Carta abierta a Norma (Ana) Jeane (La Blonde en mí)

Miss Norma:

No sé ni como llamarle, no sé como prefiere que la llamen. A veces pienso que es usted varias personas. ¿Pero qué puedo saber yo? La llamaré Ana, espero no le moleste.

Le escribo, pues he visto cómo la han representado en ese nuevo filme de Andrew Dominik. Me ha parecido fabuloso: una reinversión de la literatura.

El señor Dominik se apropió y expuso la novela de Carol Oates fascinantemente. Creo que él está deslumbrado con usted, por su actuación y también por su persona, por su vida, por su sufrir. Más que un biopic, presencié un discurso amoroso de quien reconoce al otro, lo entiende y lo ama.

¿Y a usted? A usted la vi aparecer de manera fugaz, a veces miss Jeane; otras pocas, miss De Armas; miss Monroe siempre estuvo ahí. Do you agree?

Andrew Dominik está deslumbrado con usted, por su actuación y también por su persona, por su vida, por su sufrir.

Me ha marcado mucho su actuación, verla encarnar a Norma y a Marilyn, y no siempre dejando de ser Ana. Me hizo sentir orgulloso. Como tal vez sepa, soy cubano y tenemos, como caribeños, un nacionalismo y un amor bien profundo por nuestra tierra y mar, a pesar del dictador Castro. Tal vez porque nos es lejana, como lo es su padre o como lo es hoy usted.

Verla así, cubana en sangre, hija de Los Angeles, California, deslumbrando al espejo del mundo con un gesto, con una lágrima, me hizo pensar en esa niña que siempre he llevado dentro y que ríe y gesticula a veces, aunque sufriendo.

Al igual que usted, mi familia nació y creció pobre. Tal vez no en estado miserable, pero sí de esas familias en precariedad, donde siempre falta algo o nunca hay de todo. Lo que da una razón para que la niñez sea perturbada.

Para nada me pusieron en adopción, “siempre había familia”. Pero luego del sicoanálisis, sí considero que cada niño nacido en esa Cuba de después de 1990 era un waif.

Tenemos un nacionalismo y un amor bien profundo por nuestra tierra y mar, a pesar del dictador Castro.

Mi madre no sufría de los nervios, ni de paranoia, pero sí de una antigua histeria revolucionaria: el deber antes que el amor. Luego, en temas de represión, la palabra para mí, de niño, no era una posibilidad.

Siendo pequeño nunca abusaron de mí, pero sí tuve que ir a jugar y sudar básquetbol con un profesor pedófilo. Las duchas colectivas y el sentarse en el regazo es algo trastornador. Por suerte, yo siempre he sido arisco. Miss Ana, si supiera de ese lugar de donde vengo yo, que a veces usted conoce.

Es coincidente que mi padre también se haya ido. Se fue huyendo también. Era un médico utilizado y vendido y negro. Nunca me quiso. Crecí en el total imaginario de lo que él pudiese ser y nunca fue.

“Anthony, mira, ese es tu papá”, también me dijo mi madre. Usted nunca conoció al suyo y yo sí al mío. Pero créame que doce años de separación manipulados por la dictadura de la Revolución pueden hacer que un padre deje de amar a su hijo, no quererlo y basta.

¿Se imagina? Imagine, if your daddy didn’t love you. Lo único que le hubiese hecho pasar del desamor a la detestación es si le hubiese dicho que, además de todo, era homosexual.

Mi madre no sufría de los nervios, ni de paranoia, pero sí de una antigua histeria revolucionaria.

Lamentablemente, no lo soy. Pero él si vio a mi Blonde interior, la percibió y no le interesó. La maltrató, como ha hecho con todas. Así que tuve que vivir inventándome un personaje, sin daddies.

Créame que, como yo, hay muchas almas más para quienes, como usted y yo, no tienen daddies. En ese lugar de donde vengo no queda nada de la familia, de los valores. Usted lo ha visto, miss Ana, esa gente ha destruido todo.

Yo hubiese querido ser, tal vez, artista de cabaret, pero mamá no tenía ni tiempo ni dinero. Y abuela no hubiese querido un nieto “pajarito”. Y ya ve, mi vida es ser inmigrante en exilio y en ideas.

Yo iba a ser “el hombrecito de la casa”. Aquel que estudiaría en la Universidad. ¡Qué vida! La música y el arte se me negaron. Y yo, por temor, casi nunca pedía ser quien quería ser.

Le digo, de muchos problemas me ha salvado la Blonde en mí. He tenido que simular cortesía y gestualidad fina para poder “pertenecer”. La Blonde en mí me ha llevado a descubrir grandes autores y a morder jugosas manzanas. Pero, aún así, como usted, aún así no soy libre. Cuba no me quiere libre.

Abuela no hubiese querido un nieto “pajarito”. Yo iba a ser “el hombrecito de la casa”.

Puedo entender, miss Norma, lo que este mundo de hombres la ha llevado a hacer: doblegarse y aceptar el cilindro de piel caliente con su ir y venir, y venirse. ¡Qué desagrado!

Yo también me doblegué, como un ternero que nacía, en el campo enfangado y sucio de un preuniversitario. Era yo el del cilindro y era tal vez otra Norma que me cilindraba, cilindraba la Blonde en mí.

El sexo se me impuso para entrar al mundo de los hombres y debí moldearme a la imagen y semejanza de Eva o de Adán o de un revolucionario cualquiera. Lo peor fue haber sido el hijo de la revolucionaria y del contrarrevolucionario, pues, in the end, fui hijo de nadie.

Allá en ese lugar, el cual usted conoce, miss Ana, han hecho de la vida una muerte. Ya los filmes de miss Monroe no aparecen, aunque programen Blonde. ¡Qué tristeza! No creo que sea necesario infringir un año más de ese terror a una nación.

Doblegarse y aceptar el cilindro de piel caliente con su ir y venir.

Usted fue una afortunada, pero aún así, una nieta desamparada del abuelo Fidel. Debió usted labrar su camino en paralelo a la vida revolucionaria, usted y unos pocos. ¿Y los muchos, entonces? Tal vez usted, al salir, no miró atrás e hizo bien. Pero desde atrás la mirábamos todos crecer y volar libre, por sus sueños y su vida. Usted fue a agrandar su Blonde, a pulir su mirar.

No sé si usted lo siente, pero siempre, de alguna manera, estamos atados a esas rocas. Es ahí cuando miramos de vuelta y el hoyo que nos mira es vacío y negro, miss Ana. Saber maldita la tierra, de bebé gateada, es un mal a la vida. ¿No lo cree usted?

Persona sin lugar, sin identidad. ¿Volvería usted a vivir y a dormir en casa de mamá o de la abuela? Caminar por esas calles con huecos, aunque fuese en Playa. Sudar suciedad y hastío. ¿Iría usted?

Verla en pantalla es esperanza y cobijo. Saber que de Cuba tierra nació y que de Cuba revolucionaria se expatrió un talento. Una joya actoral logró salvarse al usted estar semidormida en ese avión.

No creo que sea necesario infringir un año más de ese terror a una nación.

Enferma, desquiciada, drogada, lunática, histérica, gusana. Podían llamarnos de cualquier manera, miss Norma. Solo queríamos ser nosotros, independientes, amantes, productores y clientes de nuestra ruta. Esos hombres nunca nos dejaban. Nuestro mismo mundo nos reprimía al exponernos con amor y libertad. Sus hombres, miss, eran de cuello y corbata, sombrero, gafas y cámaras. Los míos vestían de verdeolivo. A veces con camisas de cuadro o polos de rayas. Todos bien encuadrados.

Sus miedos, miss Norma, los entiendo: miedo a la pérdida, miedo al fracaso, miedo a la represión. Cómo no sentirse así en tu tierra, que no es tuya, en un lugar donde el revolucionarismo ha desmembrado la familia, la humanidad, la gente.

El vivir dentro te reprime, el estar fuera te golpea. Luego, entiendes que nunca fue tuyo aquel lugar y el abismo es profundo. Más tarde, cuando despiertas, recuerdas que te lo han robado, te han extirpado el nacer entre unas piernas pálidas ensangrentadas. No hay llantos, no hay piel con piel. Estamos solos, miss Norma, envueltos por el sentimiento.

Es eso. El sentimiento y la Revolución, que asesinan a la Blonde en mí y a la Blonde in you.

Saber que de Cuba tierra nació y que de Cuba revolucionaria se expatrió un talento.

Devenimos adultos sonámbulos, por un sí o por un no gritamos y nos enfadamos y podemos ser el terror; lo peor con nuestro cuerpo y nuestra mente, con los otros. Pues fueron otros tantos los que nos dañaron así. A usted también, miss Ana.

“Salir fuera”, respirar, respirar, respirar, es por siempre escapar. Y escapando vamos de un filme a otro, de un texto a otro. Un abuso, miss Norma, víctimas de la hombría sombría, usted y yo, de forzar la sexualidad y, luego, hacer de ella una cualidad a la que no queríamos rendir honor.

Queríamos el juego y acabábamos jugados. Porque aquellos otros no juegan, miss Ana. Aquellos otros viven en la selva desagradable de la Revolución, del sálvese quien pueda. Un lugar donde cualquiera mama y teme por su vida, por su insignificante existencia. Un pueblo desprovisto.

No hay droga que lo cure, miss Norma. Solo en sueños profundos logramos liberarnos, ahogando al verdugo. Es solo dejar el llanto cubrirnos y “acongojarse”. Y sí, después, destruir el cuerpo, flagelación sostenible, continua, agendada, de cualquier índole. Pero, ¡bum!, ¡bum!, ¡bum!

Mis hombres vestían de verdeolivo. A veces con camisas de cuadro o polos de rayas. Todos bien encuadrados.

Al final, ya ni sé ni por qué le escribía, miss Ana. Es que Cuba está sola. Cada alma huida y fuera debe decir, contar la miseria, aunque sea pequeña. Son sesenta y tres años de esa “pequeña” miseria, sin posibilidad de ser, de expresar cualquier capacidad innata del ser humano. No es normal y no está bien, miss Norma, miss Ana. Un secreto a voces sin cabida para misses Monroes.

Algún día, en un podio inmenso, donde debe de estar usted, miss Ana, luego de regalarnos a miss Norma, deje venir de vuelta a miss Marilyn. It comes to you. Deje que tome la palabra y diga su verdad, la verdad: que en Cuba hay una dictadura.

No hay paso más firme ni voz más sublime que el amor y el arte en pos de la verdad y la justicia. Embracing freedom. Y acepte entonces el aplauso de un público conmovido por su sensibilidad y empatía, miss Monroe, miss Jeane, miss De Armas.

Me ha despertado usted a mi Blonde reprimida y sola; la sonrisa de jarana luego de un llanto en crisis, délicatesses cinématographiques. Gracias y bravo, ¡bravo! Cual una diva, la seguiremos admirando, miss Ana, una diva de Arco y de Armas.

Mis más cordiales respetos y mis más sinceros aplausos para usted, miss Norma, miss Ana.

Greetings to miss Marilyn Monroe.




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‘Blonde’ o ‘La Pasión de Norma Jean según St. Andrew’

Antonio Enrique González Rojas

Ana de Armas se mantiene estoicamente comprometidacon su personaje, aunque el resto de la película conspire para ahogarla en las extravagantes marismas del grotesco.