La víspera

“Recuerdo siempre al moribundo aquel, // El que prorrogaba contemplando una rama, // Al extremo de la cual solo quedaba una hoja […] una hoja empeñada en no morir”. 

Así comenzaba el poema La Esperanza, de Gastón Baquero, que leí el 26 de noviembre, junto a otros jóvenes, alrededor de la Iglesia de Paula, a unas cuadras de Damas 955. Durante casi diez días, otros jóvenes, que vivían un cerco policial, el más agresivo de los últimos tiempos, eran parte de un verdadero reality show de sobrevivencia. 

Cada día fuimos observando a través de las redes sociales la violencia in crescendo del poder sobre los cuerpos de los artistas y poetas, de los raperos e influencers, de los hijos e hijas de la Patria que se radicalizaron por exigir el respeto de sus derechos. 

En el barrio San Isidro, dividido en sus pocas manzanas, entre una acelerada gentrificación del turismo cultural y el blanqueamiento de la miseria, y el otro, el más profundo, el pobre, racializado, marginal e innominado, se abría un umbral, un parto, una fosa de mierda y resina caliente. Aunque aparentan que conviven, existe una profunda fractura entre uno y otro, como secuela de una nación que microfracciona incluso el dolor. 

Si alguien hubiera dicho que me adentraba en una nueva epistemología política, otra de Cuba discursiva, no lo hubiera creído. No por falta de sentido místico, sino por exceso de sentido común. Alrededor de la Iglesia de Paula, solo leíamos poesía, poemas-protestas, es cierto, pero poesía a fin de cuentas. Había en ello, sin que lo notásemos del todo, el nacimiento de una Cuba (poética) nueva, una nación. Y sin embargo, entre los asistentes, la impotencia que consumía e irrumpía como chispa, un germen de luz, como gesto de solidaridad hacia los acuartelados.     

Por eso mi elegido era Gastón Baquero, para que me acompañara en la segunda vigilia, cuyo acto de resistencia era invocar la belleza. Baquero no fue solamente un poeta; también degustó el amargo sabor del exilio político. Sentados alrededor de un fuego tutelar, estaban las voces y los rostros de esta generación, rebelada contra el despotismo gubernamental y la indiferencia de las instituciones culturales de la Isla hacia los acuartelados. Nacidos entonces “de la poesía sienten el peso de lo irreal, su otra realidad, continuo”, no para ocultar la violencia, sino revelarla y constituir el tiempo nuevo de esas heridas.

La sentada frente al Ministerio de Cultura después —más de trescientos jóvenes con demandas tales como libertad de creación, “derecho a tener derechos” y el fin de la censura—, detonó a causa del cerco policial que durante diez días vivieron los acuartelados en la sede del Movimiento San Isidro (MSI) al solidarizarse con el rapero Denis Solís, puesto que fueron violadas las garantías al debido proceso. 

La escalada de violencia vivida entre el artista visual Luis Manuel Otero Alcántara y el rapero Maykel Osorbo Castillo solo es ostensible visualizarla en un entramado de racismo, homofobia, clasismo y capacitismo, como formas de control y exclusión de los cuerpos que disienten del Gobierno. En la medida que —estos— líderes de la oposición son personas negras o afrodescendientes, recae sobre ellas el peso de la represión, como medida ejemplarizante. Los medios de comunicación oficiales contribuyen, por su parte, a sostener la imagen de sujetos antisociales, “marginales”, irreverentes al poder, no-artistas. El aparato colonialista se reproduce en las nuevas circunstancias sin dejar de exponer la opresión a la que se enfrentan las corporalidades disidentes. 

Pero, cómo llegamos acá es la pregunta que más de un año sigue repuntando. Para Baquero era “un pájaro disecado que canta incesante en el hombro de Neptuno”. 


* Este texto forma parte del dosier ‘La revolución de los derechos’, el cual da título a la plataforma de igual nombre. ‘La revolución de los derechos’ es una iniciativa de Article 19 e Hypermedia Magazine.


© Imagen de portada: Mary Esther, para el dosier ‘La revolución de los derechos’.




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El acuartelamiento de San Isidro como comunidad emocional

Anamely Ramos

El acuartelamiento significó una auténtica sacudida para todos. ¿Qué provocó semejante nivel de identificación con nuestra situación? ¿Por qué no se había dado antes un fenómeno como ese? Son preguntas que permanecen para el futuro.






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