es contraria al dogma, la imposición y la simulación. Es analítica y escudriñadora como pocos artistas de su generación, en tanto entiende que en tiempos de sistemas posthistóricos urge tomar partido. 

Hacer hoy una relectura crítica de la historia también está en desuso. Es obsoleto, pero a Lorena Gutiérrez le apasiona y en esa pasión se cuece la maravilla.



Luminol pudiera parecer una exhibición de arte al uso, pero no lo es. Se hace necesario un basamento conceptual e informativo previo y que este constituya brújula y mapa para atravesar una selva, un pentagrama, una fragancia, una reseña cultural en la revista castrense. 

Un espectador que no asuma su condición mejor sería que siga de largo, porque no entenderá nada. Y quizás sea esta la raíz de todos los problemas: la desconexión del espectador común con lo exhibido, entendiendo que siempre somos receptores de un mensaje emitido desde el poder, cuyos entresijos son mostrados a través de las telepantallas de la Policía del Pensamiento. 



La ruptura con la realidad es hoy el peor de los pecados. Y se paga con dosis de letargo intravenoso, a interés variable.

Conocí del trabajo de Lorena Gutiérrez en el 6º Salón de Arte Cubano Contemporáneo con su site-specific El Estado de Necesidad, obra cuyo potente discurso abordaba lo complejo de la comunicación en las sociedades centralizadas. 

Era el año 2014 y Lorena Gutiérrez intervino con vinilo a color las dos plantas de la sede de la Fototeca de Cuba. El vinilo representaba un colosal diagrama de la comunicación, adaptado a la especificidad comunicacional cubana. Es decir, que la artista le había incluido las leyes, decretos leyes, instituciones, organizaciones de masas, medios de prensa, entidades de subordinación estatal y otros entes que enrarecen el lógico intercambio de ideas. 



La influencia de todos estos factores distorsiona el normal y orgánico fluir de la información entre emisor y receptor. Quedé gratamente sorprendido al ver semejante prodigalidad de ideas y de producción con El Estado de Necesidad.

Justo ha pasado una década desde que contemplara esa obra y me percato que su trabajo no ha perdido intensidad y belleza, poesía y calibre, colorido y cadencia de fuego. Ahora lo demuestra en una exhibición intimista que ha llamado Luminol, como esa sustancia que se vierte en la escena del crimen buscando el indicio, la huella, el error cometido por el comisor del delito.



Luminol se erige sobre el temor a la mordida del Can Cerbero, una vez cruzado el Aqueronte. La artista desembarca del bote de Caronte en una personalísima travesía al Hades. Este viaje ha sido hecho con una guía de turismo como el referente sobre el cual se estructura la obra Turismo Político (2023), una de las instalaciones que conforman esta muestra. 

Turismo Político es una instalación sugerente que dibuja los nexos, discretos o evidentes, del internacionalismo proletario en aquellos países no alineados y unidos por lazos fraternales de hermandad indestructible. 

Lorena Gutiérrez toma La Habana como centro de operaciones y establece itinerarios a disímiles destinos con coloridos hilos de estambre. 



El carácter cronológico de la obra lo aprecio en las tres pinturas bidimensionales ubicadas en la pared y que quizás me recuerdan a un antiguo juego de mesa de origen chino. Hay que entender que, con certeza, la geopolítica funciona como un antiguo juego de mesa. 

Esas pinturas muestran los hilos y las filiaciones de tres instituciones cubanas distintas, que son acaso la misma, y que han organizado y dirigido el trabajo de espionaje de la Isla en ultramar: la Dirección General de Liberación Nacional, el Departamento América, la Dirección de Inteligencia, actores protagónicos de este teatro de operaciones. 



Es apreciable que la sutileza y la investigación son directrices en la obra de Lorena Gutiérrez. Turismo Político es una instalación con una contundente capacidad interpeladora y comparto la visión de la artista en su statement al preguntarse: “¿Cuánto ha influido Cuba en la geopolítica de Latinoamérica, África, Oriente Medio, e incluso en los propios Estados Unidos, a través del entrenamiento, apoyo directo y asesoramiento en el terreno a gobiernos de izquierda, guerrillas y líderes de oposición, partidos políticos y grupos insurgentes?” 

Estas son las preguntas que se hace Lorena Gutiérrez y son la base y superestructura de su obra Turismo Político.

Otra de las piezas exhibidas en Luminol es Pentagrama Negro (Concierto para muchas manos) (2024). Esta obra es, a su vez, muchas obras. Esta serie es una sinfonía, un adagio tristísimo. Pentagrama Negro (Concierto para muchas manos) es una creación que indaga en la obra de trece músicos cubanos que han sido víctimas de una censura que determinara su silencio en la Isla.



Lorena Gutiérrez sabe que un silencio musical es una pausa en una obra determinada. La noción de silencio se refiere a la ausencia de sonido. Y un alto en la obra equivale a la asfixia del musicante.

La construcción de esta serie parte de la investigación en la obra de estos compositores e instrumentistas, que en algún momento de su creación musical utilizaron el color con esperanza para burlar el efecto gris acero de la reprobación oficial.

Lorena Gutiérrez investiga, pone el pabellón a flor de suelo y presta oído. Se deja seducir por las melodías de Ernesto Lecuona y Celia Cruz, de Olga Guillot y La Lupe, de Gloria Estefan y Willy Chirino. 



Para la composición plástica de la serie acude a la apropiación, a partir de una serie de portadas espléndidas de libros que circularon en su Habana natal en la compleja década de 1970, veinte años antes de ella nacer. 

Esta serie de libros, con temática policial y fantástica, de suspense y ciencia ficción, tipifica muy bien la atmósfera de esa larga década. 

“La elección de esas portadas”, me dice la artista, “al margen de la belleza estética debida a los diseñadores Enrique Martínez Blanco y Miriam González Jiménez, se debe a la paradoja de publicar a autores literarios desconocidos y negarle suficiente visibilidad a estos músicos extraordinarios, sobre todo basado en cuestiones extra artísticas. ¿Alguien recuerda quién fue Alexandr Borschagovski o Bratia Vaineri?”.



Cada una de las pinturas, realizadas dentro del estilo op-art, tiene debajo un plano de color del mismo tono que el utilizado en la canción interpretada por el músico, y en ellos otra composición pictórica tomada parcialmente de la partitura del himno nacional de Cuba. Composición musical sobre composición pictórica es la evidencia del suprematismo de la música sobre el resto de las bellas artes.

Pentagrama Negro (Concierto para muchas manos) tuvo un complemento de lujo. Lorena Gutiérrez, la clarinetista y saxofonista Arianna Cana Mackenzie, y Tommy Meini, musicólogo y DJ, han hecho en colaboración una composición musical homónima aprovechando el arsenal musical de la Fundación Gladys Palmera, a partir de los músicos incluidos por la artista en la serie Pentagrama Negro (Concierto para muchas manos)



Esta composición musical se estrenó en la inauguración de Luminol, el pasado día 12 de septiembre, a las 7 pm, en el espacio temporal de la galería Pan American Art Projects en la sede de Plus Artis, ubicada en San Lorenzo 3, distrito Centro, Madrid.

La tercera y última pieza que comentaré de la muestra Luminol es una obra maestra, un opus magnum del arte político, aunque los elementos conceptuales que la envuelven están planteados con la levedad de quienes sufren en mutismo. 

La obra Leopoldo Ávila vive (2024) es un grito, un estertor agudo en voz de la artista. Es traer de vuelta un hecho que nunca creímos agonizante, pero que hoy regresa con tanta fuerza o más que en aquellos años de marxismo leninismo verde olivo: el fenómeno de articular mecanismos de censura, tanto desde parapetos como desde el anonimato. 



Leopoldo Ávila no existía en tanto persona común registrada en la oficina del Carné de Identidad y Registro de Población. Pero eso apenas importaba, en tanto era la representación de la voz y el índice del poder ejerciendo de censor (y sensor) para la cultura.

Su pluma crítica tenía la validez de una condena. Y fueron varios quienes sufrieron su agrio dictamen desde las páginas de la revista de las Fuerzas Armadas. Leopoldo Ávila era una ficción con concesiones dadas desde el poder.

Lorena Gutiérrez se afana en revisitar la historia nacional, con el ojo avizor que le evita caer en las trampas que tiende la propia historia, y se apropia no ya de referentes hallados en la obra de algún artista del texto o poeta visual, sino que asume elementos encontrados en la imaginería revolucionaria y que hayan sido parte de la argamasa utilizada para la construcción del mito. 



Se sabe desde antaño: la historia se construye con hechos, pero también con mitos. La fábula, en ocasiones, tiene mayor peso específico que la prueba. 

Para esta obra, la artista ha usado el referente del héroe muerto bajo metralla, el día previo al ataque a Playa Girón en 1961. Eduardo García Delgado, el miliciano mortalmente herido, escribe con su sangre el nombre del jefe supremo en una puerta de madera del propio lugar ametrallado. 

A Lorena Gutiérrez le apasiona la anécdota que ha sido repetida hasta la saturación en la lírica oficial. Y se pregunta, en tiempos de la desacralización de los mitos y la asfixia de la leyenda, si no había otro asidero personal, familiar, religioso para nombrar por escrito una vez llegado el momento cumbre, el desenlace, la apoteosis.

Lorena Gutiérrez se apropia tanto de la grafía como del desespero del miliciano, de la urgencia del gesto último y de la sensación de agonía con que replica la acción, para dejar el epitafio hecho con los dedos empapados en rojo escarlata sobre la tela-puerta: Leopoldo Ávila vive.



Sólo me resta agradecer a la artista por su poesía y su breve, personalísima, lección de historia nacional. 

También aprecio el rol de la comisaria de la muestra, Aylet Ojeda Jequín, por tejer esa muestra excepcional con altísimo vuelo y un eficaz sentido estético y conceptual.





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