Siempre he sido muy soñadora. Pensaba que con solo mirar las imágenes de las películas y desear ser parte de ellas, mis visiones se harían realidad.
Cuando comencé a trabajar detrás de las cámaras comprendí que estas visiones no son más que un espejismo. Los cubanos no les importamos ni a los propios cubanos. Cada vez es más importante salir de este país y abrirse camino fuera.
La frase de que nadie es profeta en su propia tierra cobró sentido para mí.
Las instituciones del patio se debilitan y convierten en lejana cualquier aspiración de crecimiento profesional. En muchas partes del mundo las personas se quejan de la televisión; Cuba no es la diferencia: la televisión aquí es horrenda.
Trabajé en una serie dramatizada (Sácame del apuro) donde algunos miembros del equipo confundían fortaleza con bajeza. En una escena donde mi personaje discutía con su cuñada, ellos esperaban una violencia de bajo mundo, en vez de una pelea entre dos personas civilizadas, como sugería el guion.
Desde que Ana de Armas se hizo famosa, la mirada se dirige hacia el norte. Las siguientes generaciones han querido trasformar el sueño en acción. El recorrido de Ana de Armas es curioso; la mayoría olvida que ella tiene pasaporte español. Salió de Cuba hacia España siendo una adolescente, y luego se convirtió en una estrella del cine mundial. Su ascenso en Hollywood coincidió con el momento en que Obama puso de moda a Cuba.
Yo estuve en Los Ángeles en el año 2015. Para ese entonces ya estaba interpretando a Elena de Corazón azul. Ana de Armas me ofreció su casa. Yo había sido invitada a participar en el 168 Film Festival, nominada a Mejor Actriz por mi papel en Ends, del director ecuatoriano Víctor Carrera.
A pesar de que era un evento pequeño, recibí la noticia con muchísima alegría. No pierdo la perspectiva de ser cubana y, por otra parte, fue mi primer reconocimiento internacional.
Lynn Cruz. 168 Film Festival, Los Angeles, 2015 (Foto de Javier Caso).
L.A., el sitio para las emociones más enajenantes. Espejismos, consumismos. Actores y cineastas que se desdoblan en su propia fantasía. Marionetas que destilan narcóticos.
¿Conversaciones profundas en un buffet con piscolabis y vino? ¿Qué se puede hablar en un coctel en L.A.? Chapurreas el inglés, y se alejan de ti si tu conversación se torna demasiado intensa o apasionada.
Entiendo que mi ritmo se afecta por la escritora que convive con la actriz. Las palabras desarman mi mente. Me siguen a todas partes.
Algunos críticos opinan que La guerra de las galaxias destruyó el cine de autor. George Lucas descubrió la fórmula. Desde entonces, todos quieren frotar la lámpara del genio de la publicidad y del marketing.
Antes, hasta los diseños de las actrices para asistir a las ceremonias de los Oscar eran sencillos. Ahora parecen vestirse para un carnaval de disfraces de alta costura. En tiempos donde el hambre arrecia, esos trajes lucen aún más su anacronismo.
Hollywood, la gran empresa. Cada vez más, los Oscar de interpretación se dirigen a calzar el estrellato de los protagonistas del negocio del cine. El año en que premiaron a Emma Stone por su rol en La La Land competía Isabelle Huppert por su desempeño en Elle, de Paul Verhoeven. Fue muy injusto no haber premiado a la Huppert.
Lynn Cruz. 168 Film Festival, Los Angeles, 2015 (Foto de Javier Caso).
Miguel Coyula en el umbral de Hollywood, 2004
En 2003 Miguel estrenó su primer largometraje, Cucarachas rojas, que fue catalogado por la revista Variety como “Undeniably inventive, visually stunning… A triumph of technology in the hands of a visionary…”.
El asistente de Robert Tapert (el productor de Sam Raimi en The Evil Dead) leyó la crítica y pidió ver la película. Miguel le envió una copia de Cucarachas rojas y a la semana siguiente recibió una llamada.
Al teléfono estaba Robert Tapert en persona. Le dijo a Miguel que estaba armando una casa productora para hacer filmes de horror de bajo presupuesto, y necesitaba directores. Añadió que le había gustado mucho cómo estaba dirigida Cucarachas rojas.
Cartel de Cucarachas rojas (2003).
Pero Tapert quería saber si Miguel estaría dispuesto a trabajar con un guion más accesible, para un público general. Miguel le respondió que no tenía ningún inconveniente, pero solo con el control creativo (final cut) del proyecto.
Tras una breve pausa, Tapert dijo:
—Bueno, quizás no sea yo quien te descubra. Me imagino que debes tener otras ofertas.
—No, no tengo ninguna —respondió Miguel.
Un sí incondicional a Robert Tapert habría colocado a Miguel dentro de la industria. Su respuesta fue un no rotundo.
Miguel tenía veintiséis años entonces. Aquel podía ser su tren hacia la… ¿salvación? Se suponía que hacer cine en Estados Unidos significaba el deseo de saltar a Hollywood. Pero al demandar el control creativo sobre sus películas, Miguel estaba terminando su “carrera” antes de empezarla.
Antes de colgar, Miguel le recordó a Robert Tapert otra película que él produjo: Darkman (Sam Raimi, 1990). Le dijo que la había visto muchas veces, en su infancia. Tapert se mostró sorprendido y no le dio demasiada importancia.
Ahora Miguel está de vuelta a su infierno. Pero no se escapa de él, sino que está seguro de habitarlo. Eso es lo tremendo y lo trágico de ser cubano. Eso es lo irónico de haber crecido en la burbuja satélite soviética, donde el tiempo era infinito y lo importante era la obra.
Fotograna de Darkman (1990).
Hollywood en el umbral de Miguel Coyula, 2020
Javier Caso nos invitó a entrar para que saludáramos a su hermana, Ana de Armas, y al novio de ella, Ben Affleck. Estaban jugando dominó en una casa rentada en Miramar.
Los saludamos brevemente. Le dije a Ana que no se acercara mucho, porque habíamos pasado toda la mañana en el agro. No obstante, ella nos abrazó.
Ni aun en familia, Ben Affleck se quitó la mascarilla. Nos preguntó si éramos cineastas. Ana le comentó en tono bajo:
—Yes, I was telling you about them.
Ben Affleck abrió los ojos y se dirigió a Miguel:
—Oh, yes… So, do you make films here?
Miguel respondió:
—Yes, I made two films in the USA but I dediced to come back because I realized that if your work is not comercial you don’t exist as an artist, over there.
Ben Affleck hizo una pausa y solo dijo:
—¡Oh!
Fue un momento incómodo. Ben Affleck parecía haberse encontrado con un homeless, un terrorista o un loco. Miguel lucía una barba muy tupida y muy larga, y sus cabellos estaban desgreñados. Justo por aquellos días rodábamos una escena con su personaje.
—We are doing screenings of our new film Corazón azul —intervine yo, tratando de cambiar el tema—. If you want to come this sunday to our home, you would be welcome.
Ana miraba y asentía, de manera casi mecánica. Miguel recordó que aquel domingo asistirían a la proyección Fernando Pérez y el director del Instituto Goethe.
—¡Ay sí! —dijo Ana—. Yo quiero mucho a Fernando.
Pero la mañana siguiente recibimos una llamada de Javier. Nos decía que Ana y Ben no se sentían cómodos con el hecho de que asistieran otras personas que no conocían.
Les dijimos que no había problemas, que si ellos querían podíamos hacer una proyección solo para ellos. Entonces decidieron fijar una nueva fecha.
Más adelante, Javier nos comunicó que Ana y Ben habían cancelado nuevamente su presencia. Esta vez de forma definitiva. Explicaron que querían ver la película, pero no en nuestra casa, porque no querían problemas.
Fotograma de Corazón Azul (2021).
Diez meses antes, en enero de 2020, el hermano de Ana de Armas, Javier Caso, había sido víctima de un interrogatorio policial que se hizo viral, y en el cual Miguel y yo estábamos involucrados.
Mi suegra nos advirtió:—Ni se les ocurra llevar la película a la casa de ellos. Que se vayan pa’l carajo.
Los masturbadores de las playas desiertas
Miguel seguía encuadrando a unos cien metros de mí. Empecé a escuchar unos gemidos a mis espaldas. Me volteé. Tras las uvas caletas, había un hombre tirado en el suelo, con los pantalones bajados, masturbándose… Pero Miguel había decidido terminar la escena a toda costa. Su cine es más importante que la propia vida.