De entre toda la sólida selección cubana que compitió por los premios Coral de la recién concluida edición 45 del Festival de Cine de La Habana, el largometraje de ficción Fenómenos naturales (2024), ópera prima del también guionista Marcos Díaz Sosa (Rocaman, El niño de goma), fue la única que pudo acceder a un galardón: el Premio Especial del Jurado de la categoría correspondiente. Antes de ser exhibida ante los públicos de la Isla, ya había obtenido el premio a la Mejor Ópera Prima en el 39º Festival de Guadalajara (FICG), celebrado en junio de 2024, y que acogió su premier global.
Con esta adaptación libérrima de la novela El maravilloso mago de Oz de L. Frank Baum —segunda en los anales del audiovisual nacional, pues en 1987 se transmitió el seriado televisivo para niños El mago del cachumbambé, dirigido por Julio Cordero—, Díaz Sosa termina discutiendo con buena parte del cine cubano institucional realizado en la década de 1980. Filmografía que pudiera calificarse de “cine de la rectificación de errores”, con fuerte impronta costumbrista, enaltecedora de los valores proletarios. Pero, sobre todo “constructivamente” crítica con las “distorsiones” que impedían la plena construcción del socialismo soñado, planificado y prometido al pueblo cubano.
Obras como el cortometraje La cadena (Juan Carlos Tabío, 1978), la vetada Techo de vidrio (Sergio Giral, 1982) —quizás por el gran pecado de no ser una comedia y perder la licencia del bufón cortesano—, Se permuta (Juan Carlos Tabío, 1983), Los pájaros tirándole a la escopeta (Rolando Díaz, 1985), Plaff o Demasiado miedo a la vida (Juan Carlos Tabío, 1988), la documentalística satírica de Enrique Colina (Estética, Vecinos, Chapucerías), apostaban entonces por una mirada crítica autorizada a la contemporaneidad social cubana, constituyendo una suerte de corpus crítico cinematográfico siempre “dentro de la Revolución”. Ni un cachito afuera. Son la prole menguada de la cáustica La muerte de un burócrata (Tomás Gutiérrez Alea, 1966).
Sus dardos bienintencionadamente irónicos buscaban alcanzar los errores que el Estado decía por esas épocas rectificar. Sobre todo, el clasismo burocrático, convirtiendo a estos funcionarios en chivos expiatorios de fallos más profundos, esenciales.
Los personajillos de camisas de cuadros apenas eran una de las consecuencias más superficiales y, por ende, sacrificables en la picota pública. Bajo esta casta emergente de cuellos blancos socialistas yacía el pueblo llano, verdadero protagonista de la Revolución, acorde a sus discursos oficiales. Y a ellos había que glorificar en detrimento de los parásitos molestos.
Además de las referencias directas a la novela de Baum, incluido un tornado que se lleva a Vilma (Andrea Doimeadiós), la joven enfermera aspirante a tiradora olímpica que protagoniza Fenómenos naturales, es Se permuta el título cubano más claramente referenciado, parodiado, y finalmente servido como víctima sacrificial de esta ceremonia funeraria del optimista cine de la rectificación de errores, oficiada por Díaz Sosa.
Como la Yolanda interpretada por Isabel Santos para Se permuta, Vilma, habitante del 1988 cubano, ve ante sí la oportunidad de escalar a través de una burguesía socialista muy cerrada, que ofrece arroparla, sumarla a su círculo de comandantes y doctores… y una estrella de cine soviética.
La pareja de Vilma, Iván (Reinier Díaz), como sucede con Pepe, el novio pobre que encarna Mario Balmaseda, o incluso como la Clarita (Thaïs Valdés) de Plafff…, sueña proyectos que pudieran mejorar a la nación, respondiendo al entusiasta paradigma industrial y urbanista que había sustituido el iluminismo de los inicios de los años sesenta.
Pero, mientras su innovación meteorológica se agazapa en un cul de sac, y el proyecto de medicina alternativa en Plaff… es rechazado de plano por las autoridades médicas, el joven solo puede ofrecerle una vida humilde, campestre. Un romance de bohío apenas sostenido por los ingresos de una cochiquera.
Pero Vilma quiere tirar, y tirar bien. Como se pretendía entonces de todos los cubanos. Solo que desea disparar en competencias olímpicas, ser la mejor. Destacar entre las multitudes sin identidad que construyen el socialismo desde el más combativo anonimato. Tener un rostro, un nombre. Una historia personal.
Por la referida circunstancia del tornado, que de manera sardónica descoloca el tono realista del relato, trasladándolo de sopetón a los predios mágicos, Vilma se ve arrastrada hacia una émula local de la Ciudad Esmeralda.
En sus lujosos parajes se aloja la alta sociedad. Apenas queda a un brazo de mar de distancia de la Isla grande, del sacrificio y la humildad decretados para las mayorías igualadas en la estrechez.
You are not in Rancho Veloz anymore! Welcome to Niña Bonita! Esta “niña de los ojos” del ficticio comandante Garcel Fonseca (Osvaldo Doimeadiós), es un cayo por encima de las leyes, privado, autónomo. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.
El cuento de hadas de Vilma se hace realidad. Dorothy remonta el camino de lozas amarillas. Cenicienta ve llegar la carroza-calabaza a recogerla para el baile del éxito. Los pies de Vilma pisan las arenas de la posibilidad. Calza zapatillas rojas que la engalanan en el umbral del futuro promisorio, una vez que las jerarquías revolucionarias deciden acogerla.
Marcos Díaz Sosa pone sobre los ojos de la joven las metafóricas gafas negras con que John Carpenter devela el totalitarismo alienígena que domeña el mundo en They Live! (1988).
Vilma comienza a divisar inesperados pliegues de la realidad cubana de esos (nada) idílicos ochenta. Pero, a diferencia de la cinta de Carpenter, no es aquí tan claro el “lado correcto” al que la heroína debe inclinarse. Fenómenos naturales no es una fábula moral. Es una distopía. Y no hay lado correcto. Ni luz después del túnel. Ni final feliz. Mucho menos, esperanzas.
El exclusivo cayo Niña Bonita, poblado por animales y personas exóticas, es solo un estrato más amplio del mismo círculo vicioso. Que su diámetro sea mayor no cambia su naturaleza infecta, redundante, claustrofóbica, endogámica.
Todos los caminos conducen a Cuba. Todo es lo mismo, aunque tenga mejor maquillaje. Entonces, el verdadero dilema ético al que se enfrenta la antiheroína que resulta Vilma, es aprovecharse o someterse. Oportunismo o fango. Nunca liberarse. Nunca emanciparse. Esos términos y nociones no son plausibles ni en Niña Bonita ni en Rancho Veloz. Los sueños, para que dejen de ser sólo eso, las más de las veces cobran altos peajes en la entrada de la vigilia.
El luminoso happy ending proletario, aleccionador, de un realismo socialista orgánicamente acriollado, que cierra en la ópera prima de Tabío la historia de Yolanda —en su renuncia a la vida acomodada que le espera junto al corrupto burócrata Guillermito (Ramón Veloz hijo)— y el humilde Pepe —que ve triunfar su innovación para ahorrarle gastos al país—, hallan en el sad ending de Vilma e Iván un reverso amargo, cruel, despiadado incluso.
Claro que el propio Tabío, con Plaff… y el frustrado polímero de Clarita, ya casi se había autoparodiado, en una muy honesta revelación de los rumbos pesimistas de sus ideas.
Fenómenos naturales parece expandir este emergente desencanto de Tabío (que tuvo su corolario en El elefante y la bicicleta, de 1994) hasta los bordes de un abismo nihilista y cínico. A la vez, deviene una significativa añadidura a los abordajes audiovisuales más severos y complejos de diversos aspectos de los años ochenta cubanos, en el que lo preceden películas como La obra del siglo (Carlos Quintela, 2015), La emboscada (Alejandro Gil, 2015), El acompañante (Pável Giroud, 2015), Santa y Andrés (Carlos Lechuga, 2016).
A este repaso coral, Fenómenos naturales adjunta una nota particularmente acre.
La globalización: motores, microchips y más allá
Por Vaclav Smil
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