Samuel Riera: Atrapados en el sinsentido de la postergación

“Se avanza” es una de las frases más repetidas en televisión nacional. Pronunciada tantas veces hasta indignar al oyente por la farsa que encierra. Es una expresión que se repite y se repite hipnotizando, convenientemente, a la gente, a la manera de Goebbles, con uno de sus Principios de la propaganda efectiva,[1] que habla de pequeñas ideas que deben corearse hasta el cansancio para que la mentira termine por convertirse en verdad (principio de orquestación). 

Repetir tanto esta expresión es una mentira/verdad ya inoculada en el ignorante feliz. Llamémosle así a la persona incapaz de comprender la raíz de nuestros problemas. El ignorante feliz de este tiempo. El que ha depositado su fe en las nuevas y “prometedoras” formas de emprendimiento local; el que continúa depositándola en el Estado. Ese Estado que, si no hoy, quizás mañana o a largo plazo, o Dios sabe cuándo, dice poder reunir las riquezas necesarias para distribuir a todos por igual, para que todos podamos vivir en un ambiente próspero y de bienestar. 




¿En qué se avanza? ¿En la revolución constructiva, la habitacional? ¿En la industrialización? ¿En la información? ¿En la tecnología? ¿Se avanza siquiera en el mito mismo de lo que significa la palabra avanzar dentro de la historia de un Estado pretenciosamente socialista? 

En efecto, todo es más rollo que película, para decirlo de un modo bien popular. 

Un experimento bien sencillo para caer en cuenta del reverso de ese “se avanza” —y no porque haga falta hacerlo, pues la realidad misma es tan dura que golpea en la cara a cada momento de nuestra miserable cotidianidad— pudiera ser visitar esa primera escuela donde estudiamos, como hice hace poco. 




Yendo a mi provincia natal, haciendo la misma ruta de hace unos treinta años para mirar las aulas en las que estudié desde prescolar hasta cuarto grado, fijarme en el patio central, en los cercados, en los muros. Y hacerlo, en lugar de albergar sentimentalismos o nostalgias que nublan el juicio, con la conciencia e indignación de chocar con una escuela que encontré demasiado pobre. 

Los techos idénticos con tejas partidas. Los mismos muros a medio levantar o a medio derrumbarse, el mismo maestro de hace unos treinta años que, casualmente, ese día de mi peregrinaje, andaba por allí merodeando, errabundo, encanecido, sin ser un día de clases. 




Recordé un parlamento de la película que el director norteamericano Abel Ferrara realizó sobre Pasolini[2] y pensé que, año tras año, en esa/mi escuela —pequeña y arruinada—, continuaban formándose funcionarios, repudiados, aduladores, ignorantes felices… —o como decía el cineasta italiano—: “extrañas máquinas que chocan entre sí, salidos de un mismo sistema educacional que nos forma a todos por igual (a pobres y a dirigentes)—. ¿Y si se cancelara la escuela obligatoria, los funcionarios elegidos, la misma televisión…, qué cosa le quedaría?”, preguntó el periodista a Pasolini en una de las escenas. A lo que el director italiano respondió: “Todo, quedaría todo, yo mismo, el estar vivo, el estar en este mundo, mirando, trabajando, comprendiendo”. 

Quedaría la situación, la tragedia de la situación, a la que podría mirar y transformar con su pensamiento mágico, poderoso, del que es dueño casi todo artista.  




Toda esta remembranza, mi divagación, tiene que ver con estar nuevamente frente a la serie Pizarras analíticas, de Samuel Riera (La Habana, 1978), realizada entre 2012-2020que no dejo de relacionar con sistemas de educación en ruinas —como mi/la primera escuela—, con medios de comunicación impositivos, con instrumentos de control y dominación del pensamiento. Temáticas y líneas de análisis a las cuales Riera vuelve una y otra vez en sus producciones simbólicas (Obedientes, 2017-2019).

A Samuel Riera hay que considerarlo como un artista multicreativo que habitualmente trabaja en proyectos simultáneos. La intencionalidad de su hacer, de su persona, hay que buscarla tanto en los asuntos artísticos como en los estrictamente sociales —en la conjunción de ambos—, en los asuntos de crítica social, los deseos de interrogar y transformar, desde el arte, problemáticas de nuestra cotidianidad.




Sus motivaciones creativas siempre han estado ligadas a los condicionamientos de su entorno inmediato (histórico, político, social) que se convierten en centro de su perspectiva crítica. En especial, las diferentes formas en que puede manifestarse lo relacionado con el adoctrinamiento que constituye uno de sus puntos de mira más constantes a la hora de crear. Un tema que aborda con recurrencia y con la lucidez del artista que entiende que la creación debe dirigirse hacia donde la vida se torna más compleja y cuestionable. 

Sobre Pizarras analíticas, en una entrevista a propósito de la reciente presentación[3] de esta serie en la galería neoyorkina Thomas Nickles Project, Samuel se refiere a las piezas que la integran como “una metáfora visual que incluye ideas que se relacionan con diagramas y modelos sociales imperantes, tales como el control, la conducta violenta, y las limitaciones del pensamiento, la censura o la imposibilidad de concebir un futuro posible”. 




Estos registros, según expresa, están asociados al comportamiento de la ideología social, a bitácoras de vida, expresiones o visiones espectrales del pensamiento, automatismos psíquicos y parámetros religiosos del comportamiento. 

Hay sentidos opuestos que ha querido sugerir con estas obras: adoctrinamiento versusliberación de la conciencia y el pensar libre; instauración forzada de modelos de conducta versus elección de ser y accionar; obediencia/servilismo versus disconformidad.

Pero, ¿cómo liberarse de la presión sicológica, del pensamiento esquema?, ¿cómo dejar de corear consignas y volvernos interrogadores de nuestro tiempo? ¿Cómo escapar de eficientes herramientas de manipulación que continúan usándose confiadamente, por saberse letales, anuladoras del pensamiento libre y de la acción individual? 




Mediante la interpretación y simulación pictórica de los patrones visuales generados por un antiguo ordenador, Riera encontró la metáfora para aludir a viejos métodos de control de la conciencia colectiva; los que van taladrando bien adentro el pensamiento hasta domesticarlo, lobotomizarlo, haciendo que la mayoría de las personas piensen igual y lleguen inclusive a sentenciar a aquellas otras que se alejen del consenso colectivo. 

Establece el símil con la tecnología obsoleta, porque las maniobras de dominación a las que se refiere responden a viejos esquemas de control, venidos del pasado, rígidos, arcaicos, empleados una y otra vez hasta la extenuación desde tiempos inmemoriales, por su infalible efectividad. 

Como leí en alguna parte, y parafraseo para poder traerlo a contexto: el fatal acomodamiento de los pueblos conduce a la fatal arrogancia de sus gobernantes. No cabe duda de que las sociedades se han acostumbrado a la dominación, como lo han hecho también sus gobernantes a una cultura profundamente estatista y controladora.




Pizarras analíticas habla también sobre la vigencia y el poder persuasivo que tienen sobre las colectividades las estrategias de control. Vayamos nuevamente al Principio de Orquestación de Goebbles —y ahora sí se me antoja citarlo completo— para entender de qué efectividad hablamos y cuál vigencia nos compete:

La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas (la expresión “se avanza”, por ejemplo) y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras, ni dudas. Las ideas que se quieren transmitir a la masa han de trasmitirse de forma continuada, usando distintos prismas y ángulos pero insistiendo en el mismo concepto. Estrategia básica, puesto que aumenta las ocasiones en el que el mensaje está disponible, lo que incrementa el grado de credibilidad que las personas le atribuyen y su disponibilidad en la conciencia individual [tal como lo cree el ignorante feliz]. Lo esencial sería la reiteración del discurso hasta la extenuación misma.[4]

Vivir a través del gesto pictórico esa ficción de diseñar estructuras de control como quien tiene enfrente una pizarra de escuela; pensar en la relación de semejanza con este objeto-pizarra, convertido en elemento simbólico y en cuya superficie se escriben y reproducen viejos programas de dominación en cualquiera de sus manifestaciones, son acciones del imaginario simbólico que Samuel Riera ha querido trasmitir con sus pinturas. 




Frente a los cuadros, el espectador puede desembarazarse de cualquier rastro que recuerde la apariencia naturalista de alguna cosa. Las composiciones no se originaron simplificando imágenes del mundo visible figurativo; sino que las formas ya eran abstractas antes de ser pintadas en el cuadro: patrones generados por la obsolescencia de viejos sistemas operativos, “imágenes desestructuradas como lo es en sí nuestra sociedad, fragmentos no figurativos, reflejos de un pensamiento colectivo social bajo continuo asedio, seccionado por continuas separaciones”, comenta.

Pizarras analíticas señala al progreso como una utopía incumplida. Aquí, el color, por ejemplo, es un indicador visual concomitante con la idea de la postergación, del retraso, de la obsolescencia, descrita en tonos opacos y mortecinos. 




Serán las obras de Evolving Natura (otra serie que se incluye en esta misma exposición) las que aporten la idea de “un nuevo renacer que pretende brindar un futuro posible de coexistencia y vida”, en palabras del artista. Lo que lleva incluso a pensar que, en la raíz de nuestros problemas, siempre coexiste una pugna histórica, esencial, entre el idealismo y la realidad; entre analizar/padecer la realidad tal cual es —la nuestra: agobiante, arcaica, desfasada— y el idealismo. 

Este último no es más que diseñar, en cualquiera de sus formas, soluciones míticas en busca de un futuro que nos traiga a todos un poco de luz, de bienestar. Y que pueda contrarrestar ese profundo sentimiento de frustración, estatismo, paralización, inmovilidad, que históricamente se ha arraigado a nuestra cultura. 


Samuel Riera (galería)





Notas:
[1] Leonard W. Doob: “Goebbels’ Principles of Propaganda”, en Public Opinion Quarterly, otoño, 1950, pp. 419-442.
[2] Pasolini (Abel Ferrara, 2014).
[3] Peripheries vol. 1 (Thomas Nickles Project, 24 de febrero-9 de abril, 2023) incluye una selección de sus series Pizarras Analíticas y Evolving Natura.
[4] Leonard W. Doob: ob. cit.




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