Pablo Rosendo: Arte, voluntad y esperanza

La obra del artista cubano Pablo Rosendo (San Cristóbal, Artemisa, 1988) reúne varias virtudes que lo hacen sobresalir dentro del panorama plástico cubano de hoy. La primera de ellas es el poderoso potencial de significado de los símbolos presentes, mayormente relacionados con el universo animal. 

Vemos un desfile de tigres, leones, serpientes, caballos, elefantes, panteras, unicornios, ratones, monos, águilas, gallinas…, y todos parecen habitar una realidad bien distante de la nuestra. Se trata de escenarios muy teatrales en los que estos animales se humanizan, dialogan entre sí —y con hombres y mujeres— en un código que sólo es posible en el espacio de los sueños, la fantasía, la imaginación más profunda (o quizás estamos ante otra dimensión de la existencia, paralela a la nuestra, con un código que aún no alcanzamos a comprender).

Entre dichos animales se establecen fuertes momentos de tensión. Pensemos en una pintura como la que representa varias serpientes, una de ellas con una gallina encima. Como detalle curioso, la gallina se ha echado a poner huevos sobre la serpiente, y estos huevos son dorados. Entre los dos animales parece reinar un momento de paz o tranquilidad que nos perturba, por inquietante y potencialmente peligroso. Nuestra mente nos lanza una alerta: sabemos que ese pacto de paz puede durar poco. Nuestra experiencia y entendimiento de la realidad nos dicen que el peligro y la muerte podrían estar cerca, aun cuando la gallina parezca totalmente enajenada y nos lance una mirada cómplice desde la comodidad de su posición. 

Esa amistad puede ser peligrosa. Quizás la gallina no lo tiene claro. Pero nosotros sí. Y ese suspenso le da un atractivo enorme a la pieza. 

Otro vínculo inquietante, esta vez entre el reino humano y el reino animal, se da en la obra titulada “Cosas que sé de ellas”. Aquí vemos una mujer desnuda cabalgando un unicornio blanco, mientras que la larga cabellera de la figura femenina cubre el cuerpo del animal, haciéndolo parecer una cebra. 

La imagen del unicornio históricamente se ha asociado con ideas como la pureza, la felicidad y la prosperidad. También representa el poder, la buena suerte, la justicia y la libertad. Para muchas civilizaciones, su mito ha significado la esperanza de sanación y la fuerza que en ciertos momentos necesitamos.  

Entonces, se me antoja que esta mujer abraza con su pelo a la esperanza, a la ilusión de un mundo mejor. Lo cual pudiera ser un hermoso mensaje, sobre todo en estos momentos de tanta guerra y muerte, de tanta destrucción de los seres humanos entre sí. 

Un elemento interesante es que el unicornio está cabizbajo, como triste, o quizás en son de paz, bajando la guardia. En cualquier caso, esta pintura me seduce tremendamente, me cautiva por su potente mensaje en tiempos en que muchos están perdiendo la esperanza y la fe en el hombre.

Igualmente enigmática y seductora es la pintura titulada “Abrí la champaña y se derramó”, un díptico donde presenciamos una gran orgía en la que los participantes son hombres, mujeres y, curiosamente, aparecen animales, específicamente, panteras. La escena está llena de burbujas, probablemente simbolizando los fluidos que se liberan en ese momento de placer colectivo. 

Las panteras aquí están de espectadoras, no participan del acto sexual. Más bien nos miran, lo cual produce un efecto de extrañamiento, un “ruido” en el sistema. ¿Qué hacen ahí estos animales? ¿Cómo fueron a parar a semejante encuentro? Tanto esta como muchas pinturas de Pablo Rosendo parecen salidas de una experiencia psicodélica, un viaje intenso a esa zona de misterio que la ciencia y los humanos todavía no alcanzamos a comprender. Es una obra irreverente, perversa, donde los límites de la moral que conocemos explotan ante nuestros ojos. Se disuelve la contención, y vence el placer absoluto, el goce sin freno, sin techo.

En este punto, hay algo que ha quedado claro: el artista tiene ciertas influencias de la estética surrealista. También bebe del legado de la pintura mural, el pop art, la pintura naif, el street art (arte callejero) y los grafitis. Gusta de los grandes formatos y los materiales anticonvencionales, como sábanas de cama en lugar de lienzo. 

En cuanto a la pintura, ha usado mayormente esmalte comprado en las mesas de su pueblo. En palabras de Rosendo: “estos materiales son alternativas de creación en un contexto donde se encuentra poco material, pero que enriquecen y crean una historia no solo motivacional sino, también, de objetos con una fuerte carga simbólica”.

Hablando de arte callejero, en pleno apogeo de la pandemia del Covid, en 2020 y 2021, el artista se dedicó a hacer dibujos de dimensiones monumentales en espacios exteriores, específicamente en las paredes de una presa de su pueblo, usando materiales como carbón vegetal, piedra, ladrillo de barro cocido y tejas de techos de casas. Se trataba de actos completamente efímeros y performáticos: luego de terminar los dibujos, el artista los borraba usando el agua de la misma presa, y solo quedaba la documentación en foto o video.

Sobre el origen de esas intervenciones monumentales, Rosendo cuenta que, ante su inactividad por la ausencia de materiales, su padre le dijo: “eso es una excusa tuya. Pinta con carbón y piedra y párteme la cara” (una expresión popular en Cuba para indicar “demuéstrame que tú puedes” o “sorpréndeme”). Hermoso ejemplo del poder enorme que tiene el amor de un padre o una madre, esos seres de luz que siempre están para tendernos la mano, especialmente en los momentos más difíciles.

Sin embargo, la ausencia de materiales no es nada en comparación con otros episodios ciertamente duros por los que ha transitado Pablo Rosendo. En un momento de su vida, este joven artista sucumbió al abismo profundo de las drogas y el alcohol, al punto de casi morir en un accidente, luego de caerse por un barranco desde una altura equivalente a tres pisos. Si bien no perdió la vida, casi pierde la movilidad del brazo con el que pinta. Y eso representó un estremecimiento que lo hizo despertar: el miedo a perder la capacidad para hacer lo que más ama: pintar. “Creo que el universo me dio una señal”, comenta el artista. 

Gracias a esa suerte de “mensaje” o señal, conjuntamente con su fuerza de voluntad, su disciplina, la práctica de la meditación, la lectura y el ejercicio físico, Rosendo logró abandonar el oscuro mundo de la adicción, y hoy es una persona distinta. Incluso, sirve de inspiración para otros jóvenes, quienes le escriben en las redes sociales y le dicen que su ejemplo les da la fuerza para cambiar, para salir del camino equivocado.

Dichas experiencias difíciles quizás guardan alguna relación con temas alusivos a la vida y la muerte, el bien y el mal, el dolor o la herida —pienso en esas flechas que penetran a los personajes y los hacen sangrar—, que se observan en varias de las pinturas del artista. Resulta lógico, para alguien que estuvo muy cerca del límite, y logró renacer. 

Es esa, justamente, otra de las facultades del arte: el amor hacia la creación se convierte, para muchos, en una fuente eterna de sanación.


Pablo Rosendo (galería)



Nueva York, 19 de octubre de 2023


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01×11. Cuba en la telaraña de seda

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