El peor de los apagones

Todos los festivales “de lo que sea” en el mundo mundial, competitivos o no, cuentan con un Comité de Selección, integrado por especialistas y conocedores, que deciden lo que será puesto a disposición del público, luego de considerar atenta y detenidamente los pros y los contras de los motivos de sus decisiones antes de adoptarlas, y la razón o sinrazón de sus votos antes de emitirlos.

Esas son las reglas del juego. Es un derecho que le asiste a sus organizadores. Vale.

Pero, en algunos eventos de esa clase, quienes deben votar a favor o en contra de lo que será mostrado, reciben sutil o abiertamente, advertencias y hasta órdenes.

Cuesta creer que detrás de la no inclusión, en ninguna de sus secciones, del documental cubano “Para vivir, el implacable tiempo de Pablo Milanés”, dirigido por Fabián Pisani Álvarez (hijo de Pablo Milanés), no hubo censura y exclusión debido a razones ideológicas o políticas en el Festival Internacional de Cine Latinoamericano de La Habana. Lo mismo hicieron con “Coquito con mortadella” dirigido por Bebé Pérez (hija del realizador Fernando Pérez).

No puedo afirmar que fueron casos de censura monumental, porque pruebas no tengo y no fui miembro del susodicho Comité de Selección, pero luego de muchos años como actor y habiendo sufrido en carne propia desmanes, “ninguneos” y prohibiciones, que las autoridades culturales y políticas siempre se cuidaron muy bien de no dejarlas plasmadas por escrito, tengo mis sospechas.

No es secreto que, para los comisarios culturales que estamos padeciendo, Pablo Milanés “cambió de casaca y se convirtió en un traidor”. Lo han dicho. En un país donde todo se sabe. Lo han dicho.

Así piensan de un cubano enorme, más grande que todos ellos juntos. Y eso mismo repiten talibanes de extrema izquierda desde una ortodoxia rabiosa. El documental de marras tira por tierra esa falacia inmunda que echaron a rodar contra uno de los creadores más grandes que han dado Bayamo y Cuba. 

Pablo Milanés es un patriota, que no es más que una persona que siente profundo amor y devoción por su patria, identificándose con sus valores, cultura e historia, y buscando su bienestar y progreso, a veces incluso dispuesta al sacrificio personal.

Intuyo que precisamente porque el documental deja bien en claro que no otra cosa que un patriota excepcional fue Pablo Milanés, no pareció conveniente que el público asistente al festival fuera testigo del ser humano que se muestra sin afeites ni medias tintas, porque esa visión se contrapone a la de la narrativa oficial. 

Tampoco habrán deseado airear temas como las UMAP, la guerra desigual contra la Fundación que llevaba el nombre del cantautor, el racismo nunca desaparecido o lo sucedido tras bastidores con su último concierto celebrado en la Ciudad Deportiva.

¡Qué manía esa de barrer la basura y esconderla bajo el sofá!

Lo que brilla con luz propia nadie lo puede apagar, su brillo puede alcanzar la oscuridad.

Esta frase vale para todos los artistas cubanos que, durante décadas, han sido y siguen siendo estigmatizados y excomulgados por marchar al exilio o por no suscribir un discurso único, cerrado a cal y canto ante cualquier discrepancia.

Esto es lo que va a suceder: más tarde o más temprano los que residen en este archipiélago van a poder disfrutar del documental por la vía que sea, les guste o no a quienes pretenden ordenar qué tenemos que ver, escuchar o leer. Y cada cual sacará sus propias conclusiones y muchos se preguntarán por qué les fue escamoteado el derecho de disfrutarlo abiertamente.

Durante décadas hemos sabido de exclusiones y prohibiciones que sufrieron obras de todas las manifestaciones artísticas y sus autores, sin que sus ejecutores hayan podido conseguir silencios ni invisibilidades totales, porque la justicia poética existe.

Sigan apostando por la distopía. 

Es el peor de los apagones.