El camino a ‘Vicenta B’: Fin del rodaje

Hoy es el último día de rodaje. Son las cinco de la mañana y estoy parado en la esquina de mi casa con los audífonos puestos. Billie Eilish canta su Happier Than Ever. Su voz me entra por todo el cuerpo y estiro las manos para mirarlas. 

Hay algo de alegría en esto de acabar, pero también cierta tristeza. ¿Quién sabe cuándo voy a volver a rodar? Llega el carro que me recoge y en el trayecto voy viendo el amanecer.

El parque Lenin. Olor a yerba cortada. Algunos trabajadores van para sus centros caminando por el borde de la carretera. Mascarillas. Botas de agua. Machetes.

Los palos de bambú se mueven de un lado al otro. Hoy no solo es el último día, sino que también es el llamado que más figuración tiene. Por primera vez vamos a tener a mucha gente en el set, que está decorado como si fuera un aeropuerto.



Un montón de jóvenes con sus maletas. Un asistente me dice que parezco calmado. La verdad lo estoy. Con la película anterior pensé que no iba a volver a filmar y ahora lo he podido vivir minuto a minuto sin adelantarme ni tratar de evitar los momentos de dolor. Estar más viejo ayuda a eso. A estar en el momento. A saber estar. 

Se coloca la cámara y Olguita, mi asistente de dirección, empieza a ubicar la figuración. Le cambio par de cositas: siento a una muchacha en una escalera y pongo a un joven al lado de una señora. Los taxis se mueven de un lado al otro y se crea cierto movimiento.

Vencemos el primer plano general y nos vamos a los planos más cerrados. Después de tres o cuatro emplazamientos, me siento un poco perdido. Hay mucha gente subiendo y pasando por detrás. Temo que haya algún problema de continuidad. 

Hoy es el último día y hay que despedir a varios actores.



Par de creadores cercanos, amigos, me quieren hacer regalos. Los regalos no me caben en la mochila. No sé dónde poner la mochila. Prendo un tabaco y me alejo un poco. Miro a una parejita de actores que van de allá para acá de la mano. Hacen una pareja graciosa, él muy alto, ella bajita. Miro al cielo. Espero que no llueva. Todavía nos falta recoger todo lo de aquí e irnos al monte.

En el monte vamos a filmar las escenas de los sueños de Vicenta. Sueños que quizá no estén en el corte final.

Vicenta, su hijo Carlitos y Carlos están al borde de la escalinata. Besos. Abrazos. Parecen una familia de verdad. Una familia cubana. Tienen una buena onda entre los tres. 

Empieza a pasar de un lado al otro una cajita con dulces, hay como unas cositas de picar. La gente toma las medidas por lo de la Covid. En fin, que nada, se tiran los planos. Creo que no me falta más nada y cerramos esa locación.



Hay que recoger todo y movernos a un kilómetro más o menos a filmar los últimos seis planos de la película. En el apurillo se nos olvida que es el fin de la película para Carlos y Carlitos, y no los despido como es debido. Después me voy a sentir mal por eso.

Hacemos una foto del equipo completo. Nos falta Denise. La extrañamos. Pero Alain y Alexei sacan un móvil con una foto de ella y ahí está con nosotros en ese momento. 

Me monto en un carro y trato de llegar de primero al monte. Hay un carro parqueado con una pareja adentro que estaba tratando de hacer el amor y nosotros llegamos a joderlos. Se van.

Camino monte adentro. Cruzo una línea de tren y pido permiso. Parte de la yerba está quemada. Llego al árbol y visualizo todo. Vamos a filmar acá y luego allá. Las espinas secas que hay en el suelo son tan peligrosas que pueden atravesar la suela de una zapatilla. 



Hay una mata de tamarindo. Condones usados. Basura quemada. Las espinas y un sonido a carretera lejana. Prendo un tabaco para pedirle a los muertos que nos ayuden. Suelto humo.

Estoy a punto de acabar la película. Ya está contada. Lo único que falta son dos momentos de ensoñaciones. El primer plano de la película, el primer día, no fue muy sentido. Estaba calentando. Ahora no quiero que me pase eso. Quiero tener mis cinco sentidos.

El equipo de cámara llega y ponen la ARRI. Como un hechizo, como algo del más allá, siento que lo que tenía en mi mente, por arte de magia, ahora no funciona. ¡Coño, lo habíamos probado! No. Ahora no sirve. Mando a poner la cámara en el otro lado. Tampoco. La vuelvo a colocar donde estaba antes. Hay algo. No sé qué. Pero esto no me acaba de convencer. 

El equipo está cansado. Faltan tres horas de luz y por el toque de queda hay que irse. Linnett me pide hacer la escena sin ropa. Quiere caminar descalza por las espinas. Quiere atravesar el monte bien cimarrona. Me ve la sonrisa en la cara. Me reta. Quiere que le diga que sí. No sé, no me pega aquello. Ella quiere. Da palmadas. Nos reímos juntos.



Al final no la dejo encuerarse y filmamos los dos últimos planos de la película. 

En uno de los planos pasan una serie de migrantes entre las ramas del bosque.

En el otro plano, Vicenta, de espaldas, camina por el monte mirando al suelo. Busca algo. No sabemos qué. Se abre camino. Es un cuadro bonito. Sentido. Me siento satisfecho. Puedo gritar que es el fin de la película.

Recogemos todo, acabamos. Nos abrazamos. Nos besamos. Llamamos a Denise. Se acabó. Parece mentira. Todo ha sido en un pestañeo. En la claqueta veo el número 22. Mi número de la suerte.

Linnett viene corriendo del monte y llora. Suelta todo. Parecía mentira, pero al final se pudo. Vicenta B. existe.


<b>Con la película anterior pensé que no iba a volver a filmar</b> y ahora lo he podido vivir minuto a minuto sin adelantarme ni tratar de evitar los momentos de dolor. <b>Estar más viejo ayuda a eso. A estar en el momento. A saber estar</b>.


Olguita

Siempre había querido trabajar con Olga Sánchez. Es una de las mejores asistentes de dirección del mundo mundial. En El cuerno de la abundancia, de Juan Carlos Tabío, Olga trabajaba con Viña y yo entré para ser el meritorio de ellos. Estábamos en el año 2007 y yo era como el cuarto asistente. Los primeros días estuve un poco perdido. Pero luego, como aquello era lo que me gustaba, no había que regañarme tanto. Llevaba el café para allá, cerraba una calle por acá. Así. 

Luego, cuando empecé a dirigir más en serio, traté de trabajar con ella, pero siempre estaba cogida. Bromeábamos mucho, pero parecía que no se iba a dar. Ahora con Vicenta la pude tener al lado. Mi manera de molestarla era preguntándole qué pasaba en la escena 67, o en la 45. Así, sin más, ella sabía. Su tarea, entre muchas cosas, era esa: saberse la película de arriba abajo.

La otra cosa que tiene de bueno Olguita, más allá de ser una gran profesional, es que no tiene pelos en la lengua. Te dice las cosas como son. Te cuida. Está atenta.

Además de las enfermedades, la muerte de Rafaela, la rotura de los equipos, etc…, todos los problemas que tuvimos, hubo un día en que Olguita se puso una ropa blanca muy bonita. Una tela de estreno. Ese día todos los bajos de la ropa cogieron candela. Una mujer en llamas.

Por suerte no pasó mucho más.  Pienso en el dicho ese de “donde hay hombres no hay fantasmas” y niego con la cabeza. Estar rodeado de todas estas mujeres duras es una bendición. Donde hay mujeres los fantasmas dan un paso atrás. 


© Imágenes de interior y portada: Alejandro Acevedo.




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El camino a ‘Vicenta B’: El cuerpo

Carlos Lechuga

Vicenta es una mujer que no levanta la voz. Habla pausada. Con cierto dolor. Un amigo que no sabe nada de Cuba y que ve quince minutos del montaje me dice: “Vicenta es esa voz que la gente con poder no quiere escuchar”.