La mansedumbre de los olvidados

Uno de los filmes más promocionados del pasado 2018 fue sin lugar a dudas Roma, del realizador mexicano Alfonso Cuarón, quien además es guionista, editor, fotógrafo y coproductor de la película. Roma obtuvo el prestigioso “León de Oro” del Festival de Venecia y ha sido seleccionada, además, para representar a México en la difícil carrera hacia los premios Oscar 2019. Si esto fuera poco, ya estaba entre las nueve finalistas en el apartado de mejor película de habla no inglesa. La crítica internacional la avala como una de las mejores cintas exhibidas el pasado año. ¿Qué más se puede pedir?

Con la distribución a cargo de la poderosa Netflix, Roma tiene todos los ingredientes para convertirse en una cinta triunfadora: el sello de Venecia en su presentación, el aplauso de público y de crítica y de algunos que pretenden convertirla en cinta de culto. Solo que los premios y los aplausos, por sí solos, no convierten una película en obra de arte.

El filme sigue a una joven empleada doméstica de origen mixteco, Cleo, que trabaja para una pequeña familia en Roma, un barrio de clase media de Ciudad de México. Sofía, su empleadora, tiene cuatro hijos y se las ingenia para sortear la ausencia prolongada de su marido. Cleo, por su parte, recibe una noticia devastadora que amenaza con distraerla del cuidado de los hijos de la familia, a quienes ama como propios. Mientras procuran construir un vínculo de amor y solidaridad en un contexto de jerarquía social, donde clase y raza están perversamente entrelazadas, ambas lidian en silencio con los cambios que infiltran la vida familiar en un país que vive la confrontación entre una milicia apoyada por el Estado y las manifestaciones estudiantiles. 

Esta es la trama central de la película, que discursa sobre las relaciones de poder (familia-servidumbre-Estado) en una historia donde el realizador no logra plasmar la denuncia social que en un comienzo parecía era la tesis del filme. Todo lo contrario. Con su tempo desdramatizado, rodada en blanco y negro, lenta hasta el agotamiento y, sobre todas las cosas, con una ideología ambigua en lo conceptual, Roma es una cinta pretenciosa y petulante, un canto a la servidumbre donde los ricos siguen teniendo las riendas del poder y el derecho sobre los desposeídos. Pasadas las primeras escenas ya sabemos lo que veremos: una familia adinerada y su ejército de indias serviles y entregadas a su labor de mantener el contento y el confort del burgués. 

¿Dónde está la obra maestra que la crítica celebró en Venecia? ¿Qué premió uno los festivales más importantes del cine contemporáneo? El presidente del jurado era Guillermo del Toro. ¿El mexicano quiso premiar a su compatriota por haber rodado esta cinta al estilo neorrealista y con inevitables guiños a un maestro como Luis Buñuel? El arte es subjetivo y su polisemia a la hora de decodificar el discurso entra en terreno de todos; pero sucede que Alfonso Cuarón no es ni será Buñuel, quien desmitificó en su cine la hipocresía de una clase social y aquel “discreto encanto de la burguesía”. Roma es más complaciente, apela a una dramaturgia lineal que recrea un cuadro idílico donde la servidumbre es feliz siendo partícipe de una familia que los acoge como mascotas, los alimenta, los arropa y los tolera, porque siglos de dominación así lo dictan.

En sentido general, Cuarón es un cineasta que apuesta por la taquilla. En su filmografía, no tan extensa, podemos encontrar títulos diversos como la sobrevalorada Gravity, Harry Potter y el prisionero de Azkaban, uno de los cortos —que considero lo más logrado del mexicano— del filme coral Paris, je t aime, así como su interesante road movie: Y tu mamá también, el título que lo dio a conocer en el ámbito internacional. El cine de Cuarón no tiene un sello que lo identifique, no hay marca autoral que lo defina, no podríamos decir a ciencia cierta “de qué va”. Lo que sí es una realidad es que ha conseguido reputación y oficio luego de sumar su nombre a la larga lista de realizadores que han emigrado hacia la gran industria de Hollywood, garantizando así que sus películas se vendan. Su nombre ha pasado a ser sello de garantía para un mercado que apuesta más por el espectáculo y menos por el arte. 

Y ahora, desconcierta la propuesta fílmica de Roma. La historia de Cleo, inmersa de manera contemplativa en un proceso de cambios sociales y luchas estudiantiles, es el centro una historia que no narra absolutamente nada, donde nada sucede, solo una doméstica que cuida a los niños, siempre atenta a los reclamos de los padres y sus conflictos. La vida monótona de esta familia y su servidumbre es de una abulia aplastante, tanto que parece el retrato perfecto del mismísimo paraíso terrenal. ¿Dónde está la hondura conceptual de Roma? ¿Dónde está el discurso transgresor? Cuando parecía que la historia tomaría otro rumbo, al quedar embarazada Cleo, el conflicto (si es que lo hubo) se resuelve con un golpe de efecto al más puro melodrama mexicano. Cleo es recibida con los brazos abiertos por sus amos para llevarla de vacaciones y hacerla sentir nuevamente cuidada, protegida, como un miembro más de la familia que la “acoge”. Ella representa esa mansedumbre de los que todo lo aceptan, de los que no necesitan participar de la agitada vida de cambios sociales que otros luchan por ellos. 

Desde el primer fotograma de la película, sabemos que ese piso con agua enjabonada que Cleo y las demás limpian hasta el cansancio es una labor que ejecutarán hasta el fin de sus días. No hay voz ni habrá para ellas otras oportunidades, pareciera decirnos el director al edulcorar su pasado, su infancia feliz rodeado de indias sumisas. Roma es una cinta con un larguísimo e innecesario metraje donde solo transcurre la vida de los otros. 

Cine clasista con guiños a la historia del séptimo arte; cine que nos aplasta con la sensación de que un orden de cosas está y estará bien, y que los que nunca han tenido nada han podido sobrevivir pese a todo, han sabido conformarse con migajas, porque el destino les ha otorgado el rol de obedecer, callar, hacer felices a otros, cumplir una misión en este mundo despiadado donde el afuera no importa mientras tengas techo, comida, críos a los que cuidar, pisos que limpiar, sin más preocupación que ese círculo vicioso: un eterno retorno de la injusticia social que, para colmo, en pleno siglo XXI, se nos ha tratado de vender como “otra historia”. 

Ya muchos vaticinan qué se premiará en el apartado de filmes de habla no inglesa de los Oscar 2019: el estilo (no la estética) de un mexicano adinerado y pretencioso con su paradisíaca historia familiar llamada Roma.

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