‘Tartessös Dune’, de Cuba a Colombia


Póster de la película independiente cubana Tartessös Dune (Josué G. Gómez, 2023).


La película independiente cubana Tartessös Dune (Josué G. Gómez, 2023), integra la selección oficial de cortometrajes “Vestigios que arden” de la 26ª Muestra Internacional Documental de Bogotá, MIDBO, que se celebrará del 29 de octubre al 4 de noviembre próximos en la capital colombiana.

Dos semanas atrás, fue anunciado que la cinta forma parte de la Muestra internacional de cortos del 9º Festival de la memoria audiovisual Mamut, organizado del 8 al 12 de octubre en la también colombiana ciudad de Medellín, y especializado en el cine de archivo.  

Tartessös Dune está producida por Estudio ST, empresa cubana actualmente establecida en España, con la colaboración del Instituto Internacional de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), el Fondo de Fomento del Cine Cubano y el colectivo Archivistas Salvajes, al que pertenece el realizador Josué G. Gómez, quien está además cursando la Escuela de Cine “Elías Querejeta” (Elías Querejeta Zine Eskola, EQZE) en San Sebastián, España.   

Los Archivistas… se dedican al rescate, restauración y preservación del audiovisual independiente cubano realizado a lo largo del siglo XX, sobre todo por los conocidos como cineclubes, que proliferaron en numerosas ciudades de la isla para agrupar a los aficionados al Séptimo Arte no reconocidos como profesionales por el ICAIC. 

Este estrato de la historia fílmica nacional ha sido literalmente relegado a basureros, cuartos de desahogo y otras madrigueras del olvido, ante la desidia institucional y la imposibilidad de muchos de sus gestores por almacenar las cintas adecuadamente.



Tráiler de la película independiente cubana Tartessös Dune (Josué G. Gómez, 2023).


Al desarrollar tales labores reivindicativas de un significativo corpus audiovisual, obliterado casi por completo tanto de las historias oficiales y para-institucionales, los archivistas salvajes Lucía Malandro, Daniel D. Saucedo —ambos egresados de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, EICTV, y de EQZE—, Fabio Quintero —matriculado actualmente en EQZE— y Josué, han asumido un cometido inédito en los anales del cine cubano. 

Con no pocos títulos ya restaurados, y debidamente catalogados, los jóvenes realizadores e investigadores han reflotado pecios cuya existencia era puesta tan en duda como la propia legendaria y prístina ciudad ibérica de Tartessos (o Tarteso, o Tartesia), referida por el título de este ensayo fílmico sobre la fragilidad de la memoria y el pasado como duda, olvido y abismo.     

Oriundo de la ciudad costera villareña de Caibarién, Josué G. Gómez se apropia de una batería de películas producidas por los cineclubes Lumiere y Caribe alrededor de las décadas de los setenta y ochenta, que, como se aclara al final de los créditos, fueron casi todas recuperadas de la basura en estados avanzados de descomposición. 

Algunas aparecieron desfiguradas hasta su involuntaria transformación en obras abstractas, sinfonías de formas mutantes e indiscernibles, que dialogan directamente con la percepción emotiva de los potenciales espectadores.

A pesar de que los cineclubes cubanos aún existen nominalmente, representados por una asociación afiliada al ICAIC que hace poco o nada, las películas filmadas durante sus “edades doradas” han pasado a existir en un limbo más allá de las cronologías y las lógicas históricas convencionales. Perspectivas como la microhistoria de Braudel son más adecuadas para abordar estos retazos de cotidianidad y anonimato. Son registros costumbristas que revelan y enaltecen la emotiva intimidad de una sociedad perdida.



Fotograma de la película independiente cubana Tartessös Dune (Josué G. Gómez, 2023).


Anclado en los sólidos precedentes que resultan las obras del austriaco Gustav Deutsch (Film ist 7-12, Film ist a girl & a gun, World Mirror Cinema) y el estadounidense Bill Morrison (Decasia, Distopya, Cinematograph) a la hora de repasar el cine ensayo o cine experimental articulados con archivos, Josué G. Gómez se vale del estado comatoso y mutilado de las películas halladas, casi al borde de la extinción, para componer un discurso fragmentario a partir de las lógicas asociativas del pensamiento y la poesía. 

Las imágenes filmadas por los “cineclubistas” caibarienenses en sus intentos por registrar su mundo no capitalino, pescador, portuario, testigo de crepúsculos dignos de ser salvados para la posteridad, desde la cual Josué ahora los mira, son resonancias atenuadas de un pasado que se sugiere más como posibilidad que como certeza. Un pasado que deja de serlo y rehúye su condición de categoría inamovible, desplazándose hacia el territorio de lo impreciso poético.  

Las imágenes contemporáneas filmadas por la cámara de Manuel Ojeda (habitual colaborador de Josué G. García y demás cineastas cubanos contemporáneos como Alejandro Alonso y Lázaro Lemus), alternadas con los archivos, no buscan una contraposición convencional entre presente y pasado, sino que enfatizan el discurso sobre lo pretérito y lo preterido. 

Una encarnación anónima de Cronos manipula un jardín de relojes añosos, rectifica la posición de sus manecillas a capricho, los despierta de sueños eternos, o los somete a reposos obligatorios. Convierte el tiempo en su marioneta. Lo revela como creación, como noción meramente poética de la mente humana, incapacitada para conciliar su finitud con la eternidad que lo circunda.

La concentración en las entrañas del gran reloj de torre que suceden a los manejos del titiritero temporal en el relato, y amalgaman las diferentes estancias de los archivos —agrupados de acuerdo a sutiles criterios paisajísticos, sociales, políticos—, destierra de la película la dictadura de las agujas y los números. Parecen apelar más a los movimientos inmensurables e incontrolables del mundo, en cuya corriente se mecen todas estas imágenes marginadas por los relatos oficializados, siempre discriminadores.



Fotograma de la película independiente cubana Tartessös Dune (Josué G. Gómez, 2023).


No hay referencias al presente en Tartessös Dune. Ni siquiera hay alguna certeza de que sea un estado de la existencia. Tampoco puede afirmarse que los archivos rescatados y trenzados en nuevos significados encarnen una alegoría precisa del pasado. La vaguedad que el deterioro ha conferido a estas imágenes las eterniza, en vez de “añejarlas” y desfigurar unas originales intenciones ya apenas inferidas. Les permite existir en el mismo continuo atemporal en que transcurren los recuerdos anónimos, las nostalgias, los presentimientos.

Más allá del montaje intelectual de los fragmentos escogidos, los realizadores se permiten manipular los ritmos internos de los archivos abordados, desvirtuando la coherencia realista, a favor de propósitos alegóricos más relevantes sobre la alucinación colectiva en que el arbitrio civilizatorio ha convertido el tiempo. 

La cinta sugiere una brega empecinada contra el síndrome de abstinencia que provocara la desintoxicación de la dependencia del tiempo en que los seres humanos se han sumido. La liberación de esta adicción colectiva llevaría a la traumática revelación que se intuye tras los fantasmas de celuloide evocados en Tartessös Dune.  

Josué y Saucedo —“archivista salvaje” a cargo del guion de montaje de la película— tienden también a articular la dramaturgia del relato como si buscaran una suerte de corrimiento hacia la nada, hacia la incomprensión, hacia la sensación pura. 

Los archivos mejor conservados se acumulan hacia los inicios de la cinta, van siendo sucedidos y finalmente sustituidos por los rollos en mayor grado de deterioro. Hasta cerrar con un clímax abstracto, un verdadero apocalipsis de la representación. La película puede leerse entonces como un canto a la muerte de la forma, de su sacrificio a los pies de la pureza sensitiva. 





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