Entre el 5 y el 15 de diciembre tiene lugar en La Habana la 45ta edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (FINCL), dirigido este año por la abogada Tania Delgado Fernando, y gestionado en colaboración con la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.
En esta ocasión se contó con la presencia de 42 países, 256 piezas cinematográficas, 110 títulos en competencia, 29 guiones inéditos y 30 carteles. Se mantienen concursos habituales como los de largometrajes de ficción, ópera prima, largometrajes documentales, corto de animación, cine LGBTIQ+ (Premio Recife), guion inédito, cartel y postproducción. Destacan actividades colaterales como encuentros, conciertos y seminarios. Sobresalen el II Foro de Animación “Juan Padrón in Memoriam”, el estreno de la serie de Netflix Cien años de soledad (2024) y del documental Nyad (2023).
Cartel promocional del Festival (2024). Imagen: Cubadebate.
El FINCL tuvo su primera cita en 1979, creado como espacio de encuentro entre las cinematografías del continente y sus creadores. Su auspicio por la Fundación, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) y el Ministerio de Cultura fue también una oportunidad imprescindible para la promoción de los cánones “revolucionarios”, la legitimación del proceso político de la Isla y de su imagen organizadora de la integración cultural. También resultó provechosa en la colaboración y financiación de diferentes proyectos asociados que luego Cuba gestionaría. Por cuatro décadas, el Festival ha mantenido este supuesto de plataforma reafirmadora de la identidad cultural latinoamericana y caribeña, poniendo en discusión los valores y discursos, las dinámicas y realidades de la región.
Sin embargo, el Festival ha sido igualmente un sitio de exclusión y censura, tanto de obras como de artistas, así como escenario de persecuciones y cancelaciones de realizadores cubanos y extranjeros. En medio de la depauperación económica y la represión política en Cuba, esta reciente edición continuó mostrando la tendencia a la corrección pseudoideológica y al amago desesperado de la propaganda cultural oficial. Por ejemplo, ignorando el calvario que experimentan los cubanos en la provisión de medios de vida básicos, los organizadores han asegurado en los medios oficiales que esta edición retoma “los ánimos y los bríos” de los días iniciales del festival, en una “sintonía” que añade “una línea de ayuda con los ciudadanos de estos tiempos”.
Programación (2024). Imagen: Habana Film Festival.
El Festival ha contado tradicionalmente con un público asiduo. No obstante, entre los comentarios en las redes se identifican apreciaciones críticas como: “festival decrépito”, “público ausente”, “pésima programación”, “funciones suspendidas por falta de electricidad”. Por ejemplo, el crítico cubano Norge Espinosa lamentó que, al contrario de lo afirmado por sus organizadores, la programación se incline a mercados e intereses más comerciales como la proyección de dos episodios televisivos de Netflix, mientras se han excluido narrativas y obras más arriesgadas de jóvenes talentos. Agrega, además: “(…) que el evento no incluya en sus eventos teóricos las discusiones que los cineastas cubanos han querido promover, da otra imagen de esa idea de un supuesto regreso a los orígenes”. El intelectual, que también ha sido jurado en ediciones anteriores, advirtió además sobre la “romerización[1]” de la cartelera, que incluye presentaciones, gastronomía y “carnavalización callejera” para remarcar una imagen aparentemente popular.
Inauguración del Festival (2024). Imagen: Diario de Cuba.
Otros pronunciamientos se dieron en el marco de la Asamblea de Cineastas Cubanos (ACC), que reconoció “la historia, valores y relevancia” del evento, pero también “sus flaquezas, deudas y mutaciones”. En su declaración “Cine Cubano. Asuntos pendientes a las puertas del Festival”, el colectivo condenó las políticas públicas de control y exclusión que han definido mayormente los últimos años, tanto en la selección de obras a concurso y exhibición como hacia los propios creadores. Sobre el doble rasero en el trato de cineastas extranjeros y nacionales, la ACC afirmó que “se aplaude cuando en otras latitudes los ciudadanos protestan, luchan por sus derechos, defienden sus leyes cinematográficas y se oponen a las injusticias de sus gobiernos, pero se reprime y silencia el mismo gesto cuando los nuestros tratan de hacerlo”.
La ACC también recordó que sus integrantes han invitado sistemáticamente a las autoridades culturales al diálogo y a la discusión en relación con la creación artística y la industria del cine, pero han recibido el silencio por respuesta. Invitan a buscar “las muchas otras historias de un país que siguen permaneciendo ocultas, olvidadas, desterradas” mientras el Festival resulte “un bálsamo ante el deprimido panorama de estrenos anuales”.
Captura de la declaración de la ACC (2024). Imagen: Facebook, usuario: ACC.
La grave factura que la censura y la persecución han provocado en la producción nacional se corresponde con la no representación de jóvenes realizadores en el Festival, creadores que a la vez acumulan nominaciones y galardones en el extranjero. Los cineastas exiliados fueron voz de la cultura y la realidad cubanas hasta que el cierre y la manipulación institucional determinaron la clausura de su trabajo en el país. Como consecuencia, mientras se celebra y congratula al cine regional en Cuba, la obra de cubanos como Alan González, Miguel Coyula, Daniela Muñoz, Carlos Lechuga, Abraham J. Enoa, Claudia Calviño, Luis Alejandro Yero, Juan Pin Vilar, Jorge Molina, Katherine Bisquet y muchos otros creadores que viven dentro y fuera de Cuba es aplazada, obstaculizada o directamente censurada en el país. Esta merma es incluso visible en la selección oficial, la cual cuenta con 89 filmes menos que el año anterior.
Imagen simbólica de cineastas ausentes (2024). Imagen: Facebook, usuario: ACC.
Igualmente dañino e irónico resulta festejar la identidad latinoamericana a la vez que se ignoran o acallan las contradicciones del propio país que acoge el evento. No hay mayor demérito hacia la cultura que mostrar solidaridad con las creaciones de Palestina o Argentina, y obviar el lamento cubano, el venezolano, el nicaragüense, el de tantas voces salidas de autocracias. Si bien las apreciaciones difieren y las críticas no son ajenas a ediciones pasadas, el contexto de precarización general de la sociedad cubana es un elemento que ha demarcado la actual jornada respecto de las anteriores. A su vez, los cambios en las directivas de varias dependencias culturales cubanas radicalizan la selección de la nomenclatura política y generan preocupaciones respecto al liderazgo de figuras decisoras sin compromiso, experiencia o eficacia real.
El ODC advierte sobre el profundo flagelo que constituye para la conciencia, la memoria y el patrimonio nacional el monopolio absoluto de la creación y exposición artística en el país. Mientras desde el 11J el gobierno mantiene centenares de presos políticos sin posibilidad de defensa real, en condiciones de salud infrahumanas, violando el debido proceso y todo tipo de derechos humanos propios y de sus familiares, la fiesta “cultural” en La Habana resulta anacrónica y cómplice. Esto es aún más discordante, incluso macabro, si se piensa que el festejo tiene lugar en un escenario de policrisis donde la sobrevivencia impone extremos a una socialización bestializada y estrechamente vigilada. La reducción drástica del circuito de salas que soportan el Festival —seis, de las más de dos decenas de la proyección inicial del evento— y el estado de sus infraestructuras dan cuenta de la decadencia omnipresente que el propio evento persigue disimular.
Cine Metropolitan (2023). Imagen: Todo Cuba.
El ODC recuerda que, mientras tiene lugar la fiesta del cine latinoamericano en La Habana, el Gobierno cubano avanza leyes y decretos que penalizan la libre expresión y creación cultural. Su propia directora, Tania Delgado, abogada de profesión, estaría entre los artífices del Decreto 373 del Creador Audiovisual y Cinematográfico Independiente, normativa que evitaría la demandada Ley de Cine, y que camufló la pertenencia condicionada de los realizadores al sistema, sujetos al Registro del Creador. Por su parte, uno de los principales encargados de la programación del Festival, Roberto Smith, quien fuera presidente del Icaic, es reconocido como comisario político y censor cultural. Smith fue uno de los principales artífices de la censura de la película Santa y Andrés, de Carlos Lechuga, así como del filme Quiero hacer una película, de Yimit Ramírez. También fue notorio su desprecio al concilio de cineastas G-20, precursor de la ACC.
Dada la crudeza de una realidad imposible de ser tergiversada con los cocteles servidos a cineastas y comisarios en los salones del Hotel Nacional, habría que preguntarse cuánta novedad trae el Festival al desteñido panorama cultural oficial cubano. Retomando el eslogan del mismo evento: ¿vive realmente el cine cubano?, ¿los cubanos pueden vivir el cine?
[1] Hace alusión a las Romerías de Mayo, una festividad popular de origen cristiano que se celebraba en la ciudad de Holguín desde el periodo colonial con el nombre de La Romería de la Cruz de Mayo. Tras su cancelación con la llegada de la Revolución, en 1994 la Asociación Hermanos Saíz (AHS) de la provincia, dirigida por Alexis Triana, actual presidente del Icaic, decidió rescatarla como espacio de encuentro de los proyectos culturales auspiciados por dicha entidad oficialista.
Los cuatro pilares de la civilización moderna
Por Vaclav Smil
“Cuatro materiales forman lo que he denominado los cuatro pilares de la civilización moderna: cemento, acero, plásticos y amoníaco”.