Sexcena. Micropolíticas culinarias y posporno

La “encarnización” de Dios. Ese momento donde los mortales se salvan de una eternidad de sufrimiento por pecar desde el origen del placer. Adán y Eva nos dejaron no solo una larga línea genealógica, sino el Pecado Original: el primer coito, la primera humanización dionisiaca. Acto desprovisto de raciocinio fomentado por Satanás, el eterno tentador. El hijo del enfurecido Dios, Jesús, decide perdonarnos a costa de lo más valioso que posee un Dios: su inhumanización, su carácter sagrado.

Bastaron poco más de 30 años para que fuera repudiado por sus ideas basadas en el amor, la solidaridad y el antisistema imperialista. La condena fue lapidaria: crucifixión. Para humanizarse aún más, Cristo pasó las peripecias de una tortura que lo llevó a la agonía: La Pasión, Pathos. Sin embargo, esta denominación es amplia, ya que abarca la última cena, la traición de Judas, la crucifixión e incluso la resurrección. 

¿Por qué llamarlo pasión entonces? Porque nada más placentero que comer y morir, nada más humano y desprovisto de divinidad que lo más básico del animal: la finitud. Y así, Dios ha muerto.

La relación del humano con los dioses o, dicho de otro modo, la relación de los sujetos con lo religioso ha cambiado completamente desde la muerte de los colosos. Pero, ¿qué significa esto, concretamente? El nihilismo nos habla de una muerte cultural, donde queda un vacío a llenar, ya que, como propuso Kant, el sujeto necesita creer en Dios porque no soporta la idea de que no exista nada más allá de los fenómenos. Así, pensamos la idea de lo más acá y más allá, pero el problema que nos pone Nietszche es qué colocamos en el lugar de Dios. En otras palabras: no nos quedamos sin Dios, sino con un trono vacío. 


Sexcena. Micropolíticas culinarias #1, es una metaformance realizada por Nicole Rivera desde Berlín, en Viernes Santo, en la cual diferentes personas participaron en una acción colectiva relacionada con el placer culinario. Cada performer basó su trabajo en parámetros dramatúrgicos asignados: la obra se enmarca en la relación entre alimentos, pospornografía, implicidad, fragmentación y temporalidad. 

Con estos insumos, los participantes se inclinaron hacia una simbología y gestualidad alusiva al cristianismo, exacerbando lo erótico de su formalidad. Mediante “sugerentes” alimentos, los actuantes realizaron performances desde sus lugares de cuarentena, todo con un sonido de fondo que se mezclaba a ratos con los ruidos de las propias habitaciones.

También los alimentos son (pos)pornografiados, al ser expuestos y usados como material de deseo y excitación. El compás es un noise constantemente presente, lo que termina por transformarlo en el coordinador de movimientos al temposugerido; a la vez que se expone para dialogar con la acción, el ruido le da forma sonora a lo abyecto de la acción. 

Entonces, ¿cuál es el sonido del porno y cómo debe sonar el posporno?

Según John Cage, el ruido nos molesta al ignorarlo, pero al escucharlo lo encontramos fascinante, por cuanto lo consideramos un esquema musical que nos entrega una experiencia y una experimentación. No solo nos ayuda a musicalizar un acto sexualizado y erotizado, sino que marca el tiempo del mismo. 

Es esta temporalidad la que establece una diferencia entre el porno heteropatriarcal y el posporno: se politiza el elemento representacional, se hace del sonido y la imagen una presencia latente, una punzada cacofónica que seduce y erotiza, a la vez que nos (re)relaciona con la idea de la escena ideal para el sexo, su ambiente, desde una posición de disidencia, teniendo en cuenta el enfrentamiento a la norma pornográfica en términos visuales y sonoros. 


Sexcena. Micropolíticas culinarias y posporno - Valeska Navea Castro

La pornografía debería ser una muestra, un grabado de los deseos carnales de la humanidad. Pero una visión unilateral de ella ha destruido completamente la intención erótica y artística que en algún momento pudo tener. Esta mirada es la del hombre, macho y heterosexual; gracias a su explotación, la industria pornográfica ha generado una pedagogía sexual errónea: fetiches, sonidos y ángulos que satisfacen los deseos del patriarcado que se excita con la dominación del otro, despojándolo incluso de dignidad.

La propuesta pospornográfica de Sexcena reflexiona desde la representación performativa lo que se sexualiza, tensando nuevos elementos con la vieja tradición heteropatriarcal. La única vía propuesta hasta ahora es bifurcada en diferentes gustos y cuerpos que ya no siguen el patrón pornohetero-cis, haciendo de la composición una mixtura de texturas, formas, símbolos, sonidos y granulaciones desde la disidencia, desde una otredad.

Los cuerpos insinúan, no explicitan. Los cuerpos se vuelven feministas, propios, quebrando toda una tradición cultural al hacer pedazos el binomio del género. Los cuerpos se entregan al placer erótico allí donde lo culinario les permite asociar formas, acciones y sonidos sugerentes e implícitos de la sexualidad. El temple posporno es, entonces, la adición de un filtro que convierte lo implícito en político.


La cuarentena producto del COVID-19 ha sido una acción obligada. No podemos tocarnos, pero, ¿podemos estar sin contacto, sin amigos, pensando que cualquier encuentro podría provocar la muerte de alguien? Internet nos ha permitido mantenernos conectados durante el encierro, “estar cerca”, a pesar del aislamiento, de las personas con las que estamos en línea; podríamos decir: una “metacercanía” a través del “metacuerpo virtual”.

Entonces, si estamos conectados por una gran red global, lo que se vuelve deseable es la carne, único reducto humano que no puede ingresar al mundo digital. En otras palabras: el mundo digital no es un reflejo de nuestros cuerpos, sino un espectro, la aparición misma de la imposibilidad de encarnizar la interacción web. 

Nosotros (dejando en suspenso la cuestión del cuerpo) dialogamos en simultáneo a través del (ciber)espacio; una comunicación que, en lo que respecta al porno o a “algo íntimo”, frecuentemente queda reducida al usuario (único) que goza de manera privada con la oferta de una plataforma, manteniendo así su carácter escondido, ya que el fetiche se reserva solo para el ofertante.

Pero en Sexcena, la privacidad de los sujetos en un encuentro sexual se cambia por un espectáculo múltiple; o sea, lo íntimo de un chat unipersonal se transforma en una multiplataforma, transformando al ofertante en un microelemento más de un “pantallazo”. Pero no es un collage, como podríamos rápidamente argumentar, sino una propuesta inédita (sin edición) de algo que está sucediendo colectivamente, un aquí y ahora en muchos espacios reunidos bajo una temporalización performativa.



Sexcena. Micropolíticas culinarias #1, es una metaformance realizada por Nicole Rivera,
desde Berlín, en Viernes Santo.


Y volvemos a la vieja discusión de lo sagrado y lo profano. Nuestro título hace honor a Las lágrimas de Eros, de Roland Barthes, que trata elocuentemente la idea del orgasmo como una pequeña muerte, éxtasis absoluto de una experimentación que intenta llegar a lo causado por la muerte, la definitiva. 

Esto lo hemos visto en la historia del arte: El éxtasis de Santa Teresa, de Bernini, o los incontables San Sebastián y Crucifixiones que buscan hacer del símbolo cristiano una muestra del cuerpo parlante, chillón, gritón, extasiado, sangrante, torturado, martirizado y placentero.

Cuando hablamos de “encarnización performativa” nos referimos a una tautología artística y teatral. Dios se hace carne: es la mayor apuesta performática de todos los tiempos, ingresa a la representación para salvarnos, aunque implique someterse al placer terrenal; en otras palabras: Cristo ha subsumido su cuerpo en la pura representación de su agonía. De ahora en más todo pasa por su cuerpo, todo es sentido y todo es visto. Su sufrimiento lo hemos llamado La Pasión, y no por un motivo sarcástico, sino irónico: ahora pelar cosas, cocinar, desgranar, sentir, lamer y saborear, hace que todo esté marcado por la experiencia, atravesado por su representación, como un cuadro de El Bosco. 

Dolor es placer, sagrado es profano, lo divino deviene ironía, porque ya no podemos más que saborear, oler, tocar, o desear todo lo anterior. Lo culinario en Sexcena (y su referencia a La última cena es lúdica) se está jugando con el último residuo de entrega divina al mundo de los hombres, pero ya no desde el puritanismo, sino desde una reelaboración del discurso bíblico, histórico y heteronormado.

Aparentemente, el posporno nos deja otra sensación de los cuerpos. Porno ligado al cuerpo político y cultural, ligado en el mundo moderno a lo moral y su contrario. Lo que damos por prohibido y permitido mantiene una lógica cristiana, pero la propuesta de este trabajo es una reinvención de la atadura conceptual de lo divino a través de su paganización y su ruptura con las lógicas de comunicación performativa: lo pagano se diviniza, lo divino ingresa a la mortalidad.


Sexcena. Micropolíticas culinarias y posporno - Valeska Navea Castro



Mariana Riquelme

Mariana Riquelme Pérez o el derecho al olvido

Valeska Navea Castro

El ejercicio de memoria propuesto por la artista chilena exhibe el olvidar como lo político del recordar, perdiendo protagonismo el Gran Relato histórico para dar paso al proceso. Mariana Riquelme Pérez busca la oportunidad, en la utilización del grosor del plumón, de pasar la historia a modo anecdótico.