El camino a ‘Vicenta B’: El cuerpo

Vientre

Estamos filmando en la playa de Guanabo. Ayer, Mireya se sintió mal por el humo del tabaco. Hoy, Linnett llega con algo raro en el rostro. No sabría decir qué. No puedo descifrarlo. 

Me alejo del equipo y fumo mientras busco la entrada de arena donde va la cámara. Denise viene detrás de mí. Hoy es uno de esos días que necesito cinco minutos más. Cinco minutos para estar seguro de que estoy seguro. 

Me paro frente al mar y me doy cuenta de que estoy filmando lo mismo que filmé en la película anterior (que a su vez era lo mismo que había filmado en mi ópera prima).

En el punto donde se encuentra el río y el mar hay una mujer haciéndose una limpieza. 

¿Quién es esta mujer que parece haber salido de Los amantes del PontNeuf? ¿Quién es? ¿Por qué lleva el pelo tan corto? ¿Por qué tiene ese rostro de dolor? Trato de saludarla, de hacerme el simpático, la tipa ni me mira. No saluda y sigue su paso como si fuera la última de la fila de la tribu de los pigmeos. Rapidito. Hacendosa. Como una hormiguita. Tiene cosas que hacer. ¿Qué? Solo Dios sabrá.

Veo a la doctora del set corriendo hacia la parte de la merienda. Veo a la asistente Olguita corriendo hacia mí. No quiere alarmarme, pero Linnett se siente un poco mal, tiene fiebre, el estómago raro y no quiere parar de trabajar.

La cuestión de la pandemia hace que todos estemos alertas. Linnett es tan profesional que no quiere decir que se siente mal. Ha esperado mucho para este momento y un simple dolor de barriga no le puede joder la cosa.



Me calman. Todo está bien. Es algo que le cayó mal. Están dándole tratamiento y en algún momento va a aparecer alguien que le pueda dar un masaje en el vientre. 

Camino de un lado al otro como animal en jaula tratando de ver si se puede adelantar algo del rodaje. Me cuesta. Linnett está en todas las escenas. En todos los planos. Miro el teléfono. Tengo un mensaje de un actor joven, amigo, que está muy preocupado porque cree que unos espíritus malos están tratándose de montar en el cuerpo de mi protagonista.

Según él, lo que le pasa a Linnett es que está “montada”. Al inicio del rodaje, en la misa espiritual, las madrinas le dejaron bien claro a Linnett que no se podía montar. No se podía montar en el rodaje. 

Ya tuve que pararla el día del rodaje del canto frente a la ceiba. Ya le han tenido que echar perfume en la nuca. Frank, el diseñador de maquillaje y peluquería, la vigila. La cuida. La conoce bien. Sabe cómo ayudarla.

Suelto el tabaco y corro a buscar a la doctora. Antes de llegar, Linnett, como si nada, se acerca: 

—Vamos. 

—¿Vamos? 

—¡Vamos! —me dice. 

Todo el equipo viene detrás de ella. Está bien. Puede seguir. Empezamos a filmar y lo primero que hago es copiar la escena que acabo de vivir con la mujer que se limpiaba con una rama de vencedor frente al mar.

Es un plano que no estaba en el guion. Linnett aprovecha y con un gran ramo de vencedor se limpia entre el río y el mar. Se lo pasa por el vientre. Pide en la vida real. Pide en la película. Su Tata la vigila atrás.

Hay un momento de verdad con estas dos mujeres en ese instante. Las dos han estado enfermas. Las dos son como dos troncos duros. El agua cristalina les moja los pies.


Cabeza

Acabamos de rodar y Linnett debe estar varios días con el pelo largo en caso de que haya que volver a filmar algo. Si alguna escena o plano no quedó bien, hay que repetir. Linnett está loca por pelarse. Por quitarse esas trenzas. Por regalarnos a cada uno del equipo uno de sus dread-locks

Por esa cabecita ha pasado mucho: limpieza de huevo, de cascarilla, de coco…, agua bendita, agua de mar, agua de Olokún.

Esa cabeza ha resistido por muchos años. La corona pesa. Estamos fiestando el fin de rodaje y Linnett aparece completamente pelada. En su cartera me trae uno de los mechones de su pelo. Se ve liviana. Ya no tiene nada de Centa, ya es toda Linnett.



Cabeza (II)

Tanto esfuerzo para que en el plano aparezca Vicenta con una nube negra sobre la cabeza. Un camino al lado del mar, a punto de llover, truena… La cámara casi en el suelo con un lente tele. Linnett camina y mientras se acerca las nubes le besan la cabeza. Está atormentada. 

Tanto esfuerzo para hacer un plano digno de Gena Rowlands, de Lucrecia Martel…

Tanto esfuerzo para un plano que al final no va a aparecer en la película. Ella misma (la película) lo rechaza



Mano

Mi abuela ponía la copa de agua cristalina. Tiraba siete cartas. Las barajas de izquierda a derecha. Linnett tiene que apoderarse de toda esa magia. Hacerla suya. Linnett es zurda. Pone su copa de agua llena de colores, caracoles, bolas. Tira seis cartas. Las barajas de derecha a izquierda. A su manera. Esa es su forma. Me demoro varios minutos en percatarme y cuando lo hago, me encanta. 



Pies

La protagonista quiere andar descalza por todos lados. El equipo está preocupado por el virus, la presión, el frío. La madrina está preocupada por las malas energías, porque “recoja” algo. En mi primera clase en la escuela de cine, un profesor alemán me dijo que al set no se iba en chancletas, era peligroso. Los pies de nuestra Vicenta van de allá para acá. Sin problemas. 

Solo un día tuvimos que prohibirle estar descalza. Sus pies en la tierra al ritmo del tambor eran un peligro para su cabeza. Los zapatos estaban para eso, para cortar la comunicación. Esa mujer, en ese estado de trance, descalza, podía volar. 


Vientre (II)

Linnett está desnuda y se pasa una calabaza llena de miel por el vientre. Mucha gente del equipo quiere evitar su pelvis, el empezar de su sexo. La cámara no acaba de posicionarse bien, la gente a mi alrededor preocupada. Voy hasta Linnett y le pregunto si todo está bien. Ella está perfecta, está creando, está pariendo…. Nada más le interesa.



Ojos

Linnett habla con los ojos. Es trasparente como una cascada. No puede mentir. No sabe. Sus ojos la delatan. Vicenta es un poco así también, pero un poco más apagada, más tímida. 


Voz

Vicenta es una mujer que no levanta la voz. Habla pausada. Con cierto dolor. Un amigo que no sabe nada de Cuba y que ve quince minutos del montaje me dice: “Vicenta es esa voz que la gente con poder no quiere escuchar”.


© Imágenes de interior y portada: Alejandro Acevedo.




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Carlos Lechuga

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